Esta historia hace parte de la Sala de redacción ciudadana, un espacio en el que personas de La Silla Llena y los periodistas de La Silla Vacía trabajamos juntos.

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La caja de cartón que Jackeline Rodríguez carga al hombro la recogió en la esquina de un edificio en Chapinero, en Bogotá. Fue el empaque de una pizza. Quienes la compraron la desecharon en una bolsa negra donde también había restos de comida, papel sucio y otras basuras.

Jackeline Rodríguez tiene 49 años y lleva 30 trabajando en las calles de Chapinero, entre las calles 70 y 75. Trabaja tres días a la semana, en los que puede hacerse entre 15 y 25 mil pesos diarios. Es decir, menos de 300 mil pesos al mes.

“Los recicladores les damos un servicio a la gente. Les ayudamos a limpiar la ciudad y a que los rellenos sanitarios no colapsen. A cambio, muchas veces nos discriminan y aún no aceptan nuestra importante labor”, dijo.

Si no fuera por Rodríguez, esa caja de pizza hubiera terminado en el relleno Doña Juana, al sur de Bogotá, junto a otras ocho mil toneladas de basura que diariamente se desechan en la ciudad. Pero gracias a que ella abrió la bolsa negra en la que la botaron, ahora podrá ser una nueva caja de pizza, o un cartón usado para otras cosas.

Por años el reciclaje ha funcionado así, de las manos de personas de muy escasos recursos que recorren las calles seleccionando entre la basura. Pero ahora, de la mano de cambios culturales y regulatorios, han surgido empresas que le están compitiendo a los recicladores. Como Amazónico, una empresa que combina educación y tecnología para que las personas separen los residuos aprovechables en sus propias casas.

Tanto el trabajo que hace Jackeline recogiendo bolsas de basura calle a calle, como el de empresas como Amazónico, un “startup” bogotano, recuperan entre un 18 y un 20 por ciento de la basura que se produce en Bogotá.

Con ese trabajo subsisten miles de familias muy pobres, en lo que se ha convertido un mercado donde juegan nuevas empresas. Se trata de una competencia que genera fricciones sociales, y, a la vez, contribuye a la mitigación del cambio climático.

El reciclaje de subsistencia

Más de 60 mil familias viven del reciclaje en Colombia. La mayoría recibe menos de un salario mínimo al mes, porque las ganancias dependen de cuánto reciclaje se recoge día a día.

A veces, en su recorrido, Jackeline Rodríguez llena dos costales enormes de reciclaje. Si en los tres días de la semana en los que trabaja logra hacer lo mismo, se podría ganar 70 mil pesos a la semana. Otras, llena solo uno, porque cada vez hay más personas en la calle buscando material reciclable entre la basura. En esos días puede llegar a hacerse solo 10 mil pesos.  

“Vemos muchos extranjeros, pero también que dentro de los edificios separan y venden el reciclaje, quitándonos nuestro trabajo. No solo nos enfrentamos a más competencia, sino que ya hay peleas y violencia por cuenta de que otras personas están en las calles que llevamos años ocupando”, dice Rodríguez.

Ella encuentra bolsas de basura blancas, que son la manera como en Bogotá se unificó la recolección del reciclaje. Lo que tiene que hacer en ese caso es una doble clasificación, porque existen por lo menos siete tipos diferentes de plástico, cinco de papel y otros materiales

Pero ese código no siempre funciona. Muchas veces en la calle los recicladores se encuentran que las personas botaron en bolsas de ese color los desechos orgánicos que no son aprovechables. Y otras veces el camión de las basuras termina llevándose desechos que se podrían reutilizar.

De lo que desechamos día a día, el 85 por ciento son cosas que podrían reusarse si se le da el cuidado preciso. Pero hasta ahora, en Bogotá ese porcentaje va por el 20 por ciento.

El reciclaje que encuentran Rodríguez y los más de 25 mil recicladores formalizados que hay en Bogotá, según la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp) lo recoge un carro todas las noches o los transportan los recicladores en sus carrozas. Lo lleva a una de las bodegas donde se separan los residuos. Allí lo lavan, lo organizan y se lo venden a las industrias para que lo reutilicen.

En muchas de esas bodegas trabajan otras personas que se dedicaron antes a recoger basura en las calles, como José Fabian Camargo, un joven de 27 años que creció en las calles de Bogotá reciclando con su familia desde que tenía ocho años. Su mamá y su abuela también fueron recicladoras. Y sus tías, primos y el resto de familiares trabajan en toda la cadena de recolección.

“Si me toca coger nuevamente el costal, lo cojo y busco en la basura. Los recicladores estamos dispuestos a hacer todos los trabajos”, dijo.

Gracias a una sentencia de 2011 de la Corte Constitucional, que reconoce el trabajo de los recicladores, la cadena de reciclaje se ha sofisticado y algunas de las personas involucradas en ella se han formalizado. Otras se han formado para trabajar en las demás etapas del proceso, por ejemplo, producir madera plástica con base en envases de plástico.

“En Colombia se ha avanzado bastante alrededor del reciclaje. Como era informal no se había avanzado tanto, pero ahora ha tomado una visibilidad mayor. Y la protección que tuvieron los recicladores se acaba y entran nuevos actores” dice Alberto Uribe Jongbloed, experto en residuos y en contaminación de suelos.

La Corte les dio a los recicladores cinco años para formalizar su actividad, antes de que otras iniciativas de reciclaje entraran al escenario de la recolección de basuras. Ese plazo ya se cumplió. Y como reutilizar residuos es una de esas acciones individuales que contribuyen a disminuir la emisión de gases de efecto, a la vez que indirectamente favorece a las industrias, es cada vez más una necesidad y un negocio en el que han aparecido nuevos actores.

Las nuevas iniciativas comprometen a los ciudadanos

Amazónico nació hace cuatro años en Bogotá como una estrategia para combinar el reciclaje y la tecnología. “Únete a la tribu y recicla con nosotros”, dice en uno de los botones de su página de internet, a través de la que se inscriben quienes quieren empezar a reciclar y siguen cuánto han reciclado. Y es, a la vez, una forma de tirarle la pelota a los ciudadanos para que reciclen desde sus casas y se elimine de la cadena el paso de meter las manos entre la basura.

“El reciclaje tiene un valor que no solo es económico. Cada vez más las personas están entendiendo eso transversalmente”, dice Daniel Rodiguez, creador de la iniciativa. Rodríguez es administrador de empresas de la Universidad de los Andes y publicista.

Es un negocio y una estrategia. No se enfrenta a la incertidumbre de recoger desechos calle a calle, porque recoge el reciclaje de 5.300 casas en Bogotá y en cuatro años ha recolectado 250 toneladas de material aprovechable —31 días de recoger basura Bogotá—.

Sus usuarios han asumido el compromiso de reciclar y garantizar que el material no se contamine. Y genera recursos, porque la empresa trabaja en alianza con empresas que procesan el material para reusarlo.

Por ejemplo, un kilogramo de aluminio, que es un material que puede reutilizarse en su totalidad infinitamente, puede valer hasta 2.900 pesos. Uno de plástico, que es el material reciclable que más se utiliza, puede valer 500 pesos. Pero, además, una empresa que quiera tener maquinaria que sirva para reutilizar material reciclado no tiene que pagar IVA, que es un beneficio indirecto de reciclar.

Con Amazónico, la caja de pizza que Jackeline Rodríguez recogió sucia en una bolsa de basura en Chapinero es seleccionada desde el origen y la recoge un carro de la empresa, conducido por un reciclador que lleva años en ese oficio, y que llegó en alianza con asociaciones de recicladores como en la que están Jackeline Rodríguez y José Fabián Sanabria.

Pero luego termina en la misma bodega de clasificación en la que trabaja Camargo o a donde llegan las cosas que separa Rodríguez. La diferencia es que la persona que recicla desde su casa sabrá cuántos gases de efecto invernadero dejó de emitir por separar la basura gracias a un tablero virtual que maneja Amazónico y que mide la huella de carbono de sus usuarios.

También tendrá descuentos en productos ecológicos de marcas cercanas a la empresa, como productos de aseo personal sin empaques plásticos o bolsas ecológicas.

“El reciclaje es un tema de constancia y unificación de criterios. Tiene que ser masivo y continuo, a la vez que se genera infraestructura logística. Reciclar no es solamente separar”, dice el experto Uribe Jongbloed.

Por eso han aparecido otras iniciativas que recogen el reciclaje en los edificios y lo clasifican, que ponen máquinas para recoger plástico y venderlo para reutilizarlo, o industrias que recogen otros materiales como el aceite usado para hacer productos de aseo personal. 

Sin embargo, este tipo de empresas no les caen muy bien a los recicladores que llevan años recorriendo las calles de la ciudad. “Es una forma muy miserable de demostrar el desprecio por los recicladores. La gente debería separar sus residuos y entregárnoslos directamente a nosotros” dice Nohra Padilla lideresa de los recicladores sobre iniciativas como Amazónico.

Compromete de lleno a los ciudadanos en sus casas, pero golpea a los que subsisten, literalmente, de meter sus manos en la basura. Un enfrentamiento con costos sociales no resueltos, que puede generar mayores eficiencias en la lucha contra el cambio climático.  

Periodista de la Universidad de Antioquia. Escribo sobre temas de género y medio ambiente en La Silla Vacía. En Twitter estoy como @CastrillonElisa.