El Gobierno de Gustavo Petro dio muestras tempranas de que en política exterior está dispuesto a ceder en principios para avanzar en sus objetivos. Por ejemplo, en uno de sus primeros actos diplomáticos, hizo una concesión temprana al régimen de Daniel Ortega, de Nicaragua, donde se consolida una dictadura cada vez más represiva. De paso, rompió una tradición diplomática de defensa de la democracia y los derechos humanos del Estado colombiano.
Se trata de un viraje del nuevo Gobierno hacia una política más pragmática que le apunta a conseguir objetivos concretos, como un acuerdo con Nicaragua en el diferendo limítrofe, según supo La Silla Vacía por una fuente enterada de Cancillería. Pero el giro también incluye objetivos más amplios, como liderar una nueva ola de izquierda latinoamericana, con una agenda ambiciosa de integración y cambio climático, según ha dejado ver Petro en sus primeras acciones de política exterior.
Sin embargo, hasta ahora, es un viraje en el que Petro ha sido cuidadoso de que el nuevo pragmatismo frente a gobiernos y dictaduras en América Latina no ponga en riesgo la alianza estratégica con Estados Unidos.
La jugada detrás de no condenar los abusos en Nicaragua
La cancillería de Petro, según reveló Noticias Caracol, se ausentó intencionalmente de un voto en la OEA para condenar la violación de derechos humanos en ese pais.
Se trata de un pragmatismo en la diplomacia que se inaugura asumiendo costos políticos en Colombia, donde la oposición busca censurar al canciller en el Congreso, y que empieza a chocar con aspectos de la tradición diplomática del país, como la defensa de las libertades democráticas en la región.
Según una fuente de la Cancillería que pidió no ser citada para hablar de anuncios que hará próximamente el canciller Álvaro Leyva, se trata de un intento por hacer “algo grande” en la negociación con Nicaragua en medio del diferendo limítrofe para que la Corte Internacional de Justicia fije la frontera de los dos países en las aguas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. “Si no sale, pues lo probamos y no se pudo. En todo caso, no es que vayamos a dejar de condenar a Nicaragua para siempre”, agregó la fuente sin dar más detalles.
Oscar Palma, doctor de LSE en seguridad internacional y profesor de la Universidad el Rosario, dice que la movida vista así “tiene un componente de pragmatismo más que de ideología, si se centra en los intereses nacionales de Colombia”. Con el nuevo interés de la negociación de paz con el ELN lo mismo ocurre con Cuba, y el Canciller Leyva así lo ha dejado saber al rechazar la designación del país como patrocinador del terrorismo por parte de Washington.
Lo mismo, dice Palma, ocurre con el restablecimiento de relaciones con Venezuela, donde ayer el embajador de Petro, Armando Bendetti, entregó credenciales y se reunió con Nicolás Maduro. “Lo otro ha sido un fracaso”, afirma el investigador.
Victor Mijares, académico de la Universidad de Los Andes experto en Venezuela concuerda en que las decisiones del nuevo Gobierno no parecen impulsadas por una identidad izquierdista compartida, sino por una búsqueda de lograr objetivos: “no he visto demasiada simpatía de Petro al Gobierno de Venezuela. No lo veo buscando ser el líder de la nueva Alba”, dice en referencia a la alianza bolivariana que creó Hugo Chávez.
Se trata de un cambio con un antecedente cercano. Juan Manuel Santos tuvo un acercamiento a Venezuela que obedecía a sacar adelante el proceso de paz apenas llegó a Casa de Nariño en 2010. Ese fue un caso de pragmatismo más impresionante, pues Santos pasó de ser enemigo jurado del chavismo a declarar a Chávez su “nuevo mejor amigo” poco después de posesionarse.
El viraje de Petro también arranca con problemas de coherencia. Por un lado, puede ser un pragmatismo torpe que no da resultados. En el caso de Nicaragua, de acuerdo a Sandra Borda, profesora de Los Andes y excandidata al senado que apoyó a Petro en segunda vuelta, “es una estrategia de negociación más bien poco sofisticada y medio pueril”, pues Nicaragua no tiene ningún incentivo para modificar una estrategia legal que ha llevado por años con juicio y que ha dado resultados por una ausencia en una sesión de la OEA. Está por verse.
Pero, por otro lado, es un pragmatismo que de manera temprana choca con principios importantes de la tradición diplomática del país, sobre todo en la región, sobre la adherencia al derecho internacional y la defensa de la democracia.
Colombia fue el lugar de nacimiento de la OEA, en 1948. En 1962 fue uno de los pocos países que apoyó la expulsión de Cuba de la organización por abandonar la democracia. En 1982 no apoyó a Argentina en la OEA, cuando buscaba el rechazo al Reino Unido durante la invasión en las Malvinas, porque estaba gobernada por una dictadura militar.
Más allá de esa tradición, influenciada fuertemente por la alianza con Estados Unidos, el mismo Petro defendió sus derechos políticos bajo la Convención Americana de Derechos Humanos, cuando fue suspendido de la Alcaldía de Bogotá por la Procuraduría de Alejandro Ordóñez.
Para Arlene Tickner, internacionalista de el Rosario y quien trabajó en el empalme del gobierno electo de Petro, la decisión debería abrir un debate, pues “ningun interés justificaría cruzar líneas rojas como el rechazo a la violación de derechos humanos. Y la no participación de un voto condenatorio sí pone en entredicho el compromiso que tiene el Gobierno Petro en un tema que, además, es uno de sus pilares de política doméstica”.
En un Gobierno muy jóven se trata de una señal temprana que no llega sola. Hace menos de una semana el presidente Petro firmó una carta de apoyo a Cristina Fernandez de Kirchner, la vicepresidenta argentina acusada de corrupción por la Fiscalía de su país. La carta denuncia una “injustificable persecución judicial” y la firman además Lopez Obrador, presidente de México, Arce de Bolivia y Fernandez de Argentina. De manera llamativa, no se sumó Boric de Chile, el presidente con quien Petro ha mostrado más simpatía.
Según supo La Silla Vacía por una fuente enterada, la firma de la carta no fue consultada por Petro en Cancillería. Y como gesto de política internacional este, según Sandra Borda, va más allá del pragmatismo diplomático: “Es problemático cuando se les ablanda el compromiso con el Estado de Derecho por la ideología, y la pregunta es qué tanto más va a dejar que se les ablande”.
El pragmatismo de Petro no es una ruptura total
Ayer, en su estreno en la escena internacional, durante la cumbre de la Comunidad Andina de Naciones, en Lima, Petro invitó a Venezuela, a Chile y a Argentina a entrar al grupo de integración comercial. “Entre más voces juntemos, más poderoso seremos”, dijo el presidente Petro en su primera salida de Colombia como jefe de Estado. Petro dejaba claro que en Colombia las cosas cambiaron, luego de que su antecesor, Iván Duque, promoviera una política de aislamiento del régimen venezolano durante casi cuatro años. No solo había fracasado, sino que Colombia estaba cada vez más sola en un continente que viene girando a la izquierda.
Pero, casi al mismo tiempo, desde Bogotá, la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), anunció ejercicios militares conjuntos con Estados Unidos, para “fortalecer la interoperabilidad”. Los ejercicios anuales se llevarán a cabo en el vecindario con Venezuela, en el Caribe, sobre territorio colombiano, anunció la FAC. Es decir, cambio sí, pero solo hasta cierto punto.
De hecho, según Palma, el experto en seguridad internacional, hasta ahora las señas sobre la posición estratégica de este Gobierno son que Petro no echará para atrás la designación de socio global de la Otan, que recibió Colombia del presidente Biden. Y Mijares agrega que se percibe “una cordialidad de Petro con Washington, donde además hay un Gobierno Demócrata. Y eso no va en contra de su objetivo de reinsertar a Colombia en América Laitna, que se está moviendo a la izquierda”.
Además, en los términos de esa reinserción con Venezuela, Petro ha dejado claro que sí hay líneas rojas que no está dispuesto a cruzar. A pesar de haber extirpado el lenguaje de la democracia de la renaciente relación bilateral, cuando Diosdado Cabello pidió la extradición de figuras de la oposición venezolana asiladas en Colombia, Petro reaccionó de inmediato: “Colombia garantiza el derecho de asilo y el refugio”, escribió en Twitter.
Por ahora, sus otras propuestas relacionadas con el cambio climático y la integración latinoamericana para presionar por una nueva política de drogas no chocan directamente con los intereses actuales de los demócratas en Washington. (De hecho, esa agenda contrasta más con las posiciones de la competencia geopolítica en América Latina de Estados Unidos, Rusia y China, países profundamente conservadores en temas de drogas).
Empezando el Gobierno, entonces, hay señas tempranas de un giro sin ruptura, con algunas preocupaciones sobre la falta de límites en lo que están dispuestos en negociar. Ahora falta un buen camino de estrategia y coordinación. Pues nada más entre las prioridades del Canciller Leyva, de avanzar en los temas de Nicaragua, Venezuela y fungir como negociador de la “paz total”, y las del presidente Petro, de integrar a América Latina, salvar la amazonía y acabar la guerra contra las drogas, hay una sobreabundancia de prioridades que ningún pragmatismo será capaz de ordenar.