Thierry Ways, 47 años, es un empresario barranquillero y columnista de El Tiempo. En Barranquilla ha integrado las juntas directivas en gremios e instituciones culturales, como el Museo de Arte Moderno de Barranquilla y la Cinemateca del Caribe. También es parte del consejo editorial de la revista digital Contexto. En el debate público participa con esa doble condición, la de un representante del sector privado y un hombre interesado en las ideas y la cultura.
Ways es hijo del matrimonio entre un inmigrante francés y una barranquillera. Su padre fue el fundador de Frigorífico La Parisienne, una empresa de embutidos y charcutería de la que hoy es socio y directivo.
En su columna de domingo ha sido una voz crítica de Gustavo Petro desde la desconfianza en los cambios abruptos y las soluciones mágicas. Sobre todo, como dice, propuestas a partir de ideas viejas que ya han fracasado, como el proteccionismo. “Uno de los mayores riesgos es que lo histórico se quede en lo simbólico”, agrega frente a tantas expectativas que deben aterrizar en 2023.
L.S.V:
Es La Silla Vacía
T.W:
Es Thierry Ways
L.S.V:
¿Qué va a definir este 2023 para el Gobierno de Gustavo Petro?
T.W:
En el 2023 vamos a ver si el buque petrista flota o no. Tienen que comenzar a ejecutar sus propuestas. Y la mayoría son cirugías complicadas para la institucionalidad, como las reformas pensional, de salud y laboral. Por lo tanto, van a contar tanto con respaldos importantes como con grandes resistencias.
El 2023 va a ser un año conflictivo y lo va ser en medio de una desaceleración económica. Pero si el Gobierno no logra ser suficientemente transformador, el 2024 será el año de la desilusión. La gobernabilidad puede enredarse y la gente puede volver a salir a la calle. Hoy en día, como dice Moises Naím, el poder se gana más fácil que nunca, pero se pierde más fácil que nunca.
El reto del Gobierno es cómo pasar esos cambios a través de la institucionalidad. La democracia es lenta, muchas veces frustrante. Y Petro es un gobernante impaciente, una persona impetuosa. Es alguien que, más allá de si estás o no de acuerdo, quiere sacar adelante su programa con rapidez. Y la democracia no se mueve a ese ritmo, menos la colombiana.
L.S.V:
¿Y el arranque qué le pareció?
T.W:
En el segundo trimestre del 2022 acabamos de pasar el prólogo, el preámbulo. La elección de Gustavo Petro se dio bajo un contexto muy polarizado. Pero esa polarización ha disminuido. Buena parte del país aceptó que le gustara o no, Gustavo Petro ganó las elecciones y es el presidente. Se le está dando, hasta donde la política lo permite, el espacio para que ejecute su programa de gobierno. Eso me parece un desarrollo positivo.
En época de elecciones era difícil prever algo así.
Ha conseguido un período de gracia por parte de la sociedad para mostrar de lo que son capaces. Pero en el 2023 el futuro del Gobierno empieza a definirse.
L.S.V:
¿Es ajustado decir que con la llegada del Gobierno Petro estamos ante un cambio histórico en la política colombiana?
T.W:
Vamos a matizar eso un poco. Yo no estoy de acuerdo en que se trata del primer gobierno de izquierda en la historia del país. Sin embargo, es un gobierno con una línea de izquierda muy marcada y que no pertenece al establecimiento tradicional. Esa es una ruptura llamativa. Coincide, además, en una época en la que la guerrilla de las Farc no es un agente de la realidad nacional.
Yo creo que es un gobierno muy de símbolos. Lo vimos desde el primer día con el tema de la espada de Bolívar. El riesgo es que se quede en lo simbólico y no logre aterrizar sus ideas a la realidad. Y seguramente a los historiadores del futuro les parecerá muy interesante todo lo simbólico. Pero a los ciudadanos del presente nos interesa lo concreto: la economía, la seguridad o el desempleo.
El gran desafío es cómo materializar su agenda de cambio.
L.S.V:
¿Cree que la llegada del Gobierno Petro le dio una inyección de legitimidad a unas instituciones que venían desprestigiadas?
T.W:
Efectivamente hay un nuevo grupo político, compuesto de personas muy diversas, que logró entrar al establecimiento. Pero, al mismo tiempo, hay un mecanismo de doble vía y el establecimiento también los contamina a ellos. Ellos entran al templo del poder, pero el templo también entra en ellos. Y el establecimiento trae consigo ciertas inercias, cierta manera de hacer las cosas. Hay unos códigos de comportamiento y unas decisiones un poco inevitables.
Por ejemplo, yo estoy seguro de que Petro era absolutamente sincero en su oposición a la compra de los aviones cuando era candidato. Pero ahora es presidente y sabe cosas nuevas. Tiene información de las agencias de inteligencia y conoce mejor la realidad y los compromisos del país en materia de defensa.
Hay una paradoja en utilizar la rebeldía para llegar al poder. Tú la puedes utilizar como estrategia, pero por definición, cuando estás en el poder, ya no eres rebelde. Ahora eres establishment. Y cuando el anti-establecimiento llega a ser establecimiento sus maneras se van transformando.
Y ya lo estamos viendo. El Gobierno Petro está adoptando una serie de tácticas que antes criticaban para formar coaliciones en el Congreso. Contratación de amigos y parientes, o nombramientos de personal en el servicio exterior para pagar favores. Esto ha pasado tradicionalmente en Colombia.
Hoy la democracia colombiana tiene mayor inclusión y representatividad. Las puertas se han abierto para grupos que antes no participaban. Pero es ingenuo creer que ellos no van a ser contaminados por las formas de hacer política en Colombia. Esto no depende de la gente. Depende de las instituciones y sus incentivos.
L.S.V:
Esas formas tradicionales de hacer política tienen aspectos negativos, como la corrupción asociada al clientelismo. Pero, estando dentro de la coalición de Petro, también tienen la capacidad de moderar el cambio y su velocidad.
T.W:
Cualquier sociedad que funcione más o menos bien es una tensión permanente entre la reforma y el conservadurismo. No podemos cambiar todo.
El Pacto Histórico se presentó en campaña como un gobierno que venía a cambiarlo todo. Y la gente se lo creyó. Yo creo que ni el mismo Petro se lo cree. No creo que Petro quiera cambiarlo todo, pero construyó esa imagen a su alrededor. Y ahora que está montado en la silla del piloto se está dando cuenta de que hay cosas que mantener.
No podemos, por ejemplo, cambiar el sistema de salud estructuralmente de la noche a la mañana. No podemos hacerlo porque dejamos a una cantidad de gente sin cubrimiento, mientras inventan el nuevo sistema ideal para reemplazarlo.
Creo en la inercia estructural de las instituciones del Estado. Esas instituciones tienen sus bondades y algunas de ellas hay que conservarlas para que el país funcione. Y otras muchas hay que modificarlas.
La administración Petro quiere hacer reforma a la salud, reforma política, reforma a las pensiones, reforma agraria, la paz e incluso cambiar el modelo económico. Y para hacer eso, decía Hernando Gómez Buendía, no hay una palabra más precisa que la revolución. Pero no estamos para revoluciones. Estamos para hacer ajustes, cambios.
L.S.V:
Usted nos habla desde Barranquilla. ¿Cómo anticipa que van a jugar las elecciones regionales en ese contexto nacional?
T.W:
En 2023 van a estar en disputa muchísimos liderazgos regionales de maneras nuevas y distintas. En Barranquilla, el poder del grupo político de los Char que ha venido ganando elecciones hace tiempo y es bastante popular. Petro también es un líder popular en el Caribe. Y tradicionalmente le va bien en Barranquilla.
El Gobierno Petro se la juega mucho en las campañas regionales. El 2023, además de la lista de reformas que van a aterrizar, está la incógnita de cómo le va a ir al petrismo. Eso también va a definir cuál va a ser el veredicto final de estos cuatro años.
L.S.V:
¿Y tiene alguna prevención por la capacidad que tenga Petro desde el Gobierno para influir en las elecciones?
T.W:
Petro no ganó las elecciones para quedarse cuatro años y ya. Con esto no estoy diciendo que intente perpetuarse en el poder o torcer la Constitución. Pero sí creo que llegó a implantar el Pacto Histórico.
Y para eso se van a valer de los medios democráticamente disponibles, algunos de los cuales rayan en el clientelismo. Y otros que son clientelistas o que instrumentalizan el asistencialismo para consolidar electorado. Yo creo que todo eso va a pasar.
Temas como el millón de pesos para los jóvenes gestores de paz, el pago extraordinario de 500 mil pesos que se va a girar ahora en diciembre por Ingreso Solidario, o la rebaja del precio del Soat. Incluso cosas como la rehabilitación de los mataderos municipales, que en el pasado han sido focos de corrupción. Todo eso al final puede influir en las elecciones regionales.
L.S.V:
Duque también intentó hacerlo, por ejemplo, modificó la Ley de garantías para contratar en pleno período electoral. ¿La prevención frente Petro se mide con una vara distinta?
T.W:
Uno puede hacer todas esas cosas y le pueden salir mal, como le salieron a Duque. A Duque le toca en la cuesta de bajada de la era uribista. El uribismo al final perdió sintonía con las inquietudes de la gente.
Petro está haciendo de pronto lo mismo que hizo Duque, pero lo hace en la cuesta ascendente de su curva. Lo favorece el impulso que trae y el hecho de que está sintonizado con unos electorados más jóvenes que están reemplazando, por factores demográficos, a los más viejos.
L.S.V:
Además de escribir y leer usted es empresario ¿cómo ha sentido al sector privado frente al Gobierno Petro?
T.W:
El sector privado arranca esta nueva etapa con mucha prevención. Las declaraciones del presidente, sobre todo durante el trámite de la reforma tributaria, fueron interpretadas como si hubiera una rivalidad entre el Gobierno y los privados. Petro abrió una dicotomía entre las bondades de lo público y los vicios de lo privado. Una idea absolutamente incorrecta de que lo privado es moralmente inferior a lo público. Eso lo sintió el sector, y es una visión muy trasnochada.
La reforma tributaria fue dura con las empresas y con algunos sectores en específicos, como los alimentos y los hidrocarburos. Sin embargo, las aguas se han calmado y el sector privado va a hacer lo que mejor sabe: adaptarse. El problema es que esa adaptación en ocasiones tiene consecuencias negativas para la sociedad, como el aumento del desempleo y la informalidad ante el aumento del salario mínimo. Es muy probable que la reforma laboral que viene implique mayores cargas y costos laborales para los privados.
El sector privado está preparándose para una convivencia difícil con el Gobierno, pero será una convivencia. Es decir, no creo que vaya a haber una guerra entre el Gobierno y los privados. Los privados, al final, necesitan condiciones para invertir y que los dejen trabajar. No va haber un ánimo obstruccionista por parte del sector.
L.S.V:
En algunos sectores se habla de alarma, de capitales saliendo. ¿Cómo lo ve?
T.W:
Ha habido una salida de capitales preventiva. No es algo masivo, ni desestabilizador, y tener números es muy difícil. Pero, de lo que yo he visto, muchos empresarios han sacado una plata mientras el rumbo del Gobierno se aclara.
Esto es evidencia anecdótica. Pero en mi conversaciones con gremios y empresarios lo que uno ve son inversiones puestas en pausa. Empresarios, por ejemplo, con cinco proyectos de inversión que dejan algunos en stand by hasta que evolucione un poco este Gobierno y estén seguros de que las condiciones de inversión van a ser respetadas.
Hay que ver cómo termina el tema laboral en este Gobierno porque eso impacta los costos de cualquier organización. Y la devaluación también es un factor que afecta a las empresas muchísimo. Finalmente, yo creo que la reforma tributaria sí le va a hacer algo de daño a la inversión en el país.
L.S.V:
Mirando hacia afuera, ¿cómo ve la ola de izquierda en la región?
T.W:
Hoy los ciclos políticos ocurren más rápido. Sí estamos ante una nueva ola rosa, pero no sé si va a durar lo mismo que la vez pasada. Las expectativas de la gente son más grandes y el desgaste de los gobiernos ocurre más rápido. En América Latina hay un desgaste de la política tradicional y los establecimientos, cualesquiera que sean en cada uno de los países.
Pero lo que más me preocupa es lo que yo llamaría una falta de imaginación. En Colombia y en América Latina se nos están acabando las ideas. No hemos logrado reducir la pobreza y la pandemia nos echó para atrás. No hemos logrado inscribirnos del todo al mundo desarrollado. Compartimos problemas similares: pobreza, corrupción, inseguridad, violencia y altos índices de desigualdad. Y pasó el siglo XX y no logramos resolverlos. Ahora, en el XXI, estamos intentando aplicar recetas que se aplicaron antes y no funcionaron.
En Colombia, por ejemplo, están reviviendo las tesis de la Cepal de los setenta, como el proteccionismo. ¿Cómo salimos de este equilibrio precario de altos niveles de pobreza que conviven con altos niveles de desarrollo e incluso de prosperidad? No tenemos nuevas ideas. Eso me preocupa mucho.
L.S.V:
Esa falta de ideas también las ve en la derecha.
T.W:
En la derecha el caso es más dramático. Y lo agrava el hecho de que la derecha parece desacompasada con las nuevas inquietudes de la gente. Hablo de la política identitaria, que surgió en Estados Unidos, y que tiene que ver con el género, la etnia o la orientación sexual. Y también pienso en el tema ambiental. Son dos temas en los que la derecha se ha dejado quitar el control de la narrativa.
L.S.V:
En algunos países, como en Estados Unidos con Trump y España con Vox, la respuesta ha sido el revisionismo. ¿Cree que ese será el camino en Colombia?
T.W:
Si la derecha va a insistir en definirse en oposición a temas como el matrimonio igualitario o la libertad para votar, va a quedarse sin electores. Hay un cambio de valores en el mundo entero. Y claro que las personas que se oponen al aborto, por ejemplo, tiene derecho a estar representadas, pero no creo que pueden formar una fuerza política mayoritaria.
La derecha debe buscar nuevos temas en los que pueda formar un electorado fuerte, moderno. Yo no tengo claro cuáles van a ser. Por suerte el otro eje que han definido las derechas en Estados Unidos y Europa, la anti-inmigración, no es un asunto en Colombia. Yo soy hijo de inmigrante y por obvias razones el tema me toca. En Colombia, el supuesto Gobierno de derecha de Iván Duque tuvo una política bastante generosa con la inmigración venezolana.
L.S.V:
¿Y hay un nuevo liderazgo en la derecha colombiana para resaltar?
T.W:
Esa pregunta debo pensarla un poco porque realmente no tengo una respuesta. Hay unos liderazgos en construcción, como el de Miguel Uribe y el de David Luna. Pero todavía no conozco la visión de sociedad que tienen.
Pero insisto. Hay una parte del cambio social que la derecha tiene que aceptar, como el respeto a los modelos alternativos de vida.
L.S.V:
¿De dónde puede salir la gran figura de la oposición a Petro?
T.W:
Es muy posible que la principal figura opositora a Petro no salga de la derecha. Es más probable que la oposición a Petro salga del petrismo. Y que en la fragmentación del Pacto Histórico, seguramente en los próximo años, habrá personas que no comulguen con ciertas ideas. Ya lo vimos con algunas personas del Partido Verde, por ejemplo.
Hay una deriva progresista en la sociedad y obviamente hay otros opositores, como María Fernanda Cabal, pero no creo que su electorado sea lo suficientemente fuerte para disputar el poder.
L.S.V:
El año pasado pasaron muchas cosas en el mundo. La primera guerra europea en 70 años. Sigue la rivalidad entre China y Estados Unidos alrededor de las cadenas de producción. ¿Cómo ve a Colombia en este contexto internacional?
T.W:
La Guerra en Ucrania marca el fin de una manera de ver el mundo. Destruye la ilusión de que el mundo entraba en una fase post-histórica, sin grandes debates ideológicos, donde íbamos a ver una aceptación gradual de la democracia liberal y la economía de mercado.
Con el Covid ya habíamos visto fuertes perturbaciones en la cadena de suministro y las grietas de la globalización. Lo frágil que es que nuestras cadenas de suministro dependan de unas fábricas chinas donde hacen todo lo que necesitamos y un día se cierran por cualquier motivo.
La Guerra de Ucrania nos está mostrando los problemas de tener cadenas de producción tan largas. Eso va a tener una repercusión en los próximos años. El mundo estaba completamente globalizado. El Covid y la Guerra en Ucrania van a cambiar un poco esa ecuación.
Eso puede ser positivo para Colombia. Mercados grandes van a empezar a abastecer en lugares más cercanos. Hay una gran oportunidad del Gobierno para aprovechar una tendencia global de los grandes compradores, como Estados Unidos y Europa, de abastecerse localmente. El Ministerio de Comercio debe estar pensando cómo aprovechar este nuevo orden mundial.
Colombia, además, tiene mejores condiciones de desarrollo y estabilidad que otros países del entorno. No hay amenazas de invasiones ni guerras constantes. Podemos volvernos un socio muy confiable de Estados Unidos, el gran mercado al que tenemos acceso por razones geográficas y porque tenemos un tratado de libre comercio.
L.S.V:
¿Es el momento para impulsar una política industrial?
T.W:
Mi tesis es que este ajuste en la globalización debería venir al Caribe colombiano, al puerto de Barranquilla. Las empresas deberían hacer lo que llevamos 20 años diciendo que hay que hacer, que es moverse hacia los puertos y que realmente no ha sucedido. Pero esas transiciones son grandes y no ocurren por su cuenta. Yo no soy tan neoliberal como la gente piensa: eso necesita un empujón por parte del Estado.
El problema de la política industrial es que se debe hacer con criterio de crecimiento, no con criterio político ni ideológico. Los criterios que yo le escucho a este Gobierno no me parecen los adecuados. Ese tema de marchitar la industria de hidrocarburos en Colombia no tiene sentido. Debemos aprovecharlos mientras se pueda. Nos va a servir justamente para desarrollar los sectores necesarios para llevar a cabo la reindustrialización de la que habla el presidente.
L.S.V:
¿Qué libro recomienda para iniciar el 2023?
T.W:
No ha salido en español, pero seguramente saldrá muy pronto. Se llama “How The World Really Works”, de Vaclav Smil. Es un autor checo-canadiense, investigador en temas energéticos.
El libro es sobre las bases científicas de la civilización moderna. ¿Cuántos fertilizantes se necesitan para alimentar una civilización de 8 mil millones de personas? ¿Cuántos minerales se necesitan para producir la cantidad de microprocesadores que requiere el mundo para seguir funcionando?.
Ese tipo de preguntas le pone límites al debate público. Es un libro que todo mundo debería leer, pero en particular los ministros y los congresistas.