Durante su visita a Colombia esta semana La Silla entrevistó a Jean-Marie Guéhenno, ex jefe de operaciones de paz de Kofi Annan en Naciones Unidas y director de International Crisis Group, sobre el rol que puede jugar la comunidad internacional si se firma un Acuerdo final con las Farc en La Habana.
Durante ocho años Jean-Marie Guéhenno fue el jefe de operaciones de paz de Kofi Annan en Naciones Unidas, supervisando sus misiones en Haití, Kosovo, Timor del Este y una decena de países africanos.
Ahora este ex diplomático francés dirige International Crisis Group, uno de los principales think tanks del mundo en temas de posconflicto, que en Colombia ha seguido de cerca temas como las condiciones en el terreno para el aterrizaje del proceso de paz con las Farc, los diálogos preliminares con el ELN y las economías ilegales en las fronteras.
La Silla entrevistó a Guéhenno, durante su visita a Colombia esta semana, sobre el rol que puede jugar la comunidad internacional si se firma un Acuerdo final con las Farc en La Habana.
Con las crisis en Siria, Mali o Sudán del Sur, la credibilidad de la ONU en la mediación y resolución de conflictos está en un punto bajo. ¿Eso hace que esté más inclinada a ayudar o no?
Cuando uno mira alrededor del mundo en este instante, no ve sino historias malas. Túnez es una historia esperanzadora, pero la más prometedora es sin duda Colombia.
En medio del poco éxito del sistema de Naciones Unidas y de la comunidad internacional en tantas situaciones de conflicto recientes, el proceso de paz en Colombia es una oportunidad dorada para rescatarla de esa sensación de fracaso.
Si miras al Consejo de Seguridad [de la ONU], ves que hay una voluntad de apoyar al liderazgo de un país jugándosela por una salida negociada al conflicto. La seriedad y el compromiso de Santos y Colombia por terminar el conflicto han generado mucha buena voluntad a nivel internacional. Ahora es el momento de movilizar esa buena voluntad.
¿No hay una sensación allí de que Colombia puede resolver sus problemas sola?
Es cierto que Colombia ya es un país de renta medio alta, que tiene muchos recursos -incluido un gran capital humano- y que tiene experiencia con procesos de paz anteriores. Ya tiene mucho, pero la tarea sigue siendo abrumadora y hay una cosa que todavía falta: confianza.
Es ahí donde los terceros pueden jugar un rol tranquilizador. Porque, por más sofisticado y provisto de recursos que sea el país, hay una cuestión humana: no es fácil barrer a un lado los años de cruenta guerra, de sospechas arraigadas y de escepticismo. Es difícil construir esa confianza y esa sensación de respeto mutuo que se necesita para llevar el proceso a buen puerto.
Tener actores internacionales, que apoyen de una manera pensada estratégicamente, adecuados a las necesidades colombianas, podría ser una ayuda clave.
“Ahora es el momento de movilizar esa buena voluntad de la comunidad internacional hacia Colombia”
¿Cómo puede venir esa confianza de afuera?
Construir confianza sin ayuda externa dilata un proceso de paz. Y entre más largo el proceso, hay mayor riesgo de dar pasos en falso y de que los sectores que quisieran descarrilarlo puedan sacar ventaja.
El tiempo es un factor esencial. Una vez firmado el acuerdo es muy importante construir sobre él tan pronto como sea posible, aún sabiendo que no todo sucederá de inmediato.
Y será mucho más fácil hacerlo con un empujón, del que -si es la voluntad de Colombia- la comunidad internacional puede ser parte. En cualquier situación donde entra la comunidad internacional, el éxito o el fracaso de la misión -el factor determinante- es que esa sea la voluntad de las dos partes. A su vez, la confianza puede fortalecerse si las partes y la sociedad civil sienten que hay apoyo externo.
¿Incluso en un contexto internacional de crisis?
La cooperación internacional tiene el cinturón muy apretado ahora y la mayoría de países donantes tienen sus propios problemas fiscales. No creo que uno pueda tener expectativas excesivas sobre la cantidad de recursos que se podrían movilizar.
Sin embargo, algunos recursos sí llegarán porque hay una muy buena sensación de caso ejemplar para América Latina y el mundo. Colombia será una ‘historia positiva’ que amerita un apoyo internacional, ya sea económico o humano.
Al acercarse a las etapas finales de negociación, con una fuerte oposición política al proceso y mucha desconfianza hacia las Farc, ¿cómo construir esa confianza?
Además de la conversación que ya arrancó sobre cómo desescalar el conflicto, está la tregua unilateral de las Farc declararon hace un mes. Me pareció muy relevante ver al Ministro de Defensa [Juan Carlos Pinzón] reconociendo que la tregua se había mantenido. Se debe pensar en otros pasos que ayuden a construir sobre eso.
¿Una tregua bilateral?
Sin duda alguna, una tregua bilateral sería un paso definitivo. Es parte crucial de un acuerdo de paz, pero uno no quiere una tregua sin tener mecanismos robustos de monitorearla y verificarla.
O si no se corre el riesgo de una escaramuza y de tener situaciones en las que un lado dice ‘ustedes empezaron’ y el otro dice ‘fueron ustedes’. En vez de ayudar a consolidar la paz, eso envenenaría el ambiente. Un cese al fuego es un contrato y, como todo contrato, no se puede correr el riesgo de que se sienta que no se cumplió.
Por eso es fundamental que, cuando llegas a esa parte de la discusión, vayas armando de manera paralela un mecanismo. Y es ahí donde probablemente necesitas un tercero que pueda decir con alguna autoridad si hubo una violación, que pueda desactivar la tensión hablando con los dos lados.
Y ya estamos llegando a esa discusión…
El problema es que eso es algo que no puedes armar de la noche a la mañana. Al montar un equipo de monitoreo, hay que tomar decisiones como adónde serán desplegados los observadores, cómo será su seguridad, cómo se moverán por el territorio en zonas donde la infraestructura es tan pobre. Es una operación compleja que involucra toda una logística.
Ahí es dónde tienes que empezar a pensar: qué países podrían participar y serían aceptables a los dos lados, que al mismo tiempo estarían dispuestos a invertir sus recursos y su gente, bajo qué condiciones de seguridad lo harían.
Es una de varias conversaciones paralelas que tienen que comenzar más temprano que tarde.
¿Qué otras tareas puede asumir un tercero?
Está toda la cuestión de cómo dejar las armas, un momento que exige gran dignidad dentro de una relación que tradicionalmente ha sido la de estar enfrentados.
La forma cómo ese desarme ocurre es crucial porque debe, al mismo tiempo, salvaguardar la autoridad del Estado y la dignidad de quienes lo combatieron. Son dos consideraciones muy relevantes que hay que tener en mente y un tercero puede generar la confianza que lo haga -no diría más fácil porque es un tema espinoso- pero sí más fluido.
“La forma cómo ocurre la dejación de armas es crucial porque debe, al mismo tiempo, salvaguardar la autoridad del Estado y la dignidad de quienes lo combatieron”
Todavía hay muchas divisiones en Colombia sobre el proceso. ¿Qué tan importante es tener a todos los sectores abordo?
La conversación debe ser lo más amplia posible. El proceso de negociación se da -por definición- detrás de puertas cerradas y de arriba hacia abajo, pero al mismo tiempo se tiene que explicar. Sin una apropiación local, no se podrá hacer nada.
Se tiene que vincular a las comunidades locales y a la sociedad civil para que la gente no sienta que el acuerdo les cae de arriba y sobre la cabeza.
No se trata necesariamente de una cuestión de procesos legales como un referendo, sino más bien del contexto en el que se da ese proceso y de que haya suficiente discusión pública.
Una cosa es hacerle pedagogía al proceso en la ciudad y otra en regiones remotas como las que priorizará la ‘paz territorial’. ¿Cómo hacerlo?
Tiene que haber un manejo de las expectativas, porque tras la firma de paz se pueden volver excesivas. La gente espera rápidos dividendos de la paz y presiona a sus líderes para que muestre resultados. La presencia de la comunidad internacional puede contribuir a esa falsa sensación de que todo se moverá velozmente. Hay que moldear esas expectativas.
El desminado humanitario, por ejemplo, se vuelve mucho menos difícil con un acuerdo. Es un punto en que la gente puede ver que el final del conflicto marca una diferencia real y práctica en sus vidas, convirtiéndose en un gran activo que legitima el proceso. Pero no significa que al día siguiente vayan a tener carreteras, que tengan acceso a los mercados para sus productos o que se resuelvan los problemas en la tenencia de la tierra.
Ese sentido de realismo tiene que estar imbuido en la pedagogía: hay mucho optimismo, ya que el proceso de paz abre todo un panorama de posibilidades, pero hay que hacer claridad de que no todo va a suceder de inmediato o al mismo tiempo.
¿Cómo genera uno confianza en lo local entonces?
Yo creo que es el momento para arrancar pilotos a nivel municipal que muestren que puede funcionar. Si priorizas un municipio, construyes la infraestructura que le falta, consolidas al Estado y marginas los intereses criminales, la gente verá que hay una diferencia real y tangible.
La historia circulará. Se creará un momentum, algo decisivo porque va muy ligado al proceso político. Y creará confianza.
¿Entonces tenemos que comenzar a planear pronto el ‘día después’ de un Acuerdo final?
Colombia arranca en un mejor punto cero que muchos otros países que han salido de un conflicto, por los recursos que tiene a nivel humano, institucional y económico.
Ahora, desarrollar una presencia del Estado en lo local, impulsar la participación de la gente y promover que hagan veeduría es otra cosa que no sucede de la noche a la mañana: hay que entrenar gente, construir edificios y desarrollar metodologías. Mientras más descentralizado, más en manos de comunidades, más confianza y posibilidad de éxito.
Para eso es fundamental tener un plan de navegación y un cronograma. Y también una manera de verificarlos.
Es decir, estamos hablando de ya…
Sin el corto plazo, no hay largo plazo. Los planes a largo y mediano plazo tienen que estar aterrizados en una evaluación realista de lo que puede hacerse a corto plazo.