Para quienes fueron columnistas, periodistas o amigos de la directora de El Colombiano, hay dos en ella: la uribista de los últimos ocho años, y la mujer pluralista que llegó al periódico en 1992 y lo convirtió en un ejemplo a seguir en todo el país por su cubrimiento de las violaciones de derechos humanos en Antioquia.

El jueves pasado cuando la Corte Suprema de Justicia falló en contra de Guillermo Valencia Cossio por “poner la Fiscalía de Medellín al servicio de la delincuencia organizada”, todos los medios importantes del país anunciaron la condena. Solo uno salió en defensa del ex Fiscal de Medellín: El Colombiano. “La Justicia en Colombia está politizada” dice el editorial del viernes pasado.
Para quienes vienen leyendo El Colombiano los últimos ocho años, el editorial defendiendo a Valencia Cossio no es ninguna sorpresa. Durante el mandato de Álvaro Uribe, el periódico se posicionó como un medio que defendía al gobierno y a quienes le fueron cercanos: defendió las zonas francas de los hijos de Uribe, la primera y segunda reelección, la entrega de subsidios de Agro Ingreso Seguro por Andrés Felipe Arias y hasta hace poco, también defendió el exilio de la exdirectora del DAS María del Pilar Hurtado en Panamá. Que diga en el caso de Valencia Cossio que la Corte Suprema está ‘politizada’ no es nada nuevo, es un rencauche de los argumentos de Uribe contra la Rama Judicial.
Pero para quienes fueron columnistas, periodistas o amigos de la directora del periódico, este editorial es una muestra más del giro de 180 grados que dió Ana Mercedes Gómez. Para sus conocidos, hay dos en ella: la uribista de los últimos ocho años, y la mujer pluralista que llegó al periódico en 1992 y lo convirtió en un ejemplo a seguir en todo el país por su cubrimiento de las violaciones de derechos humanos en Antioquia.
La pregunta del millón es entonces: ¿Qué pasó con esa Ana Mercedes Gómez?
Ana Mercedes Gómez es la hija menor de una familia conservadora antioqueña que militó en la línea más progresista del Ospinismo del Partido Conservador. Ella es heredera de la línea Valderramista que se enfrentaba en Antioquia a la corriente de Laureano Gómez.
Fernando Gómez, padre de Ana Mercedes, era amigo de J. Emilio Valderrama, líder del movimiento y un político paisa que pedía la renovación del partido, peleaba por que los conservadores impulsaran la descentralización en el país, y se reunía más con los líderes liberales del departamento que con los godos.
En esta línea también se encontraban los Valencia Cossio, quienes heredaron el capital político de Valderrama cuando murió en 1988. Y se convirtieron en los padrinos políticos de Juan Gómez Martínez, el hermano mayor de Ana Mercedes y quien manejaba El Colombiano.
En 1992 Juan decidió dejar el periodismo por la política, y ganó la gobernación de Antioquia impulsado por Fabio Valencia Cossio. Entonces, su hermana menor Ana Mercedes lo reemplazó. Ella acababa de obtener su título como Comunicadora Social en la Pontificia Bolivariana de Medellín y nunca había trabajado como periodista. Pero tenía el carácter que le faltaba a su hermano y desde el primer día asumió las riendas del diario con decisión y con el espíritu pluralista que había heredado de su papá, según cuentan los periodistas de El Colombiano que la conocieron cuando entró.
A pesar de su poca experiencia, lo primero que hizo Gómez cuando llegó a dirigir el periódico fue crear la Unidad de Derechos Humanos. Y según Liliana Uribe, de la ONG Corporación Jurídica Libertad, con la unidad creada las organizaciones de derechos humanos tuvieron las puertas abiertas en El Colombiano.
“En los noventas comenzaron las más duras masacres en Urabá, aumentó el desplazamiento, y El Colombiano se convirtió en una forma de recoger las denuncias que hacíamos. Ellos nos publicaban, los periodistas estaban comprometidos con este tema”, dijo Liliana Uribe.
Además de la Corporación, Ana Mercedes también era cercana a otras ONG de derechos humanos como el Instituto Popular de Capacitación (IPC), el Centro de Investigaciones para la Educación Popular (Cinep), y a la línea de la Iglesia Católica que buscaba un acuerdo de paz entre el gobierno y los grupos armados.
En 1994 se unió a un movimiento llamado Red Nacional de Iniciativas contra La Guerra y por la Paz, que buscaba reglamentar el artículo 22 de la Constitución, el artículo que dice que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Al lado de Gómez, que siempre ha sido una persona religiosa, estaba esta vertiente de la Iglesia Católica más reformista: la acompañaron Monseñor Héctor Fabio Henao, director de la Vicaría de Pastoral Social de Medellín; Monseñor Leonardo Gómez, Obispo de Socorro y San Gil; y Germán Cobo, asesor de paz de la Alcaldía de Cali.
La idea de Ana Mercedes era convertir a El Colombiano en un espacio de diálogo entre los distintos actores del conflicto y por eso buscó publicar en el periódico una de las primeras entrevistas a Carlos Castaño. “El Colombiano puso esa vez dos páginas centrales al servicio del diálogo, al servicio de los agentes violentos del Urabá en Antioquia. Y fue un éxito”, dijo a La Silla Vacía uno de los periodistas que trabajó con ella en los noventas.
Gómez también invitó al Cinep para que cada 15 días publicara sus investigaciones sobre la violencia en el periódico (ver iniciativa de 1992). Estaba entonces a cargo de este Centro el padre Francisco De Roux, quien la invitó a hacer parte de la Comisión de Conciliación que tenía permiso de acercarse a las Farc y al ELN durante el gobierno de Ernesto Samper para llegar a un diálogo de paz. Ella aceptó y De Roux se convirtió en una de las personas que ella más consultaba para escribir sus editoriales.
Por la misma época, Gómez se casó con Moritz Akerman, un hecho que para muchas de las personas consultadas también contribuyó para que ella asumiera durante ese período una actitud tan abierta a ideas poco conservadoras. Akerman acababa de entrar a trabajar en El Colombiano después de ser mediador entre las Farc y el gobierno de César Gaviria para un eventual proceso de paz que fracasó. Akerman había sido miembro del Partido Comunista, líder estudiantil y como ella, era un convencido de la necesidad de buscar una salida negociada al conflicto. Durante el tiempo que estuvieron juntos la unidad de derechos humanos se fortaleció en el periódico con gente cercana a él, quien según dijeron personas de esa época de El Colombiano a La Silla Vacía, le ayudó a jugar un papel activo como mediadora en Urabá.
En esa época, Gómez también era muy cercana a los empresarios más progresistas de Antioquia como Nicanor Restrepo del Sindicato Antioqueño y Manuel Santiago Mejía.
La cercanía de Gómez con el liberalismo y los sectores de izquierda llegó a ser tan importante que en 1994 disidentes del ELN, que querían lanzarse a elecciones a Congreso, la invitaron a hacer parte de su movimiento, la Corriente de Renovación Socialista. Pero Ana Mercedes se quedó en El Colombiano, nunca saltó a la política electoral y el último escenario de negociación en el que estuvo fue el Caguán: mientras Fabio Valencia Cossio era negociador del Gobierno de Andrés Pastrana con las Farc, ella fue miembro de la Comisión de Notables, una Comisión que debía formular recomendaciones sobre cómo combatir el paramilitarismo y disminuir la confrontación. Fué su última batalla por la negociación, porque luego llegó Álvaro Uribe Vélez en 2002. Y con su llegada, ella no volvió a ser la misma.

A Uribe Ana Mercedes Gómez ya lo conocía: ambos eran enemigos declarados en Antioquia cuando Uribe fue gobernador del departamento. Gómez fue una de las primeras en criticarle la creación de las Convivir en Urabá. En respuesta, el entonces gobernador dio varias declaraciones en otros medios antioqueños que buscaban estigmatizar a El Colombiano.
El ejemplo perfecto para entender la relación de Uribe y Gómez en los noventas es el del abogado Jesús María Valle en 1998. Este abogado defensor de derechos humanos había denunciado que en un bus emboscado por la guerrilla en Ituango viajaban juntos soldados del Ejército e integrantes de un grupo paramilitar que operaba en ese municipio del norte de Antioquia. Uribe descalificó en esa oportunidad el pronunciamiento de Valle al anotar que creía en la versión del comandante de la IV Brigada y dijo a una cadena radial que las denuncias de Valle “demostraban su animadversión frente al Ejército”. Pocos días después, Valle fue asesinado.
Gómez defendió al abogado en uno de sus editoriales y denunció cómo la actitud de Uribe Vélez puso en riesgo la vida del abogado en vez de protegerla. Uribe le escribió entonces a Gómez.“Lo inaudito es establecer la relación de causa a efecto entre esa diferencia y el asesinato, como lo han sugerido El Colombiano y Semillas de Libertad. Entidad esta última que en tantas ocasiones ha actuado por intermedio de voceros sin rostro, sin identidad, sin responsabilidad, sin escrúpulos para mentir. Y que tanto daño causó a los esfuerzos por la paz en Segovia. La misma que ahora, de la mano de la noticia de El Colombiano trata injustamente de ponerme estigmas ante la comunidad internacional”, dice la carta. Los periodistas de la unidad de derechos humanos recuerdan este episodio como uno de los más tensos enfrentamientos entre el gobernador y Gómez.
Ahora, diez años después, Uribe se siente cómodo con ella. Tan solo en diciembre, Gómez publicó cinco entrevistas al ex mandatario que este colgó en su página de internet. Para Uribe, El Colombiano es ahora el periódico que sabe interpretarlo. Pero Uribe no fue quien cambió, fué Gómez. Y entre las distintas hipótesis del por qué, sus conocidos consideran que todo arrancó con una alianza política en 2002.


La transformación de Gómez y de su periódico está ligada a la alianza política forjada entre Fabio Valencia Cossio y Uribe, que pasaron de ser acérrimos enemigos a socios políticos. Como Juan Gómez Martínez es el ahijado político de Valencia Cossio, el periódico siguió la dirección de su padrino.
“Yo creo que entre las cosas que cambiaron a El Colombiano, una fue que se volvieron incontenibles las presiones dentro de los directivos, que eran sus familiares”, contó a La Silla Vacía Javier Dario Restrepo, ex columnista de El Colombiano y quien fue muy cercano a Gómez, hasta que salió abruptamente del diario.
Los Valencia Cossio fueron la competencia política de Uribe en Antioquia durante los noventas, hasta el punto que en las elecciones de 1994 Fabio Valencia y Uribe se dieron puños durante el conteo de votos en la Registraduría de Medellín.
Pero cuando Uribe subió a la Presidencia, Valencia Cossio y Juan Gómez Martínez fueron los primeros en subirse en el bus del uribismo: le prometieron al nuevo presidente que su corriente conservadora en Antioquía apoyaría su gobierno. El conservatismo en ese momento se había debilitado en Antioquia después del fracaso de las negociaciones de paz en el gobierno de Pastrana, y ante la alta popularidad de Uribe entre los paisas, los Valencia Cossio y los Gómez Martínez prefirieron jurarle fidelidad al nuevo presidente. Dos de los periodistas de El Colombiano consultados por La Silla Vacía aseguran que la nueva alianza tenía detrás intereses burocráticos.
Así, Valencia Cossio pudo quedarse en la Embajada de Roma (en la cuál lo había nombrado Andrés Pastrana), luego pasó a ser Consejero Presidencial para la Competitividad y finalmente Ministro del Interior y de Justicia. Juan Gómez Martínez, por su parte, fue nombrado embajador en la Santa Sede de Italia con la ayuda de Valencia Cossio.
Se inauguró una nueva era en el periódico y los antiguos aliados de Mercedes Gómez fueron desapareciendo. En 2002, Gómez terminó su relación con Akerman, quien salió del periódico. Varios de los periodistas que habían hecho famosa la unidad de derechos humanos y a quienes el periódico había becado en cursos sobre derecho internacional humanitario también partieron cobijas. Y el periódico se alejó de las organizaciones de las que había sido aliado.
El año pasado, el padre Javier Giraldo, investigador del Cinep, le envió una carta a Gómez en la que le reclamaba por el cubrimiento que hizo el periódico a la comunidad de paz San José de Apartadó. Según estos líderes de derechos humanos, Ana Mercedes Gómez les cerró la puerta de El Colombiano a sus versiones, y se la abrió a los militares antioqueños.
“Fue repulsivo, por ejemplo, el tratamiento que su diario le dio a la masacre del 21 de febrero de 2005, en su mismo editorial (Editorial del viernes 4 de marzo de 2005), en el cual no sólo critica a quienes denuncian a los verdaderos autores del crimen sino que acusa a los denunciantes de querer entorpecer la reelección del Presidente Uribe y aboga por la presencia de la fuerza pública en el caserío, a pesar de los graves señalamientos de ser los autores de la barbarie. Igualmente repulsiva fue la acogida que su diario le dio al falso testigo que los militares buscaron para engañar a la opinión pública, tomando sus mentiras como la verdadera versión de los hechos y divulgándolas masivamente sin discernimiento alguno”, dice la carta de Giraldo a Gómez.
A partir del 2002, hablar mal de Uribe había dejado de ser una posibilidad en El Colombiano. “Todos sabemos que mi visión de los hechos políticos no fue la de casa y por eso se suspende esta columna”, fue lo que escribó Javier Darío Restrepo en su última columna. Había dicho en un artículo que veía “un aspecto siniestro en Uribe”, y por el adjetivo que utilizó Ana Mercedes Gómez le pidió que ‘cuidara su lenguaje’. Restrepo fue columnista durante 17 años en El Colombiano, y el último de los muchos opinadores que lo abandonaron por la transformación de Gómez durante el gobierno de Uribe.
Pascual Gaviria, Héctor Abad Faciolince, Gustavo Álvarez Gardeazabal, Reinaldo Spitaletta, Gonzalo Medina, Aura López o el alcalde de Medellín Alonso Salazar fueron otros de los columnistas que terminaron despidiéndose de su espacio en El Colombiano. A tres de ellos, durante las elecciones a la Alcadía de Medellín en 2003, les llegó una carta pidiendo que no hicieran campaña a favor de Sergio Fajardo, ya que El Colombiano apoyaba a su contrincante conservador, Sergio Naranjo Pérez. Y los tres, después de recibir la carta, se fueron. Tampoco había libertad en las columnas para hablar sobre Andrés Felipe Arias, sobre la parapolítica, sobre el aborto, sobre la dosis personal o sobre las parejas homosexuales. El periódico ya no es visto como el espacio para el diálogo abierto a todas las opiniones y a todos los sectores sociales que fue cuando Gómez asumió las riendas.
Para realizar este artículo, La Silla Vacía contactó a la directora de El Colombiano, quien prefirió no dar declaraciones después de leer ‘Antología de los editoriales de El Colombiano’ una entrada escrita el lunes por Carlos Cortés, bloguero en La Silla.
Entonces La Silla consultó a personas cercanas a ella, para quienes la versión de su transformación es otra. Según Fernando Quijano, director de La República y quien fue jefe de redacción de El Colombiano, Ana Mercedez Gómez cambió porque Antioquia cambió. “La directora ha cambiado porque está interpretando el sentimiento de esa antioqueñidad. En los noventas no había un rumbo para los paisas, por la violencia. Y en el 2000 ya se ve un rumbo, así lo sintieron en Antioquia cuando llegó a la presidencia Álvaro Uribe Vélez, y así supo interpretarlo Ana Mercedes”, dijo Quijano a La Silla Vacía. “La dirección se ajusta a interpretar lo que percibe Antioquia. Si llegas a Medellín, y quieres saber qué piensa, lo lees en El Colombiano”.
Para él, esa es la clave del éxito de El Colombiano, esa es la razón por la que aún es el diario más leído en el departamento, y por la que el periódico sigue recibiendo 120 mil millones de pesos al año por sus ventas impresas a pesar de que el auge del Internet ha golpeado a la mayoría de los diarios del país.
En los últimos ocho años, el grupo empresarial de El Colombiano aumentó su pauta oficial, sacó nuevos productos como el exitoso periódico popular Q’hubo y reforzó su presencia en Internet.
El Colombiano es el periódico impreso más importante en Antioquia y su influencia es clave en la opinión pública en esta región del país. La pregunta es si quien le ha cambiado la cara a su portada y a su directora es la opinión pública, o si es ella quién ha contribuído a irle cambiando la cara a Antioquia en las últimas dos décadas.