Esta semana quedó registrada la impronta mental del momento que atravesamos los colombianos. O, mejor, que nos atraviesa.

Pocas semanas han sido tan simbólicas de la transición que vive el país y de las dificultades que tenemos los colombianos para asimilarla como la que acaba de pasar.

El viernes se dio por concluida la fase de dejación de armas de las Farc y en el acto final en Funza, Cundinamarca, Jean Arnault, el jefe de la misión de verificación de la ONU certificó que este grupo entregó casi 9 mil armas, más de un millón y medio de municiones, más de 38 toneladas de explosivos,11 mil granadas, 3.500 minas antipersonales, más de 4 mil municiones de mortero y 52 kilómetros de cordón detonante, que fueron destruidas y ahora serán convertidas en tres monumentos.

Ha habido ya tantas ceremonias lideradas por el presidente Santos alrededor de la firma de la paz y la dejación de armas que esta última pasó prácticamente desapercibida, pero no por ello deja de ser una gran noticia que un millón y medio de balas hayan quedado sin disparar y que 3.500 personas se hayan salvado de quedar mutiladas.

La noticia que en realidad suscitó la atención mediática el viernes fue el homenaje que le hizo el nuevo partido de los guerrilleros a su ex comandante, ‘Mono Jojoy’, como “un ejercicio de memoria”.

Casi de manera unánime periodistas y comentaristas así como candidatos presidenciales tan disímiles como Marta Lucía Ramírez, Juan Carlos Pinzón y Claudia López se sumaron y alimentaron la indignación en las redes sociales interpretando el acto a favor del guerrillero muerto por el Ejército en un bombardeo en 2010 como una bofetada para las víctimas.

Al fin y al cabo, el evento era en honor del que se inventó y supervisó las jaulas en las que las Farc metieron a los militares y policías secuestrados durante una década con un alambre al cuello, y quien lideró varias tomas guerrilleras como la de Mitú (1985), la de Las Delicias (1996) y la de Miraflores en 1998. 

En el imaginario de muchos colombianos, el ‘Mono Jojoy’ representó la cara más cruel y temida de las Farc.

Por eso asimilar que alguien que causó tanto dolor pueda ser celebrado públicamente como quien “siempre se la jugó toda por los más humildes de Colombia” –como dijeron sus compañeros en el homenaje- es un sapo difícil de tragar.

Nada mejor para ilustrarlo que la conversación entre la periodista Vicky Dávila y el hijo de ‘Jojoy’ Jorge Ernesto Suárez:

       – “Es que hizo mucho daño, y excúseme, porque usted es el hijo y no tiene la culpa, pero como se está planteando un homenaje por parte de las Farc a su papá, su papá fue un hampón”, le dijo Vicky.

       – “Tranquila, Vicky. Es que, de todas maneras, es un ser humano. Y como ser humano, necesita un entierro digno, que es necesario. Por eso, te invito también a ti a la reconciliación”, respondió él.

Durante el acto, el mismo hijo de Jojoy pidió perdón: “hoy yo como tu hijo y en tu nombre también pido perdón a Colombia por la guerra. Nunca más vamos a permitir que nos lleven por caminos de violencia.”

Sus palabras no tuvieron eco pero es significativo del momento histórico que vive Colombia el que las haya dicho.

El sábado el turno de pedir perdón fue para Félix Antonio Muñoz, antes conocido por su alias de Pastor Alape, a las víctimas del municipio de Granada, por las tomas y masacres que cometieron en este municipio del oriente antioqueño. En 2000, mataron 23 personas. Cuatro años después, otras 22.

Una foto del ex comandante de las Farc abrazando de verdad a una de las víctimas es la otra imagen de la transición, quizás la que más ayudaría a asimilar las otras, más difíciles.

Los ritos ayudan a transitar de un estado a otro; y como falta todavía el que se ha convertido en uno de los centrales para muchos colombianos –que es el de la justicia- la transición mental para la mayoría aún no ha comenzado (Tampoco para Estados Unidos, que no los sacará de la lista de terroristas sino hasta que cumplan con la JEP y ayuden a desmantelar las redes de narcotráfico).

Eso quedó en evidencia esta semana con dos incidentes.

 

Entre la sanción y el diálogo

El martes, Juliana Hernández hizo un escándalo en un avión de Avianca porque no quería viajar con un supuesto ex guerrillero de las Farc, que luego se supo –cuando su hijo lo dijo en twitter- que era un ciudadano común y corriente.

“No hice eso por hacer show o por darme visibilidad y ganar seguidores, lo hice como una simple ciudadana. Esto se trata de rechazar a las personas que no han pagado por crímenes de lesa humanidad”, aseguró Hernández en diálogo con El Espectador, al tener que retractarse por sus comentarios.

Ese “rechazo” lo está promoviendo también el esposo de Hernández, el senador del Centro Democrático Alfredo Ramos Maya”, quien ha invitado en las redes sociales a promover una sanción social en contra de los desmovilizados: “Que les dé pánico de salir a la calle porque los colombianos los aborrecemos”, dijo, según lo contó un editorial del mismo medio.

Dos días después de ese episodio, las juventudes externadistas del Centro Democrático le mandaron una carta al rector del Externado, Juan Carlos Henao, porque habían invitado al ex guerrillero Andrés París a un foro.

En la carta, los firmantes tachaban de “inadmisible” su intervención de París sin que haya rendido cuentas ante la justicia.

“Si bien la disertación se hace entre el pensamiento distinto, no es menos cierto que debe tenerse comportamiento propio y ejemplar para tener la capacidad de dirigirse a los estudiantes y ser un interlocutor válido de la democracia”, dice la carta.

La carta es tan significativa del momento que atraviesa el país como el mismo foro, titulado   ‘Diálogo Estudiantil por la Reconciliación.

Y es una carta que ‘dialoga’ con otra, la de Timoleón Jiménez, el director del nuevo partido Farc, a la misión de la Onu en Colombia, el mismo viernes: “La soñada reconciliación naufraga ante el empuje de quienes insisten en negarnos un espacio en Colombia”, dice desde Cuba.

Todo esto sucedió esta semana. Una semana que no pareció particularmente excepcional, salvo por el terremoto de México, la captura del ex presidente de la Corte Suprema o el paro de Avianca. Pero ahí quedó registrada la impronta mental de la transición que atravesamos. O, mejor, que nos atraviesa.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...