La obra de Sebastián Ramírez plantea la paradoja que vive Galerazamba, Bolívar, donde el mar rosado se convierte en algo único, pero, a la vez, donde sus habitantes viven otra realidad.

El mar rosado de las salinas de Galerazamba es casi un secreto para los colombianos. Entre Cartagena y Barranquilla en este corregimiento se puede ver cómo el agua adquiere este color tan particular como señal de que de ahí se puede extraer la sal. En guías de viajes para turistas extranjeros apenas figura este destino que propone ver el color rosado de las aguas que producen los betacarotenos. 

Pero paradójicamente -como tantas cosas en Colombia- la comunidad que vive y vivía en torno a las salinas y que veían en el trabajo de la extracción de sal la principal fuente de ingreso, vio cómo este oficio quedó en el olvido, a pesar de la inversión en infraestructura que existía y que se adivina aún en el paisaje cada vez más desolado.

Sebastián Ramírez, arquitecto de profesión dedicado al arte, llegó al corregimiento para realizar un trabajo cuando se topó con esta realidad que tenía mucho que ver con un interés cada vez más presente: la arquitectura vernácula. Desde su profesión no solo venía trabajando sobre el color, sobre su capacidad de generar sensaciones y sobre su impacto en el diseño de edificios -hospitales, por ejemplo- sino también estaba revisando esta arquitectura que se ha levantado en el campo, con las propias manos de las habitantes de comunidades que recurren a lo que tienen cerca para construir sus propias casas.

Esta arquitectura que responde a las necesidades del entorno, con materiales propios de la región y realizada de manera empírica, llamó aún más la atención de Ramírez en Galerazamba: era la contradicción entre una imponente vista de un mar rosado y un pueblo abandonado, con escasas familias viviendo aún ahí. Y en su obra que presentó en la Feria del Millón Medellín, en Palermo Cultural, alude a esta inquietud, claro, con el rosado como color predominante. 

Su trabajo es un registro de la “arquitectura” del pueblo, de casas en diferentes grados de abandono, de esas poco menos de 300 personas que seguían ahí, y de otras casas que estaban selladas, pero que, al final, todas tenían que ver con las salinas. En su obra, estéticamente llamativa, la sal se convierte en un horizonte que limita esa paradoja de la belleza y la desolación. La desolación de un pueblo prácticamente abandonado, ausente de esperanza, con atisbos de un pasado apenas próspero.

No es la primera vez que Ramírez recurre al rosado para acercarse a temas que generan, muchas veces, rechazo. Pensando sobre su homosexualidad decidió plantear una serie de imágenes de animales que se lucen “tiernos”, “bonitos”, pero que cuando se miran de cerca están demostrando gestos de cariño, de amor, gestos entre animales de “su propio sexo”. En la serie Es Natural se ven desde leones, “los reyes de la selva”, hasta gorilas. El nombre alude justamente a la normalidad que se da en la relación entre animales. Imágenes impresas sobre tela de cobijas que son, de paso, un símbolo de hogar o intimidad. Todo permeado por el rosa, un color tantas veces usado para “diferenciar” sexos.

Las salinas rosadas de Galerazamba siguen en el limbo entre la posibilidad de generar opciones de vida a la comunidad, a un corregimiento sumido en necesidades insatisfechas o ser, al menos, un gran destino turístico. Es probable que ni lo uno ni lo otro. El arte también está para advertirlo.

No se pierdan este 9 y 10 de diciembre la Feria del Millón Caribe, en el Museo del Atlántico de Barranquilla. Más información en www.feriadelmillon.com