Las Farc en la mesa de negociación y Álvaro Uribe en el Senado fueron las fuerzas que más marcaron la política del 2014. Por eso para La Silla, estos dos son los personajes del año.
En menos de seis meses, el ex presidente Uribe logró traducir el afecto que siente por él la mitad de la población en el segundo partido político más votado del Congreso, con 20 senadores, y con la cohesión ideológica suficiente para convertirse en una verdadera oposición de derecha al gobierno de Juan Manuel Santos.Las Farc en la mesa de negociación y Álvaro Uribe en el Senado fueron las fuerzas que más marcaron la política del 2014. Por eso para La Silla, estos dos son los personajes del año.
Su hazaña política no fue poca cosa. Uribe compitió para el Senado con una lista integrada por personas en su mayoría jóvenes, sin trayectoria política y poco reconocimiento, arrancandole los votos a los partidos y políticos tradicionales en sus propios fortines y sin la maquinaria política de los congresistas o gobernadores.
Algunos analistas consideraron que dada la popularidad del ex presidente, y el hecho de que el candidato era él, ha debido sacar más votos de los que sacó. Pero es que, como lo verificó La Silla en Antioquia, pocos meses antes de las elecciones, la mayoría de los colombianos ni siquiera sabían que él se estaba lanzando de senador y mucho menos habían oído de la existencia del Centro Democrático. Él creó una nueva marca política en cinco meses y lo creó a punta de puro voto de opinión.
La ‘marca’ fue tan poderosa que dos meses después amenazó seriamente la reelección presidencial con un candidato que era prácticamente desconocido por la opinión pública cuando se lanzó al ruedo.
Santos tenía de su lado todos los factores de poder para ganar (menos a Uribe). Tenía el apoyo de casi toda la clase política tradicional y de los grandes medios de comunicación, la maquinaria oficial, la pauta estatal. Uribe tenía a Óscar Iván Zuluaga, un político disciplinado y con trayectoria política pero poco carismático. Aún así, le ganó al Presidente en primera vuelta.
La posibilidad (y el temor) real de que Uribe volviera al poder por interpuesta persona, y que lanzara por la borda todo el esfuerzo del proceso de paz, unió a todo el centro político y a la izquierda alrededor de Santos, quien logró así permanecer otros cuatro años en la Casa de Nariño. Uribe perdió. Pero demostró que seguía siendo el líder político contemporáneo más influyente de Colombia.
Para bien o para mal, este año se demostró de nuevo que ser uribista o antiuribista es quizá el alinderamiento político más importante de Colombia y en gran medida este alinderamiento está dado por la posición del ex Presidente frente a las Farc.
La influencia de Uribe
Es una influencia de la que el ex presidente en ocasiones abusó este año: por ejemplo, cuando dijo –en un momento crucial de la campaña presidencial- que a la campaña de Santos del 2010 habían entrado 12 millones de dólares de mafiosos, algo que luego no fue capaz de probar.
Más recientemente, cuando dijo que para reiniciar los diálogos después del secuestro del general Alzate, las Farc y el Gobierno habían pactado unas condiciones que trinó y que fueron desmentidas tanto por la guerrilla como por Humberto de la Calle, el jefe del equipo negociador. Todo esto sin mencionar la divulgación de información reservada de inteligencia.
Pero más allá de sus salidas en falso, la llegada de él y del Centro Democrático al Congreso, unida a la de figuras como Claudia López y Antonio Navarro, del Partido Verde, Iván Cepeda, del Polo, Carlos Fernando Galán, de Cambio Radical, y Viviane Morales, del Partido Liberal, han contribuído a devolverle al Congreso su rol como foro natural de deliberación ideológica.
Cuando Uribe llegó al Senado la pregunta que La Silla Vacía se hizo es si el Centro Democrático se convertiría en una especie de “Tea Party” que se opondría a cualquier iniciativa del gobierno Santos. No ha sido así.
En iniciativas como la reforma al fuero penal militar, el Tlc con Corea e incluso –paradójicamente porque le da el piso jurídico al proceso de paz- en la ley de orden público, el partido de Uribe ha apoyado al gobierno. En otros, se ha aliado incluso con el Polo o con los liberales gaviristas para, por ejemplo, apoyar a su candidato a la Contraloría. Uribe también apoyó la proposición de la lista cremallera de la bancada de mujeres.
Si bien en el Senado, Uribe ha dado cada pelea según el caso, frente al proceso de paz su posición ha sido constante: oponerse.
El ex presidente tiene un reparo conceptual y estructural al proceso y es que como considera que lo que ha habido en Colombia no es un conflicto armado sino una amenaza terrorista, lo que debería suceder frente a las Farc –que para él estaban prácticamente derrotadas- es pactar unas condiciones para su desmovilización y entrega de armas, no una negociación simétrica para superar las causas del conflicto. De allí se derivan muchas de sus críticas al proceso.
Aunque la oposición no ha cambiado, sus argumentos han ido evolucionando a la par con los avances del proceso.
Después de la publicación de los acuerdos parciales logrados hasta ahora, Uribe ha asumido la defensa de la propiedad de las tierras (así estén inexplotadas); ha criticado que a los militares se les vaya aplicar el mismo tratamiento jurídico que a lso guerrilleros; y también que se les permita participación política a los jefes guerrilleros.
Muchas veces sus argumentos son falaces, o abiertamente falsos como demostró La Silla cuando le aplicó su Detector de Mentiras a sus “capitulaciones” de Santos en el proceso de paz”.
Pero en otros puntos, el Senador ha abierto debates que son importantes y que si el Gobierno los aprovechara podrían ser una oportunidad para que el país finalmente los diera. Por ejemplo, debatir si es válido que la gente tenga grandes extensiones de tierra sin explotar como él lo defiende.
Su oposición –así a veces recurra a métodos muy cuestionables como divulgar información que debería ser reservada- también se ha convertido en un límite al proceso de paz que es de doble filo: puede servir a los negociadores del Gobierno en la mesa como el escenario alternativo que les espera a los guerrilleros si no son razonables.
Pero, también, dado que él expresa pero también configura lo que muchísimos colombianos piensan, si su voz sigue siendo la única que los ‘informa’ sobre el proceso de paz se corre el riesgo real de que el Gobierno logre firmar un Acuerdo con las Farc y luego éste no sea refrendado.
Aunque a juzgar por tres hechos recientes, es posible que el ex presidente haya comenzado a modular su posición frente a la negociación, sobre todo ahora que la guerrilla ha comenzado a dar gestos de su voluntad de desescalar el conflicto: su carta a Álvaro Leyva, con la que envió el mensaje de que estaba dispuesto a aceptar como interlocutor a un asesor de las Farc; su apoyo a la ley de orden público que prácticamente la salvó pues Cambio Radical había roto el quórum cuando la estaban debatiendo; y, por último, que cuando las Farc secuestraron al general Alzate Uribe nunca dijo que se debería dar por terminado el proceso.
Su bajón en popularidad en las encuestas, la poca convocatoria que tuvo la marcha de diciembre contra el actual proceso de paz, y que dentro del uribismo voces como la de su ex alto comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo estén invitando a aceptar la negociación seguramente lo irán llevando a resignarse a no ver nunca la capitulación de las Farc.
En el otro extremo, las FARC
Aún así, La Silla considera que las Farc fueron el otro actor que –para bien o para mal- marcó el curso de la política del 2014.
Cuando se inauguró oficialmente el proceso de paz hace dos años en Oslo, Iván Márquez leyó un discurso que dejó por el piso las esperanzas que algunos se hacían con la posibilidad de ponerle fin al conflicto por la vía negociada. Aunque era un discurso mucho más urbano que el leído cuando Marulanda dejó la silla vacía en el Caguán al inaugurar el proceso de paz con Pastrana, este giraba alrededor de lo que el Gobierno había dicho que no era negociable: la minería, el modelo económico, la doctrina de las Fuerzas Militares, el prólogo del Acuerdo Marco.
Sin embargo, este año, cuando se revelaron los acuerdos parciales logrados hasta el momento, se demostró que las Farc habían cambiado mucho desde el Caguán (además de que el diseño del actual proceso de paz había funcionado y que los negociadores del Gobierno eran muy buenos).
Los acuerdos son ambiciosos y con que se cumpla una fracción de lo pactado Colombia se habría transformado y democratizado mucho. Pero no distan de lo que los tecnócratas de Planeación Nacional llevan años recomendando: llevar bienes públicos al campo, titular las tierras, garantizar las condiciones para hacer oposición política con viabilidad de alcanzar el poder sin que lo maten.
De esos acuerdos se concluye que las Farc están dispuestas a apostarle a reformas pragmáticas y a que el Estado actual puede hacer mejor su tarea.
Con la declaración conjunta de la mesa de negociación sobre los principios que regirán la actitud de las Farc y el Gobierno frente a las víctimas, las Farc le dieron un empujón a Santos cuando lo necesitaba, con lo cual influyeron en su reelección. Habría bastado uno de sus atentados para que hubiera salido elegido Zuluaga.
Y con su acto de pedir perdón a los habitantes de Bojayá por la masacre que cometieron en 2002, en la que murieron 117 personas, entre ellos 47 niños, las Farc comienza a bajarse de su “película” de que ellos han sido sólo víctimas (como lo dijeron en Oslo) y a aceptar que también han sido victimarios y que han causado inmenso daño.
En sus últimas comunicaciones a raíz de su declaratoria de un cese unilateral e indefinido (y condicionado) , las Farc han dicho por primera vez que “hemos iniciado un recorrido definitivo hacia la paz”.
En la carta que le enviaron a oficiales y suboficiales de la Policía y las Fuerzas Militares el día de Navidad lo reiteraron: “Ustedes y nosotros que conocemos la realidad de la confrontación, sabemos que nadie quiere ser el último muerto de una guerra que va camino a su finalización.”
Ese camino seguramente será más largo de lo esperado. Los temas de justicia transicional son muy complejos (especialmente porque algún tipo de pena tendrán que pagar los jefes de las Farc por sus crímenes para que tenga legitimidad y seguridad jurídica el proceso). El reversazo en la economía no ayudará. El tema de la dejación de armas está lejos de estar resuelto. Hay varios puntos gruesos en los primeros puntos de la negociación que todavía falta por ser debatidos. Ellos siguen empeñados en la Asamblea Constituyente, por ejemplo.
Pero con la liberación del general Alzate, con la declaratoria del cese unilateral y con la aceptación de su responsabilidad en Bojayá, las Farc han dado señales de que esta vez sí están comprometidas con una negociación que conduzca al fin del conflicto armado.
Esa sola muestra de voluntad, ha desatado el resurgimiento de un movimiento campesino. Ha puesto al país a hablar del posconflicto. Ha sembrado la semilla de una nueva coalición política ‘por la paz’.
Algunos dirán –y es cierto- que este país lleva diez años o más moviéndose entre Uribe y las Farc. Unos gestos en la misma dirección de ambos conducirían a que quizá este año sea el último en que esto sea así.