Colombia alcanzó el peldaño más alto en una campeonato del mundo de fútbol en toda su historia. Eso no es poca cosa y lo hizo de una manera que nos obliga como sociedad a intentar parecernos a ese equipo del que nos valimos para soñar, para divertirnos, para sacarle réditos políticos y para que unas empresas ganaran plata.
Colombia alcanzó el peldaño más alto en una campeonato del mundo de fútbol en toda su historia. Eso no es poca cosa y lo hizo de una manera que nos obliga como sociedad a intentar parecernos a ese equipo del que nos valimos para soñar, para divertirnos, para sacarle réditos políticos y para que unas empresas ganaran plata.
La principal tarea que nos deja James y su banda es enterrar y para siempre la cultura mafiosa que convirtió la ostentación del dinero en una regla, al tramposo en el exitoso, al matón en héroe. Hace 20 años, en el Mundial del 94, aceptamos y adoptamos un equipo que estaba permeado por esos valores. Por fortuna, digo ahora, fracasó estruendosamente.
Hubiera sido un desastre que una generación hubiera crecido con los valores que representaba un grupo que visitaba a Pablo Escobar en la cárcel y que recibía chorros de dinero del cartel de Cali.
Tuvimos que pasar por frustraciones y tristezas para poder llegar con la frente en alto a jugar un mundial con la tranquilidad de que lo que teníamos para ofrecer eran unos talentosos que desde muy jóvenes habían adoptado la disciplina y la dedicación como las llaves para el éxito. Ahí no había ninguno que no mereciera estar. A nadie le habían regalado nada. Todos, hasta los menores, llevan años trabajando para estar donde están. James entrena sistemáticamente desde los 12 años.
Bajo la influencia de esa cultura mafiosa introdujimos como valor social la trampa. Saltar las reglas era el camino más rápido y seguro. Sigue siéndolo y a pesar de muchas manifestaciones externas. Siempre está el llamado a “aprovechar”‘, el rechazo social es prácticamente inexistente. Los programas de cultura ciudadana que promovió Mockus los abandonamos y para algunos eran una caricatura.
Esa cultura mafiosa nos dejó una sociedad armada y aún hay quienes se oponen a que los alcaldes decreten el desarme total.
Todo eso sumado nos dejó nueve muertos después del triunfo ante Grecia y obligó a tomar medidas de guerra para evitar una tragedia si Colombia lograba, como todos guardábamos la esperanza, romper el “orden normal de las cosas” y ganar a Brasil.
Los gobiernos de todos los niveles tienen una enorme oportunidad de construir a partir del ejemplo de la Selección un programa de cultura ciudadana que asegure que en adelante podemos comportamos de una forma distinta y que los “frenteros”‘, los “duros”, los que amenazan con darle en la cara al marica de en frente, a los que terminan las discusiones tirándole platos a la cabeza a otros o a tiros quedan erradicados para siempre.
La Selección nos deja otras dos tareas. Otra como sociedad toda que es integrar este país. Ojalá sirva de algo para el Pacífico, al que le ofrecieron tanto en campaña, que la Selección hubiese bailado al ritmo de la salsa choke, la misma que bailó “Juanpa” en el Distrito de Aguablanca.
Zapata, Ramos, Carbonero, Álvarez Balanta son del norte del Cauca; Armero llegó de Tumaco; Sánchez y Martínez de Quibdó. Si alguien quiere saber qué deberíamos hacer para disminuir la desigualdad en el Pacífico debería consultar la lista de las 1400 becas que otorgó Colfuturo y filtrar por municipio a ver cuántos encuentra que vienen de dónde vienen los jugadores de la Selección.
Nadie hace nada y los únicos proyectos que parecen interesar son los de infraestructura para facilitar la llegada de los camiones a Buenaventura.
Finalmente, la tercera tarea es para la Federación: lograr que después de la fiesta se mantenga la ilusión y que los sueños se vuelvan triunfos.