Durante todo un año, La Silla Vacía realizó su especial Los Súper poderosos, que identificó a las personas que más capacidad tienen de que pasen o dejen de pasar cosas en diferentes ámbitos de la vida pública. Hoy cerramos este especial con aquellas personas que estructuraron las ideas que hoy son decisivas en la manera cómo entendemos lo que está pasando en el país.
Durante todo un año, La Silla Vacía realizó su especial Los Súper poderosos, que identificó a las personas que más capacidad tienen de que pasen o dejen de pasar cosas en diferentes ámbitos de la vida pública. Hoy cerramos este especial con aquellas personas que estructuraron las ideas que hoy son decisivas en la manera cómo entendemos lo que está pasando en el país.
Entrevistamos a doce personas, incluyendo a dos ex rectores universitarios, un sociólogo, dos filósofos del derecho, dos filósofos y humanistas, un politólogo, un alto funcionario en temas de paz y tres economistas.
Al final, casi todos los nombres en los que la mayoría coincidió son personas que han dedicado su trabajo a pensar en el tema político en Colombia, desde las raíces del conflicto armado hasta sus efectos. Esta no es la lista de los intelectuales más importantes del país sino de aquellos que las personas consultadas lograron identificar con una idea particular que hoy rija la vida política.
Algunos de los que no alcanzaron a entrar en el ‘top 10’ son personas que han hecho contribuciones muy importantes a la vida intelectual del país como los historiadores Marco Palacios y Jorge Orlando Melo, economistas como Alejandro Gaviria y José Antonio Ocampo, el abogado Fernando Cepeda Ulloa y el colombianista Malcolm Deas. También quedaron por fuera intelectuales como Jorge Giraldo, Hernando Gómez Buendía o María Teresa Uribe, que fueron mencionados por algunos pero no por todos.
Por la dificultad de ordenar la influencia de las ideas esta vez los súper poderosos no reflejan un orden ascendente sino uno horizontal.


Daniel Pécaut
El trabajo de este sociólogo francés y profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess) -que ha sido colombianista desde los años setenta- fue fundacional en su momento pues sembró la idea de que la democracia era la contracara de la violencia.
En libros como “Orden y violencia” y “Dos décadas de política colombiana” trabajó las ideas que la democracia a la colombiana era el producto de una falta de regulación y que en esa medida, la democracia expresaba el poder de los que más capacidad de ejercer presión tenían.


Iván Orozco
Este profesor de ciencia política de la Universidad de los Andes e investigador del Centro de Memoria Histórica tiene una idea que ha permeado la aproximación de este gobierno al tema de víctimas: su trabajo ha mostrado cómo en un conflicto interno como el nuestro, a diferencia de una dictadura como las del Cono Sur, la violencia no ha sido vertical -con un victimario y una víctima clara- sino más bien horizontal, donde las víctimas a veces se convierten en victimarios y los victimarios a veces han sido víctimas antes.
Por lo tanto, la transición de la guerra a la paz no puede tener las mismas lógicas de justicia que las de la transición entre una dictadura y una democracia. “Sin su noción de la barbarie horizontal, las negociaciones de La Habana no tendrían piso y las víctimas tampoco tendrían la importancia que hoy tienen”, dice un filósofo.
También ha defendido la idea de que una paz negociada es éticamente superior a una victoria militar no sólo por las vidas que se salvan sino porque la distribución de responsabilidades facilita el proceso de reconciliación posterior.


Fernán González y Francisco de Roux
El trabajo de estos dos sacerdotes jesuitas, que han hecho casi toda su carrera entre la Universidad Javeriana y el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), ha sido crucial para documentar los efectos del conflicto -en una época en que casi no se hacía- y ahora para pensar en cómo crear oportunidades de vida en las regiones más azotadas por ella.
Bajo la batuta de González, el Cinep se convirtió en el think tank más respetado en investigación sobre la violencia. “Casi toda la interpretación de los conflictos sociales y de la violencia en Colombia viene de la base bruta de datos que compilaron ellos”, dice un humanista y profesor. “Su idea de que hay una relación íntima entre el Estado y la violencia y que uno puede entender la violencia analizando la expresión del Estado en el territorio ha hecho carrera, sobre todo entre la izquierda”, dice un sociólogo.
De Roux, como fundador y director del Programa de Paz y Desarrollo del Magdalena Medio que nació de su experiencia en el Cinep, puso en práctica ese conocimiento teórico en los ‘laboratorios de paz’, que buscaron crear espacios de convivencia y alternativas económicas en medio de la guerra. Esos proyectos, que estaban pensados de abajo hacia arriba y que han sido muy consentidos por la cooperación internacional, fueron decisivos para la idea de ‘la paz con un enfoque territorial’ que tiene el proceso de paz actual.


Gonzalo Sánchez
Este sociólogo tolimense -que hoy dirige el Centro de Memoria Histórica- es uno de los integrantes más reconocido de los ‘violentólogos’ -una generación de investigadores que, en vez de simplificar el conflicto, lo complejizaron- y ha sido uno de los que más le ha apostado a la necesidad de reconstruir una ‘memoria histórica’ que ayude a entenderlo.
Su idea de que la guerra colombiana es un conflicto elitista, permanente, que se ejerce de arriba hacia abajo y cuya solución sería abrir la democracia está muy de moda hoy y de hecho permea toda la negociación con las Farc en La Habana, pero cuando él la dijo rompió muchos esquemas. Esa idea aparece en muchos de sus estudios, que ayudaron a sacar al conflicto de ‘obviedades’ que habían hecho carrera, como su mirada sobre la violencia del 9 de abril en todo el país que contribuyó a que dejara de ser vista como un fenómeno netamente bogotano y urbano.
Ahora, como director de Memoria Histórica, ha sido el director de los esfuerzos por reconstruir -desde el testimonio, la investigación de archivo y el trabajo de campo- la verdad sobre el conflicto y sobre los más emblemáticos episodios de violencia perpetrados por todos los actores (incluido el Estado).


Luis Jorge Garay
Este economista, que trabaja la mitad del tiempo en el Centro Internacional de Estudios sobre Redes Ilícitas Transnacionales en Roma, se ha aproximado a la criminalidad y la corrupción en Colombia desde un enfoque muy diferente al tradicional.
Primero, abordó el concepto de la ‘captura del Estado’, para analizar cómo los grupos de poder aprovechaban su influencia para lograr leyes y regulaciones a favor suyo y no del interés general. Después, comenzó a aplicarlo para analizar cómo los grupos ilegales habían capturado el Estado y comenzado a reconfigurarlo. Ahora -usando la metodología de análisis de redes- ha venido profundizando en casos concretos como la toma del Congreso y la penetración del DAS por parte de los narcoparamilitares durante el primer gobierno de Uribe.
Esta idea es uno de los marcos teóricos para la nueva aproximación de la Fiscalía de Eduardo Montealegre al concepto de “macrocriminalidad” y su creación de una Unidad de Contexto que busca documentarla.


James Robinson
Este profesor de Harvard y coautor del libro ‘Por qué fracasan las naciones’ -que viene seguido a Colombia y tiene una cátedra en la Universidad de los Andes- ha influido con su idea de que la variable que más distorsiona al país es la política. Bajo esta misma lógica, argumenta que el narcotráfico es consecuencia de los problemas en la política y no al revés.
Sobre todo ha calado su concepto de las “élites nacionales y las élites regionales”, que -según un humanista- ha ayudado a “entender la configuración del país y a explicar la debilidad del Estado central, las tensiones entre Bogotá y las regiones, los equilibrios que se van produciendo, como el que se vio en esta última elección con Bogotá y la Costa versus todo el centro del país”.
Sus ideas sobre cómo romper la lógica de las élites regionales clientelistas pero con un llamado de atención sobre la importancia de subirlas al bus de la paz -si se quiere tener paz en el territorio- permean la negociación actual en La Habana.


Francisco Gutiérrez Sanín y Eduardo Posada Carbó
Gutiérrez Sanín – el sociólogo y antropólogo que dirigió el Iepri de la Universidad Nacional y hoy lidera el Observatorio sobre Restitución de Tierras que montaron cinco universidades- tiene tres ideas que han hecho carrera: la de que el sistema político es uno construido a partir de poderes locales y que el problema de Colombia ha sido la incapacidad de nacionalizar esos poderes, algo que suena obvio hoy pero no cuando él lo dijo por primera vez. Y también es uno de los que más ha impulsado la idea de que el conflicto actual es una guerra campesina no exclusivamente criminal.
Mientras tanto, el historiador Posada Carbó reivindica una especie de nacionalismo optimista que ha tenido influencia sobre todo entre la derecha. Particularmente su teoría del “vaso medio lleno”, que hace énfasis en el hecho de que Colombia tiene un gran patrimonio, una fortaleza institucional, una estabilidad económica, una separación de poderes y una democracia electoral que los colombianos deberían valorar y reconocer.
Además, como columnistas influyentes, ambos han sido -según un humanista- “dos de los mayores promotores de la construcción de un talante moderado en el debate político, al margen de las diferencias, en un país donde generan más ruido los más combativos -pero maniqueos- herederos de Vargas Vila. En momentos como hoy sus llamados a eludir la polarización son muy valiosos”.


Sergio Jaramillo
Una idea, que es propia del Alto Comisionado de Paz, ha terminado teniendo gran influencia hoy porque es sobre ella que está construída la negociación actual con las Farc: el concepto de que primero hay que terminar el conflicto armado para luego construir la paz. Alrededor de esta noción se estructuraron las negociaciones con las Farc, que él conceptualizó y que el equipo liderado por Humberto de la Calle está aterrizando.
Hasta ahora los procesos de paz se habían hecho con dos aproximaciones: desde el lado conservador se planteaba que el objetivo de una negociación era la entrega de las armas. Y desde la izquierda, que el objetivo era superar la inequidad social para ahí sí dejar las armas. Jaramillo encontró la fórmula intermedia, que hasta el momento está dando frutos.


Antanas Mockus
Las ideas del filósofo, matemático y ex candidato presidencial sobre comportamiento político -‘no todo vale’, ‘la vida es sagrada’ y ‘los recursos públicos son sagrados’- y sus acciones simbólicas fueron un catalizador de cambio en el modo cotidiano de actuar de la ciudadanía y en su actitud frente a la violencia diaria, así su carrera política fuera intermitente.
Como alcalde de Bogotá, metió en la vida pública el concepto de ‘cultura ciudadana’, que caló hondo y que se volvió un modelo para otras ciudades del país como Medellín y muchos países de la región.
“Sus frases, que aparentemente son de cajón, calaron muy hondo en un sector de la sociedad que le apostó a civilidad y valoró, por encima de todo, el respeto por las normas elementales y el respeto por el otro”, dice un ex rector de la Universidad Nacional. “La gente añora esos principios porque los entiende como una carencia grande y los ve como un ideal”, dice otro profesor universitario.
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Rodrigo Uprimny
En un país donde los problemas sociales o políticos terminan volviéndose jurídicos, las ideas del director de DeJusticia y ex magistrado auxiliar de la Corte Constitucional han terminado siendo decisivas para resolver cuestiones muy difíciles en la Corte Constitucional y en el gobierno.
En particular, su idea de que el deber de investigar, juzgar y sancionar crímenes internacionales no es una regla sino un principio -que, como tal, puede ser ponderado con otro principio como la paz- rompió la mayor camisa de fuerza que tenía el proceso de paz y fue el sustento del Marco para la Paz, que posibilitó las negociaciones en La Habana.