Gustavo Petro celebra el cumpleaños de Mauricio Lizcano hace unas semanas. Foto: Twitter Mauricio Lizcano

Gustavo Petro se reunió por primera vez con su actual mano derecha en la Presidencia, el secretario general Mauricio Lizcano, solo diez días antes de las elecciones. Llevaban años sin verse y todas las veces anteriores había sido como enemigos. Para Lizcano, hasta 2018, Petro era un populista. Para Petro, Lizcano era un aliado de la derecha y la clase política corrupta.

El 16 de mayo de este año Petro llegó a la reunión en una oficina en el norte de Bogotá discretamente, sin hacer ruido en medios. El papá de Mauricio, el político caldense Óscar Tulio Lizcano, también asistió y trató de romper el hielo. Llevó una edición de El Capital y pasó los primeros minutos hablando con Petro del marxismo.

Lizcano padre y Petro se habían acercado en estos cuatro años, pese a sus diferencias políticas, discutiendo sobre libros en los pasillos del Congreso. Esa buena relación y la mediación de Alfonso Prada, jefe de debate de Petro y amigo de Lizcano, ambientaron la reunión.

Era un paso extraño para Mauricio Lizcano, de 46 años, que había enfrentado a Petro durante toda su carrera política: primero como protegido del expresidente Álvaro Uribe, el padrino de su primer matrimonio; luego como crítico de Petro cuando fue Alcalde de Bogotá, y finalmente en 2018, cuando Mauricio coordinó la campaña de Germán Vargas Lleras a la presidencia que compitió con Petro.

Después de la charla inicial con Óscar Tulio, Petro se le acercó a Mauricio y lo saludó con una pregunta fría: “Bueno, ¿y usted con qué chip ideológico está ahora?”. Pero Mauricio no quiso hablar de política. Comenzó a contarle a Petro sobre las maestrías que acaba de terminar en las universidades más importantes de Estados Unidos, una en Harvard en política pública y otra en administración en el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Petro se interesó. “Alfonso Prada y Roy Barreras que estaban ahí pueden dar testimonio de que hablamos hora y media solo de tecnología, nada de política. Hablamos de una nueva política pública para Colombia. Petro me cayó bien y decidí apoyarlo”, dice Mauricio Lizcano.

Después de esa primera reunión, Petro lo invitó a una finca cafetera en Anserma, Caldas, donde estuvo haciendo campaña para la segunda vuelta. Mauricio cuenta que esa vez se quedaron hablando hasta las 3 de la mañana. “Nos cogió la madrugada, hablamos de todo: de su paso por la guerrilla del M19, de la paz, otra vez de tecnología, del secuestro de mi papá por las Farc y de cómo entré a la política para tratar de liberarlo”.

Tras ganar la presidencia, Petro lo llamó para anunciarle que quería que fuera uno de los coordinadores de su empalme. Entre junio y julio, Mauricio lideró las reuniones con el gobierno saliente y con el equipo de Petro, y le pasó informes diarios al presidente electo. El 6 de agosto, a las 10 de la noche, en la víspera de la posesión presidencial, Petro volvió a llamarlo para ofrecerle trabajo.

Le dijo que lo quería tener cerca para hacer un buen gobierno y le pidió ser director del Departamento Administrativo de la Presidencia (Dapre), encargado de coordinar a los ministros y de ordenar el gasto en la Casa de Nariño.

Mauricio aceptó de inmediato. Llamó a su papá para contarle, pero Óscar Tulio le hizo una advertencia: “Eso es otro dolor de cabeza. Ahora que te absolvieron de las investigaciones, vas volver a ese trajín”, cuenta.

Mauricio llevaba cuatro años lejos de la política, después de afrontar varias investigaciones. La primera por presuntos vínculos con paramilitares, archivada en 2021. Y la segunda por la compra de predios protegidos por restitución de tierras. La compra sí sucedió, pero un Tribunal de Cali concluyó que la familia de Lizcano los adquirió sin saber que estaban en disputa y lo absolvió.

“Mauricio, te vas a quemar en ese cargo, te vas a perder”, insistió Óscar Tulio en la llamada. La respuesta de Mauricio fue breve: “Papá, yo nunca he perdido”.

Con esa certeza ha hecho su carrera. Sin el carisma de otros políticos, pero con la habilidad para moverse con gracia. Ha pasado de ahijado de Uribe a rival suyo cuando apoyó el proceso de Paz de Santos con las Farc. De la mano derecha de Vargas Lleras a la de Petro. Siempre arriba. Mauricio no ha sido el viento que mueve el poder en Colombia, sino la cometa que lo interpreta para mantenerse en lo alto.

Promesas firmadas

En la cartilla de primaria de Mauricio Lizcano, envejecida por el tiempo, hay unas instrucciones para un ejercicio de clase que consiste en diligenciar una solicitud de empleo: “Se debe llenar con letra legible, pulcritud y buena ortografía”.

En la primera casilla, que pide poner el empleo al cual aspira, Mauricio Lizcano escribió a los seis años, con la letra de quien apenas se acostumbra al lápiz: “Presidente de la República”. Y en la siguiente, que pregunta por el lugar en el que desea trabajar, puso: “Palacio presidencial”.

Cartilla de primaria de Mauricio Lizcano. Foto: Familia Lizcano

Su mamá, Martha Arango, guarda la cartilla y 10 álbumes con recortes de toda la vida de su hijo mayor: sus títulos académicos, las portadas de los medios en los que habló cuando su papá estuvo secuestrado, y los titulares cuando se volvió el presidente del Congreso más joven de la historia de Colombia, a los 39 años.

“Él fue el hijo primogénito, el nieto primogénito, y estábamos como embobados con él. Mandé a empastar los cuadernos con los recortes. Los tengo para los nietos, para que puedan ver lo que hizo el papá cuando estén grandes”, dice Martha.

La familia de Mauricio vivía en Medellín, pero la fuerza política de su papá, Óscar Tulio, estaba en Caldas. Allí fue concejal, diputado y representante a la Cámara, aliado con la línea conservadora de Ómar Yepes.

Pese a esto, la política no era un tema de conversación habitual en su casa. Óscar no quería que sus dos hijos siguieran su profesión. “Yo nunca llevaba a Mauricio a Caldas a las campañas, no quería. Uno sabe lo que es este oficio”, cuenta Óscar Tulio.

Lo que quería era que Mauricio y su hermano, Juan Carlos, fueran buenos académicamente. “Mi papá fue muy exigente. Yo era buen estudiante, pero una vez perdí un examen de matemáticas, de sumas. Él me compró un cuaderno y me hizo hacer 500 ejercicios”, dice Mauricio.

Óscar Tulio también estuvo al frente cuando su hijo mayor terminó el colegio. Mauricio quería estudiar algo relacionado con administración y matemáticas, como economía, pero su papá le insistió en que se matriculara en derecho. “A Óscar el derecho le parecía una carrera más completa, que llenaba mucho a una persona. Y le fue taladrando a Mauricio con eso”, recuerda Martha.

Para convencerlo, le puso el ejemplo de un expresidente: César Gaviria, un abogado que luego se especializó en economía.

Mauricio aceptó y se matriculó en la Universidad del Rosario. Aunque pasó a algunas universidades en Medellín, dice que siempre tuvo claro que quería estudiar en Bogotá: “Tenía como la obsesión desde chiquito, como el entendido de que este es un país muy centralista y Bogotá era un mejor escenario”, dice Mauricio.

El consejo que no siguió de su papá fue el de alejarse de la política. Mauricio se volvió presidente del Consejo Estudiantil de la Universidad del Rosario y luego vicepresidente de la Asociación Internacional de Estudiantes de Ciencias Económicas (Aiesec), en la que coincidió con su hoy compañera en el gabinete de Petro, Susana Muhamad, la ministra de Ambiente.

Cuando estaba cerca de terminar el pregrado, Óscar Tulio trató de ayudarle a Mauricio para hacer su año de judicatura en el Consejo de Estado, pero su hijo lo rechazó. “Se me enojó y me dijo: yo no quiero litigar, yo voy a liderar procesos, apá. Y se fue para un viaje de cinco meses para dar conferencias con Aiesec”.

El aplazamiento de la carrera por los compromisos políticos comenzó a preocupar a Óscar Tulio. Cuando Mauricio volvió a Bogotá, su papá se reunió con él y ambos acordaron firmar un acta en el que cada uno se comprometía a algo: Mauricio a graduarse y Óscar a dejar de intervenir en las decisiones profesionales de su hijo.

“Redactamos el documento, lo firmamos y yo se lo pegué en la nevera de la casa para que lo viera todos los días”, cuenta Óscar Tulio.

Fue un viernes, 4 de agosto del 2000. Esa noche Óscar Tulio se despidió de Mauricio, tomó un vuelo a Pereira y de allí un bus hasta Riosucio, donde iba a inaugurar una cancha de fútbol como parte de su agenda como congresista. Mientras estaba ahí llegaron los guerrilleros de las Farc que lo secuestraron.

“Menos mal alcancé a dejar a ese muchacho organizado”, pensó cuando se lo llevaron.

El sacrificio y el poder

Mauricio Lizcano ha ganado casi todas las campañas políticas que ha hecho: a la Cámara en 2006; al Senado en 2010 y de nuevo en 2014; las dos últimas gobernaciones de Caldas con los candidatos que apoyó y, en las legislativas de este año, eligió un senador y un representante en el Congreso por su movimiento.

“En Caldas tiene fama de ser un gran estratega que ha derrotado a todo el mundo: a los yepistas, a Óscar Iván Zuluaga, a Mario Castaño. Creo que la única campaña que ha perdido fue la de Vargas Lleras a la presidencia en 2018”, dice con orgullo Óscar Tulio.

Pero hubo otra campaña que Mauricio perdió: la que lideró durante seis años promoviendo el intercambio humanitario entre secuestrados por las Farc y guerrilleros encarcelados.

En 2002 Mauricio lanzó a Óscar Tulio, que aún estaba secuestrado, a la Cámara de Representantes. Recorrió los pueblos de Caldas pidiendo votos para su papá. El objetivo real no era elegirlo. “Era una manera de mantener a los secuestrados vivos en la memoria para lograr un acuerdo humanitario”, recuerda Martha.

Óscar Tulio siguió por radio la campaña a su nombre. Se enteró desde la selva de que había sacado 7.000 votos. No alcanzaban para una curul, pero sí para convertir a Mauricio en una figura nacional que solía hablar en medios. También escuchó el mensaje que su hijo le envió a través de una emisora que lo entrevistó el día en el que se graduó: “Papá, cumplí nuestro acuerdo a cabalidad”.

En esos años, con las pocas pruebas de supervivencia que las Farc le entregaba a su familia, los Lizcano sostuvieron una conversación rota, interrumpida por meses o años de silencio. En una de sus primeras comunicaciones, Óscar Tulio le aconsejó a su hijo desistir de la política: “Mire la situación en la que estoy yo”, le dijo. Días después, Martha le contestó por radio a su esposo que no insistiera, que Mauricio estaba decidido.

Entonces Óscar Tulio optó por alentarlo. Escribió otra carta que le llegó a su familia meses después, dedicada a Mauricio: “Recuerda que tú eres una cometa, una hermosa cometa, y las cometas para elevarse necesitan el viento contrario. Nada es fácil en la vida hijo. Pero una buena cometa, como tú, siempre logrará sus objetivos”.

Mauricio visitó medios, empresarios, políticos, y comandantes guerrilleros para tratar de conseguir la liberación de su papá. Viajó a San Vicente del Caguán una decena de veces y se entrevistó con el ‘Mono Jojoy’, el comandante militar de las Farc. Todo sin resultados.

Al regreso de uno de esos viajes, en febrero de 2002, mataron al periodista Orlando Sierra, amigo de Óscar Tulio en Manizales. Mauricio se ofreció a cargar el ataúd en el entierro y mientras lo sostenía se desmayó. Había comido una carne en el Caguán y contraído una hepatitis que casi lo mata. Estuvo hospitalizado un mes.

Fue en esos años en los que conoció a Álvaro Uribe, que acaba de llegar a la Presidencia. La petición de Mauricio y de otros familiares era que el gobierno accediera al intercambio humanitario. Uribe se negó siempre, pero se llevó bien con Mauricio y unos años después lo invitó a hacer política con él.

“Él ha tenido esa habilidad para tener buenas relaciones con los que manejan el poder”, dice Germán Cardona, exalcalde de Manizales. El propio Germán fue el primer hombre de poder que acogió a Mauricio. Lo conoció por sus campañas por la liberación de los secuestrados y lo invitó a su oficina en Manizales.

Quedó impresionado. “Vi mucha entereza. Tenía como 20 años no más, y me contaba cosas horribles de sus viajes al Caguán, muertos que había visto en la carretera. Estaba muy decidido a que iba a iniciar una vida pública y política”, dice Cardona.

Cuando Mauricio se graduó de abogado, su primer empleo fue como secretario de Tránsito en la Alcaldía de Cardona. “Al principio él no sabía nada del tema, pero tuve una intuición y supe que iba a ser importante dentro del gabinete”.

El consejo político de Germán fue siempre el mismo: “Suba las escaleras una por una”. Pero Mauricio dio algunos saltos en el camino.

De Manizales pasó a coordinar la campaña nacional por el referendo que promovía Uribe en 2003, con el que buscaba entre otras cosas la reducción de la cantidad de congresistas. “Junto a Juan Rodrigo Hurtado, que era un empresario, montamos toda la estrategia y sacamos 5 millones de votos. Me recorrí todo el país”, dice Mauricio.

Su rol en el referendo le ganó la confianza de Uribe. En 2005, el presidente llamó a su aliada en Caldas, Adriana Gutiérrez, y le pidió que incluyeran a Lizcano en la lista a la Cámara del Partido de La U. “Uribe tenía al lado de él un montón de muchachos muy jóvenes que quería promover. La verdad no tenía mucho feeling con Mauricio, pero por hacerle caso a Uribe entró”, dice Gutiérrez.

Entró y ganó. Fue el representante más votado de La U en Caldas, por encima de Jaime Alfonso Zuluaga, primo de Óscar Iván Zuluaga, que era promovido por la dirigencia del partido.

Lizcano ascendió como uno de los congresistas de confianza del gobierno, pero Uribe siguió sin cambiar su posición sobre el acuerdo humanitario. En 2006, cuando Mauricio llevaba seis años liderando la gestión para tratar de liberar a su papá, llegó un día a la casa de su mamá en Medellín.

“Me dijo: no tengo más que hacer. No vuelvo a reuniones de familiares secuestrados. No soy capaz de liberar a mi papá”, cuenta Martha.

Estaba cansado de luchar contra el viento. “Yo siempre fui de la idea del canje, pero Uribe no cedía, nadie cedía. Entonces empecé a considerar la operación militar, era lo que estábamos contemplando en los últimos años, cuando mi papá se escapó”, dice Mauricio.

Fue el 26 de octubre de 2008. Mauricio estaba en Caldas promoviendo otro referendo de Uribe, esta vez para su segunda reelección. Voló de inmediato a Cali, donde estaba hospitalizado su papá. Cuando entró a la habitación, lo vio comiéndose un sancocho de gallina con las manos y solo atinó a decirle con suavidad: “Papá, coja cubiertos, no coma así”.

Las trampas de la escalera

En 2010 Óscar Tulio recibió una llamada de su hijo: “Papá, acabo de pelear con Óscar Iván Zuluaga. No me quiere dejar aspirar al Senado. Yo voy a ser senador contra la voluntad de él”, le dijo Mauricio.

Desde que se volvió representante en 2006, Mauricio empezó a construir su propia base en Caldas que lo convirtió en el mayor elector de ese departamento. Pero algunos de sus antiguos aliados piensan que los utilizó.

“Aprovechó el trabajo que hicimos Óscar Iván y yo acá. Se montó en él y luego ignoró las directrices del partido y se fue por otro lado. Él es muy habilidoso. No le duran los amigos, pero rápidamente consigue otros”, dice la exsenadora uribista Adriana Gutiérrez.

Una de las formas de afianzar esas alianzas regionales ha sido con clientelismo. En febrero de 2014 se filtró un audio en el que el coordinador de la campaña de Lizcano en Marmato, Jorge García, les exige a funcionarios del ICBF conseguirle votos a Lizcano o si no prometía que “rodarían cabezas”.

La otra arista del proyecto político de Lizcano es su conexión con los gobiernos de turno. Con la llegada de Juan Manuel Santos a la presidencia y su ruptura con Álvaro Uribe, Lizcano fue parte de los antiguos uribistas que se convirtieron en santistas.

Su vínculo con Uribe, sin embargo, fue de los últimos en cortarse. En marzo de 2012, cuando ya se anunciaba la pelea, Uribe fue padrino del primer matrimonio de Mauricio. Dio unas palabras antes del brindis, habló con Óscar Tulio de Estanislao Zuleta y de Kant. Después se despidió con cortesía y no entró a la recepción.

En junio el expresidente lanzó un movimiento de oposición a Santos que terminó convirtiéndose un año después en el Centro Democrático. Fue ahí cuando Mauricio cortó toda relación con su padrino.

Ahora, sentado en su oficina en la Casa de Nariño mientras espera para ir a un evento con Petro, Lizcano dice que no hubo contradicción en sus decisiones. “Mi proceso de Uribe a Santos tiene un hilo conductor que se llama la paz. Llego a Uribe porque mi papá estaba secuestrado y en ese momento creía que para negociar necesitábamos mano dura. Con Santos me di cuenta de que ya era hora de negociar, que habíamos equilibrado la cancha con las Farc y tomé la decisión de acompañar la paz”.

Uribe no lo vio así. En esos meses, recuerda Mauricio, el expresidente lo llamó y le dijo que lo suyo era una traición. No volvieron a hablar directamente.

Lizcano se acercó tanto al círculo de Juan Manuel Santos que, cuando logró reelegirse en el Senado en 2014, lo hizo con la opción de convertirse en el presidente del Congreso en el primer año de gobierno, el que se preveía como el más importante y el de la firma del Acuerdo con las Farc.

“El papá le dijo: eso es un honor con sangre. Usted llega a esa presidencia y todos lo van a auscultar. ¿Está preparado para eso?”. La respuesta de Mauricio fue breve: “Sí”.

Pero cuando estaba a punto de definirse su presidencia se filtró una foto de su matrimonio en la que salía posando con Uribe y su relación con Santos se complicó. Lizcano acusó a uno de sus rivales a la presidencia, Armando Benedetti, de filtrar la foto y la discusión en una reunión de bancada escaló casi hasta los puños.

Al final, según una fuente de La U de esa época, desde la propia Casa de Nariño bajaron a Lizcano de la presidencia del primer año y se la dieron el tercero, en 2016. Lizcano llamó a su papá, Óscar Tulio, frustrado. Pero él lo tranquilizó: “Cálmese, no vaya a pelear con Santos”, le dijo.

Mauricio siguió el consejo. Y con el tiempo lo agradeció.

“A mí me quitan la presidencia el primer año, supuestamente el más importante. Y resulta que el tercero termina siendo el año de la paz”, dice. Fue él, como presidente del Senado, el que le lanzó al gobierno el salvavidas de refrendar el Acuerdo por el Congreso después de que ganara el “No” en el plebiscito de 2016.

“Le dimos una salida institucional al país, pero fue muy dura. Más del 50 por ciento de la gente nos decía traidores. Y en el Congreso estaba Uribe, con esa popularidad, haciéndonos oposición”, dice Lizcano.

Pero, a la par, como presidente del Congreso Lizcano se movió para hundir la reforma política que salió del Acuerdo de Paz. Según los senadores de la época, lo hizo porque pensaba que beneficiaría a los rivales a la presidencia en 2018 de Germán Vargas Lleras, su jefe político de entonces. Lizcano lo negó en su momento.

Con cada paso que ha dado en la escalera, Mauricio ha acumulado acusaciones de traición. Pero al final, su último periodo en el Congreso concluyó con la imagen que había buscado durante su media década de santismo: él, de pie en la Plaza Bolívar, recibiendo de manos de Juan Manuel Santos el Acuerdo de Paz con las Farc.

Desde arriba del salón de baile

En 2018 Mauricio hizo un segundo pacto con su papá, como el que pegaron 20 años antes en la nevera de su apartamento de estudiante. Él quería estudiar en Estados Unidos, pero necesitaba que alguien se quedara sosteniendo la cuerda de su proyecto político.

Y acudió a su papá: “Yo no quería, pero le metí toda para que se fuera y se quitara esa presión, con tres o cuatro investigaciones encima. Así se pudo defender y salió absuelto de todas”, dice Óscar Tulio.

El pacto implicó que Lizcano padre, que estaba retirado de la política desde su secuestro, volviera a lanzarse al Congreso. En ausencia de su hijo, logró conservar la gobernación de Caldas, que ganaron en 2019 con Luis Carlos Velásquez. También mantuvo la maquinaria de Lizcano en los pueblos de Caldas, que hoy lo mantienen como el mayor elector de ese departamento.

Fue un movimiento que, en parte, llevó a Mauricio a la silla que ahora ocupa en el gobierno de Petro y a ser una de las figuras tradicionales que ha sobrevivido al desprestigio de la clase política.

Pero Lizcano no da por sentada su victoria. Trabaja con la presión de quien se siente como una pieza descartable. “Esta es una oportunidad que me dio el presidente y que tengo que ganármela todos los días: desde que me levanto hasta que me acuesto. Con el presidente no hay nada escrito. Y este es uno de los cargos más duros y más fusibles que hay en el gobierno”.

Siente que su paso por Estados Unidos lo volvió más conciliador y le ayudó a cambiar de perspectiva frente a los antiguos rivales, con los que hoy comparte gobierno: Roy Barreras y Armando Benedetti. “Antes de irme era muy peleón, pero desde allá aprendí a ver valores que antes no veía. Son unos cracks. Como decía mi profesor de liderazgo de Harvard: uno tiene que subirse al balcón para ver a todos bailar. Yo me subí al balcón cuatro años. Y eso me cambió mucho”, dice.

Ahora que regresó al baile, lo que no ha cambiado es el objetivo que lo ha movido desde que era un niño: subir por cuatro años a ese otro balcón, que ahora ocupa Petro, al que le dedicó las primeras palabras que aprendió a poner sobre un papel.

Estudié periodismo en la Universidad de Antioquia y allí hice un diplomado en periodismo literario. Antes cubría el poder en Antioquia para La Silla. Trabajé en El Colombiano y fui subeditor del impreso de El Tiempo. En 2022 participé en el libro 'Los presidenciables' de La Silla Vacía y en 2020...