Noemí, la política diplomática

Noemí Sanín en campaña (arriba), con el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero (centro), y con el príncipe Carlos de Inglaterra (abajo). Más abajo, Sanín con Henry Kissinger y con Álvaro Gómez Hurtado.

Fotos: primera, Laura Rico Piñeres y, las demás, archivo de la campaña de Noemí Sanín en Flickr.


Eran las seis de la tarde cuando llegó Noemí Sanín a la sede de su campaña. Se bajó de la camioneta, saludó a sus seguidores y paró frente a los 20 ó 30 periodistas que la esperábamos afuera. Las urnas de la consulta conservadora se habían cerrado unas horas antes y ella era – con Andrés Felipe Arias – la noticia. "¿Los han atendido bien?", nos preguntó sonriendo antes de que prendieran los micrófonos.

Todos asintieron, y no por simple cortesía. Mientras en las demás campañas los periodistas tomaban tinto recalentado y agua aromática, en la sede de Sanín había café fresco todo el tiempo, dos clases de gaseosa y porciones de pizza que cada tanto repartían unas meseras.

El gesto con nosotros no fue casualidad ni un cálculo para parecer una buena anfitriona. Cuando se dice que Noemí Sanín es diplomática, se piensa simplemente en reuniones con cancilleres y primeros ministros europeos. Pero va mucho más allá de eso. Noemí es excelente diplomática en todo el sentido de la palabra, con sus matices y sus modalidades. Diplomacia como cortesía o disimulo o como habilidad y sagacidad.

Eso también explica en parte la sonrisa que se le ve siempre, en persona o en fotos y videos. Una sonrisa que incluso queda impresa en su cara seria, dando a veces un aire de molestia o fastidio por algo: una interrupción de alguien, cosa que ella jamás haría; un comentario incómodo, de los que no hacen parte de su repertorio, o un detalle que no funciona, como un micrófono destemplado.

Su sonrisa no es simplemente un gesto de buena educación, aunque parezca en ocasiones acartonada. Noemí es una persona alegre y de buen humor. Un humor incluso procaz, que consiste en hacerle bromas a amigos y desconocidos. Por ejemplo, puede bromear con un taxista en Madrid, para quien ella es una latina más. Entonces suelta una carcajada de verdad, de las que casi nunca se ven en las entrevistas (una oportunidad en que se rió de manera desparpajada fue cuando estuvo en ‘La Barbería’ del periodista William Calderón).

Noemí le da prioridad a la compostura en detrimento de su espontaneidad, pero no por ello deja de ser protagonista en todos los escenarios que pisa. Se destaca entre los embajadores y se gana el respeto de los líderes mundiales. En su larga carrera diplomática ha compartido manteles con figuras como George Bush, Fidel Castro, Shimon Peres, el Rey Juan Carlos, la Reina Isabel, Henry Kissinger… la lista es interminable. Noemí no oculta su orgullo de haberlos conocido a todos, y varias de las fotos que atestiguan estos momentos adornan su casa y oficina.

“Ella tiene un poder de seducción impresionante, es prácticamente irresistible”, me cuenta una de las personas que la conoce de cerca. Prefiere que no cite su nombre. Muchas otras personas no hablaron conmigo para este perfil, como algunas de las hermanas y algunos que trabajaron con ella en el servicio exterior.

Intuyo que no hablan conmigo por la misma razón que Noemí no lo haría – o no me diría nada nuevo – si la llamara para pedirle su opinión sobre alguien que conoce. Una diplomacia implícita y contagiosa.

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"Evidentemente, la candidatura de Álvaro Uribe representa la extrema derecha. Pero tampoco se puede decir que el país se volvió de derecha. Yo creo que el auge de Álvaro no tiene nada que ver con ideologías ni con sus propuestas. El simplemente recogió mejor que los otros candidatos una expresión colectiva de repudio al desengaño del proceso de paz. Y por cuenta de eso su candidatura ha adquirido una dimensión mesiánica que yo considero malsana" (elecciones presidenciales 2002).

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El nombre de Noemí Sanín esta ahí siempre, como parte del paisaje y como tantos otros nombres que simplemente nunca desaparecen de los titulares en Colombia: la ministra de Comunicaciones de Belisario Betancur, la embajadora en Venezuela, la canciller, la embajadora en Inglaterra, en España y en Inglaterra otra vez. Y la candidata presidencial en 1998, 2002 y 2010.

La tercera es la vencida, imagino que la habrán dicho quienes la animaron a presentarse nuevamente. “Ella estaba reticente, claro, pero le dijimos que se animara, que en Colombia la gente la recordaba y la quería”, me cuenta un asesor que la acompaña ahora y que estuvo también en las dos campañas anteriores. Dice que la de 2002 fue la que más afectó a Sanín. “Un candidato no sabe que va a perder la noche anterior a las elecciones. Lo sabe días o semanas antes. Para ella fue duro sostener la ‘caña’ hasta el final”. Noemí pasó de favorita unos meses antes, a un cuarto lugar con 640 mil votos, 40 mil menos que ‘Lucho’ Garzón.

En 1998, Noemí era la candidata fresca, la independiente. Era lo que Antanas Mockus y Sergio Fajardo son hoy. En esa oportunidad, Mockus fue su fórmula vicepresidencial. Durante la campaña para la consulta de marzo pasado, Noemí y Mockus se encontraron en Armenia. También estaba ‘Lucho’, que se deshizo en elogios para ella. Mockus esperó su turno, la abrazó y le dijo, “suerte en este camino”. Un camino que, como quedó claro en el debate en RCN, es muy distinto al de él.

Noemí era, repito, la opción nueva en 1998. Y al final, aunque no ganó, obtuvo 2,8 millones de votos. Una cifra impresionante por ser la ‘independiente’ y porque, por primera vez, una mujer competía con opciones reales por la Presidencia de Colombia. Un cargo que, como tantos otros, está acaparado por hombres. No sólo en las caras y en los nombres, sino también en las formas, las palabras, los símbolos.

Ella no fue la primera mujer en lanzarse a la Presidencia. En 2002 estuvo Íngrid Betancourt, que obtuvo 54 mil votos; en 1998, Beatriz Cuéllar con 31 mil; en 1994, Gloria Gaitán con 64 mil; en 1986, Regina Betancourt con 46 mil, y en 1974, María Eugenia Rojas, la ‘Capitana’, con 492 mil votos. A excepción de esta última, que había recogido las banderas de la Anapo del general Rojas Pinilla, las demás no pasaron del uno por ciento.Todas menos Noemí Sanín.

Haber logrado entrar a ese círculo masculino, donde se dice que los buenos gobernantes tienen cojones y las guerras las pelean los machos, es algo que no se le reconoce a Noemí del todo. En todas las campañas ha tenido que enfrentarse a hombres, jugando con sus reglas. En el lanzamiento de su campaña en 2002, sufrió un desmayo mientras daba su discurso inaugural. El episodio se volvió comidilla en los medios e incluso fue objeto de burlas. 'Lucho' Garzón dijo entonces que había sido "lo mejor" del lanzamiento. Rápidamente pidió disculpas: "Uno nunca puede utilizar las debilidades físicas de un ser humano para hacer política. Además ella tiene razón: en una mujer el desmayo es sinónimo de debilidad y en un hombre es fruto del estrés".

Ahora Noemí Sanín está jugando más duro que antes la carta de ser mujer. "A Colombia le llegó la hora a la mujer", dice uno de sus eslóganes de campaña. Con frecuencia se refiere a Michelle Bachelet, la ex presidenta de Chile, y a Ángela Merkel la canciller alemana. Sin embargo, el feminismo no está dentro de su agenda. Aunque Sanín se refiere a estos temas de manera general, no existe una propuesta en materia igualdad de oportunidades para las mujeres o una propuesta sobre política sexual y reproductiva. En este tema Sergio Fajardo era el candidato con la propuesta más detallada, que ahora se suma al programa de Mockus.

Por otro lado, mientras en su primera campaña pudo ser más espontánea, ahora tiene un libreto controlado, basado en el lenguaje del Presidente. Como si quisiera parecerse a él y hablar como él. Cuando en la presentación de su fórmula vicepresidencial un periodista le preguntó qué opinaba de la decisión del ex comisionado Luis Carlos Restrepo de no apoyar a Juan Manuel Santos, empezó diciendo: “Luis Carlos Restrepo [pausa], gran patriota [Pausa]. Cuánto le debe el país a él [pausa]”. Y después respondió la pregunta.

“Está muy preocupada por el voto uribista y además no se quiere ver débil dentro del Partido Conservador”, me explica un asesor de ella. Dice que algunos en su equipo le han hecho este comentario, que termina perdiéndose en el alud de cosas que se dicen en una campaña. Y pasa el tiempo y Sanín se ve más lejos de Uribe, quien en algún momento la insinuó como una posible heredera.

Este distanciamiento tiene varias explicaciones. Mientras Juan Manuel Santos y Andrés Felipe Arias decían que no aspirarían a la Presidencia si Uribe lo hacía, Sanín se opuso a una segunda reelección (después de ser una entusiasta promotora de la primera). La otra razón está en el respaldo que le dio el ex presidente Andrés Pastrana a Noemí. Pastrana fue quien la acercó al Partido Conservador para contrarrestar a 'Uribito', que era visto por él y otros sectores del partido como el 'Caballo de Troya' de Uribe en la colectividad.

Pastrana y Sanín terminaron 'casándose' por conveniencia. Las relaciones entre ellos no eran las mejores desde la campaña de 1998, y durante el gobierno de Uribe, Pastrana pasó a la orilla de la oposición - salvo por su breve estadía en la Embajada de Colombia en Washington -, mientras Sanín se matriculó en el uribismo. Pero en esta oportunidad se necesitaban. Después de ocho años fuera del país, Sanín no tenía opciones como candidata independiente, y entre todos los candidatos posibles, ella era la única que podía sacar del camino a Arias.

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"En mi gobierno la cultura será parte de la estrategia diplomática, será parte del emprendimiento, un estímulo a la felicidad de la gente. Yo estoy segura que si tuviéramos más música, más cultura, inundáramos al país de eso que somos, nos mataríamos muchísimo menos. Seríamos mucho más tranquilos y más felices" (elecciones presidenciales 2010).

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Noemí Sanín sabe lo que quiere, sabe cómo alcanzarlo y, por lo general, lo consigue. Es una persona profundamente segura de sí misma y ambiciosa, una faceta que viene como sello en su familia. La Sanín Posada es una familia de 15 hermanos, 11 de los cuales estudiaron Derecho. Pero eso fue después, cuando llegaron a Bogotá. En Medellín crecieron en un ambiente familiar que mezclaba las humanidades con el trabajo, la teoría con la práctica. Jaime Sanín Echeverry fue un reconocido humanista y escritor antioqueño, y Noemí Posada fue una maestra que también tuvo de alumnos a sus hijos.

Los abuelos eran los más religiosos de la familia, y algunos tíos de Noemí eran jesuitas (una influencia que continuaría más adelante para ella en la Universidad Javeriana). La vocación religiosa se perdió un poco – como pasa en muchas familias – entre la segunda y la tercera generación. Noemí, sin embargo, se muestra en la campaña como una persona religiosa y, por lo que ha planteado, bastante conservadora.

Le pregunto sobre este punto a una de las personas que la conoce. Le pregunto si Noemí está realmente identificada con su planteamiento frente al aborto ("aborto no", dijo en el debate en CityTV) o su reticencia frente a los derechos de las parejas del mismo sexo (en el debate de RCN y Semana evadió el tema). “No creo que ella sea tan conservadora como se le ve en esta campaña”, me dice, “puede ser una concesión a algunos sectores del partido”. Un familiar de ella me dice lo contrario, cree que detrás de esa ideas sí está ella misma.

En la campaña, Noemí se ha mostrado como una mujer de clase media. Suele repetirlo cuando visita todo el país, especialmente frente a auditorios de gente pobre. Esto es cierto frente a la familia que creció en Antioquia, de don Jaime y doña Noemí, que con esfuerzo sacaron adelante a 15 hijos. Pero no es cierto frente a esta generación. Los Sanín en Bogotá se volvieron una familia exitosa, con poder y con prestigio. Un poder que ellos se forjaron sin ser parte de la elite cachaca – los Santos, los Caballero –, lo cual cimienta su confianza y los hace sentir muy orgullosos.

Los hermanos Sanín han estado en diversos cargos públicos importantes, además de quienes han tenido éxito en la empresa privada. Hernán Sanín fue superintendente de Vigilancia y Seguridad Privada y viceministro de Defensa en el gobierno de Uribe; María Estella Sanín fue ministra de Trabajo y senadora, y Nora Sanín es directora de Andiarios, entidad que aglomera a los principales diarios del país.

Las hermanas de Noemí son las más cercanas a ella. Liliana trabaja con ella en la campaña. Además de ella, en esta campaña Noemí está acompañada por el español Javier Aguirre, su pareja actual. Sanín se casó muy joven, cuando era estudiante de Derecho, y tuvo a su única hija, María Jimena (que tiene ahora dos hijos). Tiempo después se separó y más adelante se casó con Mario Alberto Rubio, al que conoció en la época en que trabajó en el sector financiero, y con quien se separó en 1999.

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"Y fue Álvaro Uribe Vélez, nuestro Presidente, el que me dijo, 'Noemí, usted tiene que volver, usted tiene que recoger estas banderas de la seguridad democrática y volver a Colombia'" (elecciones presidenciales 2010).

 

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Noemí no es una persona del todo elocuente. Se enreda respondiendo preguntas, confunde a veces las palabras y repite, en la mayoría de sus discursos, las mismas ideas, como el ya clásico TPP: trabaje, produzca y progrese. Recientemente, fue objeto de burlas por un episodio en Antioquia, cuando en vez de cantar el himno del departamento, cantó a todo pulmón el himno nacional. Pero Noemí es una persona muy inteligente, con una intuición aguda y con una capacidad enorme de trabajo.

“De todos los embajadores, los proyectos de Noemí eran los más completos y los mejores”, me cuenta una persona que la conoció cuando era embajadora en España. Dice, además, que tiene un especial interés por la cultura, y que los mejores espacios que consiguieron los artistas en el extranjero en esa época para exponer su trabajo, fueron los que ella gestionó. Si el dinero no alcanzaba, Noemí lo conseguía con patrocinios de la empresa privada.

De su labor como embajadora en Venezuela y después como canciller, se destaca su papel en la apertura del mercado venezolano. Colombia pasó de vender productos por 148 millones de dólares al vecino país en 1990, a 817 millones en 1995 (la cifra aumentaría exponencialmente de ahí en adelante). Durante esa época se firmaron convenios comerciales con otros países, como México, Ecuador y Perú, y se impulsó la Comunidad Andina de Naciones. Igualmente, Sanín fue el motor para la elección de César Gaviria Trujillo como secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Su capacidad ejecutiva es algo que le reconocen todos los que han trabajado con ella. Sabe armar equipos, sabe asesorarse de la mejor gente y oye sus planteamientos. “Ella es consciente de sus debilidades y sabe contrarrestarlas”, me dice el asesor con el que hablé. Esa disciplina también se refleja en su perfeccionismo. Es intolerante a los errores y – según algunas personas – un tanto susceptible. En 2005, una problema interno entre ella y la consejera de cultura de la Embajada Nora Trujillo (una buena amiga de ella, por demás), terminó en una pelea que pocos entendieron y que estuvo a punto de irse a los estrados judiciales.

Similar a lo que sucede ahora, cuando su pelea con Andrés Felipe Arias ya está en los estrados judiciales. Varios de sus asesores consideran que se trata de un episodio inútil que bien podría resolverse con que ella bajara la guardia y buscara la forma de desactivar a Arias con lo más parecido a una rectificación. Pero está claro que no lo va hacer, así implique un terremoto en el Partido Conservador y un distanciamiento mayor con el presidente Uribe. A pesar de la diplomacia que la caracteriza, Sanín es una persona muy emotiva.

Noemí Sanín insiste en que fue el Presidente el que le dijo que viniera a Colombia a lanzarse a la Presidencia. Y ahora varios sospechan que es él quien está detrás de los deslizamientos de alfiles del Partido Conservador a La U. Pero Sanín no ataca a Uribe en público, como resulta apenas lógico, sino que centra sus dardos en Andrés Felipe Arias y Juan Manuel Santos.

“El Presidente y yo tenemos una vieja amistad hace muchísimos años”, dijo emocionada el pasado 21 de enero en la puerta de la Casa de Nariño, antes de reunirse con Uribe. Eran otros tiempos. Fue el último encuentro conocido entre ellos. Después se cayó el referendo y al otro día el Presidente se tomó la foto con Arias y después con Santos. Sólo les faltó fumarse un puro y tomarse un whisky. En el club de sucesores de Uribe no admitieron a Noemí.

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"Yo creo que Colombia después de haber sufrido tantas decepciones en las últimas décadas, estaba políticamente madura para la llegada de una mujer al poder. Los colombianos no son tontos y saben que una mujer puede ser más organizada y más honesta que lo que han visto hasta ahora. Pero la guerra vuelve machista a la gente. Finalmente la guerra la inventaron los hombres" (elecciones presidenciales 2002).

Fui periodista de La Silla Vacía y creador de La Mesa de Centro. Hago contenido en Charlas con Charli y soy codirector de Linterna Verde.