Después del plebiscito donde los colombianos podían votar a favor o en contra del proceso de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, y donde ganó el “No”, la artista María Jimena Herrera sintió la necesidad de reflexionar sobre lo sucedido. Decidió hacer una maestría en Construcción de Paz, y dentro de la coyuntura que después vino con la desmovilización, en conjunto con el también artista Iván Cardona, emprendieron un proyecto que se llama “Objetos de paz”.
Armaron unos kits, que consistían en una bolsa ziploc que tenía adentro un papel, un esfero, y un instructivo que lograron hacer llegar a cientos de guerrilleros que acababan de dejar sus armas. La petición era que en cada bolsa donaran un objeto que para ellos significara “paz”. De igual manera, los dos artistas buscaron a militares que combatieron a las Farc para pedirles lo mismo.

Fue así como un soldado entregó una pequeña muñeca que una niña le había dado en el Urabá, “por haberla cuidado por tanto tiempo”; o también guerrilleros que entregaron sus morrales de campaña, o el menaje de platos, vasos, que portaban en la selva; o el cuaderno que un militar encontró con unos códigos con los que el enemigo se comunicaba para que nadie los descubriera.
Así fueron construyendo una colección de objetos que hoy hacen parte de la colección del Museo Nacional. El rezago de una guerra, donde nunca habrá vencedores ni vencidos, pero también el vestigio de lo que quedó detrás de ella para dar paso a una “nueva vida”.
Herrera y Cardona también han trabajado en conjunto el tema de la salud mental. Partieron de simplemente comentar los colores llamativos que se veían en las pantallas mientras se cargaba alguna imagen que querían buscar en Google. Pero después fueron llegando a cómo se “coloreaba” la salud mental, a cómo lucen las cajas de los medicamentos que se recetan a los pacientes y cómo ciertos matices cromáticos connotan los resquebrajos de la mente.
De ahí surgieron 16 cuadros, 8 de enfermedades mentales y 8 de medicinas “para curarlas”, que nacieron de esos pixeles que aparecen por segundos en una búsqueda antes de que la imagen se cargue completamente cuando, por ejemplo, se teclea “ansiedad”, “depresión”, “estrés”. Las enfermedades fueron pintadas a mano, en acrílico; las medicinas con un carácter más industrial, con esmalte, pistola, dejando ver colores más brillantes.
Herrera individualmente también se ha aproximado a este tema. Durante un año que vivió por fuera de Colombia, empezó a confrontarse con ella misma, a vivir sentimientos que antes no había experimentado, y sintió como si a veces la razón nublara ciertos pensamientos. El pesimismo parecía mermar su cotidianidad. Por ese entonces hacía varios rompecabezas, con todo tipo de imágenes, y optó por pintarlos todos de blanco, dejando apenas insinuada la imagen original. Como si el blanco -la mente- fuera borrando la vida misma.
Así también nació “Cedars-Acute”, donde se propuso hacer un ejercicio de coser botones —muchas veces las labores manuales son recomendadas para combatir el estrés— y así terminó creando un enramado de botones e hilos de más de 50 metros donde, de paso, aludía a la explotación laboral de quienes trabajan en esta industria ocasionando justamente estrés y otras enfermedades mentales.
La obra de Herrera, que hemos tenido la oportunidad de mostrar en la Feria del Millón —al igual que la de Iván Cardona— también se refiere al medio ambiente. A partir de la casi imposible tarea de reciclar tecnología, equipos electrónicos que en un abrir y cerrar de ojos se vuelven obsoletos, tomó tarjetas de memoria -altamente contaminantes-, las pintó de blanco para darles un nuevo significado y construyó unas “ciudades desoladas”. Las antiguas pantallas de televisores se convierten en los filtros para que el espectador se aproxime a estas nuevas urbes.
Esta obra invita a pensar en lo complejo de darle una nueva vida útil a tantos dispositivos que se desechan rápidamente y que generan un terrible impacto ambiental. Esas “ciudades desoladas” parecen un viaje al futuro cercano: la tecnología convertida en el escenario de una vida que parece diluirse ante la certeza de que así será y una inentendible pasividad para evitarlo.
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