No. No son los encargados de la publicidad ni los asesores de las propuestas de los candidatos. Son los profesionales de la compra y venta de votos, barrio a barrio, casa a casa, determinantes en la perpetuación de una clase política tradicional y tramposa que no concibe apostarle al voto de opinión. En año de regionales, son reyes. Así funcionan.

“Líderes” es la forma más común de referirse a ellos, pero les tienen otros nombres según la zona. Por ejemplo, en el Magdalena los conocen también como “mayores” o “tenientes” y en Cartagena algunos les llaman “mochileros”. Como sea, son los protagonistas de las elecciones que no salen en la foto cuando la prensa anuncia los ganadores, a pesar de que tienen todo que ver en buena parte de esos triunfos.

No. No son los encargados de la publicidad ni los asesores de las propuestas. Son los profesionales de la compra y venta de votos, barrio a barrio, casa a casa, determinantes en la perpetuación de una clase política tradicional y tramposa que no concibe apostarle al voto de opinión. En año de regionales, son reyes.

Su labor tiene que ver con bastante más que entregar plata el día de las votaciones, pues en la gran empresa del clientelismo electoral los apoyos se empiezan a amarrar desde mucho antes.

De hecho, este mes de inscripción de cédulas son clave porque son los encargados de procurar el cambio de lugar de votación de sus clientes para controlar mejor que el voto que compran efectivamente vaya para el candidato-jefe. “En este momento ya se están ganando las elecciones”, como nos dijo una fuente que conoce esta movida de cerca.

 

La siguiente es la historia de un cartagenero que lleva 43 años en el comercio de apoyos, contada por él mismo. Un líder, mochilero o mayor, al que yo le llamaría -como a todos sus colegas- más bien ‘puya ojos’, que es como se le dice en Cartagena al que engaña a otro para obtener un beneficio, incluyendo a muchos “líderes”.

Son ‘puya ojos’ porque la primera regla de este ‘negocio’ es que siempre hay un 50 por ciento de pérdida, pues para comprar 10 votos hay que pagar 20.

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“Lo primero que tengo que decir, doctora, es que hay varias clases de líderes. Hay líderes permanentes, o sea, unos profesionales, como yo, que están en un grupo político  y sostenemos a otros líderes más pequeños todo el año con nuestros negocios y fundaciones. ¿Usted sabe cuál es el embuste de las fundaciones, verdad?

Y están los líderes ocasionales, sin técnica, sin radiografía del candidato, son unos loros gritando para pedir votos y más nada. Esos desaparecen después de las elecciones.

Yo arranqué en esto, como arrancan todos, metido en acciones comunales y comités en mi barrio. La clave cuando uno empieza es hacerse visible en el barrio, liderando cosas, y así los políticos lo van calificando a uno.

Porque los políticos tienen su gente que va a los barrios y lo van probando a uno. Dicen ‘vea, este hizo una reunión y llevó 10 personas’ y otro día regresan y dicen ‘vea, este hizo otra reunión y ahora llevó 50’, y así uno va ganando la confianza de ellos.

El primer político con el que trabajé recuerdo que era el doctor Guerrero, él ya murió. Después trabajé con Javier Cáceres (exsenador, condenado por parapolítica), cuando era concejal.

Recuerdo que en esa época se votaba con las famosas papeletas y a mí me tocaba llenar papeletas a la lata para que ganara Cáceres.

Es que un buen líder tiene que mostrar que trabaja, tiene que mostrar beligerancia, que es bueno. Yo así fue que desplacé al líder que tenía por encima mío, porque esto es por anillos: en el primer anillo del candidato está el líder más allegado que sirve de intermediario frente a otros líderes. Yo he desplazado como a cinco de esos allegados en los grupos políticos con los que he trabajado.

Ya por esa época, me llamaban los políticos a sondearme: ‘hey, tu estás trabajando con Cáceres. ¿Cuánto te da él?, yo te doy tanto’. Uno se destaca para que le ofrezcan más, como al futbolista que le pagan por sus habilidades, por su potencia. Esto es así.

Este trabajo es de todo el año, doctora, no solamente en elecciones. Mejor dicho, es de los cuatro años que dura el político en el cargo. A mí me sostiene el grupo político con el que trabajo y yo sostengo con esa plata a 15 líderes míos, más pequeños, que me ponen entre 70 y 130 votos cada uno.

¿Cómo los sostengo? Bueno, yo ahorita llevo ocho años trabajando con los Blel (la casa que lidera el exsenador, condenado por parapolítica, Vicente Blel y sus hijos: la senadora Nadia Blel y el concejal Vicente Blel), y gracias a eso tengo varias OPS (órdenes de prestación de servicios). Yo vivo de esos puestos y de ahí tengo que pagarle a cada líder mío 300 mil pesos mensuales.

Mis líderes trabajan en sus cosas aparte, tienen sus negocios: uno vende arepas, el otro tiene unos puestos de perros calientes, algo hacen, y cuando no están en eso están inventando cosas para sostener los votos que me ponen. Esa es su tarea todo el año. Entonces, hacen rifas, bingos, reuniones, de todo, para mantener la relación con su gente.

Vea porque eso es lo más importante en esto: conseguir votos. Al político no le importa si tu eres profesor, o marihuanero, o doctor, o atracador, le interesan son tus votos. Así que uno tiene que hacer con la gente como quien riega la mata para que de mangos.

En año de elecciones en octubre, más o menos desde junio, uno empieza a pasar revista todas las semanas. Yo hablo con mis líderes y les pregunto ‘¿tu tienes 50 votos?, ¿esos siguen firmes?’, para ir confirmando.

Y entonces cuando confirman, uno les da el 50 por ciento. Por ejemplo, a un líder que me diga que tiene 20 votos le puedo dar un millón de pesos. A mí esa plata sí me la da el grupo político o el candidato. Pero yo esa plata la pongo en otras partes, la guardo en otras casas, no en la mía, porque ¿qué tal un allanamiento?

Para intentar garantizar que los votos que compran los líderes efectivamente vayan para el candidato que los pagó, en Soledad suelen armar puestos de control como este. Foto: Laura Ardila Arrieta.

Eso hago yo con mis líderes porque ellos trabajan conmigo, pero hay otros líderes, los temporales que le digo, que se van vendiendo al mejor postor. Entonces, cuando el candidato o uno, como intermediario, les paga a esos, no asegura los votos, lo que está asegurando es la primera opción de la compra, pero puede llegar otro candidato y llevárselo. Y en ese caso se pierde la plata.

Después de eso, viene el momento en el que estamos ahora que es todo el tema de la zonificación. Vea doctora, si un líder es de una parte no sirve que los que van a votar con él voten en esa misma parte. Se tienen que zonificar en otros lados porque así uno controla.

Entonces, yo les digo ‘¿tu gente vota en el (barrio) Bosque? Bueno, me los pones a votar en (el barrio) Manga y me dices en qué puesto van a votar. Si yo di un millón de pesos para 20 votos, me tienen que aparecer allí’.

(Luego de triunfos inesperados de candidatos independientes -como Marcelo Torres en Magangué o Carlos Caicedo en Santa Marta- sobre políticos tradicionales, algunas campañas están cambiando a grandes mochileros como este por “jefes de hogar” que venden entre 10 y 20 votos de su familia. De esa manera, pueden controlar más que no les hagan la ‘patuleca’: que los electores acepten la plata y voten por otro).

Claro que, doctora, eso nunca lo puede uno controlar. Al final, la gente vota por el que le da la gana y si le va bien saca la mitad del total de lo que compró. Y eso lo saben los políticos: las pérdidas son siempre del 50 por ciento, para sacar mil hay que comprar dos mil.

Ahora que se cierren las inscripciones de las cédulas a fines de agosto, mis líderes me entregan las listas de sus votantes y todo eso se tabula en un computador. Doctora, es que eso aquí está muy sofisticado. (Algunas campañas, en solidaridad, suelen cruzarse la información de esas listas para verificar que no haya personas repetidas prometiendo el voto a más de un candidato. Así también detectan a los ‘puya ojos’ que juegan a la doble. El dato no me lo dio el líder, sino alguien que trabaja en una campaña).

El día de las elecciones, yo como intermediario le pago a mis líderes la otra mitad de los votos. Ellos verán a cómo los compran, lo importante es que a mí me tienen que responder para yo no quedar mal con el candidato.

Eso sí le digo, ese día yo no duermo. Yo duro sin dormir como desde los tres días anteriores a eso. Hay mucha tensión, estrés.

Pero a pesar de eso lo disfruto. Yo tengo 65 años y todo lo que tengo se lo debo a este trabajo de la política. Tengo mi casa, doctora, y cuando yo empecé era un limpio. Tengo también un carro y estudié para ser abogado. Después de elecciones, me voy a pasear, de pronto a San Andrés.

Al final, si uno gana celebra, y si no de todas formas siempre hay una elección que viene para empezar a trabajar. Porque político que se respete nunca cierra sus comandos después de las elecciones. Dejan uno principal abierto y ahí atienden a su gente una vez por semana, todo el año. El político que cierra su comando se muere.”

Contexto

Fue periodista de historias de Bogotá, editora de La Silla Caribe, editora general, editora de investigaciones y editora de crónicas. Es cartagenera y una apasionada del oficio, especialmente de la crónica y las historias sobre el poder regional. He pasado por medios como El Universal, El Tiempo,...