Hoy el Papa Francisco le pondrá el dedo en la llaga a la paradójica relación de esa guerrilla con la iglesia.
Hoy el Papa Francisco beatificará en Villavicencio al obispo de Arauca Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, asesinado hace 28 años por el ELN. Su crimen y que haya sido a manos del Domingo Laín, el frente que le debe su nombre a un sacerdote español que estuvo en las filas del ELN hasta que murió en combate en 1974 es símbolo de la paradójica relación que ha tenido esta guerrilla con la Iglesia.
“Más de la mitad de Arauca está viajando a Villavicencio a recibir al Papa”, le dijo a La Silla José María Bolívar, vicario de la Diócesis de Arauca.
Además de la emoción que sienten muchos colombianos de ver al máximo jerarca de la Iglesia Católica, los araucanos tienen un motivo adicional para asistir al evento de hoy: ver al sacerdote que hizo tanto por su tierra recompensado.
El mártir de Arauca
Jesús Emilio Jaramillo Monsalve nació el 14 de febrero de 1916 en Santo Domingo, Antioquia. De familia campesina, Jaramillo estudió en el Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal y ahí nació su vocación por el sacerdocio. Estudió filosofía y teología y en 1940 se convirtió en sacerdote.
Se destacaba por su inteligencia y su oratoria, que le ayudaron a que su comunidad lo enviara a Bogotá a hacer un doctorado en teología en la Universidad Javeriana y luego lo nombraran director del seminario.
En 1971, cuando el padre Jaramillo pasó de ser el superior de la comunidad de Misioneros de Yarumal, Antioquia a obispo de Arauca, esa comunidad de sacerdotes llevaba ya más de 50 años dirigiendo la Iglesia Católica en la región.
Por ser misioneros, su trabajo no se enfocaba exclusivamente en afianzar la fe católica sino también en ayudar a los pobres.
A eso se dedicó el obispo Jaramillo
“Yo lo invitaba a que visitáramos las veredas y él con ese sentido de misionero, salía a pesar de las inclemencias de los caminos y la montaña, e iba acompañar las comunidades, sobre todo para ayudar a los indígenas, a los campesinos y a los jóvenes”, le dijo a La Silla Álvaro Hernández, uno de los sacerdotes que trabajó con monseñor Jaramillo y hoy es párroco en Tame.
En Arauca, lo recuerdan por la gestión que hizo junto a los párrocos de la época para construir infraestructura en el corregimiento La Esmeralda, que en ese entonces era el epicentro del piedemonte araucano, la región más empobrecida.
Construyó el hospital Ricardo Pampuri, que en su momento fue un centro especializado en enfermedades tropicales; el Instituto San José Obrero, en donde había programas de alfabetización para los campesinos y además capacitaciones técnicas agropecuarias, liderazgo comunal y catequesis; y el Hogar Juvenil Campesino, un internado para los niños de los lugares más apartados.
Todo esto lo hizo cuando Arauca vivía la bonanza petrolera y a la par estaba convulsionada por la aparición del frente Domingo Laín del ELN. Ambos hechos marcaron la obra del obispo, cuya beatificación está buscando la Diócesis de Arauca desde 1998.
La Mannessmann
En 1983, tras el descubrimiento del pozo petrolero Caño Limón, Arauca cambió sustancialmente. No solo llegó más gente del interior del país atraídos por el oro negro, sino que el frente Domingo Laín del ELN se empoderó en la medida en que encontró en la potencial explotación de petróleo una forma de ganar dinero y a su vez de hacerse visible en el panorama nacional.
Al año siguiente, la multinacional alemana Mannesmann le pagó al Domingo Laín entre dos y veinte millones de dólares -según la fuente consultada- para poder terminar de construir el oleoducto de Caño Limón, ante la amenaza de esa guerrilla de dinamitarlo.
Con ese pago la empresa logró cobrar el premium por terminar la obra a tiempo, y el ELN logró fortalecerse en todo el país, multiplicando sus frentes. En Arauca, se hizo aún más poderoso.
Según tres sacerdotes y el actual gobernador, Ricardo Alvarado, la intermediación del obispo Jaramillo fue fundamental para que la multinacional alemana Mannesmann pudiera construir el oleoducto Caño Limón – Coveñas y a su vez invirtiera en el desarrollo social de la región.
“La Manessman en plena plaza pública de Saravena y frente a cientos de campesinos le entregó el cheque a monseñor Jaramillo por lo que le iban a reconocer a la gente”, le contó a La Silla monseñor Carlos Leal, quien en ese entonces era el párroco en La Esmeralda. “Aunque esa plata no la manejó la Diócesis sino una junta de líderes campesinos, decidieron que en el acto, de manera simbólica la recibiera monseñor Jaramillo”.
El obispo, según las fuentes locales consultadas, tenía en común con la naciente guerrilla el propender por el bienestar y desarrollo de la región pero diferían en el método.
Mientras la guerrilla de orientación castrista le apostaba a la lucha armada para reclamar sus derechos, el Obispo promovió mayor presencia del Estado y aunque no se declaró en oposición a la guerrilla nunca avaló la lucha armada. Por el contrario, con su evangelización, le fue ganando terreno a la propuesta de alzarse en armas.
“Monseñor Jaramillo estaba disputando vereda a vereda al ELN la adhesión, o prácticamente había dos discursos. El discurso pastoral de un obispo misionero que viajaba y se metia por cuanta vereda y se llenaba de barro hasta la cabeza, y la guerrilla que estaba pidiendo la mejora de sus condiciones y buscando tomarse el poder”, le dijo a La Silla Carlos Velandia, exdirigente del ELN. “La verdad es que se estaban disputando las bases sociales (…) La guerrilla lo vio como una amenaza para su proyecto”.
Lo paradójico es que el ELN más que un ejército es como una ONG católica armada, una guerrilla en la que la Iglesia que representa el Papa Francisco ha tenido y tiene una gran influencia.
Prueba de esa influencia es que la mesa de negociación en Quito solo se movió cuando los jefes de la guerrilla se enteraron que venía el Papa en septiembre y sintieron la ilusión de encontrarse con él.
Por eso no es casualidad, que justo hayan anunciado el cese bilateral de fuego transitorio al comienzo de esta semana que coincidía con la visita de Francisco. Y que, según lo anunciaron, hoy pedirán perdón nuevamente por el asesinato del obispo Jaramillo.
Hace 30 años, la corriente de la Iglesia que dominaba en el ELN -y que estaba representada por los curas guerrilleros Camilo Torres y Manuel Pérez, quien fue el comandante en jefe de la época del asesinato- era la teología de la liberación, la cual el obispo Jaramillo nunca aceptó.
“En el ELN se expresaba el radicalismo de los sacerdotes de izquierda pero al mismo tiempo ese radicalismo en las ideas de la teología de la liberación se convertía en una especie de censura a las corrientes religiosas que no seguían ese pensamiento más radical dentro de la Iglesia”, le dijo a La Silla el columnista de Semana León Valencia, exdirigente del ELN.
En palabras de monseñor Carlos Leal “ellos querían una revolución en la que nosotros como sacerdotes debíamos involucrarnos obligatoriamente. Era ‘sí a la evangelización’ pero con fusil al hombro”.
Según monseñor Leal, semanas antes del asesinato de monseñor Jaramillo, en la región empezó a rumorarse que el ELN quería ajusticiar al Obispo y él mismo lo sabía.
Finalmente, el 2 de octubre de 1989, esa guerrilla interceptó el carro en el que se movilizaba en zona rural de Arauquita, lo llevó monte adentro y despachó a sus acompañantes con la promesa de que tendrían que recogerlo al día siguiente para llevarle un mensaje al Gobierno. Luego lo mató.
Decidieron matarlo porque en el ELN decían que era cercano al Gobierno, aún cuando en la región fue conocido por no haber tomado bando en la guerra.
“A monseñor Jaramillo lo declararon muy amigo de las empresas petroleras del momento. Decían que él era un aliado del Gobierno”, le dijo a La Silla el vicario José María Bolivar.
El día de las exequias, la gente se agolpó en la iglesia Santa Bárbara de Arauca hasta las 12 de la noche para despedirlo. En medio del temor y en silencio, la región reprobó su muerte.
“La gente decía ‘no, esto ya es el colmo. Si matan a un obispo a quién no van a matar’”, dijo monseñor Jorge Acevedo, otro de los entonces párrocos de Arauca.
La desbandada de la iglesia
Aunque desde el Comando Central de la guerrilla, según le contaron Valencia y Velandia a La Silla, el ELN pidió perdón y lo reconoció como un error, la zozobra en Arauca creció.
Antes de que terminara el año, cinco sacerdotes más de la Diócesis de Arauca fueron trasladados por el Obispo de Norte de Santander, quien quedó encargado de la Diócesis de Arauca temporalmente. Uno de ellos, monseñor Jorge Acevedo, le dijo a La Silla que aún hoy no sabe por qué se tuvo que ir de la tierra donde nació.
“Yo decía ‘pero ¿por qué me tengo que ir?’ Yo estaba trabajando con los jóvenes, iba a veredas. No sé por qué tuve que salir”.
Sin embargo, monseñor Carlos Leal, que también tuvo que salir, le contó a La Silla que en su caso sí se fue porque se lo advirtieron.
“Un mes después de la muerte de monseñor Jaramillo fui a un retiro en Cúcuta. Estando allá, conocidos me llamaron, me dijeron que corría peligro si me dejaban regresar a Arauca, que lo mejor era que no volviera. Yo no hice caso y volví a mi parroquia. A los pocos días un campesino me dijo ‘lo queremos mucho, lo amamos pero vivo padre, van a atentar contra usted también’ y ahí sí me tuve que ir”, contó Leal.
Ese mismo año, a finales de noviembre, el ELN llevó a cabo su segundo congreso nacional y tanto el Comando Central como la mayoría del grupo armado le reprocharon a los delegados del Domingo Laín el asesinato.
Según Velandia, hubo una “intervención política” como castigo (ese frente no tuvo representación en el Coce varios años).
León Valencia le dijo a La Silla que no hubo sanciones de otro tipo porque “el Domingo Laín era un frente muy díscolo y hacer sanciones era casi producir una escisión con ese frente”.
No obstante, ese hecho sí fracturó por dentro al ELN.
Según Valencia, una de las razones que lo motivó a él y a buena parte de la Corriente de Renovación Socialista a dejar el ELN, fue el asesinato de monseñor Jaramillo.
En el mismo Arauca, mucha gente dejó de seguir al ELN por eso mismo. De ahí, el profundo significado que tiene para los araucanos la beatificación del sacerdote hoy por parte de Francisco.
Monseñor Jaramillo no fue el único
Después del homicidio, la Diócesis entró en un año de duelo. Un año en el que tras haber perdido a su obispo y a cinco de sus párrocos, dejaron de ir a las veredas con tanta regularidad.
Solo un año después, fue asignado nuevamente un obispo en propiedad y entonces, según nos relató el padre Álvaro Hernández, “fue como empezar de nuevo”.
Desde entonces, la Iglesia ha sido clave en medio del conflicto en Arauca.
Por un lado, tal y como nos lo dijeron los sacerdotes, la Iglesia siempre ha sido el puente entre la guerrilla y la institucionalidad a la hora de liberar un secuestrado, por ejemplo. Y en esta zona los secuestros de ganaderos, contratistas, políticos y gente del común se cuenta por miles.
Por otro, la guerra entre las Farc y el ELN por la disputa del territorio araucano entre 2003 y 2010, llegó a su fin luego de que la Iglesia junto a otros líderes sociales del departamento sirvieran de mediadores ante el Secretariado de las Farc y el Coce del ELN.
A pesar del rol humanitario que ha jugado, la Diócesis araucana ha sido duramente golpeada.
En 1985, antes de la muerte del obispo, ya habían asesinado al párroco de Fortul, Raúl Cuervo. Luego, en 1998, mataron al capellán de la Policía de Arauca, Jesús Manuel Serrano. Y en noviembre de 2003, asesinaron al párroco del municipio La Salina -es de Casanare pero hace parte de la Diócesis de Arauca y lo mataron en Arauca-, José Rubín Rodríguez y al párroco de Saravena, Saulo Carreño.
Aunque en la prensa de la época mencionan que fueron “grupos guerrilleros” y la gente que lo recuerda asumió que había sido uno de los dos, Farc o ELN, ninguno de esos crímenes fue resuelto.
Sobre las causas, tampoco se sabe nada a ciencia cierta pero los sacerdotes con los que hablamos nos dijeron que todos tenían una cosa en común con el obispo: no compartían la lucha armada.
“Lo que hace diferente a la iglesia de Arauca a todas las diócesis del país es el carisma martirial. Ser mártir significa ser testigos de la fe hasta derramar la sangre, como ha pasado acá”, le dijo a La Silla el padre araucano Deisson Mariño.
El año pasado, la Diócesis presentó la solicitud ante la Unidad de Víctimas para ser reconocida como víctima del conflicto armado. Finalmente, en junio de este año, la Unidad los reconoció como sujeto de reparación colectiva y están en el proceso de diagnóstico para determinar cuál va a ser la reparación.
“Es una Diócesis en un territorio marcado por el conflicto. En medio de eso la Iglesia lo que hace es acompañar el sufrimiento de la gente. Ese acompañamiento se hace en todas partes pero aquí la Diócesis hace parte de las víctimas”, le dijo a La Silla el actual obispo de Arauca, Jaime Muñoz Pedroza.
En la ceremonia de hoy, además de la beatificación de Jaramillo y del padre Pedro María Ramírez Ramos, que murió en el Bogotazo, el Papa va a tener un encuentro con cerca de 6 mil víctimas del conflicto armado y va a presidir un acto en el que dos víctimas se reconciliarán con sus victimarios.
El mensaje que quiere dejar el Papa en su visita en la tierra llanera es el de la reconciliación. ¿Lo escuchará el ELN?