La avalancha humanitaria fue la segunda movida en terreno dentro de la estrategia del cerco diplomático a Maduro. La Silla estuvo allá.
Luego de poner los ojos del mundo sobre la frontera con el Venezuela Aid Live, el hambre y la miseria de los venezolanos se convirtieron en la punta de lanza de la segunda movida en terreno del cerco diplomático al Gobierno de Nicolás Maduro.
Los 235 heridos por las fuerzas militares, los 60 oficiales que desertaron, los cuatro indígenas asesinados en Brasil, y las imágenes que rodaron por todo el mundo de civiles siendo atacados con gases y perdigones, son ahora el nuevo símbolo de la oposición para presionar la salida de ese régimen.
Aunque el presidente interino Juan Guaidó no dijo explícitamente que estaba pensando en una intervención militar, anoche trinó anunciando que pediría a sus aliados “tener abiertas todas las opciones para lograr la liberación de esta Patria que lucha y seguirá luchando” y también dijo algo similar en la rueda de prensa que dio en Cúcuta al cierre de la jornada.
Si bien, ese mismo día más tarde completó el trino diciendo que se refería a las estrategias diplomáticas del cerco, que lo haya hecho luego de un discurso en el que dijo que “el mundo había visto la peor cara de la dictadura venezolana” por los hechos ocurridos ayer, y cuando el lunes habrá reunión del Grupo Lima, y se encontrará con el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, es clave.
Principalmente porque aunque ayer Maduro tomó la decisión que más le convenía para mantener el status quo a su favor internamente y estuvo firme en la decisión de no dejar entrar la ayuda humanitaria de Estados Unidos, perdió en varios frentes dentro de la guerra simbólica que implica el cerco diplomático.
Por un lado quedó claro que, si bien las fuerzas armadas le siguen respondiendo, están fracturadas por dentro y al menos en una porción están actuando coaccionadas; segundo, porque su imagen internacional quedó aún más golpeada; y tercero porque sus intentos de contrarrestar las movidas del cerco, como el concierto paralelo en Tienditas, han fracasado.
En el fondo caldear los ánimos que estaban represados por la crisis humanitaria, darle un día cero -el 23F- y poner a sus protagonistas al frente -aún arriesgándolos-, sirvió de peldaño y consolidó el jaque del cerco diplomático a Maduro.
La Silla estuvo allí.
La punta de lanza
Que todo se saliera de control fue el escenario más probable desde siempre.
Todos lo sabían desde el inicio, pero nadie asumía la responsabilidad de decirlo de frente.
“La ayuda entra porque entra”, que se volvió la frase de cajón en la previa al día cero, o el Sí o Sí de Juan Guaidó, eran eufemismos que en retrospectiva se ven contundentes.
En el fondo era lo que todos querían.
Los migrantes porque en su mayoría están cansados de malvivir en la frontera y quieren volver a sus casas con sus familias. Guaidó porque de lograr el paso de la ayuda humanitaria se hacía a una victoria política contra Maduro. El Grupo de Lima y la OEA porque dentro del cerco diplomático aseguraban otra movida que acorralaría aún más a Maduro.
Sin embargo, más allá de cruzar las 600 toneladas de comida y elementos médicos a través de los puntos fronterizos de Tienditas, el Francisco de Paula Santander y el Simón Bolívar en Colombia, y en Santa Elena de Uairén en Brasil, lo verdaderamente importante era que el mundo viera la reacción de Nicolás Maduro.
Sobre todo porque el día anterior el Venezuela Aid Live ya había puesto todos los ojos sobre la frontera y lo que se ponía a prueba ayer era la lealtad de las fuerzas militares al régimen si Maduro decidía no dejar entrar la ayuda, que en efecto fue lo que pasó.
Así que poner a los venezolanos que cargan con la miseria a cuestas a hacer una avalancha humanitaria, presionar directamente el poder en Miraflores, y cuestionar a las fuerzas militares, era el mensaje más duro que se podía dar.
También una bomba de tiempo.
En el Simón Bolívar, el punto más simbólico de los que se entregarían las ayudas porque es el que ha ocupado titulares de prensa en todo el mundo por la migración masiva y es el principal paso terrestre entre los dos países, la tensión estalló apenas con el primer contacto.
Aunque durante toda la mañana la tropa de Guaidó, que en ese punto estaba comandada por el diputado José Manuel Olivares, se mantuvo en que el mensaje era pacífico, en medio de la tensión armó una barricada de al menos 200 personas, les dio banderitas y les pidió caminar de gancho emulando una cadena humana.
Todos llegaron a la barrera que habían trazado una veintena de soldados de la Policía Nacional Bolivariana cantando el himno nacional y gritando “libertad”, pero apenas se encontraron no tardaron en enfrentarse.
20 segundos, un par de empujones, un forcejeo y una patada los convirtieron en carne de cañón.
Fue a eso de las 11:30 de la mañana cuando desde el lado venezolano lanzaron la primera granada lacrimógena.
El humo los asfixió y los dispersó, pero no los amedrentó.
En su lugar exacerbó los ánimos, sacó a flote la frustración y marcó el banderazo de salida de una confrontación sin cuartel que escalaría durante las siguientes horas.
Para ese momento Ureña, que es el que conecta con el puente Francisco de Paula Santander, era noticia por los disturbios internos; en Brasil indígenas de la etnia pemón peleaban por el paso de los camiones; y en Tienditas la noticia era que estaban llegando desertores.
La doble estrategia no consultada
“Esto es una locura”, fue lo único que atinó a decir uno de los policías venezolanos que estaban en la primer línea resguardando la frontera por orden de Maduro, minutos antes de que estallara el enfrentamiento.
Era joven, no debía tener más de 25 años, e hizo una mueca de tristeza cuando respondió a la pregunta.
El gesto lo repitió cuando no quiso decir si estaba obligado en la frontera. Después no quiso hablar más.
En ese momento al lado venezolano del puente se veía a un puñado de hombres agolpados. No eran más de 500, ondeaban una bandera con la cara del Ché Guevara.
En el lado colombiano, los venezolanos incluido el círculo de Manuel Mijares, hablaban de que eran colectivos (una suerte de grupos paramilitares promaduristas que se visten de civil y asesinan selectivamente).
Desde ese momento quedó claro que iba a ser casi imposible pasar las ayudas y paralelamente se empezaron a ejecutar dos estrategias.
La de los migrantes en Colombia fue la de entrar a como dé lugar.
“No importa qué pase, pero que pase ya”, decían varios para tomar impulso. Al tiempo se preparaban quitándose las camisetas y encapuchándose con ellas.
La de los delegados de Guaidó fue mantenerse en la zona y esperar a ver si algo se resolvía mientras alentaban el tropel de frente (las tarimas fueron los únicos espacios en los que llamaban al pacifismo).
“Valientes ¡Todo por Venezuela!”, gritó uno de los miembros del equipo cuando la turba se armaba enardecida.
La pelea se convirtió en la danza de una pieza de vals: estremecedoramente repetitiva.
El ritmo lo marcaban los encapuchados, quienes arremetían armados con piedras, y equipados con una marca de crema dental en el espacio entre la nariz y la boca y con trapos mojados de vinagre para evitar el efecto de los lacrimógenos.
Su salida, que se daba casi al instante del ingreso, iba acompañada de una estampida. Todos notaron que las piedras no funcionaban, que perdían el tiempo intentando entrar, pero cada tanto volvían a tomar impulso y repetían la historia.
Encima la suerte no los acompañaba. El viento les soplaba en contra y empeoraba el efecto de los gases.
Una señora frustrada oraba en un costado del puente. Le pedía al Arcangel San Gabriel que cambiara el sentido de la brisa, mientras señalaba con su mano hacia Venezuela.
El ambiente solo cambiaba de vez en vez cuando pasaba alguna autoridad con heridos o cuando algún policía bolivariano desertaba.
Cada tanto se escuchaba a uno que pasaba gritando Maduro y que el resto le respondían “coño e’tu madre”.
Más tarde se sabría por boca de uno de los desertores, que, como se intuía, el Gobierno de Maduro habría mandado a atentar contra los manifestantes, estaba echando mano de los colectivos, y hasta había soltado presos para contener a los voluntarios.
La Policía colombiana y Migración solo fueron espectadores. Los primeros ni siquiera estaban armados, los segundos ayudaban a identificar potenciales infiltrados dentro del movimiento de Guaidó y los capturaban.
En la práctica siempre fue como si Colombia hubiera prestado el ring y puesto a los aguateros.
Cuando ya pasaban las tres horas de enfrentamientos, y además de los tiros de perdigones del lado de Venezuela, los migrantes habían incendiado la maleza que crece debajo del puente internacional y lanzaban bombas molotov como contraofensiva por los colectivos, un policía bromeó mientras evaluaba los daños: “esta es la primera vez que me toca trabajar del lado de los que tiran piedra”.
La derrota con cara de victoria
A eso de las 2:30 de la tarde empezó a ser claro en el Simón Bolívar que la idea de pasar la comida por ahí no era viable.
La tensión no solo seguía escalando desde el lado colombiano, sino que encima la logística no estaba completa.
“Chamo, el problema es que podemos seguir matándonos acá pero aún si dispersamos el cerco, no tenemos quién nos recoja la comida allá porque nadie se quiere arriesgar por los colectivos”, decía un delegado del Gobierno de Guaidó mientras trataba de convencer a los venezolanos sobre la conveniencia de ese plan.
Aunque Ureña en ese momento era famoso en todo el mundo porque allí habían quemado dos de las tractomulas que pasaron, en el Simón Bolívar unos pocos explicaban que aún cuando eso era cierto, ya había terreno ganado.
Pero ya para ese momento era muy tarde. La turba tenía vida propia y se opuso al traslado de los camiones pese a que la Policía colombiana dio la orden.
“Esto sería como retroceder ¿me entiendes? Lo que ha pasado aquí no puede quedar en vano, como todo el sufrimiento desde que salimos de nuestras casas”, gritaba una mujer cerca a las casetas de migración. Los que la oían aplaudían.
Los ánimos se mantuvieron así el resto del día.
Por eso, la escena de la pelea entre guardias y civiles se repitió hasta que cayó la noche y el cansancio les ganó.
Sin embargo, cuando en los bordes fronterizos había desánimo por lo que en terreno consideraban un fracaso, en el puesto de mando unificado de Cúcuta, Juan Guaidó, el presidente Iván Duque y el secretario general de la OEA, Luis Almagro, dieron un parte de victoria a pesar de que la comida no llegó.
Eso explicaría en parte la tranquilidad de todos los altos mandos del Gobierno en Colombia y de los invitados, incluyendo Guaidó y su círculo, en los eventos previos a la avalancha humanitaria.
“A ocho horas de que todo sucediera no se respiraba ni la más mínima tensión”, dijo a La Silla una fuente que compartió con toda la delegación y que pidió no ser citada para ahorrarse problemas.
Sea como fuere, mientras que el Presidente interino anunció que irá a la reunión del Grupo de Lima, descalificó con nuevos argumentos a Maduro, dijo que había que tener todas las cartas sobre la mesa y anticipó una reunión con el vicepresidente Mike Pence; Almagro hizo un resumen del balance de la jornada y arreció las críticas contra ese régimen.
Ambos ganaron porque al reforzar sus propias posturas con el atentado a civiles de por medio ajustaron más el cerco para Maduro, quien salvo por el baile de salsa con su esposa en Caracas mientras las fronteras estaban en crisis y el anuncio del rompimiento definitivo de relaciones, no apareció.
Duque al final también cerró el día con un balance positivo porque consolidó su imagen de líder diplomático en el hemisferio estando al frente del cerco.
Sin embargo, habrá que ver qué tan sostenible es su política a largo plazo y si al final era rentable el costo de poner a Colombia en máxima tensión con Venezuela para presionar el cambio de mando en el Palacio de Miraflores.
Todo, cuando se negó a responderle a CNN si estaría dispuesto a dejar entrar tropas estadounidenses a Colombia en el marco de la estrategia para sacar a Maduro del poder; y Guaidó ya dejó ver que el siguiente paso puede ser el militar y esa no es una opción que muchos países quieran considerar.