El sabor que dejó la primera mudanza al nuevo pueblo, que hace seis años se tragó la tierra, fue agridulce.
“Vamos a reconstruir el pueblo (…) créanme que Gramalote va a quedar mejor”,dijo Santos una semana después de que el municipio hubiera desaparecido del mapa.
Lo hizo después de sobrevolar la zona y constatar que del pueblo conservador famoso por sembrar café, solo quedaron los escombros de las casas que se partieron en pedazos cuando la tierra cedió.
Fue una especie de avalancha en cámara lenta que literalmente se tragó al municipio en dos días y que aunque no dejó un muerto, sí desterró a 5 mil personas que huyendo del crujir de los árboles y del de los cimientos de la tierra, salieron del pueblo para no tener nada más que lamentar.
Como era su primer gran promesa presidencial y coincidió con el inicio de su mandato, la reconstrucción de Gramalote se convirtió casi que en la vara para medir la ejecución de su gobierno.
Pero seis años y dos meses después de que ese municipio hubiera dejado de existir, el balance no le ha sido favorable, y aunque el fin de semana ocurrieron los primeros trasteos hacia el nuevo casco urbano, en realidad la bienvenida fue más para las fotos que el renacimiento de Gramalote.
Hoy el nuevo pueblo que Santos prometió solo está construido en un 69 por ciento; hay cuestionamientos por incumplimientos de cronogramas, millonarias adiciones y una lista de cosas por hacer que, aunque es mucho más corta que la de hace seis años, es necesaria para que la promesa sea una realidad.
Solo para las fotos
El sábado, mientras las fotos de camiones con los trasteos de algunas de las 54 familias que iban a recibir formalmente su casa en el nuevo Gramalote inundaron las páginas de casi todos los medios del país, el sabor de boca entre los gramaloteros era doble.
Era dulce porque ese día, además de ver a sus antiguos vecinos del barrio centro (el primero que empezaron a reconstruir con la lógica de que el parque principal es el que le da vida a un municipio), vieron el nuevo Gramalote, que en los últimos años no había sido más que la maqueta expuesta en la Alcaldía como recordatorio de la promesa de Santos.
Pero al mismo tiempo era amargo, porque aunque el Gobierno anunció con bombos y platillos el regreso de los gramaloteros, era solo un acto protocolario con el que Presidencia y el Fondo de Adaptación respondieron a los reclamos sobre los retrasos de Gramalote.
Precisamente fue por eso se ajustó el cronograma de entrega de las casas y en el Fondo de Adaptación decidieron que, aunque el pueblo no estaba terminado, era posible ir trasladando a los habitantes a medida que terminaban las obras.
El Gramalote que sirvió de telón de fondo para los trasteos -en los que hasta el Gobernador de Norte de Santander ayudó- está a medias, ya tiene lista la alcaldía, el acueducto, el alcantarillado, la planta de tratamiento de aguas, el parque principal, la plaza de mercado y 300 casas que están concluidas pero que aún no han sido entregadas en su totalidad.
William Villamizar, gobernador de Norte de Santander.
También tiene la estatua de bronce de Laureano Gómez, que por 60 años estuvo en el parque del antiguo pueblo y fue erigida como recordatorio de que a mediados de los años 40 el expresidente conservador pasó por Gramalote. Eso le da familiaridad.
Pero al nuevo pueblo, le falta el colegio, el hospital, el alumbrado público, que las vías concluyan y que se construyan otras 700 casas más.
“Si queremos que todo se reactive va a pasar tiempo. Hay que empezar a trabajar en eso, pero hasta que eso no esté bien terminado y la gente pueda montar sus negocios y tenga quién le compre, pues no es buena idea venirse para acá”, le dijo a La Silla una comerciante que prefirió no ser nombrada.
Desde que el pueblo desapareció las cosas cambiaron mucho.
Sus habitantes se dispersaron y mientras que algunos se fueron para Cúcuta, otros terminaron en los municipios vecinos, en Venezuela, e incluso hubo otro grupo que jamás dejó Gramalote y se fue a vivir a una de las 24 veredas del municipio.
Cada uno rearmó su vida por su lado. Consiguieron casa nueva, vecinos nuevos, trabajo nuevo y muchos ya no tienen mucho por hacer en Gramalote. Por eso lo del sábado no fue ni al asomo del retorno.
El lunes en la noche, cuando las cámaras ya no estaban en el pueblo y había pasado la algarabía, casi todo se desocupó. Los que en el papel llegaron para quedarse se fueron también.
Esta semana solo durmieron en el pueblo la estatua de Laureano Gómez y, según los reportes de la Alcaldía, siete familias más. El resto se fueron a continuar sus vidas en los lugares en los que hace seis años les tocó reiniciarlas.
Los enredos en la ejecución
La reconstrucción de Gramalote tiene destinados $412 mil millones y de esos, según cifras del Fondo de Adaptación, $380 mil ya están comprometidos.
Sin embargo, desde que arrancó formalmente la construcción del proyecto -en mayo de 2015-, luego de un proceso de concertación sobre su ubicación que dejó dividido al pueblo, la Contraloría ha denunciado atrasos que no estarían justificados, adiciones que no tendrían todos los soportes y cambios en el cronograma que han hecho difícil el seguimiento a la ejecución de la obra.
“Existen hasta el momento presuntas fallas en los diseños y por ende deficiencias serias en la planeación del proyecto”, señala el más reciente informe de la Contraloría, de octubre de 2016
Uno de los puntos es que la entrega de las casas se ha dilatado sin explicación: según el contrato inicial de 2015, a finales de 2016 debían estar listas las 600 viviendas del proyecto; sin embargo, en junio de ese año bajaron la meta a 500 y en septiembre a 188.
Aunque hoy están construidas 300, solo 54 son habitables porque ya no hay maquinaria a sus alrededores.
La Contraloría también tiene en la mira los contratos para la construcción de las dos vías de acceso del municipio, que tienen retrasos y han sido adicionadas.
El caso más llamativo es el del tramo que conectará el pueblo con el vecino municipio de Lourdes, que solo tiene 2,5 kilómetros pero que pasó de costar $17.311 millones a $25.881, llegando casi al tope legal de adiciones del 50 por ciento.
Encima, según el Fondo de Adaptación, tendrá un contrato más por un valor todavía indeterminado.
Según los anuncios del Fondo de Adaptación, el 31 por ciento que falta estará listo en el primer trimestre de 2018, con más de un año de retraso de lo inicalmente planeado.
Esas demoras le han dado munición a Tarcisio Celis, el alcalde Gramalote, quien por el ladito está apoyando un pueblo alterno en un predio del que su familia era propietaria en parte.
Los gamonales
Gramalote políticamente es la radiografía de cientos de municipios en Colombia que ha evolucionado en medio de familias que con los años han consolidado su poder.
Acá los poderosos son los Celis, una familia con plata que los últimos 20 años ha puesto concejal, tres alcaldes y un representante a la Cámara, y que se consolidó políticamente al lado del senador conservador Juan Manuel Corzo, uno de los caciques de ese departamento.
En la tragedia también han sido protagonistas.
Cuando la avalancha destruyó al pueblo, en 2010, el alcalde era Rafael Celis. Había sido elegido en unas atípicas ese año luego de que su hermano Alfonso, quien llegó a ese cargo en 2007, falleciera.
Lo logró con 1.825 votos, una tercera parte más que los de su contendor, y aunque con eso quedó claro que contaba con el respaldo de los gramaloteros, cuando la mala racha llegó no le fue bien.
Si bien con el desastre las ayudas del Gobierno empezaron a llegar, por la magnitud de la crisis nada dio abasto y él terminó señalado.
“Uno sabía que el Alcalde no tenía la culpa de lo que había pasado, pero como tampoco hizo nada, en Gramalote se empezó a decir que la avalancha no había dejado ningún muerto, pero sí un desaparecido, que era él”, le dijo a La Silla un habitante de Gramalote.
Además, tres meses después de la tragedia un fallo del Tribunal Administrativo de Norte de Santander anuló su elección porque que estaba inhabilitado para inscribirse como candidato por ser hermano del fallecido exalcalde.
Ese doble revés le costó una derrota a los Celis en las elecciones de 2011 cuando, tras unos meses de tener alcalde nombrado por decreto y de su línea, por primera vez en mucho tiempo los gramaloteros eligieron a alguien sin el aval conservador.
Fue Sonia Rodríguez, una sicóloga que se lanzó por Cambio Radical y con el apoyo del párroco (que se volvió protagonista tras la tragedia porque ayudó a las familias que quedaron en la calle), llegó a dirigir Gramalote cuando empezó a andar el proceso de la reubicación.
Aunque quedaron fuera del poder, los Celis siguieron figurando, esta vez por la pelea que se desató por la reubicación del pueblo.
El otro Gramalote
En 2011, cuando arrancaron los estudios para definir el lugar para construir el nuevo pueblo, la entonces ministra de Vivienda, Beatriz Uribe, anunció que el elegido era Pomarroso, una zona ubicada a 5 kilómetros del desaparecido casco urbano.
Si bien el anuncio causó expectativa en Gramalote, porque se vio como señal de que el proceso iba avanzar rápido, en el centro del país causó revuelo porque los Celis eran dueños de una porción de Pomarroso en un lote que habían recibido en sucesión, y para ese entonces uno de los integrantes de la familia era Representante a la Cámara.
Su nombre es Carlos León Celis. En 2010 con el músculo financiero de su familia y el respaldo del senador Corzo, saltó de ser concejal de Lourdes a congresista.
Los Celis han dicho que su intención era donar el lote al Estado para que ahí levantara Gramalote, y han negado tener cualquier interés.
El lío resultó en que en abril de 2012 Santos anunció que el lote de la reconstrucción sería otro y de paso dejó a los gramaloteros partidos en dos.
En 2014 los Celis donaron su lote a la Corporación Pomarroso Gramalote, una fundación en la que han figurado varios de ellos, para que lo desarrollara.
Desde ese entonces allí se ha alzado casi que una urbanización paralela a la de la Nación, que el hoy alcalde Tarsicio Celis defendió en su campaña a la alcaldía en 2015.
Hoy ese asentamiento, según Giovanni Muñoz, un abogado que lo defiende y está construyendo allá con su esposa, tiene 40 familias viviendo en casas de ladrillo y otras 210 con aspiraciones de hacerlo.
“Ya vamos a hacer pozos sépticos, estamos mirando qué hacer con los residuos sólidos, tenemos agua y energía. Ahora lo que pedimos es que nos reconozcan, porque ya como cualquier asentamiento tenemos derechos adquiridos”, le dijo a La Silla.
Curiosamente el Alcalde es uno de los principales críticos del proyecto de la Nación, pero no ha dicho nada sobre el asentamiento de Pomarroso.
“A ese habrá que legalizarlo, esperemos a ver”, le dijo a La Silla.
Esa pelea pasará ahora a la definición del Esquema de Ordenamiento Territorial del municipio (el equivalente al POT en los municipios pequeños), y los que viven en Pomarroso están esperando que en él su asentamiento sea legalizado.
Por eso, más allá de las demoras, a Santos le tocará inaugurar, si es que se cumplen los plazos y lo entregan antes de su salida, un Gramalote partido en dos.