El día de su posesión ante los mamos kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta, Juan Manuel Santos se comprometió a ser un guardián del agua, de la tierra, del aire y de los alimentos y a garantizar una armonía con la naturaleza. “La sabiduría de ustedes va a ser una fuente de inspiración durante mi mandato”, les dijo Santos en su discurso en la Plaza de Bolívar.

Y quizá inspirado por ellos, destinó una parte significativa de su alocución a hablar de su compromiso ambiental. Exaltó la diversidad biológica que tiene Colombia y su increíble riqueza hídrica. Prometió crear el Ministerio de Medio Ambiente y la Agenda Nacional de Aguas para garantizar una mayor protección de nuestros recursos naturales. Y repitió tres veces que trabajará por el medio ambiente “para pagar esa deuda impostergable a las nuevas generaciones”.

Además, Santos no solo firmó el Pacto Ambiental durante la campaña sino que nombró a su promotora como Ministra de Medio Ambiente.

Desde noviembre del año pasado, Sandra Bessudo logró comprometer a 55 congresistas y a todos los candidatos presidenciales para que firmaran un ambicioso pacto en el que se comprometían a “colocar lo ambiental en el centro de la acción pública y dedicar todos los esfuerzos necesarios para ir reemplazando un modelo de desarrollo insostenible por otro que coloque la sostenibilidad como el empeño primordial de la sociedad colombiana y de su Gobierno”.

El pacto es un catálogo de principios orientadores pero también da unas pautas específicas para el Presidente como tener los aspectos ecológicos como prioridad, luchar contra el cambio climático y la preservación de la biodiversidad, revisar las políticas actuales en materia de energía, transporte, minería, urbanismo, vivienda, agricultura, relaciones internacionales e incluso fiscal para enmarcarlos en esta lógica de sostenibilidad.

El nombramiento en la cabeza del Ministerio de una ambientalista comprometida como Bessudo de alguna manera sella también este compromiso de Santos con el medio ambiente. Y es un buen viraje frente a los últimos ocho años uribistas en los que el tema ambiental cedió ante la confianza inversionista, se debilitó tremendamente la institucionalidad y la agenda del Ministerio se concentró sobre todo en la política de agua y vivienda.

En otras palabras, Santos ha hecho todos los gestos necesarios para indicar que él quiere ser un presidente verde. La pregunta es si podrá.

¿Locomotoras Verdes?

La respuesta no es fácil. Porque al mismo tiempo que se comprometió a colocar lo ambiental en el centro de las políticas públicas, ennumeró sus cinco ‘locomotoras’ para lograr la Prosperidad Democrática. Y cada una de ellas puede chocar de frente contra los objetivos ambientales.

En el tema de urbanismo, Santos se comprometió a construir un millón de viviendas. Si quiere ser consecuente con los indígenas y con el Pacto que firmó, tendrá que negociar con los intereses de los grandes constructores que financiaron su campaña y que, por ejemplo, tienen planes de expansión hacia el norte de Bogotá. Las urbanizaciones de baja densidad en suburbios como Chía, la Calera y otros municipios de la Sabana, como lo anotó el ex Ministro de Medio Ambiente Manuel Rodríguez en una columna en El Tiempo, propician el despilfarro de energía, afectan los humedales, y minimizan la calidad ambiental de la mayor parte de los habitantes urbanos.

La construcción de carreteras y otros megaproyectos de infraestructura tiene también un impacto ambiental. Afortunadamente el Ministro de Transporte ya ha dicho que la carretera del Darién tal como fue planteada por el gobierno de Uribe no tiene sentido.

Pero hay otras: está la Pereira-Nuquí, que atraviesa uno de los lugares más ricos en biodiversidad, la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) que cruza el Putumayo hacia Brasil genera riesgos de deforestación en la Amazonía.

Obviamente, las locomotoras de la minería y los hidrocarburos es la que más temor genera entre los ambientalistas. Ya están planteados los proyectos de extracción de oro en el páramo de Santurbán, en Santander, y en la Colsa, en el Tolima, para citar algunos.

“¿Detendrá, su gobierno, el rugir de las dragas y retroexcavadoras que para la explotación del oro están invadiendo los más diversos rincones del país, dejando a su paso un paisaje lunar y comunidades arruinadas? ¿Acaso le parece a usted inaceptable lo que está ocurriendo con la gran minería a tajo abierto en el centro del Cesar?”, eran algunas de las preguentas que Rodríguez le hacía a los candidatos que firmaron el Pacto Ambiental sin chistar.

En agricultura, el nuevo ministro ya se ha comprometido a incentivar la economía rural campesina, que es más amigable con el ambiente, pero subsiste la pregunta sobre cómo se aproximará el gobierno a la ganadería extensiva, a la ampliación de los monocultivos como los de la palma y los maderables y a la ampliación de la frontera agrícola. Particularmente, será interesante ver cual posición en concreto toma Santos frente a la conquista del Casanare. Si seguirá con la visión que expresó varias veces Uribe, de que era una “planicie lista para conquistar sin hacha”, o si prevalecerá su compromiso con conservar el pulmón del mundo.

Este no es un tema fácil pues los temas ambientales siempre plantean un dilema entre el desarrollo y el empleo en el corto plazo versus la sostenibilidad a mediano plazo, e implican una verdadera revolución en la forma de vivir la vida y de gobernar.

Si la actual Ministra de Vivienda Beatriz Uribe gana el pulso para que la división de ordenamiento territorial del Ministerio se vaya con ella o evita que se nombre como viceministro a un ambientalista de peso como Carlos Castaño se verá que el camino será menos verde en la práctica que en el discurso.

Pero solo se sabrá realmente si Santos le hace caso a sus ‘hermanos mayores’ en un año cuando los proyectos de ley que presente esta semana se vuelvan una realidad. Por ahora, lo que sí es claro es que es más fácil colgarse del cuello los cuatro cuarzos que le regalaron los indígenas a Santos que gobernar con ellos como guías.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...