Hoy Juan Manuel Santos termina su primer año del segundo gobierno que fue –según varios analistas consultados por La Silla- un año malo. Pero el Presidente asumió unos costos políticos para sembrar una semillas de la paz que si fructifican podría ser rápidamente olvidado.

Hoy Juan Manuel Santos termina su primer año del segundo gobierno que fue –según varios analistas consultados por La Silla- un año malo. Pero el Presidente asumió unos costos políticos para sembrar una semillas de la paz que si fructifican podría ser rápidamente olvidado.

Un año malo

Después de una dura y enconada campaña electoral que amenazó su permanencia en el Gobierno, Juan Manuel Santos logró permanecer en Casa de Nariño como un ganador, con una amplia y diversa coalición política detrás y con un cheque en blanco de los colombianos para que firmara un acuerdo con las Farc.

Prometió liderar cambios históricos en tres frentes: en la educación, en la equidad y en la paz. E hizo una invitación amplia a favor de la unidad.

“Eso es lo que les propongo: Que caminemos JUNTOS, que trabajemos JUNTOS, por lo que NUNCA nos habíamos imaginado como país”, dijo en su discurso inaugural.

Un año después, poco queda de ese aura de trinfalismo. Este siete de agosto, el Presidente termina con la favorabilidad de tan solo un tercio de los colombianos.

Las encuestas más recientes de Ipsos y de Cifras y Conceptos difieren en casi todo frente al panorama electoral. Sin embargo, coinciden en una cosa: en la primera, Santos tiene una favorabilidad del 29 por ciento y una desfavorabilidad del 68 por ciento. En la de Cifras, el 38 por ciento lo ve con buenos ojos, y el 59 por ciento lo rechaza. En ambas está en su punto más bajo desde que se convirtió en presidente hace cinco años.

Santos tampoco logró la unidad por la que ha abogado desde el primer día de su mandato. En realidad, no la logró ni siquiera al interior de su coalición política.

Después de haberlo elegido, la izquierda y el partido Verde volvieron a reubicarse en la oposición al Gobierno aunque siguen acompañando su esfuerzo de paz.

Fue una realineación predecible dado que varios dijeron que estaban votando por Santos “con tapa-bocas” y solo porque creían en la negociación en la Habana. Menos esperable fue que la Unidad Nacional se fracturara tan pronto.

Como lo contó La Silla al terminar el actual Congreso, la coalición de la Unidad Nacional con la que ha gobernado Juan Manuel Santos desde que llegó al Gobierno perdió su disciplina en esta legislatura.

En votaciones clave del Senado, como la venta de Isagen o el equilibrio de poderes, los tres partidos aliados de Santos (la U, el Liberal y Cambio Radical) se dividieron. El único aliado incondicional de Santos fue Opción Ciudadana, el viejo PIN. Y, en más de una ocasión, fue el uribismo el que le terminó dando la mano al Gobierno para salvar algunas iniciativas.

Esta división se ha vuelto más evidente en las elecciones regionales.  Aunque a finales del año pasado, el Gobierno había acordado con los líderes de los partidos de su coalición que irían con candidatos de la Unidad Nacional allí donde hubiera una amenaza de perder, lo cierto es que al final pesaron más los intereses de los aspirantes presidenciales para el 2018 o las realidades locales.

El caso más evidente fue Bogotá, donde el vicepresidente Germán Vargas terminó apoyando la aspiración a la Alcaldía de Enrique Peñalosa, principal rival del candidato de los otros dos partidos de la Unidad Nacional Rafael Pardo. Esto a pesar del riesgo real de que gane la oposición.

“En lo electoral, el gobierno terminó siendo tan policéfalo como en el manejo del ejecutivo”, dice el analista político Carlos Suárez. “La articulación desde Palacio es muy poca”.

Suárez se refiere a una percepción generalizada entre varios de los consultados y es que al interior de Casa de Nariño lejos de haber tenido un liderazgo fuerte y cohesionador, el Presidente Santos terminó delegando todos los temas menos el de la paz y abriendo el espacio para varios “feudos” independientes.

“La sensación es de un gobierno disfuncional y de una falta de liderazgo del Presidente hacia adentro”, dijo a La Silla un representante de gremio.

Durante este año, la percepción es que se conformaron en Casa de Nariño tres ejes alrededor de tres aspirantes a la Presidencia: el eje de Gina Parody, conformado por la ministras de educación, de Comercio Cecilia Alvarez y la Secretaria General Maria Lorena Gutiérrez junto con la Primera Dama; el del Vicepresidente, que tiene detrás suyo a los ministros de Vivienda, de Transporte, de Agricultura, y del Interior y que perdieron un pie en Palacio con la salida de Néstor Humberto Martínez; y el del ministro de Hacienda Cárdenas, que aunque más solitario, tiene el sartén por el mango de la billetera.

Obviamente, en la mitad, hay varios ministros que no se alinean con ningún lado y que andan en lo suyo, pero que padecen los roces generados en Palacio y la distancia del Presidente.

Después de que varios de los ministros sostuvieran peleas públicas entre sí, La Silla contó que estas divisiones son en gran parte producto de que el Presidente empodera a los ministros pero que cuando existe un choque de visiones entre ellos Santos se demora en definir (o sencillamente no define) la línea a seguir, lo que hace que más temprano que tarde el choque se dirima públicamente. Y que también es el resultado de un “problema de incentivos”.

“El Presidente no premia la lealtad; y la oposición desde adentro no genera ninguna consecuencia negativa. Por eso no hay ningún incentivo de alineación,” dijo a La Silla uno de sus funcionarios y dio como ejemplos, la actitud del ex ministro Pinzón que luego de oponerse a la bandera del gobierno fue ascendido a Embajador en Washington.

Varios de los consultados contaron que, además, existía una cierta desconexión entre el Presidente y sus ministros en el “uno a uno” en los temas que no tienen que ver directamente con la paz.

“Santos no es un jefe político”, dijo una persona que lo conoce bien. “Si lo fuera lideraría algún cuento, recogería banderas, causas. Él es un buen administrador de un gobierno moderado, de centro, técnico, con muy bajo ingrediente político, que no genera pasiones y que quiere hacer las cosas bien. Ofrece buenos resultados pero no cuenta una historia que mueva a su gente en la misma dirección. Por eso, al final, se imponen los proyectos individuales”.

Los logros

Aunque las encuestas muestran que el Gobierno no logró transmitir sus logros, en términos de resultados concretos hay varios: se desarticularon cientos de estructuras criminales y el homicidio cayó un 17 por ciento; el desempleo llegó al 8,2 por ciento en junio; se logró meter a 375 niños en jornada única; 10 mil jóvenes ganaron becas para estudiar en las mejores universidades del país, la mayoría privadas; se aprobaron Alianzas Público Privadas para construir 900 kilómetros de autopistas nuevas y se adjudicaron seis proyectos de la segunda ola de carreteras 4G; se aprobó una reforma de equilibrio de poderes que eliminó el Consejo Superior de la Judicatura, le quitó funciones politiqueras a las cortes y eliminó la reelección.

En particular, en el tema de la infraestructura hay avances sustanciales. Germán Vargas llegó a encabezar esta locomotora cuando ya los rieles estaban montados con la ley de APP o la estructuración de las carreteras de 4G. Pero en un año, que para proyectos de infraestructura es un tiempo relativamente corto, llegó a empujar los proyectos para lograr ejecución, y a identificar los obstáculos para eso, que ha ido atacando con decisiones como sacar adelante la Ley de Infraestructura (usando su gran capacidad para sacar leyes) o lograr el cierre financiero de los proyectos de 4G (con Mauricio Cárdenas).

Los logros del Gobierno son importantes. Pero la falta de un mensaje unificado que inspire y aglutine a los funcionarios pero también a los ciudadanos –que fue la nota que dominó el primer gobierno Santos- se mantuvo durante este primer año, a pesar de que esta vez el Presidente había sido elegido con el impulso del discurso de la paz.

A esto se unió, un revés en la economía producida por factores externos, que por primera vez durante este gobierno se convirtió en una de las principales preocupaciones de los colombianos como se revela en la encuesta Ipsos.

“Un año de cierre de una negociación de paz es siempre el más difícil. Más un año de elecciones que no hace sino dividir. Y a esto se le combinó que la economía se vino al piso porque uno de cada tres presos depende de la renta minero-energética.  Son los tres ingredientes de una tempestad perfecta”, dice la senadora Claudia López. “Pero el verdadero problema es que Santos subestima cada uno de estos efectos sobre la población y se la pasa con un discurso propagandístico que no tiene nada que ver con nuestra realidad cotidiana”.

La paz

Todos los consultados coinciden en que más allá de los logros en otros frentes, el Presidente Santos decidió este año –como lo prometió entre primera y segunda vuelta- jugarsela toda por la paz. Y que al poner todos los huevos en esa canasta, la suerte de su gobierno ha quedado amarrada, para bien o para mal a la Habana.

“Lo importante de este año es que el Presidente demostró que está dispuesto a tomar todos los riesgos por salvar el proceso de paz”, dice Héctor Riveros, ex columnista de La Silla.

Los riesgos que asumió fueron muchos y costosos políticamente.

El primero fue mantener los diálogos a pesar de la ruptura del cese unilateral por parte de las Farc y a pesar de tener a todas las encuestas en contra.

Incluso, en su momento más bajo de popularidad, anunció la suspensión de los bombardeos como una medida de reciprocidad al cese unilateral y como una forma de avanzar en el desescalamiento del conflicto armado.

En plena crisis del proceso, su jefe negociador Humberto de la Calle anunció que el gobierno estaba dispuesto a negociar un cese bilateral del fuego antes de firmar el Acuerdo Final como lo querían las Farc y además, renunció a la idea de que los máximos responsables de la guerrilla tuvieran que pagar cárcel antes de hacer política. Por último, se acabó la regla terminante que había imperado en la negociación de que nada estaba acordado hasta que todo esté acordado y se arrancaró un programa conjunto de desminado entre Farc y el Batallón de Desminado del Ejército.

Pero quizás lo más revelador de los costos que el Presidente está dispuesto a asumir para lograr la firma de un acuerdo en la Habana, es que Santos se dio la pela de cambiar a un ministro de Defensa que se había convertido en un opositor público y privado al proceso de paz por uno que venía de la mesa de negociación. 

Y sobre todo, de –en plena oleada terrorista de las Farc- cambiar a una parte de la cúpula militar para poner a un comandante del Ejército que si bien tiene una trayectoria militar destacada es visto dentro y afuera de las Fuerzas como un hombre más alineado con unas fuerzas militares para el posconflicto.

Hay otros frentes relacionados con la paz, que el Presidente Santos parece haber descuidado: el ministerio para el posconflicto está en coma desde que el general Naranjo renunció porque no logró encontrar un margen para actuar; las entidades relacionadas con la paz están entre las que más sufrieron un corte presupuestal como lo mostró La Silla; y quizás, el frente más preocupante, es que se ha hecho el de la vista gorda con los avales que partidos de la Unidad Nacional, especialmente el del Vicepresidente, han dado para las regionales de este octubre a candidatos cuestionados que perpetúan mafias en el Caribe.

En ese camino, como lo ha contado La Silla Caribe, el vargasllerismo hizo alianza con los Gnecco del Cesar, con los Cotes en el Magdalena y siguió apoyando al grupo que llevó al poder al cuestionado Kiko Gómez en La Guajira.

Aun con esos lunares, la negociación en la Habana sigue avanzando. Este año logró un acuerdo sobre la Comisión de la Verdad, que si llega a funcionar podría realmente romper el círculo vicioso del conflicto armado pues sinceraría la participación de sectores que hasta ahora han pasado de agache y le devolvería a las víctimas la verdad que tanto necesitan; también logró un acuerdo para comenzar a desminar, lo que le podría aliviar a miles de campesinos -si se expande la iniciativa- la vida cotidiana; y se consiguió acordar el desescalamiento del conflicto que en círculos bogotanos se rechaza pero que mejora sustancialmente la vida rural; y ahora con mesas paralelas para lograr encontrar una fórmula de justicia transicional que permita destrabar el punto más difícil de la negociación es posible que la firma del Acuerdo Final esté más cerca.

El Presidente Santos está confiado en que esto se lograra este año y que la popularidad de su gobierno tendrá un giro radical.

Quizás sea así, con lo cual este año sería el último percibido como malo de este gobierno. Pero quizás no, porque como dijo uno de los analistas consultados, el gobierno no ha logrado todavía ofrecer una visión de futuro a partir de la paz.  De pronto durante este segundo año…

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...