Ilustración: Los Naked.

Es cierto el adagio expresado por algunos de los miembros de la Coalición de Centro Esperanza: como se llega al poder se gobierna.

Las campañas presidenciales acaban siendo un pequeño laboratorio de cómo sería un gobierno eventual del candidato de marras. Las fortalezas y las debilidades, el estilo, los valores y los pecados del aspirante, esbozados en la carrera presidencial, muchas veces se manifiestan esculpidos en piedra cuando se llega a la meta.

Por eso es preocupante lo que ha ocurrido en la última semana, donde uno de los aspirantes presidenciales de la coalición, el doctor Jorge Enrique Robledo, ha manifestado en público y por escrito que no acatará los acuerdos suscritos.

La razón esbozada tiene claros ecos putinianos: incumplo porque me incumplieron, aunque no existe ningún tipo de evidencia de que esto hubiera sido así. Es solo una confección ficticia, que vive, crece y se desarrolla en la mente de quien ya tomó una decisión y que busca, como quien busca las cerezas del pastel, argumentos para justificar su acto.

Alejandro Gaviria (cuya campaña acompaño) está jugando con las reglas de juego establecidas para la competencia electoral que determinará la escogencia el próximo 13 de marzo del candidato presidencial que representará el centro del espectro político.

Se trata, como él mismo lo ha dicho, de una elección primaria “difusa”, por no decir extraña, donde se busca democráticamente escoger un primus entre un grupo de candidatos que no son precisamente pares. No pertenecen a un mismo partido político, tienen orígenes políticos diferentes, claramente tienen talantes variopintos y, en materia ideológica coinciden en un decálogo de principios y, tal vez, no en mucho más. 

Sin embargo, la característica más curiosa de esta agrupación es que varios de ellos son solo gregarios, cortavientos desechables cuya función principal es abrirle el camino al que tiene en esta etapa, y por ahora, la camiseta amarilla.

No satisfechos con las maniobras tácticas para embolatar el lote y ante la posibilidad cada vez más evidente de que Alejandro vaya a triunfar en el premio de montaña que se avecina, han decidido que es hora de meterle la bomba de inflar a los radios de la bicicleta para que el competidor se caiga aparatosamente.

Cometen un error monumental: como se llega se gobierna.

Para empezar, es difícil, imposible diría uno, llegar encaramados en el pedestal maniqueo de la pureza extrema, ignorando los manchones de mierda que los gregarios –los mismos que ponen los palos en la rueda– han dejado marcados con sus huellas digitales en toda la plataforma. Se trata de hipocresía simple y llana y la gente, que no es tonta, lo reconoce a leguas.

Pero, además, el mismo sistema está diseñado para promover los acuerdos políticos que se hacen –ya lo podrán adivinar– con los políticos, no con las Hermanitas de la Caridad, ni con los Huérfanos de Don Juan Bosco ni con el Dalai Lama.

Después del 13 de marzo los candidatos sobrevivientes, que serán unos cinco, se embarcarán en una carrera para ampliar las coaliciones con miras a la primera vuelta presidencial.

Petro aprendió el juego y viene sumando desde el día uno, por ahora mucho desecho putrefacto, pero pronto, ya lo verán, la higiene de los apoyos irá mejorando.

Quien gane en el Equipo Colombia hará lo mismo, recogiendo primero a la derecha vergonzante y luego al uribismo puro y duro que se quedó colgado de la brocha.

¿Qué hará la Centro Esperanza? ¿Mantener la doctrina de la fe inmaculada? ¿No aceptar a las “maquinarias”, en esa definición maniquea y absurda que pretende purgar a la política de los políticos? ¿O sólo recibirá a los iniciados en el culto de la pureza, a las vírgenes vestales del panteón electoral? Parecería que muchos de la coalición se sienten más cómodos en la derrota que en la posibilidad de una victoria que no esté apegada a la más estricta ortodoxia.

Las cosas en la segunda vuelta serán aún peores. Solo queda un boleto para esa fiesta porque el otro ya está repartido.

Las alianzas, por definición, tienen que ampliarse al máximo, los electores sólo pueden escoger entre uno o el otro.

El Pacto de Petro es una cloaca a cielo abierto, eso ya se sabe, que recibe aguas prístinas y lodos tóxicos. Si, como bien puede ser, el candidato de la Centro Esperanza consigue el boleto remanente, ¿entonces qué? No se trata, por supuesto, de hacer cualquier cosa o de recibir a cualquiera. Como se llega se gobierna, eso es correcto. Pero sin grandeza y flexibilidad (y sin un mecanismo creativo para acoger a una tercera parte del electorado que está a la derecha) no se podrá ganar.

Y supongamos que se gana. ¿Cómo diablos se va a gobernar? ¿Con las vírgenes vestales?

Duque nos anunció que gobernaría sin “mermelada”, lo que eso signifique. Es decir, gobernar sin la conformación de una coalición parlamentaria para impulsar la agenda del gobierno. Fueron dos años perdidos, sin reformas, sin iniciativas y con la espada de Damocles sobre la cabeza de todos los ministros. Luego, cuando la debacle de Carrasquilla, que incendió al país y que casi tumba al gobierno, el gobierno empezó a repartir galones de mermelada gourmet y de alto contenido de azúcar, pero por la puerta de atrás. E igual, nos quedamos sin las reformas. Eso es lo que pasa cuando se gobierna a punta de clichés.

Si se llega al poder sin nadie (improbable) se gobierna sin nadie. O sea, no se gobierna, se sobrevive. De esa receta ya tuvimos cuatro años fracasados. No nos podemos dar el lujo de vivir otros cuatro años iguales. 

Abogado de la Universidad de los Andes, Master in Business Administration del Instituto Panamericano de Dirección de Empresas (IPADE), México D.F., Master en Políticas Públicas de la Universidad de Georgetown, Washington D.C. Se ha desempeñado en diversos cargos del sector privado y público,...