En los últimos días el presidente dio tres discursos importantes. 

El jueves habló en el congreso y abrió la segunda legislatura con un discurso relativamente conciliador. El presidente, que en los discursos en las marchas y desde el balcón sostuvo que las reformas que ha presentado su gobierno provienen de una autoridad popular que debe ser refrendada por el Congreso, y viendo que sus mayorías legislativas son cada vez más frágiles y que necesita a ese congreso para gobernar, no se mostró tan voluntarioso. Aunque llegó tarde, reconoció el trabajo legislativo, fue deferente con la oposición y con el gobierno anterior, y se quedó para oír las réplicas.

Sin embargo, como siempre, cuando habló de ceder no fue para indicar que su gobierno cedería en las negociaciones de los proyectos de ley para incluir intereses distintos a los del presidente, sino para invitar a los partidos a ceder ellos y a aprobar sus reformas.

El discurso en el Congreso fue importante porque mostró a un presidente más realista, acaso dispuesto a acercarse al Congreso, aunque todavía en sus propios términos.

Esta misma semana, el presidente dio otros dos discursos en la Cumbre de los Pueblos en Bruselas en los que se mostró radical.

Además de ser importantes porque en ellos el presidente equiparó a Estados Unidos con Rusia, insinuó que el apoyo de la Unión Europea a Ucrania se explica por una “derechización” de las sociedades europeas y no por un acto de solidaridad en contra de la agresión de Putin, y describió a Venezuela como un “proyecto acorralado”, los discursos son importantes porque muestran el pensamiento político del presidente.  

Los discursos no sólo revelan sus ideas, sino que dejaron ver a una persona que tiene una teoría comprensiva de la historia y de las cosas del mundo. El presidente, en estos discursos, presentó unas ideas apocalípticas, anti-capitalistas y revolucionarias, y logró mostrar –o “articular”, como diría él– un sistema de pensamiento coherente en el que estas ideas se organizan para justificar una forma de acción política muy diferente del aparente pragmatismo del discurso en el Congreso.

El diagnóstico apocalíptico:

El presidente empezó su primer discurso en Bruselas con un diagnóstico: el mundo está en una “poli-crisis,” que incluye el COVID-19, “la crisis económica que desde el 2008 no cesa” y que implica una “parálisis (…) total del capitalismo”, y, claro, el cambio climático.

El presidente identifica el cambio climático como una de las principales amenazas que el mundo enfrenta. Esto, por supuesto, es cierto. El cambio climático implica inundaciones, incendios, crisis alimentarias y migratorias, extinciones de miles de especies, y hace necesaria la acción coordinada de los países para adoptar masiva y rápidamente energías renovables.

El presidente, sin embargo, presentó la crisis climática de una forma desmedida y en términos apocalípticos.

Según él, la crisis “expresa el final de los tiempos” e implica, como dijo en el segundo discurso, la “extinción de la humanidad”.

La explicación capitalista:

En los discursos, el presidente no sólo expuso la magnitud de la crisis, sino que también ofreció una explicación. La causa del cambio climático ha sido el capitalismo: “Los procesos de acumulación ligados a la ganancia y la codicia, que es lo que define finalmente el concepto del capital, el modo de producir capitalista, ha generado un Frankenstein. Se llama la crisis climática (sic)”.

Un Frankenstein –agregó– que tiene “la capacidad de acabar con la humanidad”.

Además de usar la crítica moralista (contra la supuesta codicia que hay detrás del capitalismo), el presidente usó categorías marxistas para explicar cómo el cambio climático ha sido causado por el capitalismo: “nos lo dice ya la ciencia y lo podemos articular con conceptos que ya se habían escrito en la economía política en el siglo XIX. Se articula y es claro: el cambio químico de la atmósfera es el reflejo de la acumulación de capital”.

Si con el discurso del balcón el presidente le atribuyó al modelo neoliberal la mayoría de los problemas de Colombia (la desigualdad, la pobreza, la violencia), los discursos en Bruselas no sólo fueron en contra del neoliberalismo sino en contra del capitalismo, en general.

El presidente concluyó que el modelo capitalista se agotó, y predijo que no va a ser capaz de solucionar el cambio climático. Pensar lo contrario –que puede haber soluciones de mercado, o público-privadas– es una ingenuidad o un acto de mala fe (según el presidente) en el que ha caído la Unión Europea: “Y allí viene una tensión ideológica y política, que es la que estamos viviendo. Las tendencias, la creencia, incluso la utopía de pensar que el capital mismo puede resolver el Frankenstein que creó. Esa es la Unión Europea, esa creencia”.

El presidente fue tajante en rechazar las soluciones de mercado a la crisis climática y explicó que hay una “lucha aún sorda, aún no explícita, aún ocultada entre el capital y la ganancia y la vida”.

Al rechazar incluso la posibilidad de que haya soluciones intermedias o progresivas, al criticar las intenciones de la Unión Europea y de Estados Unidos, al decir que hay una dicotomía en la que hay que escoger entre el capitalismo y la vida humana, el presidente, con sus discursos, justificó la acción política revolucionaria.

La solución revolucionaria:

El presidente advirtió que, aunque estamos presenciando lo que puede ser el final de los tiempos, esto puede evitarse. Pero –añadió– esto sólo puede hacerse mediante “una transformación profunda del sistema económico, del sistema financiero, del sistema político mundial”.

El presidente no fue tímido ni ambiguo en Bruselas. Se describió como revolucionario (“Los revolucionarios siempre pensamos que cada año había llegado el capital a su límite”) y, además de usar categorías marxistas para hacerse entender, dijo: “nosotros tenemos que recuperar el feeling de Rosa Luxemburgo, solo por poner un ejemplo. O el de Gramsci, o el de Marx, o el de Lenin”.

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En Bruselas, el presidente presentó la que, hasta ahora, ha sido la formulación más clara de su pensamiento político. Lo hizo, además, de una forma relativamente clara.

Hizo un diagnóstico (la humanidad se va a extinguir por el cambio climático), explicó las causas del diagnóstico (el capitalismo y la codicia produjeron el cambio climático) y ofreció una solución (hay una disyuntiva entre la vida y el capitalismo, por lo cual debemos preferir la vida y transformar profundamente el sistema económico y político).

Por supuesto, la argumentación del presidente es mala y está llena de mentiras: la humanidad va a sufrir por el cambio climático, pero no se va a extinguir; no sólo países capitalistas han sido responsables del cambio climático, sino también países con modelos socialistas y mixtos; la humanidad, aunque lentamente, ha avanzado mucho para mitigar y prevenir el cambio climático gracias, en gran medida, a soluciones mixtas que combinan financiación y planeación pública con operación e innovación privadas.

Creo que hay que tomarse en serio las ideas de un presidente que tiene pretensiones intelectuales, sobre todo cuando a veces muestra una cara pragmática y pro-capitalista, y a veces expone ideas apocalípticas y revolucionarias que, si fueran aplicadas en Colombia, implicarían una “transformación profunda” de nuestro modelo económico y constitucional.

Candidato a doctor en derecho por la Universidad de Yale. Ha estudiado en la Universidad de Chicago y en Oxford. Es abogado y literato de la Universidad de los Andes. Es cofundador de la Fundación para el Estado de Derecho, y ha sido miembro de la junta directiva del Teatro Libre de Bogotá y del Consejo...