Jorge Mantilla
Jorge Mantilla

La paz total va de crisis en crisis. Ya se volvieron tan frecuentes los traspiés en las diferentes mesas de negociación que en casi dos años de gobierno lo excepcional han sido los avances y los acuerdos alcanzados. Esos avances han sido importantes, particularmente, los compromisos frente a temas como el secuestro extorsivo, la transformación territorial y los ceses al fuego no deben desestimarse. Lo que se ha logrado hasta el momento es el resultado del esfuerzo de las comunidades, de funcionarios comprometidos y del apoyo fundamental de los países garantes. 

Sin embargo, hay dos efectos no esperados de la paz total: el apaciguamiento y la fragmentación de los grupos armados. Ambos son efectos duraderos y serán definitivos en el desenlace que tenga la política de paz de este gobierno y en el escenario de seguridad que se encuentre el próximo gobierno. 

El apaciguamiento es la ecuación de la paz en donde solo una de las partes cede, mientras que la otra, a pesar de disminuir parcialmente la violencia, mantiene sus planes militares y de expansión territorial. Aquí, por supuesto, cedió el Estado. Como los planes de mantenerse en armas de los grupos siguen, en el apaciguamiento las reducciones de la violencia no son sostenibles. Es por eso por lo que la paz total ha logrado contener ciertas formas de violencia mientras que otras han aumentado. 

Lastimosamente, las formas de violencia que han aumentado son aquellas que están más asociadas al control territorial de los grupos armados como la extorsión o el reclutamiento forzado. Mientras que los ataques a la fuerza pública han disminuido y hoy mueren menos soldados y policías, las masacres siguen en los mismos niveles de años anteriores. 

Los efectos del apaciguamiento pueden verse claramente con lo que sucede con el Estado Mayor Central (EMC). Además de crear un grupo que no existía, la política del gobierno permitió que el grupo se fortaleciera y tuviera la posibilidad de tener nuevos frentes. El gobierno renunció a usar la fuerza por casi dos años aun cuando este grupo nunca demostró su voluntad de paz. Ahora se recrudece la violencia en diferentes partes del país, y el grupo se divide. Se mantiene la mesa con menos del 40% de ese Estado Mayor, ¿tiene sentido seguir negociando?  

En el caso del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las bandas delincuenciales que se han sentado en Buenaventura, Quibdó y Medellín, aún no sabemos hasta cuándo va a durar el apaciguamiento. El reloj corre en contra del gobierno, que parece no tener afán en sacar adelante un marco jurídico. Mientras no haya marco jurídico para negociar con las bandas, aunque el gobierno estire su margen, la reactivación de la violencia en lugares como el puerto parece inminente. Nadie se queda sentado eternamente y sin garantías de avance. 

El segundo efecto de la paz total es la fragmentación de los grupos armados. Por un lado, empiezan a aparecer disidencias de las disidencias –sin que uno solo de los grupos con los que se arrancó haya siquiera hablado de desmovilización–, por otro, el caso de los diálogos territoriales en Nariño ha sido una nueva constatación de la falta de cohesión interna del ELN y de los enormes problemas de coordinación que tiene. 

Lo que sabemos de la fragmentación de grupos armados o del crimen organizado es que trae consigo aumentos de la violencia. El caso más paradigmático al respecto es el de México. Mientras que en el 2007, cuando se inició la guerra contra el narco, había unos pocos carteles bastantes poderosos, la política de descabezamiento y las disputas internas llevaron a picos de violencia históricos y a que el país tenga hoy un sinnúmero de agrupaciones delincuenciales y de carteles. 

Sin embargo, a pesar de que la fragmentación venga acompañada de más violencia,  puede ser una oportunidad para el Estado. En la medida en que se enfrenten grupos más fragmentados, con liderazgos más inestables y ámbitos de acción más regionales, una estrategia robusta de seguridad y paz debería poder lidiar de mejor manera con ellos. 

Es allí donde la fórmula de negociar, dónde se pueda, con quién se pueda a través de la figura de los diálogos territoriales de paz cobra sentido. Dado que a los grupos se les dio un estatus nacional que no tenían, y que hoy avanzan hacía la fragmentación, paces regionales en zonas como Nariño, el Guaviare o Catatumbo son más posibles que una idea de paz total abarcadora que ya no fue, o que avanza tan lentamente que no hay periodo presidencial que alcance. 

El apaciguamiento y la fragmentación de los grupos armados supone un nuevo momento de la violencia en Colombia, en donde la violencia criminal está reemplazando a la violencia política. Así, a pesar de que la salida negociada al conflicto con los grupos armados debe permanecer como una de las herramientas posibles, la política de seguridad deberá volver a recobrar el protagonismo que perdió en la paz total. 

Politólogo, doctorando en Criminología, Derecho y Justicia de UIC Chicago. Ha trabajado como consultor para gobiernos locales y organizaciones internacionales en temas de conflicto armado, seguridad ciudadana y política de drogas. Está interesado en temas de gobernanza criminal, fronteras y violencia...