En agosto de 2016, hace cinco años, los equipos negociadores del Estado colombiano y las Farc-EP lograron cerrar el Acuerdo Final para la Construcción de una Paz Estable y Duradera.

Desde ese momento, la construcción de paz ha enfrentado grandes obstáculos. El más difícil, en un primer momento, fue la derrota del “Sí” en el Plebiscito por la Paz en octubre de 2016.

El inesperado triunfo del “No” condujo a una renegociación en la que participaron sectores opositores al Proceso de Paz. La renegociación resultó en un nuevo acuerdo que el Gobierno y las Farc decidieron refrendar vía Congreso.

El nuevo acuerdo y la nueva refrendación fueron rechazados por sectores opositores que participaron en la renegociación, argumentando que la aprobación del viejo acuerdo disfrazado de nuevo era un “conejo a la democracia colombiana”.

La fase de construcción de paz inició, por ende, con un déficit de legitimidad que definió la estrategia política de los opositores al Proceso de Paz con las Farc.

La implementación del Acuerdo de Paz se convirtió en el campo de batalla para las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2018. Esto afectó el proceso legislativo que, durante los primeros seis meses, debía crear la base jurídica para la implementación de las 576 disposiciones del Acuerdo.

Además de ganar mayorías parlamentarias y las elecciones presidenciales, los opositores lograron obstaculizar la creación de 16 curules en el Congreso para las regiones más afectadas por la violencia. De igual forma lograron influir en la decisión de la Corte Constitucional de hacer voluntaria la participación de terceros civiles ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

Una vez en el poder, los opositores se dedicaron a obstaculizar la implementación del Acuerdo proponiendo recortes presupuestales a la política de paz, dejando de participar en instancias de implementación y objetando la ley estatutaria de la JEP, entre muchas otras cosas.

La idea de “paz estable y duradera” fue reemplazada por “paz con legalidad” para criticar implícitamente la política de paz heredada del anterior Gobierno, pero cumplir con el mandato constitucional de implementar el Acuerdo.

Con el triunfo de los opositores, la defensa del Acuerdo de Paz ha sido enarbolada por amplios sectores. Actores sociales han movilizado a la sociedad colombiana para exigir su implementación integral. Actores políticos han batallado jurídicamente para reversar decisiones de Duque y del Congreso. Las instituciones del Sistema Integral para la Paz han honrado su mandato en medio de la oposición del Gobierno.

Estos esfuerzos han permitido superar algunos obstáculos.

La semana pasada, por ejemplo, el presidente del Senado firmó la ley que hace posible las 16 curules de paz. El triunfo no es solo que en la próxima legislatura las regiones más afectadas por el conflicto tendrán representación en el Congreso, sino que los sectores políticos que tanto se opusieron a las curules hoy las defienden.

La Comisión de la Verdad ha logrado convocar a todos los expresidentes vivos. La semana pasada se supo que incluso Uribe está en conversaciones con el presidente de la Comisión para entrevistarse con él, aunque sea por fuera del ámbito de la Comisión.

La Comisión ha construido canales para que múltiples actores contribuyan a la verdad. Hace pocos días, Salvatore Mancuso contó apartes de su participación en el conflicto armado como tercero civil durante la conformación de los paramilitares. Su versión voluntaria permitió conocer de primera mano el papel determinante de las Fuerzas Armadas colombianas en la conformación de las Autodefensas y los vínculos estrechos entre empresarios, políticos, compañías transnacionales y el paramilitarismo.

Rodrigo Londoño también participó reconociendo responsabilidades frente a la Comisión, pero afirmando que no llegaba como un revolucionario arrepentido. Esto ha revivido la sensación de frustración que dejó el evento con Íngrid Betancur en junio pasado.

La carrera de obstáculos de la construcción de paz en Colombia ha tenido como trasfondo la continuación y mutación del conflicto, que ha llenado de pesimismo a muchos colombianos por el elevado número de asesinatos de líderes sociales y firmantes del Acuerdo de Paz. Por lo anterior, un sector importante de la sociedad considera que los obstáculos a la paz vienen de todos lados.

Para superar esa frustración y trabajar por la construcción de paz con un horizonte de largo plazo vale la pena reflexionar sobre los conceptos que utilizamos para analizar la realidad.

Primero, la paz no es la ausencia de conflicto. El celebre filósofo francés Michel Foucault incluso decía: “la paz es la continuación de la guerra por otros medios”.

Segundo, la democracia liberal como un modelo para lograr consensos no es el último escalón en la historia de la humanidad. Desde los tiempos de la Grecia Antigua la filosofía del agonismo, que ve la política como confrontación, ha visto el disenso como el terreno político por excelencia. Basado en esto, la teórica política Chantal Mouffe ha propuesto un modelo de “democracia radical” donde predomina el “pluralismo agonista”, es decir, la disputa constante por el orden hegemónico.

Tercero, la construcción de paz no tiene que ser una apuesta liberal que busca imponer elecciones, libre mercado y deliberación racional. Basada en el agonismo, Rosemary Shinko ha propuesto el concepto de “paz agonista” y, por su parte, Karen Aggestam, Fabio Cristiano y Lisa Strömbom han sugerido la noción de “la construcción de paz agonista” para resaltar que este es un proceso profundamente confrontacional del que eventualmente emerge el respeto por el otro.

Este marco analítico es útil para entender lo que ha ocurrido en Colombia durante los cinco años posteriores a la firma del Acuerdo de Paz.

La profunda oposición a las curules (que finalmente se harán realidad con el apoyo de los opositores), la aceptación de responsabilidades (que antes eran constantemente negadas por los actores armados) y la entrega de testimonios a la Comisión de la Verdad por parte presidentes (que se opusieron a su creación) son un ejemplo de una paz agonista que se construye a pesar del disenso.

Por tanto, la sociedad y los constructores de paz debemos comprender que ya que el conflicto es parte de la política; la paz se construye en la pugna política entre adversarios que recurren a todos los medios legales para transformar el orden social y abrir el espacio para rediseñar las instituciones políticas, el modelo económico, el sector de seguridad y así nutrir un proceso de transformación cultural asociado con un imaginario en el que se recalibran las tensiones sociales para generar estabilidad sin recurrir a la violencia directa.

Eso es lo que tenemos en Colombia. Una construcción de paz agonista que nos cuestiona todo el tiempo pero que, al final de cuentas, en la confrontación política, nos obliga a cambiar a todos para ir encontrando un terreno de coexistencia; un terreno donde diversos sectores se alinean alrededor de los múltiples imaginarios que profundizan las diferentes visiones de país y definen nuevas identidades, pero que le van cerrando el camino a la guerra sin darse cuenta porque terminan aceptando y defendiendo, como lo hacen Duque, Mancuso y “Timochenko” hoy, lo que antes les parecía indefendible.

Es el cofundador de Rodeemos el Diálogo (ReD), profesor investigador en el Centro de Religión, Reconciliación y Paz de la Universidad de Winchester e investigador asociado de PostiveNegatives en Soas, Universidad de Londres. Se doctoró en relaciones internacionales en la Universidad de Sussex. Sus...