Es apenas la segunda semana del 2024 y ya el crimen organizado está dentro de las conversaciones de los barranquilleros. Los habitantes de tres barrios diferentes encontraron diferentes partes de un mismo cuerpo humano: la cabeza, el torso y las piernas. Por más increíble que se lea, esta misma situación se ha repetido al menos 20 veces desde el 2013 en la ciudad. En otro artículo hemos intentado explicar por qué.

Sin embargo, la historia nunca se repite igual. Este desmembramiento, aunque sigue en muchos aspectos las lógicas de los anteriores, es también una señal creciente de que algo está cambiando en las dinámicas del crimen organizado en la ciudad.

En síntesis, Barranquilla ha pasado de ser una ciudad en la que los grupos armados se enfrentaban silenciosamente a una en la que la violencia parece ser cada vez de mayor intensidad, con mayor sevicia y con mayor visibilidad. Esta columna intenta ser una síntesis de este contexto para que, ojalá, la nueva administración reconozca que el crimen organizado es una amenaza para todos; incluso para la (muy entre comillas) “gente de bien”.

De la violencia selectiva a la violencia extra-letal

El Frente José Pablo Díaz de las AUC fue la estructura paramilitar que gobernó el mundo criminal de la ciudad de Barranquilla entre finales de la década de los noventa y el 2006, cuando se completó su desmovilización. Sin embargo, la desaparición de esta estructura no produjo paz.

Muchos otros grupos armados, algunos locales y otros foráneos, empezaron múltiples guerras para capturar las rentas legales e ilegales que habían sido abandonadas por el paramilitarismo. La violencia, sin embargo, no se aumentó considerablemente.

De hecho, algunos delitos, como la desaparición forzada, se redujeron notoriamente y los homicidios se mantuvieron relativamente estables. En este otro artículo sugerimos que los grupos aprendieron que luchar una guerra sin aumentar la violencia era más conveniente dado que podían evitar la acción del Estado.

Hacia el 2013, el mundo criminal volvió a cambiar y entonces dos grupos armados empezaron a protagonizar las dinámicas de violencia: las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) y una disidencia de Los Rastrojos que se hizo llamar “Los Costeños” o “Los Rastrojos Costeños”.

Estas etiquetas han cambiado constantemente, así que no vamos a detenernos a explicarlas. En este otro artículo hay una descripción más clara de la línea del tiempo. Lo que sí es relevante aquí es que, a pesar de todos estos cambios, y de que entre el 2013 y el 2020 hubo varias disputas entre grupos criminales, los homicidios permanecieron relativamente estables.

Durante estos años, los grupos armados utilizaron esencialmente la violencia selectiva. Es decir: no dejaron de cometer homicidios, pero los ejercían de forma tal que pudieran reducir al máximo la cantidad de muertes violentas. El sicariato fue entonces la principal manera de hacerlo.

En algunas entrevistas, hemos encontrado que había formas de controlar a los miembros de grupos armados para que no cometieran homicidios “innecesarios”. Así, el objetivo era asesinar únicamente como última instancia. El efecto indirecto es perverso: los grupos armados sostienen sus actividades ilegales, pero las autoridades locales pueden afirmar con los datos que la violencia se ha mantenido estable o, incluso, se ha reducido.

Por esto, analizar la violencia del crimen organizado en Barranquilla únicamente con el lente del número de homicidios es limitado e irresponsable. De hecho, para los grupos armados reducir la violencia es, en realidad, provechoso: así pueden ganar cierta legitimidad entre la población que gobiernan.

Como mostramos en este artículo, varios civiles que viven en barrios controlados por grupos criminales consideran que, de hecho, es el gobierno de los ilegales lo que permite cierto orden y reduce la violencia.

Ahora, desde el 2021, esta relativa estabilidad de la violencia se vio sacudida dramáticamente por el aumento de los homicidios, entre otros indicadores de violencia. Como puede observarse en el gráfico, entre el 2020 y el 2021 los homicidios aumentaron más de 34%.

De hecho, el 2020 fue un año en el que estuvimos varios meses en medio de cuarentenas estrictas, y aun así los homicidios se incrementaron ligeramente. No pretendemos explicar cómo la reconfiguración de los grupos armados explica estos cambios, pero queremos referirnos a tres tendencias que hemos agrupado bajo la categoría de “violencia extra-letal” o, dicho de forma sencilla: cuando matar no es suficiente.

Cambios en las formas de matar: violencia extra-letal

Lee Ann Fujii define la violencia extra-letal como aquella violencia física, frente a frente, que transgrede las normas que compartimos sobre cómo deben ser tratadas las personas y los cuerpos.  Es decir, estas son aquellas formas de ejercer violencia que implican algún nivel de sevicia y que tienen una lógica de exhibición. Esta violencia se ejerce para que otros la vean y, así, enviar mensajes. En Barranquilla, la violencia extra-letal se manifiesta generalmente en las formas de matar.

Asesinar a una persona es, en sí mismo, un acto cruel. No obstante, recientemente son más frecuentes tres prácticas que revelan que los grupos armados no parecen estar compitiendo necesariamente por ser quienes más asesinan, sino por ser quienes asesinan más “espectacularmente”.

Primero, desde el 2013 en la ciudad ha habido alrededor de 20 desmembramientos que los grupos armados han reconocido públicamente. Es decir, los grupos armados no solo desmembraron a las personas, sino que distribuyeron sus partes por diferentes barrios de la ciudad. En más de 10 ocasiones, las extremidades, el torso y la cabeza han aparecido en lugares diferentes. Otra forma de distribuir los cuerpos consiste en amontonar las diferentes partes desmembradas en sacos, bolsas o neveras de icopor. Seis de estos desmembramientos han sucedido desde el 2021.

En otros contextos, el desmembramiento es utilizado usualmente para esconder evidencia: usualmente es funcional para que el cuerpo no sea descubierto rápidamente. La descomposición del mismo hace más difícil para las autoridades obtener información que lleve a los responsables.

En Barranquilla, sin embargo, los desmembramientos son publicitados y es relativamente claro al menos cuál grupo armado lo cometió. El desmembramiento es entonces una forma de exhibición de la violencia: al cometerlos, la ciudadanía se vuelve parte del “show” porque obligatoriamente se enfrenta al horror de encontrar restos humanos y entender por qué se les está castigando de esa manera.

La segunda tendencia de violencia extra-letal en Barranquilla son las masacres. No tenemos un registro exacto de cuántas masacres sucedieron en la ciudad durante los últimos diez años, pero solo durante el 2023 hubo nueve y murieron 31 personas.

Las masacres, a diferencia de los desmembramientos, son exhibiciones públicas del acto de asesinar. Las masacres implican el homicidio de tres o más personas en un mismo lugar. En Barranquilla, las masacres han sido cometidas en varios escenarios, desde hogares hasta estaderos.

Así como los desmembramientos, las masacres son funcionales porque mandan un mensaje de fortaleza del grupo armado que las comete, pero además demuestra que están dispuestos a ejercer esa violencia de forma visible y brutal.

Para quienes las presencian, estas también representan un escenario en el que los espectadores están en peligro: es mucho más difícil ser selectivo cuando se asesina a varias personas en el mismo momento. En algunas ocasiones, existe una persona que es un objetivo, pero los grupos armados deciden intencionalmente asesinar indiscriminadamente a otras personas: así consiguen el “respeto” que buscan.

Las masacres no son nuevas en Barranquilla, pero desde hace mucho tiempo ha sido claro que usarlas implica riesgos. En su momento, Don Antonio, entonces comandante del Frente José Pablo Díaz de las AUC, dejó ver que la organización tenía prohibido cometer masacres en la ciudad.

Las masacres, a diferencia del homicidio selectivo y los desmembramientos, pueden aumentar notoriamente el número de homicidios, pero además existe el riesgo de asesinar por error a personas, lo que puede llevar a fuertes reclamos ciudadanos. También, por el nivel de visibilidad, incluso puede haber una reacción mediática o institucional.

La escalada reciente de masacres parece sugerir que los grupos armados, o están más dispuestos a correr estos riesgos, o ignoran el sistema en el que actúan. Ambos casos son peligrosos para la seguridad de Barranquilla.

Finalmente, una tendencia que empezó a hacerse común en el 2023 es la utilización del río como lugar de exposición de los cuerpos. No tenemos todavía un registro sistemático de cuántos cuerpos han aparecido flotando en el Magdalena, pero sabemos que en el 2022 hubo al menos ocho de estos casos, y hasta noviembre del 2023 había, probablemente, 10 –las cifras del Grupo de Guardacostas de la Armada Nacional no coinciden con las de la Policía Nacional.

Siempre existe la posibilidad de que, casualmente, todas estas personas hayan sido el resultado de homicidios no conectados y lanzados al río. No obstante, nosotros creemos que este es otro patrón de la violencia del crimen organizado.

Primero, es sugerente que varios de los cuerpos encontrados tengan signos de tortura. Segundo, algunos de los cuerpos encontrados son miembros o tienen relación con algunos grupos criminales de la ciudad. Tercero, aunque el cuerpo sea lanzado al río, esto implica una infraestructura compleja: secuestrar a la víctima, llevarla a un lugar para torturarla y asesinarla, y trasladar el cuerpo hasta la ribera del río para lanzarlo.

Es cierto, todo esto puede llegar a ser circunstancial, pero sería lógico que las autoridades asumieran que la delincuencia común no tiene la capacidad de realizar todas estas cosas de forma sistemática. De hecho, el reciente desmembramiento parece haber seguido este patrón, dado que partes del cuerpo aparecieron flotando en el río.

¿Por qué el río? También aquí todo es conjeturas, pero creemos que hay tres razones por las que esta practica es atractiva para el crimen organizado. Primero, desterritorializa el homicidio al hacer más difícil identificar con exactitud dónde sucedió. La aparición de cuerpo torturado en un barrio permite hacer conexiones de forma más sencilla: si este es controlado por un grupo armado específico, es difícil que otros grupos hayan podido llevar un cuerpo hasta allí sin una reacción inmediata.

Por el contrario, al lanzarlos al río, hacer esas conexiones puede tomar más tiempo o nunca pasar. Segundo, el agua del río también ayuda a eliminar todavía más la evidencia que podría ayudar a rastrear a los autores del hecho.

Finalmente, y quizá lo más interesante para nuestro argumento de la violencia extra-letal, el río es un escenario que multiplica con fuerza el mensaje que se quiere enviar. Encontrar un cuerpo torturado en el río es, en sí mismo, un acto que causa horror en la población. El lugar es indeterminado, pero eventualmente aparecerá y será noticia. Lo que creemos es que, aunque este hecho causa confusión institucional, en el mundo criminal debe ser claro quién envía y quién recibe estos mensajes.

El mundo criminal para el 2024

El crimen organizado ha estado en Barranquilla desde hace más de tres décadas. En algunos momentos, es cierto, ha estado más sólido que en otros. Para el 2024, las disputas entre múltiples grupos armados, el aumento sostenido de la extorsión y estas nuevas formas de asesinar son señales claras de que estamos en un momento de reconfiguración del mundo criminal. También, de que, contrario al discurso oficial, el crimen organizado existe en Barranquilla y, lo que es peor, “gobierna” a una buena parte de la delincuencia e, incluso, otros civiles.

No es que el Estado sea incapaz de actuar. De hecho, durante los últimos dos años, ante incrementos estrepitosos de algunos crímenes, el Estado actuó rápidamente y capturó cabecillas o les cambió sus condiciones carcelarias. Sin embargo, las autoridades deben ser cuidadosas con los indicadores que usan para informar su toma de decisiones.

Los grupos armados no actúan en el vacío: saben que reducir algunas de sus violencias puede permitirles, paradójicamente, mayor libertad en sus zonas de actuación. Reducir los homicidios debe ser, por supuesto, una prioridad. Sin embargo, reconocer que hay muchas formas de matar, y que cada una de ellas carga consigo mensajes y señales que muestran cómo el crimen organizado compite por dominar la ciudad debería ser también una prioridad.

Los desmembramientos, masacres y cuerpos en el río muy probablemente no solo son personas que pertenecen a grupos armados. Pueden ser civiles que incumplieron alguna norma, como denunciar algún hecho o pagarle extorsión al grupo equivocado.

Vivir en un barrio en disputa o gobernado por un grupo criminal pone a todos los habitantes de esos barrios en riesgo de que su cuerpo se convierta en un espectáculo para enviar señales. Las autoridades, entonces, deberían dejar de buscar los prontuarios de las víctimas y responder con certeza para que la muerte no sea, también, un show que los barranquilleros tengamos que ver recurrentemente.

Es profesor en la Universidad del Norte. Se doctoró en estudios americanos con mención en estudios internacionales en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. Sus áreas de interés son negociaciones de paz, conflicto armado y seguridad ciudadana.

Es investigador adscrito al centro de pensamiento UNCaribe de la Universidad del Norte. Estudió relaciones internacionales en la Universidad el Norte.