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Toni Morrison, autora afroamericana, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1993, murió a sus 88 años el 5 de agosto de 2019. Su maestría crítica y literaria, y sus logros son de conocimiento público, aunque en Colombia y Latinoamérica poco se la reconoce. Pero esta columna habla de lo que significó para mí, una joven colombiana estudiante de literatura, descubrir sus novelas y con ello, a mí misma.

Tenía un texto preparado para esta columna que escribí, reescribí y edité varias veces en el transcurso de la semana pasada. Pero no es ese el que me dispongo a publicar. Me levanté esta mañana con la noticia de la muerte de Toni Morrison, una autora, a mi parecer, poco conocida en Colombia a pesar de tratarse de una de las más grandes de la literatura contemporánea. Por ese motivo, dudé sobre usar este espacio para hablar sobre ella. Al fin y al cabo, en un nicho tan especíifico como el de La Silla Llena, no sé a quien pueda interesar. Pero como ha hecho desde la primera vez que descubrí sus letras, Morrison me habla y me recuerda que si hay algo que uno necesita leer, entonces más le vale que lo escriba uno mismo. Y este, sin duda, es un texto que necesito leer porque no aguanta quedarse con los artículos reciclados y traducciones del cable noticioso escritos por periodistas hispanohablantes que, a lo sumo, han buscado su biografía en Wikipedia.

 

“If there’s a book that you want to read, but it hasn’t been written yet, then you must write it.”

? Toni Morrison

A Morrison se la lee poco en español y, sobre  todo, en Latinoamérica. Y lo sé, no solo porque, aunque literata de profesión y devoradora de novelas desde la infancia, tuve que irme a estudiar a Estados Unidos para finalmente descubrirla, sino porque sus obras en traducción a nuestra lengua solo se empezaron a reeditar en el 2016 y a comercializar en Colombia el año pasado. Una sorpresa para mí, y una pena absoluta, pues cuando la descubrí no pude evitar sentir que sus obras hablaban de mí, de habitar el mundo como mujer, de la forma en que crecí, de mi cultura, de ese supuesto “tercermundismo” que, en un mundo eurocéntrico, nos han enseñado a despreciar cuando es, en realidad, nuestro mayor tesoro cultural, creativo y emocional.

 

Mientras escribo, descubro que, quizás, esa es la verdadera intención de esta columna. Sé que la mayoría de artículos que hoy se publiquen en español sobre ella hablarán de que fue la primera mujer americana en ganar el Premio Nobel de Literatura, dirán que en su obra explora las tensiones raciales en Estados Unidos, que es la autora afroamericana más importante en la historia, las mil formas en que ha sido validada por esas medidas de valor supuestamente globales a las que estamos acostumbrados. Y lo que yo necesito leer (y por lo tanto lo que necesito escribir) es sobre lo que ha significado Toni Morrison para mí, como mujer, como estudiante, como colombiana, como latina.

 

Creo que una de las razones por las que una escritora tan grande, tan enorme como Toni Morrison no se lee en los colegios ni en las universidades del mundo hispanohablante (incluso cuando uno hace la carrera de Literatura), ni siquiera se la lee ampliamente entre los aficionados a la lectura es porque se cree que escribe exclusivamente sobre y para los afroamericanos. La otra razón, que evidentemente se intersecta con esta primera, es que se trata de una mujer negra y, claramente, de racismo y misoginia está repleto el canon literario. Pero incluso mientras progresamos (aunque siempre dando un paso adelante y luego dos atrás) en el asunto del canon, Morrison permanece injustamente en las sombras en la América hispanohablante.

 

Es cierto que todas sus obras de ficción y su obra crítica (tan amplia, profunda, y transgresora la primera como la segunda) tratan sobre la población afroamericana

y la propia Morrison reiteró en múltiples ocasiones que escribía para los afroamericanos. Pero cuando dice que escribe para las personas negras no quiere decir que escribe únicamente para ellos aunque, en un mundo racista, esta haya sido la interpretación cómoda y acomodada que se le dio a sus afirmaciones. Lo que quiere decir es que no escribe desde esa doble conciencia desde la que solemos escribir las personas racializadas, pensando siempre en lo que somos y lo que queremos decir mientras consideramos minuciosamente cómo seremos percibidos y leídos por un mundo en que lo blanco y lo europeo es considerado el estándar de lo bueno y lo bello. “No escribo con el crítico blanco al hombro, esperando que me apruebe” repitió ella en varias entrevistas. 

 

Morrison no escribe para un lector blanco, o para uno con una educación europeizada (o europeizante) como la que recibí yo tanto en el colegio como en la universidad en Colombia. Si no entiendes su lenguaje, las referencias culturales, sus discusiones sobre el pelo natural de las personas negras, sus disquisiciones sobre el colorismo, los asuntos de género entre la población afroamericana, pues allá tu. Lo buscas, lo aprendes y de paso empiezas a superar tu eurocentrismo. Y así me pasó a mí.

 

Llegué a estudiar mi maestría en una universidad de Estados Unidos de esas que salen en películas de Hollywood. La primera latina en el programa de posgrado del departamento de Literatura Anglo y una de dos que no tenían el inglés como lengua materna. Me van a decir (por que nunca faltan) o por lo menos pensarán (aunque no lo digan) que soy una presumida por hacer alarde de esta situación. Me vale. En primer lugar, son datos y no hay que darlos. Pero quiero darlos porque, en segundo lugar, con Morrison aprendí que la modestia es una prisión que el machismo y la misoginia construyó para nosotras las mujeres, sobre todo para aquellas que nos dedicamos a cultivar el intelecto.

 

Me presenté a la maestría con un proyecto sobre autoras inglesas del siglo XIX y la muestra escrita que envié como parte de mi postulación fue mi tesis de pregrado sobre Cumbres Borrascosas. Estaba convencida que mi as bajo la manga sería mi educación en un colegio británico, la dedicación con que había estudiado el medioevo, el siglo de oro español y las letras españolas y latinoamericanas contemporáneas del canon. Inocente de mí. Pero me perdono porque eso fue lo que me enseñaron: literario es lo que se hace en Europa o, por mucho, en Latinoamérica por los señores que vivieron allá (si, “boom latinoamericano”, estoy hablando de ti).

 

Rápidamente, me sentí perdida. Supe lo que era de verdad el síndrome del impostor. Mis compañeros, todos gringos, casi todos blancos,  me miraban con la condescendencia de quienes tienen la certeza de que uno es la “cuota diversa” de la promoción. Por primera vez en la vida me preguntaron que yo “qué era” (racialmente hablando) y tuve que preguntarme yo misma sobre mi raza, pregunta que, como mestiza en Colombia, jamás había tenido que hacerme. Nadando en aguas ajenas, ya no como el pez que siempre fui en Colombia, sino como un auténtico náufrago, estuve a punto de salirme, secarme, tirar la toalla y volver a la comodidad de mi país. Pero no exagero cuando digo que Toni Morrison me hundió, me sacudió, me hizo tragar agua y, con ello, me demostró que yo, desde siempre, sabía nadar en las aguas que me tocara.

 

Tomé un curso-seminario en el que leí sus 10 novelas y varios de sus ensayos. Recuerdo la dicha pero, más que todo, recuerdo la rabia de que no me la hubieran presentado antes. Me pareció y me sigue pareciendo inaudito haber pasado por más de 4 años de formación en estudios literarios y que ninguno de mis profesores la enseñara. Más tarde, al increparlos al respecto, la mayoría admitió que ni siquiera la conocía. Leyéndola caí en cuenta por primera vez de que en 4 años de carrera leí una cantidad irrisoria de autoras mujeres, por comparación a los hombres que tuvimos que leer. Fui consciente de que había leído un gran total de UNA mujer negra en todos esos años de estudios literarios. Y todo ello aun cuando mi interés por los asuntos de género y la literatura hecha por mujeres existía desde mucho antes de mi ingreso a la universidad.

 

Descubrí que todo lo que había querido saber y no sabía que quería aprender estaba contenido en sus obras. Me di cuenta que los temas sobre los que quería hablar y que quería tratar con mis amigas feministas en Colombia no tenía que buscarlos en la teoría crítica, porque están mucho mejor explicados en sus novelas. ¿La tiranía de los estándares de belleza? The Bluest Eye (traducida al español como Ojos Azules). ¿La amistad femenina, el deseo homoerótico y la rebeldía femenina? Sula. ¿Nuevas masculinidades? Song of Solomon (La canción de Solomón). ¿La relación madre–hija en un universo misógino y racista? Beloved. ¿El amor tóxico y patriarcal? Jazz. ¿La utopia distópica de un mundo sin varones? Paradise (Paraíso).  ¿El flagelo del patriarca idealizado? Love (El amor). ¿La vida como mujer joven en un mundo que cree haber superado el machismo y la misoginia? God Help the Child (aún sin traducción al español). Y sí, que nos ayuden Dios y Toni Morrison (que, para mí vienen siendo lo mismo)a las y los jóvenes de hoy que deberíamos estar leyéndola masivamente.

 

Con Morrison y por Morrison me interesé por lo estudios raciales, entendí finalmente qué significa el feminismo interseccional, cambié mi tesis de maestría y escribí sobre la única novela de Morrison que trascurre en el caribe, Tar Baby, esa que me hizo sentir que ella ya lo había dicho todo sobre las relaciones entre el norte y el sur del continente. Me presenté e ingresé al doctorado en literatura ya no en una universidad de película, sino en la universidad en que me dieron la certeza de que puedo escribir una disertación en mis términos, sobre quién soy y mi experiencia como latina en Estados Unidos, y sobre la literatura que me hunde, me sacude y me hace tragar agua.

“We die. That may be the meaning of life. But we do language, that may be the measure of our lives.”

En su discurso al recibir el premio Nobel de Literatura en 1993 Morrison dijo: “We die. That may be the meaning of life. But we do language, that may be the measure of our lives”. (“Morimos. Ese es, quizá, el significado de vivir. Pero hacemos lenguaje. Esa es, quizá, la medida de nuestras vidas” ). Que duela la muerte de una persona a quien uno conoce nada más que por sus letras, que se sienta esa pérdida aún ante la certeza de que esas letras la mantendrán viva para siempre, es la muestra palpable del poder infinito del lenguaje. Hasta pronto, Toni Morrison, gracias por hundirme en las profundidades de ese lenguaje (mío, femenino, feminista, latino, colombiano, plurilingüe y pluricultural) que no sabía que tenía y que sigo descubriendo para escribir mi libro, mi vida, ese libro de esa vida que yo necesito leer.

@SinturaConEse. Una de las @SietePolas. Literata de la Universidad de los Andes con una maestría en Literatura Anglo Americana de Georgetown University. Actualmente doctoranda, investigadora y profesora en University of California Santa Barbara. Estudia e investiga la Teoría racial critica (Critical...