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Sin desconocer ni tratar de restar importancia a los efectos preocupantes de la avalancha comercial que el tratado ha traído consigo, quiero introducir algunos análisis de tipo más  macroeconómico, macrosectorial y de encadenamientos productivos, que permiten contextualizar dichos resultados con otras perspectivas.

Al hacer un balance preliminar de los efectos de la puesta en marcha del tratado de libre comercio entre Colombia y Estados Unidos dos años después de su firma,  el estudio realizado por Barberi y Suarez[i] y lanzado en la pasada feria del libro, encuentra un deterioro muy significativo en la balanza comercial del país y del sector agropecuario, es decir, que el dinamismo de las importaciones provenientes de Estados Unidos ha sido muy superior al de nuestras exportaciones a ese destino; Igualmente que los socios estadounidenses han sacado mucho mayor provecho del acuerdo y han sido mucho más exitosos en introducir nuevos productos al mercado colombiano frente a una canasta exportadora con muy pocas innovaciones de la parte colombiana.  

El estudio además desarrolla un sistema de indicadores orientados a dar señales de alarma sobre amenaza o inminente peligro que puedan representar los flujos comerciales o el incumplimiento de alguno de los componentes del acuerdo sobre la producción agropecuaria nacional, especialmente sobre los productos de economía campesina.

Sin desconocer ni tratar de restar importancia a los efectos preocupantes de la avalancha comercial que el tratado ha traído consigo y que era absolutamente previsible dada la disparidad de condiciones para competir de los dos socios, quiero introducir algunos análisis de tipo más  macroeconómico, macrosectorial y de encadenamientos productivos, que permiten contextualizar  dichos resultados con otras perspectivas. 

Los dos primeros años desde la puesta en marcha del TLC el 15 de mayo de 2012, se caracterizaron por un acentuado comportamiento revaluacionista  de la tasa de cambio, de manera que su nivel durante el primer año fue de $1,802/dólar, el más bajo del milenio y su promedio de los dos años fue de 1.867/dólar.  Este dólar fué por lo menos un 20% más barato que el valor del dólar de los años inmediatamente anteriores a la firma del tratado y que equivale, en términos prácticos, a una caída de aranceles de la misma magnitud, abaratando las importaciones e incentivando su crecimiento. Este efecto no es adjudicable a la operación del tratado comercial que se comenta pero sin duda influyó facilitando el dinamismo de los flujos comerciales del resto del mundo hacia Colombia y los demás países emergentes que enfrentaron una situación similar.

Otro indicador que permite una mirada diferente, de encadenamiento productivo para los productos de origen agropecuario, es el de consumo per cápita y consumo aparente nacional. Veamos qué resultados presenta este tipo de análisis para un producto como el maíz amarillo el cual era de gran interés para Estados Unidos dada su fortaleza competitiva y en el que se concentraban grandes temores y amenazas para la oferta colombiana.

El año 2012 termina con una producción nacional de maíz amarillo de 765.280 toneladas y  unas importaciones de  3.122.232   toneladas. Para  2014 ambas cifras presentan incrementos, siendo respectivamente de 823.348 tons ( +58.068) y de 3.913.031 tons (+790.799); en este último año Estados Unidos se posicionó como el principal proveedor de Colombia , siendo el origen del 97% de las importaciones de maíz amarillo y logrando desplazar  casi por completo a Argentina, país con el que se tenía una larga tradición comercial. Sin sorpresa se cumplió la previsión de que Estados Unidos acapararía este mercado; pero sorpresivamente  las mayores importaciones no sustituyeron la oferta nacional y, por el contrario, la producción doméstica creció en estos años, aunque modestamente.  En definitiva, el país ha incrementado el consumo total de maíz amarillo desde la puesta en marcha de este TLC, apalancando el crecimiento de dos importantes y dinámicas agroindustrias: la avicultura y la porcicultura. Es así como el consumo de pollo en Colombia aumentó 23%  entre 2012 y 2014, acentuando la tendencia creciente según la cual cada colombiano, en promedio, pasó de consumir 14 kilos en el año 2000  a 27.3 kilos en el año 2014.

La pregunta que surge entonces es si la agricultura nacional hubiera podido ser la fuente de abastecimiento de esta dinámica demanda interna que se registra en los últimos años por maíz amarillo.  Mi respuesta es que, lamentablemente, no lo creo por las consideraciones que se presentan a continuación.

El sector agropecuario muestra claras señales de estancamiento y escasa capacidad de diversificación (Misión Transformación del Campo, 2014); el sector lleva más de dos décadas creciendo a la mitad del ritmo de la economía total y la tasa anual real de crecimiento desde 1.990 ha sido apenas del 1.6% en promedio. Estas cifras revelan problemas estructurales del campo que las políticas sectoriales  y nacionales no han acertado en remover y dinamizar.   Colombia   es un país con muy altos costos para producir alimentos y materias primas agrícolas, donde el precio de la tierra, de las semillas, de los fertilizantes y hasta de la energía, no son competitivos con los que registran nuestros principales socios comerciales.  A este panorama hay que agregar el enorme atraso en las infraestructuras viales, la parálisis en las obras de adecuación de tierras  y la casi nula ejecución de la llamada “agenda interna”, que contenía todas las obras de bienes públicos que el gobierno nacional debía implementar al mismo tiempo que se ponía en marcha el TLC para equiparar, lo más posible, las condiciones de competencia entre las naciones que se asociaban.  Así las cosas, las posibilidades de crecimiento real del sector agropecuario  son excesivamente limitadas y aun no se vislumbran políticas y programas que cambien este contexto y permitan ser más optimistas.

En el caso del maíz amarillo  más que hablar de perdedores y ganadores, parece registrarse una situación en la que ambas partes se han beneficiado aunque con diferentes énfasis. Estados Unidos multiplicó por varias veces sus exportaciones hacia Colombia  y la balanza comercial está a su favor, mientras  Colombia contó con una materia prima a precios competitivos que facilitó la expansión de  su producción de pollos y cerdos y posibilitó que los colombianos aumentaran el consumo de estos alimentos.   Habría por supuesto que realizar análisis en esta dirección para el resto del universo arancelario objeto de las negociaciones.


[i]  Barberi Fernando y Suárez Aurelio “Efectos del TLC Colombia- EE.UU. sobre el agro, Cifras y rostros” Oxfam, Planeta Paz, Abril 2015

Portada: http://tratadodelibrecomercio11.bligoo.com.co/

Luz Amparo Fonseca Prada ha sido Viceministra de Agricultura, Asesora del Gobierno en Asuntos Cafeteros, Presidenta Ejecutiva de la Confederación Colombiana del Algodón, Directora de Inteligencia de Mercados de la Corporación Colombia Internacional, profesora e investigadora de temas agrícolas de...