petro

Este es el perfil del candidato de la Colombia Humana, un político de izquierda que ha sido incómodo para el establecimiento y para la izquierda misma.

Cuatro horas antes de terminar su mandato como Alcalde de Bogotá, a las 8:18 de la noche del 31 de diciembre de 2015, Gustavo Petro trinó una foto en la que aparecía sonriente bajo un cuadro de Simón Bolívar en la sala de juntas del Palacio Liévano, saludando la cámara con la mano izquierda en alto.

Con esa pintura había reemplazado una de Gonzálo Jiménez de Quesada, el fundador de Bogotá, a quien Petro llama “el depredador”. Y fue bajo ese Bolívar de dos metros, signo del marcado interés que mantiene de pasar a la historia, que decidió despedirse públicamente anunciando, en el mismo trino, que terminada la “Bogotá Humana” arrancaba su camino por una “Colombia Humana”.

De la Alcaldía salía con la desaprobación de 7 de cada 10 bogotanos, luego de un gobierno atropellado que permitió el regreso de Enrique Peñalosa, su enemigo político. Con Petro en el poder, la izquierda no logró mantenerse al mando de Bogotá después de 12 años y tres gobiernos.

Sin embargo, el que para muchos salía como un cadáver político de aquel Palacio, con la amenaza a cuestas de su muerte política, es hoy un protagonista de la campaña presidencial. Una piedra en el zapato para el Polo, el partido de izquierda al que le está quitando la mayoría de sus bases; y una piedra en el zapato para la derecha, que a pesar de haberlo convertido en el representante del castrochavismo (que tiene en Bolívar un emblema), no lo ha podido bajar, hasta ahora, de lo alto de las encuestas.

Del porro a la guerrilla

Tímido, serio, de vestidos casi siempre oscuros, Gustavo Petro nació hace 58 años en Ciénaga de Oro (Córdoba), un pueblito caliente del Caribe, ganadero y algodonero, famoso por sus corralejas y atravesado por un caño llamado Aguas Prietas. A una media hora de Montería.

Es un misterio de dónde llegaron los Petro a esa región. Dicen que sus ancestros eran italianos o gitanos, pero surgieron de la parte norte de Cereté y se regaron por los corregimientos de San Isidro, Las Guamas, Rabo Largo, La Culebra, en donde todo el que se apellida Petro resulta ser de la misma familia. Allá aprendió bailar muy bien porro y a comer casabe, la típica tortilla asada de yuca molida y coco que se sirve con café con leche.

También, de “pelao”, como se dice por esas tierras, aprendió a ir a las corralejas. Algo lógico teniendo en cuenta que hay pueblos de la región en los que esa fiesta es el evento más importante de todo el año. Pero nunca le gustó el espectáculo del hombre que intenta burlar al toro bravo, y así quedó evidenciado 40 años después cuando, como Alcalde de Bogotá, prohibió el uso de la plaza de toros para la lidia.

De padre de Ciénaga (Gustavo Petro) y madre bogotana (Clara Nubia Urrego), lo que nunca pudo aprender fue el acento costeño y la alegría caribe. Él lo sabe y lo lamenta. Por eso ha dicho, por ejemplo, que a la izquierda colombiana, “amargada, acartonada”,  habría que meterle “mucho Caribe” y darle un sacudón para que pueda entender a su propia sociedad.

Aunque sea un lugar común elogiar a García Márquez, fue leyéndolo que Petro reconoció ese universo de color que abandonó cuando sus padres se lo llevaron a criarlo a Zipaquirá, lo opuesto a Ciénaga: frío, famoso por sus minas de sal, a unos 50 kilómetros de Bogotá.

“Estudié en un colegio de curas, que en mi época eran franquistas y hablaban pestes del comunismo”, cuenta. Era el Colegio Nacional de La Salle, por el que también pasó García Márquez, cuyos libros habían sido prohibidos por aquellos curas.

A los 10 años ya leía biografías y por entonces se le metió en la cabeza que quería escribir una novela policíaca. Y arrancó su carrera de piedra en el zapato con esos sacerdotes, leyendo a Gabo y reuniéndose con sindicalistas y obreros que contribuyeron en su formación como hombre de izquierda.

Años después también leyó a Engels, Marx y Lenin. Seguramente no lo sabía, pero su vida ya la dedicaba a la política (pocas fiestas, pocas novias, poco desorden). Desarrolló un gusto particular por escuchar a la gente, y así fue acopiando razones para la rebeldía y para levantarse contra lo que ya le parecía injusto.

El fraude electoral de las presidenciales de abril del 70 y el golpe de Estado contra Salvador Allende (presidente socialista de Chile) en el 73, fueron, como lo recordó en un discurso, los dos mensajes violentos que le atravesaron el corazón para rebelarse contra la oligarquía colombiana, que desde entonces considera “sectaria, atrasada, feudal, dogmática y asesina”.

Entrenado a los 17 años en las montañas de Zipaquirá, se metió a la guerrilla del M-19. Y ahí se hizo llamar “Aureliano”, un homenaje a García Márquez.

En el EME, que antes de la toma al Palacio de Justicia y de sus mediáticos secuestros se había dado a conocer en Bogotá por regalar leche a los estratos más pobres, Petro se hizo personero a los 21 años, y a los 24 fue concejal de ese municipio.

Entonces fraguó una movida, ya como hombre de izquierda graduado, que dejó claro su talante de revolucionario humilde con los humildes y soberbio con los poderosos: fundó el barrio Bolívar 83, que emergió luego de una toma azuzada por él de personas sin casa a un terreno de unos curas que tenían propiedades en el pueblo.

Petro estudiaba Economía en la Universidad Externado y fungía como periodista de un pequeño periódico llamado Carta al Pueblo, que denunciaba los problemas de las comunidades de Zipaquirá y vecinas. Uno de los más escuchados: la falta de vivienda digna y propia para los habitantes de los barrios más pobres.

Con 500 de ellos planeó la toma al terreno, una madrugada, acompañados de miembros del M-19. Después de un desalojo con gases lacrimógenos, de varias semanas de diálogos con las autoridades y de otras tomas menores a la iglesia, a los manifestantes les concedieron parte de una tierra en las afueras del pueblo.

Con temor a despertar de semejante triunfo, Petro y esa parte del pueblo, que ya lo adoraba, se turnaban para cuidar el terreno en el que levantaron después el barrio que aún hoy existe y del que el Ejército se lo llevó dos años después rumbo a la cárcel.

Haciendo historia en el Congreso

En prisión, Petro se enteró de la toma al Palacio de Justicia, el sangriento golpe del M-19 que dejó un centenar de muertos y unos 12 desaparecidos y que hoy muchos opositores le siguen cobrando políticamente.

Y aunque sí pertenecía a esa guerrilla, lejos de ser recordado como un hombre de guerra, entre algunos ex EME es calificado como uno de los militantes que más le apostó a la paz y a que esa guerrilla se desmovilizara y aceptara sentarse a dialogar con el Gobierno, como efectivamente pasó.

“Es el Petro que nadie recuerda, que era el Petro del M-19”, dice Álvaro Jiménez, activista de Derechos Humanos y ex EME. Otros excompañeros coinciden en que también fue un ayudante muy cercano al asesinado líder de esa guerrilla, Carlos Pizarro.

Estuvo preso hasta febrero del 87. Sorteada con éxito la desmovilización, asesoró la Asamblea Nacional Constituyente con la que se selló la paz y que dio paso a la Constitución del 91 y a una nueva historia en su vida escrita desde la legalidad.

Uno de los hijos de ese proceso de paz fue el partido Alianza Democrática, por el que Petro fue elegido representante a la Cámara por Cundinamarca en 1991. Pero en 1994 su partido pidió protección al Estado para algunos militantes, y él, gracias a la intermediación de su amigo y ex compañero de luchas Antonio Navarro, fue nombrado agregado diplomático en Bélgica.

Allí nacieron dos de sus grandes obsesiones: las luchas contra el paramilitarismo y por el agua. Y allí también se convirtió en un subalterno incómodo para su jefe: el embajador Carlos Arturo Marulanda.

Fue una coincidencia: Marulanda era el dueño de una hacienda llamada Bellacruz, en donde fueron desplazadas 64 familias por los paramilitares, y cuando Petro se dio cuenta lo denunció por estar aliado con ellos. El embajador no podía echarlo porque se trataba de un exiliado, así que lo envió a un sótano a trabajar. En 2005, luego de varios años huyendo, Marulanda se entregó para cumplir condena, pero por peculado por apropiación y falsedad en documento público.

Exiliado y trabajando en un sótano, Petro hizo su especialización en Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional en la Universidad Católica de Lovaina, y así creció su interés por los temas ambientales, que ha tratado de poner en primera línea del debate presidencial.

Tras su regreso al país en 1998, fue incluido en una lista del Movimiento Vía Alterna, debajo de Antonio Navarro, y fue elegido a la Cámara por Bogotá.

Así arrancó en firme la carrera de quien es considerado uno de los congresistas más brillantes que ha pasado por el Congreso. Sus debates de 2006 sobre la parapolítica hicieron historia en Colombia. Entre otros, señaló al exgobernador Salvador Arana y al exsenador Álvaro ‘el Gordo’ García de participar en crímenes en alianza con los paramilitares.

Una persona que lo ayudó en esas investigaciones, ya como senador, recuerda que Petro era en extremo riguroso, estudioso y “con una capacidad de análisis sorprendente para atar un indicio con otro”.

Foto: Laura Rico Piñeres

Fue la piedra en el zapato del entonces Presidente, Álvaro Uribe, al que señaló de haber autorizado cooperativas de seguridad privada a paramilitares cuando era Gobernador de Antioquia. Lo volvió a incomodar cuando denunció al DAS de estarlo persiguiendo y chuzando, algo que se comprobó posteriormente. Y también incomodó al entonces fiscal Luis Camilo Osorio cuando reveló una presunta infiltración paramilitar en la Fiscalía.

Petro era considerado el mejor congresista del país y el partido el Polo, su partido, ya lo empezaba a ver como una importante carta para jugar a la Presidencia. Un sueño, dijo a un medio su esposa, la sincelejana Verónica Alcocer, madre de dos de sus seis hijos, del que él nunca ha desistido.

En 2008 votó, junto a seis senadores del Polo, por el procurador Alejandro Ordóñez, entonces ya reconocido por sus posiciones sectarias y en contra de las libertades individuales.

Petro explicó que Ordóñez le manifestó que defendería la Constitución del 91 y advirtió que su voto no se debió a favores burocráticos. Sin embargo, en junio de 2009, el jefe del Ministerio Público nombró como uno de sus procuradores delegados a Diego Bravo, amigo personal de Petro y precisamente la persona a la que éste le confió en su Alcaldía la puesta en marcha del modelo de aseo por el que lo destituyó el propio Ordóñez.

Fue el lunar de su paso por el Congreso, al que renunció en 2009 para lanzarse a la Presidencia.

Por fuera del Polo

Petro se ganó la candidatura presidencial del Polo en 2010, luego de meses de diferencias internas entre los líderes más fuertes de ese partido, que amenazaba con romperse. Pero ante la urgencia por la campaña, el partido escogió a la entonces secretaria de Gobierno de Bogotá, Clara López, como su compañera a la Vicepresidencia, en una fórmula que muchos vieron como de unidad.

Brillando como orador, fundamentó la campaña en varias propuestas que luego llevó a la Alcaldía y a la actual campaña presidencial. Dijo, por ejemplo, que mitigaría los efectos del calentamiento global y que impulsaría una política de seguridad alimentaria usando hasta el último centímetro de tierra fértil del país.

También se montó en el caballito de campaña de las críticas a Uribe, pero lo relegó el crecimiento de la candidatura del exalcalde de Bogotá Antanas Mockus con su ola verde, y al final quedó tercero con 1,3 millones de votos.

Petro buscó después ser presidente del Polo en medio de un nuevo conflicto interno porque él se había reunido con el recién elegido presidente Juan Manuel Santos a proponerle temas de concertación mientras el partido se proclamaba de oposición. El comité ejecutivo finalmente escogió a Clara, y a fines de 2010 él cerró la puerta tras de sí para nunca más volverla a abrir, luego de denunciar a los hermanos Moreno en el carrusel de la contratación que saqueó a Bogotá.

Con fichas fuertes del Polo de su lado, como los senadores Jorge Guevara y Luis Carlos Avellaneda, Petro fundó Progresistas, el movimiento por el que obtuvo la Alcaldía de Bogotá en 2011 con un 30 por ciento de los votos.

Progresistas era su sueño político para el siglo XXI. Siempre ha dicho que él tiene un pie en la izquierda por su pasado, pero otro en Progresistas porque en este siglo hay que aprender a incluir otras visiones de la política que no busquen solo una igualdad material, sino en derechos. Una posición filosófica que contrasta con su criticado voto por Ordóñez.

Su luna de miel con los bogotanos, en todo caso, duró más bien poco.

El Alcalde

Cuando arrancó el empalme entre su gobierno y el saliente, a cargo de la alcaldesa designada Clara López, Petro se presentó varias veces al Palacio Liévano acompañado únicamente por un maletín lleno de documentos. Muchos confirmaron entonces que no es muy dado a trabajar en equipo, algo que algunos colaboradores temían por su extrema timidez y su tendencia a estar solo.

Las puertas de la Alcaldía vieron entrar y salir altos funcionarios, algunos dando portazos como su entonces amigo Daniel García-Peña (que le dijo en una carta pública que “un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”) y otros argumentando “motivos personales”. Muchos idos por voluntad propia y otros por voluntad del Alcalde, que en ocasiones se los notificó por redes sociales. Al final se contaron alrededor de 60 cambios en puestos directivos.

Cinco fuentes que trabajaron con él en esa época coinciden en que es impuntual, que trabaja todo el día y espera que así sean quienes lo rodean. Que le molesta mucho que lo contradigan con argumentos que sienta poco rigurosos y que, aunque escucha, al final toma sus decisiones solo o con la influencia de un grupo muy estrecho.

“Su problema es ese circulito porque suele infundirle desconfianza en sus colaboradores”, nos dijo una colaboradora que mencionó como un hombre clave de ese grupo a Augusto Rodríguez, un asesor que lo acompaña desde las épocas del Congreso y al que, por ejemplo, Nicolás, el hijo de Petro que más se ha metido en política, cuestionó como un hombre que aisló a otros dirigentes progresistas en la posterior campaña que la izquierda perdió frente a Peñalosa.

Otro exsecretario agregó que “Petro tiene gente de confianza porque es gente que le lleva el temperamento, como Augusto, pero que no negocia con él, que no lo cuestiona”.

Que haya gente que contenga a Petro es importante, agregaron, porque les exige a sus cercanos asumir riesgos, como él.

Uno de los primeros indicios de lo que sería su gobierno en Bogotá ocurrió con la construcción de la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO) muy temprano, en febrero de 2012.

La vía fue aprobada a través de un acuerdo del Concejo, pero Petro, a quien nunca le gustó el proyecto con el argumento de que afectaba unos humedales, se opuso sin presentar a la Corporación un cambio a lo acordado. Es decir, se opuso en los medios. Y declaró: “No vamos a hacer esta vía. Primero túmbennos: usen la Fiscalía, la Contraloría, la Personería y túmbennos. Y después sí pueden hacer la ALO”.

La pelea con el Concejo, donde tenía mayorías en contra, duró hasta el final y apenas fue una de tantas, pues mantuvo unas relaciones agridulces con el Gobierno Nacional (que por ejemplo le firmó un cheque simbólico para el metro que nunca se hizo efectivo) y a los órganos de control cuestionando varias de sus decisiones. Fue la piedra en el zapato del entonces Gobernador de Cundinamarca, Álvaro Cruz, desde que anunció que no vendería más agua en bloque a ocho municipios de la Sabana, tal y como venía haciéndolo el Distrito desde hacía 40 años, una decisión que posteriormente echó para atrás.

También peleó con los empresarios de los toros por prohibir las corridas en la Plaza de Santamaría en su intento por hacer de ese espacio uno de arte y no de muerte. Chocó con los comerciantes por la peatonalización de la Séptima.

Y en su obsesión por las mafias, dijo haberlas identificado en la alimentación escolar, por lo que pidió cambiar una licitación de unos 200 mil millones de pesos en pocos meses; algo que no logró, pero para las siguientes sí logró modificar condiciones que hicieron más transparente el proceso.

De mafias habló en el transporte, y al poner sobre la mesa la necesidad de renegociar los contratos de Transmilenio, aunque terminó extendiéndolos, quitándoles algunas gabelas que los beneficiaban económicamente, pero manteniéndoles la esencia del negocio en una contradicción que no sólo le cobran sus opositores de derecha, sino la izquierda del Polo.

Una contradicción similar a la que le echaron en cara cuando, después de calificar también de mafias a los empresarios de la basura y amenazar con sacarlos del negocio, volvió a contratar a la mayoría (con ingresos fijos que les convenían y antes no tenían, y sin incentivos para mejorar el servicio) tras la caótica implementación de un nuevo modelo que pretendía que la recolección quedara a cargo de la empresa pública Aguas de Bogotá.

Durante semanas, igual de retador que en el episodio de la ALO, contra todas las advertencias políticas y de los organismos de control, Petro había dicho que sacaría adelante su proyecto, pero al final Aguas no tuvo la capacidad de recoger basura en todo Bogotá y por eso sólo terminó operando en la mitad.

Fue ese capítulo el que lo graduó, entre analistas y opositores, como improvisador. Así también lo calificaron por haber bajado las tarifas de Transmilenio sin tener garantía fiscal o por haber pedido recursos para un tren ligero por la Carrera Séptima sin contar con estudios.

Foto: Alcaldía Mayor de Bogotá

Lo particular de los tres días de basuras regadas fue que la Procuraduría se los cobró con la decisión de sacarlo del cargo y sancionarlo con una inhabilidad de 15 años, que significaba su muerte política.

Él dijo luego, de todas formas, que valió la pena, que ese fue un enorme logro en su reivindicación de lo público, de los pobres y contra las mafias. Al fin de cuentas, con el cambio que aplicó dejaba un legado, y eso para él es particularmente importante.  “Él veía el gobierno como un hito en un proceso histórico, a pesar de que nosotros le decíamos que tan sólo la Alcaldía era un desafío descomunal y que nos concentráramos en ella”, nos dijo un entonces secretario suyo.

La inhabilidad, incluso para sus críticos, fue una decisión muy severa para alguien que no se había robado un peso. Él, con su defensa (tutelatón abordo) y después de convocar a sus seguidores a manifestaciones diarias a la Plaza de Bolívar, donde les hablaba por horas desde un balcón del Palacio Liévano, logró que la justicia suspendiera la sanción mientras terminó la Alcaldía.

Tener al Procurador Ordóñez como un visible opositor le sirvió para alimentar la idea, que hoy explota como estrategia de campaña, de que es un perseguido del sistema.

Lo hizo también al enfrentar una revocatoria promovida por el entonces congresista conservador Miguel Gómez, que fue convocada a las urnas pero finalmente se cayó porque en medio de la pelea jurídica que también dio Petro (de nuevo con tutelatón) se dilató tanto que cuando revivió, a menos de un año de que terminara su mandato, ya no valía la pena votarla.

La de Petro fue una Administración que, acaso más que ninguna otra (incluyendo otras dos de alcaldes de izquierda) ha sacudido al establecimiento. Sus cercanos lo defienden de cualquier error, por lo general, mostrando su renovador discurso y destacando que fue uno de los principales denunciantes del cartel de la contratación.

Además, entre sus logros está haber alcanzado, para ese momento, los índices de homicidios más bajos de los últimos 20 años (a la par con el mismo fenómeno a nivel nacional). Cumplió su promesa de garantizar a los estratos 1 y 2 un mínimo vital de agua de seis metros cúbicos mensuales gratis (una medida que había arrancado en el gobierno de Clara López). Desarrolló una política para extender la jornada de los estudiantes de colegios públicos que fue elogiada por la Unesco; durante su gobierno disminuyó la pobreza multidimensional (complementando sus políticas con las nacionales) y dejó estudios avanzados para construir un metro subterráneo.

Ese legado, sin embargo, no pudo evitar la derrota estrepitosa de la izquierda en las elecciones para sucederlo, en las que su candidata fue Clara López, la ahora fórmula vicepresidencial de Humberto de la Calle.

Pero más allá de las críticas, salió con la idea de replicar en Colombia lo hecho en Bogotá.

La nueva búsqueda de la Presidencia

Petro arrancó su segunda campaña presidencial con el interrogante de si podía aspirar o posesionarse, debido a unas multas multimillonarias que le impuso la Contraloría después de dejar el gobierno, por supuestos detrimentos patrimoniales de cuando fue Alcalde. A eso se sumaba que el fallo de Ordóñez que lo inhabilitaba, aunque estaba suspendido, no se había caído del todo.

Su estrategia fue voltear la situación a su favor en función de la campaña. Las multas son por el cambio en el esquema de aseo, la rebaja de pasajes de Transmilenio y por un negocio en el que la Empresa de Energía de Bogotá recompró una empresa de gas a un precio mucho mayor del que la había vendido.

Aunque eso lo dejaba, de cara a la Presidencia, como un gobernante antitécnico e improvisador, Petro comenzó a forjar ante sus seguidores la imagen de un candidato perseguido por un sistema al que asustaba con sus promesas de ruptura.

Para eso le ha servido como argumento que el contralor que le impuso las multas tiene el respaldo de Cambio Radical y está salpicado en el escándalo de Odebrecht; que el Consejo de Estado finalmente tumbó la inhabilidad que le impuso Ordóñez; y que en Cúcuta su carro fue atacado antes de una manifestación en un hecho que asegura fue un atentado con disparos a pesar de que la Fiscalía descartó que fueran impactos de bala.

“Petro es un costeño perseguido por la élite bogotana”, concluye Álvaro Moisés Ninco, integrante de la campaña. Una imagen reforzada con la gestión de Peñalosa en Bogotá, que no sólo quitó el cuadro de Bolívar del Palacio Liévano, sino que ha borrado parte del legado de Petro, de lo que es un ejemplo muy representativo la decisión de cambiar los diseños del metro subterráneo por uno elevado.

Otra alta fuente de Progresistas agregó que a él “lo victimiza la manifiesta intencionalidad del vargasllerismo (encarnado en el contralor) de sacarlo de la carrera, y eso le funciona”.

“Si no me matan”, dijo luego, “tengo posibilidades de ganar”. Una imagen de mártir que complementa con alusiones constantes a tesis de los liberales Jorge Eliécer Gaitán y Luis Carlos Galán, y del conservador Álvaro Gómez Hurtado, todos presidenciables asesinados.

Foto: Twitter

Así se volvió una piedra en el zapato para el Polo, al que se le llevó las bases después del acuerdo que ese partido hizo con Fajardo. Y así ha crecido en las encuestas y ha llenado plazas, respaldado en un discurso de defensa de los pobres y antisistema que propone, por ejemplo, una Constituyente “para hacer las reformas sociales que no hizo la Constitución del 91”.

Esa apuesta por una ruptura con lo establecido y su discurso sin medias tintas lo han graduado, a la luz de la derecha del uribismo y Vargas Lleras, como el representante del castrochavismo en Colombia.

Lo ha puesto a dar explicaciones su conocida amistad con Hugo Chávez, con quien llegó a caminar por la Séptima y posó, de nuevo con Bolívar al fondo, en fotos en el Monumento de los Héroes. No lo oculta, y ha tratado de quitarse el remoquete asegurando que a diferencia de Chávez, Nicolás Maduro sí es un dictador “que mata”. Pero sus contradictores de campaña siguen en lo suyo, también porque les conviene generar ese miedo en su candidato opuesto para arañarle votantes.

Y por esa ligazón es que a los candidatos de centro (Fajardo y De la Calle) no les conviene una alianza con él (así no crean que exista el castrochavismo) y se negaron a irse con Petro a una consulta que lo hiciera ver como su aliado.

“Me duele mucho que le cierran ese espacio, no sólo porque eso puede abrirle espacio al uribismo, sino porque Petro solitario, sin acuerdo con el centro, sería una persona muy complicada en la Presidencia. Eso haría muy difícil la gobernabilidad y me da miedo”, nos dijo un exsecretario de su Alcaldía.

En búsqueda de esa alianza Petro terminó mostrando pragmatismo: se alió de nuevo con Clara López después de todas sus peleas, en busca de una consulta que le diera exposición en medios y plata por reposición de votos, a pesar de que, nos dijo una fuente de la campaña, muchos adentro no estuvieron de acuerdo.

Y cuando Clara lo dejó para irse con De la Calle igual hizo la consulta (y la alianza) con el exalcalde de Santa Marta Carlos Caicedo, a pesar de que carga con una imputación de cargos por presuntas irregularidades en contratación que en este caso pasaron de agache para las críticas de Petro.

Él, finalmente, logró su objetivo: se mantuvo arriba en las encuestas luego de sacar 2,8 millones de votos y jalonó su lista al Congreso al elegir cuatro senadores, lo que lo mantuvo como un candidato viable que, sin aliados poderosos, sigue llenando plazas y canalizando la indignación.

Como cuando en Chocó le dijo a una multitud: “si la política es la escogencia de caminos futuros y presentes, boten este Lleras (aludiendo a la compra de votos con el billete de 100 mil pesos que tiene el rostro del expresidente Carlos Lleras) y van a dejar a Vargas Lleras viendo un chispero y a escoger el camino de Gaitán”.

*Esta es una versión ampliada del perfil de Gustavo Petro publicado en el libro Superpoderosos: los protagonistas de 2014.

Fue periodista de historias de Bogotá, editora de La Silla Caribe, editora general, editora de investigaciones y editora de crónicas. Es cartagenera y una apasionada del oficio, especialmente de la crónica y las historias sobre el poder regional. He pasado por medios como El Universal, El Tiempo,...

Periodista. Pasé por La Patria, Congreso Visible y El Espectador. Cubrí para La Silla las movidas de poder en Bogotá y Cundinamarca mientras existió La Silla Cachaca entre 2017 y 2019. Ahora ando pendiente de las conversaciones que podamos dar y generar desde La Silla en redes sociales. De vez en...