Más allá del debate entre la alcaldesa Claudia López y los médicos sobre si el sistema de salud colapsó o simplemente está saturado, está el padecimiento de quienes atienden o se han visto afectados por el covid. Crónica.

En momentos en que el presidente Iván Duque anuncia que el confinamiento obligatorio irá en el país hasta el próximo 30 de agosto, con lo cual Colombia tendrá, al menos en el papel, pues existen extensas excepciones, una de las cuarentenas más largas del mundo por el covid; Bogotá amanece con una ocupación del 90,4 por ciento de las Unidades de Cuidado Intensivo UCI para atender a los pacientes que se agraven.

Eso quiere decir que, de las 1.503 UCI existentes, solo quedan 145 para los críticos por coronavirus en una ciudad de 7,5 millones de habitantes, a donde, además, llegan enfermos de municipios aledaños.

De 56 instituciones de salud que hay, 30 ya están a tope con todas sus camas de cuidados intensivos llenas. 

La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, quien hace tres meses había asegurado que el día que se llegara al 70 por ciento de ocupación decretaría el confinamiento estricto (sin tantas excepciones), sigue con su cuarentena sectorizada y medidas para personas con patologías particulares; mientras la mayoría de gremios médicos le pide cerrar porque el sistema de salud colapsó.

La mandataria, en respuesta, les sugiere tener “nervios de acero” y asegura que se trata de una saturación, más no de un colapso.

Más allá del término, varias historias que se están viviendo en los hospitales de la ciudad confirman una crisis que tiene padeciendo a enfermos, familias y personal de salud.

Esta es la crónica de lo que vimos y oímos tras hablar con doce personas y recorrer cuatro instituciones de salud:  

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Marco y la UCI de su papá, que le dieron a alguien más joven

Hace 15 días, Marco Antonio Carrillo, de 29 años, despertó y vio que su papá, quien también se llama Marco, tenía dificultades para respirar. Lo llevó en carro desde el barrio Tabora (Engativá) al hospital público Palermo. No alcanzó a avisar en el colegio donde enseña tecnología que no podría dar las clases virtuales. Veía a su padre muy grave.  

Al señor Marco, de 85 años, lo dejaron en urgencias y desde ese día su familia no lo volvió a ver. El miércoles siguiente, un día después de haber llegado al hospital, le dieron una habitación y le dijeron que necesitaba ventilación. El jueves le avisaron que le asignarían un ventilador, pero llegó un paciente más joven y en la entidad decidieron priorizarlo a él.

Veinticuatro horas después, llegó al hospital otro equipo y, con este, la promesa de una UCI para el papá del profesor. Pero una vez más los médicos optaron por dárselo a otra persona de menos edad que también lo necesitaba.

“Los médicos me dicen que por ética deben darle el ventilador a los pacientes más jóvenes”, dijo, desesperado, por esas horas Marco hijo en un video que publicó en sus redes.

Hace 10 días, después de que ese mensaje se viralizó, al papá, por fin, le asignaron la esperada UCI. 

La semana pasada, el profesor contó que no sabe cómo se contagió el señor Marco, pues en su casa nadie sale. Él da sus clases de forma virtual, una prima que convive con ellos tampoco va a la calle, y su mamá también cumple el confinamiento pues es ama de casa. 

El señor Marco se pensionó de una fábrica de colchones. Antes de caer enfermo, le gustaba estar en familia y leer la biblia. 

Por varios días, su hijo Marco recibió cada 24 horas un reporte telefónico sobre cómo seguía, pues no lo dejaban entrar a verlo.

Este lunes falleció.

El profesor llamó a contar la noticia y pidió, por favor, publicar que su padre era un gran hombre.

El trauma de la enfermera Patricia

Patricia* es una enfermera que trabaja en la (privada) Clínica de Occidente. A principios de este mes, cuenta sin dar muchos detalles por miedo a perder su trabajo, vivió la experiencia más traumática que le ha tocado en su oficio:

Vio morir ahogada a una señora de unos 50 años, positiva para covid, que estaba esperando ventilación artificial.

En su relato, Patricia añade que, unas dos semanas después, le oyó decir en medios a la Alcaldesa López que en Bogotá nadie se estaba muriendo por falta de atención.

“Pero, si eso no es colapso, ¿qué es?”, remató la mujer, quien agregó que la muerte por ahogamiento “es muy dolorosa”. 

No es la única enfermera testigo del mal momento.

El pasado viernes por la tarde, a las afueras de los hospitales (públicos ambos) San Rafael y San José Centro, dos auxiliares de enfermería coincidieron en contar -de forma anónima también- que los pacientes que llegan remitidos de otras entidades, y se supone que por eso mismo deberían pasar a ser atendidos enseguida, a veces tienen que esperar hasta cuatro horas en la puerta, montados en la ambulancia, hasta que los ubican.

Si tienen la buena fortuna de que los ubiquen.

“El hecho de que un paciente tenga que esperar entre 24 y 72 horas para recibir ventilación es un colapso porque el virus avanza tan rápidamente que en ese tiempo puede entrar en paro respiratorio, tener afectaciones neurológicas o incluso morir”, añadió por su parte, en el mismo sentido de las enfermeras, el médico general de UCI en el hospital de Kennedy,  Camilo Rodriguez.

El Keneddy ya no tiene ni una UCI disponible. 

*Nombre cambiado por petición de la fuente.

La intuición del doctor Herman 

Era el 19 de junio, el primer Día sin IVA. Semanas antes, el doctor Herman Bayona, presidente del Colegio Médico de Bogotá, había visto cómo varios medios promocionaban en Colombia esa jornada como una oportunidad para apoyar a los comerciantes y revivir la economía del país. No le puso mucha atención.

Ese día llegó temprano al Centro de Investigaciones Oncológicas, donde trabaja hace 20 años. 

A eso de las diez de la mañana un colega le mandó un mensaje por Whatsapp. Estaba intentando comprar algo online y tenía 150.000 turnos por delante. Minutos después, le llegaron, también al teléfono, videos de personas abarrotadas en las calles para aprovechar los descuentos. 

“En ese momento yo dije: ‘Nos vamos a reventar’”, recuerda. 

A eso de las 11 de la mañana, el doctor estaba empezando su jornada de cirugía. 

Tenía tres pacientes enfermos de covid para hacerles traqueostomía, un procedimiento por el cual se crea una abertura dentro de la tráquea, a través de una incisión en el cuello, y allí se inserta un tubo para facilitar el paso del aire a los pulmones. 

Esta ejecución es cada vez más frecuente en los pacientes que necesitan ser intubados y tienen graves fallas respiratorias. 

Dejó su celular y con angustia se puso uno a uno los elementos de protección para empezar a trabajar: vestido quirúrgico, bata, traje completo de seguridad, una escafandra, un tapabocas N95, gafas y escudo facial.  

En la sala de cirugía, sigue recordando, todos se preguntaban “¿A quién se le ocurrió tal absurdo?” del Día sin IVA.

Ese 19 de junio, Bogotá tenía 10.661 casos activos de coronavirus. Catorce días después la cifra era 20.936. A ayer: 49.143. 

Recorrido por urgencias

Hicimos un recorrido este viernes por cuatro de los 30 hospitales de Bogotá que ya superaron su capacidad de UCI: San Rafael, Santa Clara, San José y Palermo para ver más cómo está funcionando el sistema de salud. 

También hablamos por teléfono con parte del personal médico de otros centros de salud que están a tope.

En las puertas de estos hospitales, no se veía una gran aglomeración de personas. En todos había restricción para el ingreso de personas. Las filas se hacían con distancia y la sala de espera de urgencias no estaba llena. 

En la ciudad no se ve lo que pasaba en Guayaquil o en Nueva York hace unas semanas, donde la gente moría en las calles o tenían que enterrarla en parques.

Pero la demora en la atención es evidente.

Por ejemplo, afuera del San Rafael había una ambulancia con un paciente positivo del virus. Tres horas de espera después, le dieron entrada. A su esposa, de unos 70 años, la dejaron pasar para acompañarlo.

La auxiliar de enfermería que lo acompañó en la ambulancia contó sin dar su nombre que les habían advertido que no habría ventilación disponible en dado caso de que la requiriera. 

Este hospital ya había superado su capacidad. El único ventilador libre estaba reservado para un joven de 19 años que hacía pocos minutos también había llegado con fallas respiratorias por el virus.

“Es un dilema terrible porque todo el personal médico quisiera atender a todos por igual. Pero en este punto también decides a quién le salvas la vida”, explicó la auxiliar.

A la entrada de urgencias llegó llorando Paola Romero. Le suplicó al celador que le pidiera a alguna enfermera que por favor le revisara el azúcar a su papá, Jose Dagoberto Romero.

“Lo traje a las cuatro de la mañana porque estaba muy mal–contó– Mi papá es diabético y tuvo contacto con una tía que salió positiva. Me preocupa que debería estar en 120 de azúcar, ayer estaba en 517 y ahora se bajó a 80. Desde anoche no respira bien”.

Paola recuerda que llamó a las dos de la mañana a la línea 195 para pedir una ambulancia. Le aseguraron que le devolverían la llamada, pero esperó por dos horas hasta que su papá se puso tan mal que un vecino tuvo que ayudarlos llevándolos desde Usme hasta el hospital que está en la localidad de Antonio Nariño. “Lo veo ahogado, ya se quitó el tapabocas porque no puede respirar”, se lamentaba.

Esa noche le dieron salida a José, mientras le daban los resultados de la prueba de covid. Aún no se los han entregado, pero este martes, cuatro días después, tuvieron que llevárselo de nuevo al hospital por problemas respiratorios.  

“El hecho de que tenga que poner a pacientes en consultorios médicos en vez de habitaciones es un colapso. Ni siquiera se pueden esperar las tres horas que dura la desinfección porque es mucha la gente que llega contagiada (…) Es tanto el personal médico que se ha contagiado que los que no nos hemos enfermado tuvimos que doblarnos en turnos”, dijo, casi al otro lado de la ciudad, desde la Clínica El Lago, que queda al norte y también está al rojo, una enfermera.

Otra enfermera, del hospital Santa Clara, también dijo que para ella el colapso se dio hace tres semanas, cuando el coordinador les dijo que la sala de UCI de pediatría se iba a adecuar para pacientes adultos y que el personal que atendía a menores ahora tendría que ocuparse de adultos.

Periodista. Soy editora de Redes Sociales en La Silla Vacía. Cubrí las movidas del poder en Bogotá y el gobierno de Claudia López. También hice algunos reportajes sobre reforma agraria. Antes trabajé en la Revista Semana y colaboré para revista Arcadia y Dinero. Soy coautora del libro 'Los presidenciables...