Ya se siente ambiente a campaña presidencial, y aunque esta será una campaña en cuatro tiempos -firmas, coaliciones, primera y segunda vuelta- ya es momento para conocer en detalle las ideas programáticas.

Después de haber participado activamente en la elaboración del plan de desarrollo del actual gobierno, he reflexionado. Y varias son las ideas que quedaron y aún están entre el tintero y que deberían tenerse presentes, reformularse, si se desea, y potencializarse.

En esta y mis próximas columnas me concentraré en hacer referencia a estos temas, entre los cuales tenemos el concepto de regional, el subempleo, la política fiscal, la inclusión social y la economía azul, entre otros.

El primer tema que quiero tratar, y en el que es necesario seguir profundizando, es la dimensión territorial, que dicho sea del caso es mucho más que hablar de descentralización. Entender las dinámicas territoriales y regionales, no es solo un tema de dar más autonomía y aumentar las transferencias, como algunos candidatos argumentan. Implica entender las dinámicas humanas, sociales y económicas que existen en torno al territorio, y definir un modelo acorde con estas realidades.

Bogotá, por ejemplo, debe ser analizada como una “ciudad-región”, en la que interactúan al menos 19 municipios, pero sus dinámicas no pueden reducirse ni al distrito, la gobernación o cada uno de los municipios. Esto, como bien lo entendió el actual Congreso, implica analizarse como una región.

Los últimos gobiernos distritales y departamentales, así como los municipales, han tenido que luchar intensamente para ser escuchados en el nivel nacional, de manera que se reconozca que estos no pueden ser vistos de manera aislada, como compartimentos estancos, pero tampoco pueden ser pensados de manera conjunta. Debe pensarse de manera relacionada.

En lo político, estos municipios deberían tener un eco en la administración distrital, y los bogotanos en la administración departamental, al menos. Podría ser interesante pensar que los alcaldes de los 18 municipios con fuertes lazos de conmutación con Bogotá pudieran elegir un par de concejales, y los ciudadanos de Bogotá elegir un par de diputados a la asamblea de Cundinamarca.

Entender lo regional parte por recordar que la esencia de la administración pública son los ciudadanos, que estos encuentren trabajo y se les presten los servicios básicos de manera eficiente.

Hoy el desempleo o la informalidad, que en parte son expresiones de la creatividad del desempleado, son notorias en todo el país.

Municipios como San José de Cúcuta, con más del 70 por ciento de informalidad, llaman la atención frente al rol de la administración pública local y regional. En 2020 el promedio de empresas por cada mil habitantes (densidad empresarial) del país fue de 22, un valor bajo si se compara internacionalmente. Pero este valor cae considerablemente en los pequeños municipios, llegando a un promedio de ocho o nueve. Con tan bajo tejido empresarial, es obvio que las regiones no son capaces de absorber la mano de obra disponible. ¿Por qué sucede esto?

Si a lo anterior le sumamos la diversificación empresarial – empresas en varios sectores -, en el 90 % de los municipios del país solo se encuentran empresas en el 10 % de las actividades económicas que poseen los grandes centros urbanos. Esto acentúa la dependencia de las regiones con las ciudades, esencia del centralismo.

Así mismo, y como lo mencioné en una pasada columna, “La misión de descentralización, un papayazo para que los servicios públicos sean sostenibles”, el país cuenta con una estructura ineficiente para la prestación de los servicios públicos, donde se incentiva que cada municipio cuente con sus propias empresas, lo que explica que en el país se encuentren registradas algo más de 2 mil empresas prestadoras del servicio de agua potable y sólo 12,5 % tienen más de 2.500 usuarios.

Sumado a lo anterior, un esquema regional donde 1.006 municipios son categoría cinco y seis, es decir municipios con estructuras administrativas pequeñas, por ausencia de recursos, pero con iguales funciones a las de los municipios de categorías superiores, invita a repensar la forma como se opera en el territorio.

Por ende, entender lo regional debe partir por revisar las funciones de subsidiariedad de las gobernaciones departamentales, el rol de las regiones, el rol de las provincias, por comprender el porqué de las capacidades de los municipios. Preguntas que seguro tendrán una respuesta diferente si estamos parados en Vaupés, Antioquia, Atlántico o San Andrés.

Las respuestas al Vaupés, Guaviare, Vichada y posiblemente Amazonas, tienen que partir de entender lo que significa estar en una región selvática o sabanera, donde predomina la conexión fluvial, escasamente desarrollada en el país, con comunidades dispersas y en medio de reservas ambientales.

Las repuesta para San Andrés deben partir de entender lo que es vivir en una isla, tema del cual Colombia no tiene referente, y seguramente debería buscar respuestas en lo que la comunidad internacional llama los pequeños estados tipo isla. Seguro las problemáticas en atención a la población de San Andrés, son más parecidas a las de Aruba, Barbados y Santa Lucía, que a las de Boyacá o La Guajira.

De igual forma, las respuestas en el Eje Cafetero varían frente a las de Antioquia, Bogotá y Cundinamarca. En la primera, tenemos un modelo de tres ciudades, aceptablemente conectada; mientras que en la segunda es un modelo centrado en una sola zona, el Valle de Aburrá; y la última, como mencioné al inicio de esta nota, es un modelo de conmutación regional, o subregional, para hacer referencia al modelo propuesto en el actual plan de desarrollo.

Estos ejemplos deberían poner sobre la mesa la necesidad de cambiar el conocido sistema de ciudades del país, y sumarlo con el modelo de transformación del campo, desarrollado por la Misión de similar nombre, integrarlos, ajustarlos, adaptarlos. Modelo que debería llevar a repensar la institucionalidad que lo soporta, al menos, en materia de planeación.

No deberíamos seguir pensando que el territorio se puede manejar en dos ejes de políticas: una urbana y otra de desarrollo rural. Estas deberían tender a ser una. ¿Por qué no pensar en un verdadero Ministerio para el Desarrollo Territorial, que asuma el diseño de las políticas transversales que induzcan a mejorar la conectividad y conmutación territorial, la creación de condiciones de absorción del empleo, movilidad laboral, un ministerio donde el objetivo sea la calidad de vida del ciudadano?

Todo lo anterior lleva a que la discusión de lo regional debe partir de entender las condiciones que el modelo actual ha impuesto para las regiones, evidenciar por qué necesitamos cambiarlo y resaltar por qué los ajustes no son suficientes.

Cada candidato, desde su orilla ideológica, deberá proponer el modelo. Debemos ser capaces de canalizar la discusión política hacia la dinamización del potencial regional y que esta no se limite a solo un tema de mayor electorado.

Espero que el próximo plan de desarrollo sea una compilación de planes regionales, un plan que resalte estrategias de desarrollo diferencias por cada región, y no unas ideas nacionales regionalizadas, como se ha hecho históricamente.

Es el ex subdirector general territorial del Departamento Nacional de Planeación. Estudió economía, una maestría en asuntos internacionalez y se doctoró en estudios políticos. Sus áres de interés son la planeación, la inversión pública y el desarrollo territorial.