Hay una casa en Bogotá que sirve de refugio para los indultados de las Farc. Es, también, la única zona del país en la que hay guerrilleros concentrados pensando en una vida después del conflicto. 

Adentro funciona un hotel. El aviso de la entrada principal lo anuncia y todo lo demás, la recepción que hay que pasar para subir y la numeración de los cuartos en el segundo piso, lo confirma. Lo que no cuadra son las puertas abiertas de las habitaciones por las que se escapa el ruido de los televisores y la presencia constante de los huéspedes por el vestíbulo. A los habitantes de la casa al parecer los tiene sin cuidado la privacidad. Uno de ellos, un hombre en chanclas y sudadera, canta distraído su himno: “Compañeros de las Farc, a la voz de la unidad, alcanzar la libertad…”.

El hombre que canta y las otras 20 personas que viven en ese hotel cerca al centro de Bogotá, son parte del grupo de guerrilleros de las Farc que fueron indultados por el Gobierno. A finales del año pasado, Juan Manuel Santos anunció que, como gesto de buena voluntad en el proceso de paz, iba a decretar la libertad de 30 combatientes que estaban pagando condenas en diferentes cárceles del país. Nada de “crímenes de sangre“, aclaró meses antes el ministro de Justicia; todos habían sido condenados por rebelión o delitos como porte ilegal de armas o  uso de uniformes de las Fuerzas Armadas.

 

Varios de los guerrilleros vieron venir la libertad con meses de anticipación; Santos hizo el anuncio en noviembre y las cuatro tandas de prisioneros salieron entre el 20 de enero y el 19 de marzo, así que todos pudieron hacerse a la idea de pasar de la cárcel a la calle. Pero el paso del campamento a la ciudad es un asunto completamente diferente. La oficina del Alto Comisionado para la Paz anunció un programa de apoyo psicosocial y educativo y la casa es el lugar donde se está materializando. Es, también, la única zona del país en la que hay integrantes de las Farc concentrados pensando en una vida después del conflicto. Los días en la casa son atareados.

El currículo

En el primer piso los indultados, sentados hombro con hombro de espaldas a la pared, atienden el salón de clases improvisado en el que todos los días se convierte el comedor del hotel. El tema del día es un artículo en el que el británico Paul Collier concluye que los conflictos internos de los países responden más a la avaricia de grupos que quieren controlar las fuentes de riqueza que a luchas ideológicas.

Con dificultad, Aristides se pone de pie, aunque la profesora ya le aclaró que no tenía que hacerlo para hablar. Sus muletas están recostadas detrás de su silla y la pierna izquierda no aguanta su peso desde que una esquirla de granada le partió el fémur, así que se apoya con los puños rucios en la mesa. Explica que, contrario a lo que asegura Collier, ellos entraron a las Farc por una causa, no para acumular riquezas. Sus compañeros de clase asienten.

Esta clase no es parte del programa educativo que provee el Sena. El gobierno les ha dado cursos de sistemas, finanzas, gestión de proyectos comunitarios y, el más importante, capacitación en promoción de paz. La misión que a estas personas se les encargó en la Mesa es entender lo que está pasando en Cuba, conocer los puntos acordados para ir a las cárceles y difundir los avances. La idea es convertirse en lo que ellos llaman “promotores de paz”.

Nosotros somos conscientes de que seguimos luchando pero no con las armas. 

La agenda del Sena les llena los martes y los jueves. Los otros tres días son de ellos y los están copando con su propio currículo. A través de Corporación Solidaridad Jurídica y la Coalición Larga Vida a las Mariposas, están recibiendo clases de comunicación para aprender a expresarse en redes sociales y frente a las cámaras que hoy los buscan constantemente; historia para entender el origen del conflicto armado; y formación política para comprender los acuerdos de paz a profundidad.

“Ellos pidieron unos temas, los organizamos en una agenda, se los presentamos, ellos pidieron modificaciones y comenzamos a trabajar”, explica la profesora de la Escuela Pedro Nel Jimenez, organización que funciona bajo la sombrilla de la Marcha Patriótica.

Cuenta que la escuela llegó con una propuesta de lecto-escritura y los alumnos pidieron una expansión del programa. Le parece natural, porque añade, que “si vamos a entender pedagogía para la paz como socialización de los acuerdos, estamos mal. Un promotor de paz tiene que hablar de la historia del conflicto de Colombia y entender que el conflicto no se termina con la firma”.

Los indultados están estudiando de lunes a viernes, de ocho a seis. No hay ley que los ate a la capital pero ellos no se van. El hotel, aunque modesto, les ofrece comodidad. Del Fondo Paz sale la plata para alimentarlos y alojarlos. El Sena educa y la ACR les da atención psicológica, todo bajo la coordinación de la oficina del Alto Comisionado. Pero parece que los anima algo más que la comodidad.

“Nosotros somos conscientes de que seguimos luchando pero no con las armas. Los cursos que nos han dado son políticos, por ejemplo”, dice Aristides, ya no en el salón sino sentado en el borde del sofá del segundo piso. Quiere volver a la comunidad paez del Cauca donde está su padre pero, por ahora, tiene que estar en la casa. “En este momento nosotros somos la punta de lanza porque todo el mundo quiere hablar con nosotros”.

Los reclusos

Aristides dice punta de lanza, Bibiana dice semilla. Ella llena un espacio mucho menor del sofá. Chaqueta gris, bufanda roja, jeans y maquillaje milimétrico: más parece una bogotana que va de camino a la universidad que una guerrillera opita que fue capturada por el Ejército en una operación militar en Caquetá. “Nosotros somos la semilla de la negociación del Gobierno y las Farc. Somos esa fuerza que está naciendo. Ya que tenemos el conocimiento, tenemos que darle fuerza al proceso de paz. Somos un fruto de ese proceso”, dice mientras hace un cuenco con las palmas de sus manos como si entre ellas tuviera un puñado de tierra.

[en las cárceles]hay mucha gente que no está de acuerdo con el proceso de paz. A esas personas hay que llegarles

De las personas que pasan por el sofá, es la única que admite sin reservas que el momento del indulto fue de alegría. “Cuando llega el día de la libertad es mucha felicidad. Se abren cosas diferentes. Estar encerrado y de un momento a otro recuperar tu libertad es maravilloso”.

No hay reservas pero sí salvedades: “Uno se siente feliz por estar allí pero uno analiza por qué no sacaron compañeros en peor situación y estado de salud. Además a algunos compañeros nos faltaban uno o dos meses de pena. Entonces por qué no le dieron la oportunidad a personas que están tiradas en una cama, que están perdiendo una pierna o un brazo”.

Los indultados pasan buena parte del día en la cárcel, pensando en ella, en los compañeros que dejaron atrás al llegar a la casa. La inquietud de Bibiana por la salud de los convictos es generalizada entre las Farc.

Cuando Santos anunció la puesta en marcha del proceso de los indultos, Rodrigo Granda envió una lista de 80 guerrilleros con problemas de salud. La Presidencia aclaró que ese no era un criterio válido para elegir a las personas a las que se les perdonaría la pena.

Son 106 casos de presos con enfermedades o lesiones los que el gobierno se ha comprometido a revisar. Los indultados han propuesto jornadas de salud en las cárceles en colaboración con el gobierno. Esperan respuesta y partida para comenzar a visitar los centros de reclusión con lo que han aprendido sobre los acuerdos.

Bibiana dice que en las cárceles “hay mucha gente que no está de acuerdo con el proceso de paz. Por ejemplo se oponen a la dejación de armas. A esas personas hay que llegarles, explicarles, organizarlas”.

El entrenamiento ha llevado a Bibiana y a otros tres indultados a La Habana en dos ocasiones. En la primera, se encontraron con las subcomisiones para entender los avances en los puntos de la agenda. En la segunda, ya con la misión de ir a las cárceles, se reunieron con delegaciones de presos políticos de Irlanda y Sudáfrica. Con ellos entendieron otras experiencias de encarcelamiento en el marco de conflictos armados. Esperan que toda esa preparación se traduzca en un retorno a la cárcel, esta vez como farianos libres.

La Familia

La voz de Jorge es casi un susurro y su bigote, el delator del escaso movimiento de sus labios. Sus ojos, tan oscuros que parecen pura pupila, se fijan en la lluvia. El izquierdo está ligeramente torcido, desorientado por la ceguera. Poco dice su cara cuando habla de su familia. De la biológica cuenta que está en el Tolima y que fue a visitarla en Semana Santa. De la putativa, que es lo que lo mueve: “la ideología de uno, el pensamiento de uno siempre ha sido estar en la guerrillerada porque eso es ser parte de una familia”. La palabra familia salta cada vez que a uno de los huéspedes se le pregunta sobre la relación que tiene con el resto.

Tal vez por eso los indultados exigentes, casi quisquillosos, con la precisión de las palabras con las que son descritos. No se les puede llamar desmovilizados porque a los que hay los consideran el resultado del esfuerzo del Estado por desintegrar a las Farc ofreciéndoles a sus miembros beneficios personales a cambio de ser delatores. Desmovilizados tampoco porque aseguran que la movilización continúa, en adelante sin armas. De la paz no son gestores, esos son Karina y el resto de desmovilizados que ya no pertenecen a las Farc. Los habitantes del hotel son promotores de paz y están en un proceso de reincorporación que es el apoyo del Gobierno para que se puedan incorporar a la vida civil.

Hay una palabra que no es cuestión de acuerdo sino resumen de sus temores. Esa es paramilitarismo. Todos aseguran que la mayor amenaza del desarme de las Farc son las bandas criminales. El temor no es infundado  pero sí soslaya la realidad de la interacción entre la guerrilla y las bacrim.

Por un lado, estas bandas han dado muestras contundentes de su poderío. El primero de abril ejecutaron el Plan Pistola, paro armado con el que paralizaron 36 municipios y afectaron ciudades principales como Montería y Medellín.Pero también hay evidencia de que en varios territorios los grupos neoparamilitares mueven el negocio de la coca en llave con las Farc. Sucede en regiones como el Catatumbo, el Ariari y el bajo Cauca.

Jorge responde que el paramilitarismo es una maquinaria del Estado pero varios expertos indican que guerrilleros y bacrim son piñones que giran juntos en la maquinaria del narcotráfico.

La reunión de indultados en la casa representa las fortalezas del grupo y los obstáculos que le espera en el proceso de mudar el uniforme y vestirse de civiles. Por un lado está la cohesión. Frases como “seguimos en la lucha” y “no hemos perdido nuestra ideología” saltan de boca en boca, se oyen cada vez que uno de los indultados levanta la mano en clase. Los 21 están alineados con un mismo discurso, todos buscan un papel en la organización si esta logra pasar a la arena política.

Por el otro lado, tienen pendiente el diálogo con una sociedad que, en buena medida, recuerda lo que han hecho y los ve con unos ojos muy diferentes a la imagen idealizada que tienen de sí mismos. Por lo pronto, los indultados buscarán poner en práctica la promoción de paz para la que han estudiado y esperan servir de ejemplo de lo que les espera a los que aún están en las filas. 

Contexto

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