En años recientes se viene discutiendo sobre la educación necesaria para convivir con los cambios veloces y acelerados que nos han correspondido. Sobresalen tres grandes corrientes, que comparten algunos elementos y suponen grandes desafíos para todos los actores de la sociedad.

La primera corriente se centra en el aprendizaje y la formación a lo largo de la vida, expresión que surgió en la década de los 60 y en la actualidad es parte de la agenda pública liderada por organizaciones como Unesco y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCde).

La segunda corriente, más reciente, se refiere a la formación para el cumplimiento de la Agenda 2030, mejor conocida como Educación 2030 y promovida por el sistema de Naciones Unidas y otras instituciones alrededor del mundo.

Y la tercera corriente, que nutre el debate en torno a la formación para la empleabilidad y la competitividad, que también hace parte de la agenda pública de entidades como Ocde es sobre la que quiero referirme a continuación.

Sabemos que existen reparos sobre la conexión entre la universidad y el sector empresarial. Uno de los principales argumentos es que las empresas requieren nuevos profesionales con competencias aplicables al trabajo, las cuales, desde su perspectiva, no siempre están profundamente desarrolladas.

Frente a esto, organismos como la Ocde han elaborado recomendaciones que van desde el desarrollo de prácticas de aprendizaje y formación en el trabajo, hasta el mejoramiento de los sistemas de evaluación y anticipación de competencias, así como realizar mayores esfuerzos para involucrar a los empleadores en el sistema educativo y de formación. En Colombia, se han promovido modelos de triple y cuádruple hélice al igual que se han adoptado mecanismos específicos como los Comités Universidad- Empresa.

Frente al desafío de sintonizar las dinámicas de la universidad y la empresa, el aprendizaje centrado en el estudiante y enfoques formativos como el aprendizaje basado en retos y el aprendizaje basado en proyectos surgen como mecanismos de gran valor para asegurar habilidades para la empleabilidad, desarrollar competencias ciudadanas y pensamiento crítico.

Estos enfoques de formación se han venido empleando con mayor intensidad en los niveles de formación básica y media y en menor proporción en la educación superior. En todos los casos con resultados interesantes.

En un proyecto de innovación pedagógica que adelantamos un grupo de profesores en la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario con dos grupos de estudiantes de programas de formación en investigación a nivel de Maestría y Doctorado diseñamos un espacio de formación experiencial para resolver problemas específicos en dos organizaciones, una con capital nacional y la segunda con capital internacional.

Cada grupo de estudiantes estaba acompañado de dos profesores, bajo la figura de coteaching, un consultor, especializado en los temas que configuraban el problema a resolver y un empresario y su equipo de dirección por cada empresa participante.

El resultado óptimo de esta experiencia sería que los estudiantes propusieran a cada empresa una solución factible y basada en la ciencia, situación conocida en el mundo académico como Research Based Learning, y de esta manera demostraran sus competencias en investigación.

Durante todo el periodo académico en el que se desarrolló el desafío mantuvimos un sistema de evaluación permanente, tanto del desempeño de los estudiantes, como del desempeño de los profesores, consultor y gerente.

Fue una experiencia interesante en la medida en que sobre la marcha todo el equipo de trabajo podría generar ajustes al proceso, siempre con la intención de obtener el resultado deseado.

Simultáneamente, fue un proceso demandante en la medida en que había diversidad de actores y actuábamos en las dinámicas reales de las empresas y de la universidad.

De este ejercicio, resultaron algunas conclusiones interesantes, que indico a continuación. 

  1. La evaluación del proceso, realizada por estudiantes y profesores, obtuvo altas notas, muy similares entre unos y otros. Sin embargo, la evaluación de los empresarios respecto a los resultados del proceso fue ligeramente inferior. Esto nos lleva a concluir que es necesario continuar alineando expectativas de lo que unos y otros esperamos de ejercicios académicos con marcos de tiempo establecidos por el sistema educativo. 
  2. Aunque el resultado propuesto se obtuvo, la mayor dificultad experimentada fue la aplicación de modelos teóricos y metodologías de investigación para la resolución de un problema práctico de la empresa. Sobre este punto concluimos que es necesario seguir trabajando a todos los niveles y celebramos que instituciones como MinCiencias vengan generando mecanismos de financiación de actividades que conecten la formación en investigación con las necesidades del sector empresarial. 
  3. El desarrollo de actividades experienciales supone un replanteamiento de lo que es “dar una clase” en forma y fondo. Sin duda, es una dinámica de formación que exige la integración de elementos del entorno que continuamente cambia. 
  4. Es necesario seguir estudiando las implicaciones del aprendizaje experiencial en nuestros estudiantes, pues de estos hallazgos quedan lecciones aprendidas y buenas prácticas que podemos compartir con otras áreas de conocimientos y con la sociedad.