Este es un esfuerzo por pensar al Estado. Al Estado colombiano en el que vivo y del que creo ser parte. Pero este esfuerzo por pensarlo me exige una suerte de duda, una duda radical que me lleva a cuestionar ciertos presupuestos inscritos en la realidad y en mi propio modo de pensar. 

A decir verdad, enlazaré a esta “reflexión filosófica” a aquellos autores que la hacen posible: Bourdieu, Foucault, Wacquant, entre otros, para adentrarnos directamente en el tema que queremos discutir. Este tema es el del lenguaje y la literatura en el contexto escolar. 

Y tal como lo hemos mencionado, estos pensadores consideran que el “fracaso escolar” es un problema sociológico producido por la misma administración pública y sus representantes, y que frecuentemente la ciencia social suaviza científicamente.  

Cuando me disponía a escribir esta columna pensaba en la grandeza de poder tener tiempo para hacerla. Es un lujo que todas las personas no nos podemos dar. 

Algunos me preguntan ¿Cómo haces? Otras ¿Qué es lo que te inspira? También ¿Por qué lo haces? De repente se afirma que es que yo amo lo que hago y eso se nota en el trabajo. Que le doy importancia a las cosas y que me tomo el tiempo para hacerlas (ver aproximaciones a la orientación escolar: entrevista con Teresa Sprenger) . 

Sea lo que fuere, mi pasión es el conocimiento. Una pasión por conocer las cosas y adentrarme en ellas. No por lo que los demás digan, sino por el sentido de las cosas mismas.

Y creo que lo anterior conecta muy bien con las aportaciones de Michel Foucault sobre el lenguaje y la literatura. Las palabras y las cosas, o el orden de las mismas. En fin, como están dispuestas en el mundo y lo que estas representan. 

En tal caso, cuando se mencionó que el fracaso escolar es un problema sociológico, se quiere decir que es un problema de la estructura y funcionamiento de un sistema educativo que no ha sabido responder a las necesidades de su contexto, especialmente desde el punto de vista de la normativa jurídica (ver Ley 30 1992).

Ahora bien, si nos abocamos al contexto sociocultural, nos encontramos con que existe un mensaje y un trasfondo a nivel de la sociedad en general, de que estudiar no sirve, de que se puede hacer plata de otra manera, y lo que es peor, terminarás el bachillerato y te será difícil acceder a una carrera universitaria, tanto como alcanzar movilidad social (ver aproximaciones a la orientación escolar: entrevista docente de ciencias sociales). 

A grandes rasgos se podría decir que contamos con dos elementos importantes para esta reflexión filosófica: la norma y cultura. Dicho de otro modo, la política educativa y los productores de esas políticas.

Y en este sentido, hay que evitar confundir lo que es una contribución teórica para el conocimiento de cualquier fenómeno social o cultural de lo que es una estrategia política para dirigir o imponer una idea particular del mundo.

En estos términos, el lenguaje y la literatura incitan a que se elabore un discurso del contenido de lo que la norma y la cultura representan. Si para solucionar un problema hace falta crear una norma o una política, podríamos decir también que para conocer mejor ese problema haría falta adentrarse de lleno en esa cultura.

Al respecto, señala un pensador (Foucault) que es precisamente el mito y la psicología lo que dificulta aproximarse al estudio de un fenómeno y, en cambio, se recomienda la reflexión filológica, cuando no filosófica, para entender el lenguaje.

Y una vez más acudimos a los productores de norma para que aclaren qué es lo que han querido decir con acceso a la educación superior, con cobertura, docencia, y calidad.

Y es entonces cuando volvemos a toparnos con aquello que se ha denominado como la “pulsión racista”, expresada en forma de norma, de las políticas que produce el poder tecnócrata, disfrazada por su competencia científica.

En relación se diría que, aunque las matemáticas se han convertido en la medida de toda inteligencia, siempre habrá un margen para decir que la misma ciencia es cómplice de todo aquello que le piden que justifique, en particular, el fracaso escolar.

Así pues, considerando todo lo anterior, dejemos que la autoridad del lenguaje y la literatura terminen de conducir esta reflexión filosófica, indicando que el fracaso escolar esconde lo que uno de nuestros sociólogos favoritos (Bourdieu) ha considerado como fracaso pedagógico, que para un sistema educativo como el colombiano tiene lugar en una política educativa con baches, vicios y confusiones que perpetúan la desigualdad.

En referencia, escribe Foucault: “El sistema escolar se basa también en una especie de poder judicial: todo el tiempo se castiga y se recompensa, se evalúa, se clasifica, se dice quién es el mejor y quién es el peor. (…) ¿Por qué razón para enseñar algo a alguien ha de castigarse o recompensarse?”.