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Ya no sabemos si lo correcto es hablar de Paz, de postconflicto o de postacuerdo con las Farc. Esa es la cuestión del momento y pocos lo toman en serio. De hecho, no son escasas las voces quienes, inclusive, las asumen como sinónimos. Ya lo decía el Maestro Kong (Confucio) hace más de 2.400 años: “cuando se empiezan a quebrar las leyes de la gramática se terminan por quebrantar las leyes de la razón”.

Ya no sabemos si lo correcto es hablar de Paz, de postconflicto o de postacuerdo con las Farc. Esa es la cuestión del momento y pocos lo toman en serio. De hecho, no son escasas las voces quienes, inclusive, las asumen como sinónimos. Ya lo decía el Maestro Kong (Confucio) hace más de 2.400 años: “cuando se empiezan a quebrar las leyes de la gramática se terminan por quebrantar las leyes de la razón”.

Es que “el lenguaje construye realidad” y así lo enseñaron desde la filosofía del lenguaje autores de la talla de Wittgentein o Habermas, para quienes la construcción lingüística y el uso del lenguaje deberían tratarse como asuntos de cabecera en las comunidades políticas evolucionadas. Desde ellas se construye la percepción y ella, -la percepción-, es el principal hecho político. Tal vez por todo eso es que desde el alto gobierno se nos ha invitado a reconstruir el lenguaje hablando de “rebeldes” que no de “terroristas” a pesar de la inclusión de las FARC en varias listas de agrupaciones terroristas internacionales.

El lenguaje es tan relevante que no pocos litigios internacionales en estas materias han resultado adversos a los intereses de la patria por no hablar de, por ejemplo, “Grupos Armados Organizados” sino de Bandas Criminales (BACRIM). Es que el lenguaje construye realidad…

Con una impopularidad sostenida de más del 70% proveniente de la desconfianza que producen los erráticos mensajes; la falta de liderazgo; las repetidas mentiras y engaños; la lejanía y antipática distancia con la gente y la periferia; un descuido total de casi todos los asuntos públicos distintos al tema de La Paz; un abandono sistemático de las finanzas públicas; una percepción en la corrupción increíblemente alta; una estrategia fallida en materia de comunicaciones; una economía reportando alarmantes síntomas como el de la inflación o el déficit fiscal y una larga y lamentable lista de reparos a la gestión de gobierno, al señor Presidente únicamente le queda el tema de la Paz: ese fue su tema y ese ha sido su verdugo.

Encarcelado en el tema de “La Paz” repite constantemente que ella reportará infinidad de bondades como, por ejemplo, el crecimiento de 1.9% del PIB y de eso ha hecho eco el carismático Director de Planeación Nacional. Ha prometido una vida sin violencia y en constante progreso y riqueza para todos, especialmente para las regiones, las que en sus discursos internacionales el Jefe de Estado ha manifestado que se verán beneficiadas de seguridad y de la eliminación de la violencia después de más de 50 años de conflicto armado en Colombia.

No obstante todo lo anteriormente dicho, en distintos círculos y quizás por la cercanía con la firma del Acuerdo de la Habana se ha empezado a hablar de postconflicto como para significar que una cosa es el conflicto y su terminación y otra, muy distinta, la noción y la concepción de Paz, especialmente de esa Paz gubernamental entendida como el progreso integral, material y holístico.

Empero, otras voces, aún más conservadores pero no menos disciplinadas con el discurso gubernamental, hablan de Post acuerdo dejando entrever que lo que está en juego en la Habana es el desmonte del letrero FARC como organización criminal y letal. Ese es, creo yo, el sentir y, por lo mismo, el lenguaje de las Fuerzas Militares.

Más cautos, más conservadores y, si me apuran, más sabios e inteligentes, nuestros héroes de camuflado ponen las cosas en sus justas proporciones: ellos hablan de postacuerdo con las FARC, que no de postconflicto y mucho menos de Paz.

Por eso demandan y advierten que es un imposible material reducir las fuerzas del orden una vez se celebren los acuerdos de la Habana entre el Gobierno y el secretariado de las FARC.  Su número y sus recursos deberán mantenerse y preservarse si de lo que se trata es de conservar la integridad territorial, la soberanía de frontera y el aferramiento institucional. Todos ellos son propósitos del Plan de Guerra “Espada de Honor” versión 4.

De tal manera que la encrucijada o por lo menos una de tantas, consiste en eso. El Presidente en su condición de Comandante en Jefe de las FFMM pregona La Paz mientras que sus subordinados prefieren hablar de postconflicto y los militares de Postacuerdo con lo cual la pelea conceptual está casada.

Si realmente estamos alcanzando la Paz, ¿para qué tanta plata, tanto esfuerzo, tantos hombres y tanta energía en cabeza de las FFMM? Si ya terminaremos el conflicto armado ¿qué función deben cumplir las FFMM? ¿no será que deberán dedicarse a hacer presencia local para preservar la interinidad territorial y la soberanía nacional y que sea la Policía la que de manera exclusiva se dedique a lo que legal y constitucionalmente le compete, esto es, el cuidado del orden interno?

En la lógica discursiva ministerial ya no hay lugar para que las Fuerzas Militares se mantengan en protagónico lugar. No más bombardeos, ni enfrentamientos, ni búsquedas, ni nada, porque se terminó y “para siempre”, el más longevo conflicto armado del continente.

Pero por el otro lado es el mismo Gobierno quien mejor conoce que es imposible descuidarlas porque Paz, lo que se llama PAZ, no va a haber mientras subsista el multimillonario negocio del narcotráfico. Y de terminación del conflicto ni hablar mientras subsistan grupos como el ELN o tantos otros Grupos Armados Organizados o una desbordada delincuencia común. Total, el espejismo de La Paz sirve como propaganda pero no como programa de gobierno, con todas las desgracias que la diferencia de uno y otro concepto significa.

En suma, desde la perspectiva epistemológica el gobierno ha caído en una encrucijada, aparentemente sin salida. Por un lado habla de Paz y de Postconflicto pero por el otro se resiste a aceptar lo que ello conlleva como la reducción del gasto de las FFMM o la de quitarle el protagonismo a los militares para trasladárselo a la Policía Nacional. Habla de Paz aun cuando todo esto (y no por ello insignificante) simplemente se trata de desmontar el letrero FARC como un actor de la violencia.

Así las cosas, lo único que queda demostrado es que por vendernos el espejismo de “La Paz” para quedarnos con el desmonte del letrero FARC, estamos pagando un costo extremadamente alto como el de dividirnos como nación; el de sustituir la constitución política y afectar su estructura y esencia; el de otorgar unas tiránicas facultades constitucionales en cabeza del jefe de gobierno; el de crear una rama judicial paralela; el de escribir una historia del conflicto en condiciones de igualdad con los más pavorosos terroristas del globo terráqueo y el de consignar un precedente histórico de incalculables consecuencias para nuestra ética comunitaria.

Foto portada:www.ejercito.mil.co 

Abogado con maestría en Política, escritor y columnista. Socrático en maneras democráticas, Platónico en creencias filosóficas. Sigue a Ortega y Gasset y amante de los Escolios de Nicolás Gómez Dávila. Conservador por instinto. Ha seguido de cerca las principales doctrinas políticas y los grandes...