Junta Militar de Gobierno: “Itinerario Histórico del 1.º de enero al 7 de agosto de 1958”, Bogotá, Secretaria General de la Junta, 1958, Tomo 2.

En ocasiones es necesario recordar la historia para desempolvar la frágil memoria colombiana. Uno de tantos momentos, invisibilizado intencionalmente por algunos sectores, corresponde al papel que jugó (como puente para facilitar el retorno de la democracia y los partidos) la Junta Militar de Gobierno (de 10 de mayo de 1957 al 7 de agosto de 1958) cuyo desempeño poco se menciona y reconoce. 

La oposición al gobierno del presidente (teniente general) Gustavo Rojas Pinilla se hizo intensa desde comienzos de 1957. Él procuraba su reelección a través de la Asamblea Nacional Constituyente (Anac), hecho que alertó a la clase política, la cual no permitiría que una tercera fuerza le disputara el poder. El malestar ciudadano, especialmente en las capas medias, fue estimulado por el llamado Frente Civil (frente interpartidista de oposición al gobierno del general, al cual se sumó la Iglesia). Sin embargo, un sector del conservatismo y la llamada “Dirección Nacional Liberal Popular” continuaron apoyando a Rojas, junto a la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) y diversos sindicatos de base

Los primeros en movilizarse fueron los estudiantes universitarios que se declararon en huelga desde comienzos de mayo. Previo acuerdo entre directores, los principales diarios del país dejaron de circular, los bancos cerraron sus puertas y el paro económico se extendió por varias ciudades. Las élites políticas y empresariales se empeñaron a fondo para no aceptar una solución distinta a la salida del general.

Tras una larga consulta con personalidades del orden nacional, el 10 de mayo se llegó a un acuerdo que contemplaba la renuncia de Rojas, la designación de una Junta Militar, la constitución de un gabinete paritario, la liquidación de la Anac, el llamado a elecciones y un compromiso conjunto de retorno a la normalidad. De esta manera, las Fuerzas Armadas, a través de la Junta Militar de Gobierno, servirían de intermediarias entre los partidos para asegurar su regreso al manejo confiable del Estado.

En horas de la mañana de aquel día, el general Rojas se dirigió por radio a los colombianos : “[…] El binomio pueblo-Fuerzas Armadas, que no autoriza depredaciones ni violencia en nombre de ningún partido político, se hubiera visto obligado a defender el orden y la legalidad haciendo uso de las armas con inútil derramamiento de sangre, contrariando los postulados de paz, justicia y libertad que ha defendido sin vacilación desde el 13 de junio. Y porque sería un contrasentido que quien le dio la paz a la Nación, y buscó la convivencia ciudadana, fuera el causante de nuevas y dolorosas tragedias, he resuelto que las Fuerzas Armadas continúen en el poder con la siguiente Junta Militar: mayor general Gabriel París, mayor general Deogracias Fonseca, contraalmirante Rubén Piedrahíta Arango, brigadier general Rafael Navas Pardo y brigadier general Luis E. Ordóñez. La Junta deberá presidir las elecciones en las cuales el pueblo colombiano elegirá al mandatario que ha de regir los destinos de Colombia en el periodo constitucional de 1958 a 1962” (Ortiz y Lara, 1988)*.

Los oficiales concibieron un programa que comprendía la integración democrática y el reajuste de las instituciones que los políticos, y no los militares, habían deshecho bajo el influjo de la recurrente pugna sectaria. Tras cumplir con la misión asignada, el 20 de julio de 1958, el general Gabriel París (quien presidía la Junta) ofreció una alocución, que incluyó un informe de gestión en todos los órdenes, y declaró inauguradas las sesiones del Parlamento.

Así, finalizaron cinco años de intervención de los militares en política. Al día siguiente, el editorialista del diario El Tiempo destacó un fragmento del discurso del general: “El más grave error en que puede incurrir cualquier grupo político es el de empeñarse en ganar con fines indebidos o inconfesables las simpatías de las Fuerzas Armadas. Inútil empresa querer minar la conciencia nacional del militar. […] El soldado no debe cubrirse con pliegues distintos a los de la bandera nacional, ni tener otro partido que el de la patria”. Además, subrayó: “Los militares amamos la carrera de las armas porque en ella hemos encontrado una manera de servir a Colombia. […] Comprendemos que no debemos invadir campos que la Constitución, norma suprema de nuestra conducta, no haya colocado a nuestro alcance” (Secretaria General de la Junta, 1958)*.

*Itinerario Histórico: Vol. Tomo II. (1958). Secretaria General de la Junta.

*Ortiz, A., & Lara, O. (1988). Operación Cobra. Canal Ramírez – Antares Ltda.

Exasesor de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz. Columnista diario La Crónica del Quindío. Especialista en pedagogía para la educación superior.