Francisco Cortés Rodas
Francisco Cortés Rodas

El sistema internacional que se creó después de la Segunda Guerra Mundial –basado en la autonomía política de los Estados, el respeto a los derechos humanos y la prohibición del uso de la fuerza para alterar fronteras– vive desde hace unos años una profunda crisis determinada por la articulación de una serie de graves disrupciones y cambios que se están dando en Rusia, China, los Estados Unidos, Oriente Medio y América Latina.

Con la anexión de Crimea y posteriormente la guerra contra Ucrania, Rusia se convirtió en un agresivo contradictor del orden internacional, dispuesto a invadir militarmente a sus países vecinos. La pretensión de Rusia no es recuperar el viejo imperio de los zares o el soviético, sino más bien emprender la destrucción sistemática de la Comunidad Europea y de la OTAN, mediante distintas formas de intervención indirecta, como lo hizo en el Brexit y en la elección de Trump, escribe Herfried Münkler en 2022.

De este modo, se ha evidenciado que el factor decisivo de las acciones de Putin y el motivo básico que lo ha impulsado a actuar contra las premisas básicas del actual orden internacional es una revisión a gran escala del orden europeo. Así lo dice Michael Ignatieff: “si el apoyo de Estados Unidos a Ucrania flaquea, ya sea porque Biden no logra asegurar ayuda a través del Congreso o porque un Trump reelegido abandona a Ucrania y obliga a Zelensky a aceptar la derrota, la supervivencia de la OTAN podría ponerse en duda”. 

El otro caso es China, que interviene no por medios militares, sino a través del poder económico. China pasó de ser un exportador de productos baratos a ser un competidor sistémico en el mercado capitalista. La estrategia de China no es la guerra, sino la expansión económica, la construcción de grandes proyectos de infraestructura y el otorgamiento de voluminosos préstamos a diferentes países del mundo. China al igual que Rusia basa su poder político en un sistema autoritario, completamente alejado del orden liberal y democrático. En estos países no se articula la dinámica del mercado a las instituciones de la democracia y del Estado de derecho. El modelo económico de China ha sido exitoso para superar la pobreza y el hambre sin que los que detentan el poder se deban someter a controles democráticos y sin que sean garantizados los derechos individuales.

La guerra contra Ucrania ha creado una nueva situación en los países con regímenes autocráticos y autoritarios en Europa del Este —Hungría y Polonia— los cuales se han aliado políticamente bajo el modelo propuesto por Putin de la dominación rusa de Europa oriental y centro-oriental, tal y como existió en el siglo XIX y tras la Segunda Guerra Mundial.

De otro lado, la expansión económica de la China a través de la ruta de la seda le ha permitido al presidente Xi Jinping el control de Asia central, vincular a India con China y extenderse hasta África, para así poder apropiarse de los recursos minerales. De este modo, lo que tenemos hoy es un florecimiento de los regímenes autocráticos, que extienden su influencia en Asia, América Latina y África, una influencia que se está concretando en un orden alternativo al liberal y democrático. Es sorprendente que de este retroceso global del liberalismo, que lleva a una regresión democrática en Rusia, China, Turquía, Hungría, Polonia, El Salvador y Argentina, haga parte también Estados Unidos, el país con una de las democracias más antiguas y consolidadas del mundo.

Desde que Donald Trump fue presidente se han producido en este país cambios institucionales radicales que han llevado a un progresivo retroceso de la democracia y el liberalismo. Los hechos más graves en este sentido han sido la extrema violencia usada en el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, el intento de desarticulación de las relaciones de equilibrio y separación de poderes entre el ejecutivo, legislativo y judicial, y el desconocimiento del triunfo de Joe Biden en las elecciones de 2020 por parte de Trump y las mayorías del Partido Republicano.

Estos cambios institucionales en la democracia provienen de situaciones políticas generadas décadas atrás. Es decir, son el resultado de la reacción de la derecha republicana frente al cambio demográfico que se ha producido como consecuencia de la inmigración. En Tyranny of the Minority, Steven Levitsky y Daniel Ziblat afirman que “la población de americanos pasó de 88% en 1950 a 58% en 2020. Y la población de asiáticos, africanos e hispanos llegó al 40%”. Estos cambios poblacionales fueron determinados por las transformaciones políticas y sociales introducidas por las reformas liberales impulsadas por el Partido Demócrata en los años 60 del siglo pasado. En virtud de los mismos, este partido aumentó su número de electores y así pudo ganar varias elecciones presidenciales a finales del siglo XX y en el XXI.

Pero estos cambios afectaron de forma importante al Partido Republicano. “A principios del siglo XXI, la mayoría de americanos blancos consideraban que la discriminación contra los blancos se convirtió en un problema tan grande como la discriminación contra los negros. Para los blancos, este cambio ha significado una pérdida de estatus en todos los sentidos, que se mostró más claramente en el gobierno de Obama” muestran Levitsky y Ziblat.

Estas transformaciones poblacionales modificaron la faz de la política americana y esto ha conducido a que el Partido Republicano esté dispuesto a “recuperar” el país. Contra las élites que usaron la inmigración para reemplazar a los nativos blancos, Trump, los supremacistas blancos y el Partido Republicano pretenden recobrar el poder de los blancos, incluso por la fuerza. El elemento determinante de este “gran reemplazo” es fomentar la violencia.

De manera similar a Rusia y China, los Estados Unidos están en el camino de una solución autoritaria usando fuerzas extremistas, políticas de xenofobia, exclusión y violencia extrema. En el plano internacional, un triunfo de Trump significaría la derrota militar de Ucrania y un grave golpe para la OTAN. “Esto anunciaría un futuro sombrío para todo el continente europeo, que por primera vez podría encontrarse subordinado a una triunfante esfera de influencia ruso-china en Eurasia”, escribe Ignatieff.

Por estas razones, las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre serán cruciales para la democracia norteamericana e indirectamente para el mundo. En ellas se podrá determinar si se continuará el proceso político que la extrema derecha busca darle a los Estados Unidos o si los ciudadanos estadounidenses podrán alterar el curso de la historia que quiere imponer el Partido Republicano.

Hemos sabido que la democracia es frágil y que el liberalismo y los mecanismos propuestos de separación de poderes de las democracias constitucionales no han podido servir en todos los momentos para garantizar de forma permanente la estabilidad de la sociedad. Las democracias liberales han exigido de los ciudadanos participación, esfuerzo, lucha y resistencia. Tal vez si se pudiera reactivar esto en las sociedades que se hunden en el ocaso de la democracia, podría ser posible detener el avance de los nuevos autoritarismos, nacionalismos y autocracias, representados también en América Latina por Bukele, Boluarte y Milei.

Es profesor titular del instituto de filosofía de la Universidad de Antioquia. Estudió fiolosofía y una maestría en filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y se doctoró en filosofía en la Universidad de Konstanz. Fue investigador posdoctoral en la Johann-Wolfgang-Goethe Universitat Frankfurt,...