Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
El megaproyecto del Ecoparque de la Ciénaga de Mallorquín propuesto por la sobreendeudada Alcaldía de Barranquilla tendrá siete fases para una “recuperación integral”, de las cuales solo la primera costará poco más de 82 mil millones de pesos.
En los videos expuestos por el distrito es inevitable no meterse en un metaverso de fantasía ecológica. Fuera de la virtualidad de los renders, es fácil recordar que no es la primera vez que nos venden humo.
El Ecoparque tiene un alto riesgo de convertirse en otro elefante blanco si no se resuelven las condiciones de vida y el saneamiento básico de La Playa, Las Flores y el suroccidente de Barranquilla (por su conexión con el Arroyo León), curiosamente dejado para las últimas fases del proyecto que empezará con el maquillaje de la zona, con bonitos senderos peatonales y demás atracciones.
La cruda verdad de la Ciénaga de Mallorquín es que ha sido, por muchos años, un vertedero de aguas residuales domésticas e industriales. La tragedia ambiental no puede vislumbrarse a simple vista porque el lugar conserva su belleza, sus aguas tranquilas se ven como un espejo del cielo azul con las nubes regordetas que parecen de algodón, un espacio apacible en el que el silencio es llenado por el susurro de las aves y se puede respirar en algunos de sus tramos el aire que logran purificar los voluminosos manglares.
Ivan León Luna, Ph.D en Oceanografía e investigador docente de la Universidad del Atlántico, ha estudiado la contaminación de este cuerpo de agua por más de 20 años. En sus publicaciones científicas alerta sobre su contaminación por metales pesados y materia orgánica.
Si no se resuelve la disposición de los residuos acumulados en el antiguo basurero municipal y no se invierte en costosas plantas de tratamiento de aguas residuales Ptar, la biodiversidad de la cuenca hidrográfica seguirá condenada a muerte y el recorrido por el sendero peatonal palafítico tendrá como espectáculo uno parecido al de ciertos puntos del Gran Malecón del Río con la sensación de asistir a la descarga de miles de inodoros revueltos con químicos malolientes y basura que el Río Magdalena resiste estoicamente en su recorrido.
Los deportes acuáticos que plantea el proyecto serían extremos, no por la adrenalina que pueda producir su práctica sino por el riesgo de enfermarse por la toxicidad de los sedimentos fangosos que se encuentran en el fondo y los lixiviados del antiguo botadero de basuras que llegan al agua. Con la situación actual, la piscina natural del Ecoparque sería una alcantarilla a cielo abierto.
Yarelis Martínez vive hace 11 años en una pintoresca casa rosada en el barrio La Playa, tiene dos hijas pequeñas que, por la pésima calidad del agua que llega a su casa, tienen irritaciones en la piel que deben tratar a diario con cremas corticoides. En su casa no hay ambientadores florales que salgan de una varita de madera, el olor que tienen que soportar las 24 horas es el de una cloaca desde que pavimentaron su calle hace tres años. Ni ella ni sus vecinos se imaginaron que la vía por la que tanto trabajaron haciendo rifas y bingos para aportar el 3 por ciento por metraje para su construcción en el programa Barrios a la Obra terminaría siendo un problema.
El presidente de la Junta de Acción Comunal, Orley Zurique, explica que el problema persiste porque pavimentaron las vías con tanta prisa que no tuvieron en cuenta una red de alcantarillado permanente y cuando la Triple llegó a conectar las tuberías, la solución era cortar el pavimento. La comunidad se opuso, porque con mucho esfuerzo habían reunido ese dinero para pasar del barro al cemento y no podían pagarlo dos veces. Él tiene su celular repleto de conversaciones con funcionarios y con fotos y videos del agua verde maloliente del alcantarillado improvisado que termina su cauce en la Ciénaga de Mallorquín.
Sueños líquidos
La Asociación de Pescadores de La Playa (Asoplaya), al igual que los manglares tiene un profundo arraigo en la laguna. Han sido testigos de diversos crímenes ecológicos y de la huella depredadora del poder. Ven en el Ecoparque una oportunidad para el desarrollo sostenible pero son escépticos sobre su protagonismo en el proyecto después de tantos años de promesas electorales rotas.
Del entusiasmo pasaron a la incertidumbre, al no sentir un serio compromiso del distrito para socializar el proyecto y permitirles su participación.
En un recorrido en lancha por la Ciénaga de Mallorquín, Jairo Palma, representante de Asoplaya, señala lo que han hecho en contra de la naturaleza empresas poderosas con la complicidad de los poderes políticos de turno. Hace años conserva los documentos de la antigua Oficina distrital para la defensa del medio ambiente, Dadima, con el concepto técnico de su entonces director, Adalberto Sereno, en el que se reconoce que Cementos del Caribe rellenó 37 hectáreas de la Ciénaga en un sector aledaño al Río Magdalena- Parte de ese terreno fue cedido por el Grupo Argos para este nuevo proyecto ecoturístico.
Señala el Barrio Amarillo de Las Flores, un nombre asociado a la contaminación porque, según cuenta, una multinacional desechaba un polvo amarillo que llegaba a esa invasión convirtiendo el suelo en lodo de ese color. La situación de inseguridad de ese lugar es tan seria que el mismo Palma pide no acercarse a ese punto por miedo a que vean la lancha.
Con tristeza observa a los pocos pescadores que se rebuscan en la ciénaga para llevar algo de comer a la mesa. Dice que si logran pescar algo, será minúsculo. Desde hace diez años la ciénaga no es la despensa de los pescadores. Con el dragado del Arroyo León para que no se siguiera inundando el suroccidente de Barranquilla, la empresa Condesa vertió todos los sedimentos hacia la parte más rica y profunda de la laguna, el Rincón. Esto ha sumado a la contaminación del agua, terminó de asfixiar a róbalos, lebranches, bagres, sábalos, corvinas, mojarras, camarones amarillos, cangrejos, caracoles, jaibas, almejas y mejillones. Afectó a la seguridad alimentaria de gran parte de la población, que hoy rara vez encuentra pescado en una tienda de La Playa.
Por ese caso, los pescadores tienen las esperanzas puestas en la respuesta jurídica de una sentencia con la que esperan ser indemnizados por todos los daños sufridos.
Junto a una hilera de cinco metros con macetas profundas de plástico, Luis Ávila, representante de Asoplaya, muestra con orgullo la siembra de manglares rojos y negros.
Con pasión, explica la importancia de este bosque que limpia el aire al capturar dióxido de carbono en sus raíces y se transforma en incubadora de peces y crustáceos. Es un bosque de exuberante belleza gracias a las formas de sus raíces que se aferran a la tierra y se abrazan entre sí para formar una barrera poderosa contra las inundaciones.
“Son los purificadores del agua contaminada del Río Magdalena que viaja con toda la tabla periódica”.
Piensa en el Ecoparque como una oportunidad para que la comunidad se convierta en vigía ambiental, porque sabe lo que pesa el arraigo para unas familias que allí han extendido sus raíces por más de 200 años.
En su sueño imagina a los pescadores manejando kayaks que bordeen la Ciénaga. A los jóvenes recibiendo educación para mantener ese ecosistema sano y a las familias administrando los kioskos y restaurantes. Le preocupa que el proyecto solo contemple para ellos un capital semilla para pequeños emprendimientos y no se resuelvan los grandes problemas como el del alcantarillado que se reboza a diario. Le preocupa que lleguen embarcaciones de alta gama para desplazar sus viejas lanchas y que los nuevos emprendedores no tengan ni idea del significado de la Ciénaga y destruyan las raíces de los manglares con sus motores.
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Si se invierte en una vida digna para la gente que rodea la Ciénaga de Mallorquín, se producirá una simbiosis perfecta que priorice el conocimiento ancestral y el respeto por los manglares como agentes poderosos para paliar los efectos de la contaminación y el cambio climático. De lo contrario el Ecoparque será un mero adorno.
Esperemos que lo que promete poner la mirada en el gran potencial ecoturístico de la Ciénaga de Mallorquín no corra la misma suerte del Malecón Bicentenario que prometía volcar la mirada al Río Magdalena, pero terminó consumido por la maleza y el abandono.
Barranquilla no puede estar condenada a vigencias futuras para despilfarrar el dinero en inversiones que no generen un verdadero impacto para su desarrollo social y económico; en un entorno que siga beneficiando la concentración de las licitaciones para los megacontratistas vinculados al poder.
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