“Vencer a los enemigos con las armas, dominar las ciencias y las artes variadas. Puedes hacer todo eso, pero la fuerza del karma, ella sola, impide ser lo que no está destinado a ser y compele a ser lo que debe ser”.

Fragmento del Guitá, el Satakatrayam, el favorito de Oppenheimer.

Ya pasada la histeria de “Barbenheimer” en las salas de cine vestidas de rosa, no sobra saber más sobre el padre de la bomba atómica que una vez más está en la palestra gracias a la película escrita y dirigida por Christopher Nolan.

Una cinta que aborda el moralismo asfixiante del macartismo en los Estados Unidos, el debate vigente sobre las armas nucleares y la responsabilidad del protagonista por cambiar el rumbo de la historia. 

Es interesante detenerse en el libro que la pudo hacer posible. La biografía ganadora del Pulitzer: “Prometeo Americano, El triunfo y la tragedia de J.Robert Oppenheimer”, escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, traducida al español por la editorial Debate.

700 páginas que te mantienen en vilo sin el recurso de una buena banda sonora de suspenso. Un relato contado de principio a fin que no cae en confusiones temporales. Con esta lectura fascinante se vive la vida del protagonista desde su nacimiento hasta su tortuosa muerte.

¿Qué hace a este personaje más poderoso que cualquier arquetipo sacado de la ficción?

Los 11 años de trabajo para darle vida a este libro definitivo nos pueden dar más que pistas. La lectura te hace un recorrido psicoanalítico en la vida de este hombre, que se podía describir como “físico, marinero, filósofo, jinete, lingüista, cocinero y amante del buen vino y la poesía”, todo un renacentista al mejor estilo de Da Vinci, pero al que también era inevitable no asociar a la monstruosidad que hizo posible.

No era una persona cualquiera pero tenía los defectos de cualquiera, encarnaba las miserias de todo ser humano…

Tuvo el privilegio de nacer en un hogar acomodado, rodeado de arte e intelectualidad. De adolescente mostró templanza con acciones como sacadas del manual de Epicteto para ser un buen estoico. 

En un campamento de verano tuvo que soportar toda una tortura después de que lo vieran como traidor al decirle a sus papás que por fin allá estaba aprendiendo como era el mundo, los otros, al enterarse por el director, le pintaron los genitales de verde y lo encerraron desnudo en la nevera como castigo. Aguantó el lugar por unas semanas más, sin quejarse.

“Tuve una infancia que no me preparó para el hecho de que el mundo está lleno de crueldad y amargura”.

Estuvo apartado de cualquier religión recalcitrante, lejos de cualquier sinagoga, hizo parte de una rama distinta del judaísmo, la Sociedad por la Cultura Ética, cuyos miembros estaban interesados en analizar el dilema de ser inmigrante en Estados Unidos con un enfoque racionalista y progresista.

Tanto que concebían la idea de los judíos como nación de forma anacrónica, ellos rechazaban todo principio de segregación gracias a la influencia del pensador Felix Adler.

En la Escuela por la Cultura Ética recibió bases sólidas de humanismo con una metodología socrática que discutía sobre el racismo, la desigualdad económica, las relaciones sexuales y la ética de la guerra y la paz.

Sufría de depresión, tenía ciertos episodios que lo desconectaban de la realidad. Hubo otros episodios además del célebre suceso de la manzana inyectada con cianuro en el que casi envenena a Patrick Blackett como venganza después de poner en evidencia su torpeza en el laboratorio y no permitirle la entrada a una conferencia de Niels Bohr.

En un vagón de tercera clase, cuando dos amantes se estaban besando apasionadamente y él trataba de concentrarse estudiando Termodinámica, aprovechó que el hombre se levantara del asiento e impulsivamente besó a la mujer. De inmediato se arrepintió y le pidió perdón de rodillas, salió corriendo llevando su equipaje, pero cuando salía de la estación al verla de nuevo le tiró la maleta, por suerte no tuvo puntería.

Las sesiones de psicoanálisis no surtieron el mismo efecto en su cabeza atormentada como el que logró la obra” En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust.

Este clásico de la introspección le caló profundamente hasta el punto de sentir que lo había ayudado a salir del pozo.

“Tal vez si hubiese sabido discernir en sí misma, como en todo el mundo, esa indiferencia a los sufrimientos que causamos y que, sean cuales fueren sus otras denominaciones, es la forma terrible y permanente de la crueldad, no habría pensado que el mal fuera un estado tan poco común, tan extraordinario, tan exótico y que procurara tanto descanso a quienes emigraban a él”.

Una reflexión similar a la de Carl Jung sobre la naturaleza del mal y la facilidad con la que se puede caer en él si no somos conscientes de nuestra propia crueldad. La necesidad de conectarnos con nuestro verdadero “Yo”, lleno de sombras e impulsos que solo se pueden controlar desde el autoconocimiento.

Las páginas no solo explican en detalle la consumación de su carrera como físico y la inspiración que surtió en sus colegas, que gracias a su influencia terminaban viendo con mayor claridad sus áreas de investigación hasta el punto de ser merecedores del Nobel por sus grandes aportes a la ciencia (él nunca se lo ganó porque la bomba estuvo muy lejos de pacificar el planeta).

Esa fuerza seductora también atrajo a mujeres igual de interesantes que él. Con Jean Tatlock tendría una historia de amor tan intensa que la llevó a la muerte, ella fue la primera víctima del cargo de Oppenheimer en Los Álamos. 

Nunca se esclareció el supuesto suicidio en el que el padre la encuentra muerta en su apartamento y con su cuerpo inerte, tarda cuatro horas y quema todos sus documentos personales en la chimenea.

En la escena había un coctel de somníferos que en la autopsia muestran que nunca llegaron a su hígado porque perdieron efectividad al no metabolizarse, pues había comido antes. Un detalle que no se escapa al conocimiento de una psiquiatra como ella. Había muerto por asfixia con la cabeza sumergida en la bañera. 

Muchos años después de su fallecimiento se conoció por El New York Times sobre la unidad de operaciones especiales de la CIA, que asesinaba a sospechosos de ser agentes dobles. La inclinación comunista de Tatlock la pudo poner en la mira de Boris T. Pash, que después confesó en una investigación del Comité del Senado que le “habían asignado responsabilidades de asesinatos y secuestros”. 

Él alcanzó la cima de su carrera persecutoria contra comunistas a principio de los 60´s, cuando estuvo implicado en la elaboración de puros envenenados en uno de los tantos intentos para asesinar a Fidel Castro.

La destrucción

Cuatro años en un pequeño pueblo hecho a la medida, que parecía más una cárcel, donde se albergaban las mentes más brillantes de la ciencia fueron suficientes para materializar un arma que era un mensaje de poderío sobre Rusia, y que pondría los cimientos de una guerra que solo fue fría para los políticos que la dirigían.

No todos aceptaron trasladarse a Los Álamos para el Proyecto Manhattan. Isidor Rabi rechazó la propuesta de Oppenheimer porque no quería que “la culminación de tres siglos de física fuera un arma de destrucción masiva”.

En su momento expresó: “Yo estaba muy en contra de los bombardeos desde 1931, cuando vi fotos de un barrio en Shanghai bombardeado por los japoneses. Tiras una bomba y cae encima de justos y pecadores. No hay escapatoria. Los sensatos no pueden escapar de ella, ni tampoco los honrados”.

Sin embargo, sería muy ingenuo analizar el curso de los hechos en blanco y negro. En nuestra corta historia como civilización se repite con periodicidad un patrón que se mueve como un péndulo en el que los grupos pasan de víctimas a victimarios.

Ya lo estudió René Girard con la teoría del chivo expiatorio, los seres humanos se inclinan a culpar a los demás como forma de aliviar la tensión y el conflicto en una sociedad (en nuestro libro de atrocidades humanas Japón también hace un gran aporte en la ocupación de Corea, Taiwán y partes de China, entre otras anexiones de territorios).

Mientras se construía el “Frankenstein” los científicos notaban el gran dilema sobre el desarrollo de la bomba. Niels Bohr, el gran mentor de los físicos de su tiempo, no dejó de plantear su gran preocupación.

“Esta bomba será una cosa horrible, pero puede ser también la Gran Esperanza”.

“A muy corto tiempo está construyéndose un arma de poder incomparable que cambiará por completo las condiciones futuras del arte de la guerra”.

“A menos que no se llegue a tiempo a un acuerdo sobre el control del uso de los nuevos materiales activos, las ventajas temporales, por grandes que sean, pueden verse menoscabadas por una amenaza perpetua para la seguridad humana”.

El gran impacto psicológico y visual que se esperaba de la bomba pasó la prueba Trinity. Una gran bola naranja con el centro muy brillante asciende y se hincha para verse negra en el borde. Un minuto después se escucha la explosión como un trueno ensordecedor, una columna violeta se alza a la altura de un edificio de tres pisos.

“De repente la noche se volvió día; el frío se volvió calor. Después volvió la oscuridad, pero el cielo y el aire estaban saturados de un brillo violeta, como si estuviéramos rodeados de una aurora boreal”, describió Joe Hirschfelder, el químico que midió la lluvia radiactiva generada después de la explosión.

Después de la prueba quedó la cicatriz de la contaminación por la radiación en el suelo y en el aire. La detonación del artefacto bautizado como “The Gadget” produjo el “hongo de la muerte”, que fulminó a todas las plantas y animales de Alamogordo en Nuevo México y se extendió a la población inadvertida de los peligros de la prueba.

De esas víctimas poco se habló en muchos años, hasta que se supo que no era casual su relación con el “sorpresivo apocalipsis” y las muertes por cáncer.

Oppenheimer creía que había que mostrar los alcances de la bomba, pero cuando Alemania se rindió, y después del suicidio de Hitler, surgieron dudas en Los Álamos sobre su uso.

Los más cercanos al físico notaron que en la medida en que se acercaba más al poder de Washington se hacía sumiso. Y ya, después de creada la bomba, importó poco la opinión de los científicos de como debía usarse. Se desestimó al grupo de Chicago, liderado por Szilárd y el Nobel James Franck, que desaconsejaba un ataque sorpresa a Japón.

En el informe predecían que: “será muy difícil convencer al mundo de que una nación capaz de construir y arrojar sin previo aviso un arma tan indiscriminada como el misil balístico (alemán), y un millón de veces más destructiva que este, sea digna de credibilidad cuando proclame su voluntad de que un acuerdo internacional abola dichas armas”.

La historia no tendría tintes tan desgarradores si les hubieran hecho caso y hubiesen llevado a cabo la prueba ante representantes de las Naciones Unidas en un sitio desértico, pero ya sabemos que no fue así.

Como si se tratara de un itinerario vacacional, en el alto gobierno estadounidense se discutieron los blancos. Entre las opciones estaba el palacio del emperador en el centro de Tokio o una fábrica importante de armas, rodeada por las viviendas de esos empleados (esta fue la propuesta del presidente de la Universidad de Harvard, James Conant).

Oppenheimer conocía el listado de las posibles ciudades próximas a destruir. Él se mostraba desmoralizado y se lamentaba diciendo: “esa pobre gentecilla, esa pobre gentecilla”, pero no hizo nada para salvarles la vida.

Y aunque el presidente Truman sabía que los japoneses buscaban la paz, el 6 de agosto de 1945 dio la orden de arrojar sobre Hiroshima la bomba de uranio.

Tres días más tarde la bomba de plutonio arrasaría a Nagasaki.

Después de la tragedia la popularidad de este científico fue visible en los medios de comunicación más importantes de Estados Unidos, que lo coronaron como héroe. Pero en el cénit de su fama tomó un rumbo pacifista que irónicamente fue castigado.

Se volvió el principal contradictor del secretismo irracional de la administración de Truman, y ralentizó el desarrollo de la bomba de hidrógeno que después crearía Edward Teller (con una bomba H se pueden matar a millones de personas en cuestión de minutos porque su poder imita las reacciones que se producen en el interior del sol).

Cuando se volvió incómodo para enemigos tan poderosos como Lewis Strauss, se inició toda una cacería de brujas en el gobierno de Eisenhower que acabó con su privilegiada posición en Princeton.

Después de un desgastante interrogatorio de varias semanas lleno de montajes para poner en duda su lealtad a Estados Unidos, castigar su pensamiento liberal y su relación tan cercana con personas que simpatizaban con las causas comunistas, después de sentirse tan perseguido puso en práctica una de las novelas que lo influenció: “La habitación enorme” De E. E. Cummings. Encontró libertad personal en un sitio sencillo despojado de grandes riquezas materiales.

No es posible saber si existe el karma, pero al igual que la mayoría de las víctimas de las bombas nucleares, él murió por un cáncer en la garganta.

Actualmente, Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel poseen armamento nuclear, y cualquier rincón del planeta puede ser blanco de algún político irracional.

Es periodista y comunicadora social de la Universidad del Norte. Estudió realización de documentales en la Escuela Internacional de Cine y TV en Cuba y desarrollo económico y turismo en la Korea Tourism Organization.