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La Cumbre, promovida por la Procuraduría, y que mañana tiene su cierre, logró romper nuestra paradoja de creer en el diálogo como salida, pero ser incapaces de hablar.

John Paul Lederach dice que la “la primera víctima del conflicto es la confianza y la de la polarización tóxica es la curiosidad”. 

Dialogar no es una tarea fácil. En principio pensamos que es algo natural y sencillo porque como seres humanos tenemos la capacidad de comunicarnos y conversar a diario. De lo que no siempre somos conscientes es que dialogar requiere de un esfuerzo adicional. Nos implica salir de nuestra zona de confort, retar nuestros miedos y confiar en personas que usualmente no conocemos y que tienen visiones distintas o antagónicas a las nuestras.

Esto es aún más difícil con el sistema polarizado en el que estamos envueltos y la desconfianza creciente. Según el Barómetro de Reconciliación, el 80% de los colombianos cree que actualmente existen razones para que estemos divididos. Esta percepción es sin duda terreno fértil para la polarización, que como bien dice John Paul Lederach, nos lleva a juzgar en lugar de escuchar, a culpar para evitar responsabilidades y a demonizar al otro en vez de humanizarlo.

Por el lado de la confianza también hay datos que muestran un panorama verdaderamente delicado. El mismo Barómetro indica que cerca del 80% de los colombianos desconfía de muchos o todos sus vecinos. Y la confianza en instituciones claves no es más alentadora.

Es por eso que la Cumbre de Diálogo Social que tendrá su quinta edición mañana, 29 de octubre, es una de las experiencias en Colombia que actualmente ofrece mayores posibilidades de lograr un verdadero diálogo.

Ha sido un proceso impulsado en los últimos dos años por la Procuraduría en el que hemos participado cerca de 300 personas muy diversas, que venimos de distintas partes del país, con diferentes culturas y visiones sobre los temas.

En mi caso, puedo decir que en este proceso he visto el poder del diálogo para enfrentar prejuicios, construir confianza, transformarnos en lo personal y cambiar relaciones.

Quiero compartir cuatro aprendizajes como participante de este proceso y, en particular, de mi experiencia colaborando durante los últimos seis meses, en medio de la virtualidad, junto con otras 80 personas en la preparación de la quinta Cumbre.   

1. La diversidad es clave: las personas que han hecho parte de la Cumbre provienen de diferentes partes del país y de realidades muy distintas, incluyendo líderes sociales y de comunidades étnicas, empresarios, académicos, excombatientes, artistas, campesinos, periodistas, políticos y funcionarios públicos.

Esta mezcla puso sobre la mesa la diversidad de opiniones, saberes y perspectivas que hay en el país, lo cual, si bien fue fuente de tensiones, llevó a un diálogo enriquecido entre personas que en circunstancias normales no nos habríamos juntado, haciendo posible que se ventilaran diferencias que para algunos eran de fondo sobre temas álgidos como la intensificación de la violencia, el ingreso mínimo vital, la situación del campo, el narcotráfico, el reconocimiento de nuestra diversidad y la protesta social.

2. El cómo importa: el diálogo no se da de manera espontánea, requiere de soporte y método. En el caso de la Cumbre, el impulso dado por la Procuraduría junto con un equipo motor compuesto por distintas personas que han hecho parte de la misma, dio el soporte indispensable para que fuéramos dando el paso de los encuentros esporádicos, al diálogo como proceso. Esto con una apuesta metodológica, que se fue adaptando en la medida que avanzábamos, que facilitó el mutuo reconocimiento de los participantes y permitió construir confianza.

3. La disposición de los participantes: el diálogo requiere que las personas que participamos estemos dispuestas no solamente a escuchar genuinamente, sino también a dejar nuestros miedos.

Lo primero es que escuchemos para aprender y no para responder. Esto implica que ejercitemos nuestra curiosidad, que seamos pacientes y estemos dispuestos a reconocer lo que las otras personas tienen para decir.

De aquí se desprende lo segundo, que es la disposición a aceptar que no siempre tenemos la razón, lo que requiere despojarnos de prejuicios e ideas preconcebidas y aprender a confiar en el otro. En el proceso de la Cumbre fui testigo de cómo los participantes nos fuimos abriendo a cambiar para dialogar y cómo a través del diálogo empezamos a confiar los unos en los otros y fuimos capaces de construir entendimiento colectivo.

4. El diálogo para la acción: los colombianos estamos cansados de dialogar por dialogar. Por eso es clave que podamos desarrollar un proceso que nos permita ir abriendo paso a la definición de objetivos comunes que generen acciones y cambios. En el caso de la Cumbre, particularmente en su fase más reciente, nos propusimos dar ese paso logrando avanzar en diagnósticos comunes y en la construcción de propuestas concretas, a pesar de las diferencias.

Estos aprendizajes me animan a insistir en el diálogo como posibilidad y a hacer un llamado para que el proceso de la Cumbre continúe y se fortalezca más allá de su quita edición. No podemos dejar perder lo avanzado. Colombia necesita mucho más diálogo entre diversos, con método y con foco en la acción y el cambio.


*Este texto contó con la colaboración de Tatiana Mosquera, coordinadora de Transforma, centro de formación y pedagogía de la Fundación Ideas para la Paz (FIP).

 María Victoria Llorente es Directora Ejecutiva de la Fundación Ideas para la Paz, cuenta con experiencia en formulación, ejecución, y evaluación de políticas públicas en materia de defensa y seguridad.Es politóloga de la Universidad de los...