aftermath_of_typhoon_bopha_in_cateel_davao_oriental (1).jpg

La ciencia nos ha advertido por décadas la tragedia más grave que ha provocado nuestra especie: el cambio climático. Pero hemos ignorado sus advertencias a pesar de lo costoso que puede llegar a ser para el planeta.

Según la mitología griega, Apolo estaba locamente enamorado de Casandra, princesa de Troya. Para conseguir sus amores, el dios le concedió el don de la profecía. Sin embargo, ella seguía sin corresponderle. Por muy traicionado que se sintiera, Apolo no podía quitarle el regalo que le había hecho pues, al ser un dios, tenía que cumplir con su palabra y respetar la voluntad de Casandra. Entonces, su venganza fue condenarla a la desgracia de que nadie le creyera sus sueños, incluso cuando vaticinó la destrucción de su propio pueblo. ¿Qué peor tragedia para esta sacerdotisa que ver cómo se acaba su mundo, cuando con haberle hecho caso pudo evitar el desastre?

Hace más de 30 años, Carl Sagan usó la suerte de Casandra para ejemplificar el papel de la ciencia en la política actual. En particular, las alarmas sobre el calentamiento global y los oídos obtusos de los políticos. Hoy, mientras el conocimiento que hemos acumulado como especie nos ha llevado a tener robots en Marte, se siguen ignorando las predicciones sobre las amenazas naturales como huracanes, inundaciones, sequías, epidemias, entre otros, hasta que ya sea demasiado tarde. 

Para la muestra, una pandemia. Miles de epidemiólogos y otros expertos en el tema ya habían advertido la posibilidad de que una nueva enfermedad se expandiera por el mundo sin tener un remedio a tiempo para salvar vidas. No les hicimos caso y por eso andamos en esta crisis. Lamentablemente, la crisis del coronavirus no es la única tragedia anunciada en nuestros tiempos. Basta con darle una mirada a la crisis climática que estamos viviendo. De hecho, fueron los científicos climáticos quienes le dieron espaldarazos al Dr. Fauci cuando empezaron los ataques del gobierno Trump en su contra. Para muchos de ellos, estos ataques eran un “deja vu” de administraciones pasadas, cuando la ciencia del clima era aún más ignorada en la esfera pública. 

Para colmo de males, la tragedia de Casandra interactúa con la miopía y los intereses personales de quienes están en el poder. Todo político cuya campaña presidencial fue financiada por combustibles fósiles probablemente no tenga incentivos suficientes para implementar las políticas climáticas necesarias, sobre todo cuando afectan al sector que apoyó su candidatura. También es válida la sospecha cuando los familiares de nuestros políticos encabezan el sector ganadero. Sector culpable del 16.74 por ciento del inventario de gases de efecto invernadero en el país, sin contar la deforestación que este produce. Aquí también hay una responsabilidad grande como votantes a la hora de elegir a nuestros políticos, sus intereses y atención a nuestras necesidades: como un aire limpio o una gestión adecuada del riesgo de desastre.

Algunos dirán que no es que se esté ignorando la ciencia, es que simplemente no se entiende. Es cierto que detrás de la ciencia climática hay unos modelos y técnicas sofisticadas que los ciudadanos de a pie no entendemos fácilmente. Es por esto que son las agencias encargadas de los pronósticos las que tienen la responsabilidad de transmitir la información a la población y en particular, a los tomadores de decisiones de política pública. Trabajo que ya hacen. En el país, los comunicados especiales del Ideam muestran su pronósticos meteorológicos con recomendaciones para las comunidades, autoridades ambientales locales y regionales y otros actores involucrados para tomar acciones. Entonces, la “traducción” se hace pero también se ignora.

Escuchar a Casandra también implica que hay que ir abandonando el modelo de gobierno reactivo -que sólo actúa cuando el desastre ocurre- por un modelo adaptativo a los retos continuos que trae el cambio climático. Como están las cosas, no es momento de quedarnos con gobiernos que sólo arreglen cuando el daño esté hecho. Tampoco podemos darnos el lujo de tener políticas de adaptación muy tardías y escasas. Los costos de las inacciones tempranas de adaptación son muy altos. El cambio climático en Colombia causaría pérdidas anuales de 0.49 por ciento del PIB. Además, de qué sirve generar un plan de adaptación al cambio climático -una tarea bien costosa- para guardarlo en un cajón. Ni siquiera estos planes son fijos y eternos porque incluso la adaptación tiene sus límites al paso que vamos.

Tampoco se puede esperar que los desastres sucedan y que sean las mismas comunidades quienes se recuperen por sí solas, porque su exposición y vulnerabilidad a nuevos riesgos lo hacen más y más difícil. Aunque muchas comunidades han desarrollado técnicas para pronosticar eventos extremos, no siempre cuentan con las herramientas suficiente para hacerle frente. Necesitamos que todo el sistema de gestión del riesgo, desde presidencia hasta las comunidades vulnerables, escuchen y atiendan a los reportes y las advertencias meteorológicas a tiempo. Los gobiernos no sólo tienen la obligación de proteger a sus ciudadanos sino que cuentan con la capacidad de dirigir toda una sociedad hacia una senda de desarrollo sostenible que tenga en cuenta la adaptación continua a los impactos del cambio climático. Ya viene otra temporada de lluvias que se cruza con un fenómeno de la niña y, no es por nada, pero las comunidades expuestas -desde siempre- aún no están listas para hacerle frente de nuevo.

El problema del cambio climático no lo resuelven ni los economistas, ni los antropólogos, ni los abogados, ni los ingenieros, ni siquiera los científicos por sí solos. Como esta es una crisis planetaria que nos afecta a todos, hay que escuchar a la ciencia climática desde la interdisciplinariedad y todos en conjunto. Aunque en esta columna hago una opinión desde la economía, no debería ser mirada con desprecio, pero tampoco ser considerada una verdad absoluta. Ahora más que nunca es el momento de empezar a planear un país, incluso un planeta, desde todos los campos. 

Hay que irnos preparando a una nueva normalidad, donde no sólo mitiguemos nuestro impacto en el sistema planetario sino que también tengamos en cuenta los impactos que ya está experimentando nuestra sociedad, incluso nuevas pandemias. Ya es hora de que los planes de desarrollo sean pensados para la sociedad que queremos vivir, teniendo en cuenta los retos resultantes de nuestras acciones pasadas. Hay que cambiar la senda autodestructiva por la que van nuestras economías y a la que, a pesar de que la pandemia no ha acabado, ya estamos volviendo a encaminarnos. Las políticas y recomendaciones expertas para la fase de recuperación deben incluir el cambio climático dentro del contrato social con un Estado comprometido a proteger a los hogares de los riesgos. 

Estamos a tiempo de tomar acciones, tanto de prevención, mitigación y adaptación a la crisis que provocamos para nuestra propia especie y los otros habitantes del planeta. El cambio climático es un problema que por su magnitud nos afecta a todos, incluyendo a Casandra. No podemos darnos el lujo de seguir ignorando a la ciencia y sus llamados a tomar acción. ¿Acaso se nos olvidó que una sociedad advertida no muere en crisis?

Estudió economía y una maestría en economía en la Universidad de los Andes. Sus áreas de interés son la economía del cambio climático, crecimiento económico, desigualdad socioeconómica y calidad del aire.