holmesportada (1).jpg

Más allá de poder salir tres veces a la semana por media hora, este gobierno ha mostrado que los viejos no ocupamos un lugar en la sociedad.

El gobierno nos acaba de dar permiso, como gran cosa y después de dos meses, de salir a la calle por media hora, tres veces a la semana. Pero ya comenzando el tercer mes de reclusión era hora de poder salir con prudencia a tomar sol o a caminar por un parque, no seguir confinado sin flexibilidad alguna. Aunque, incluso ahora que podremos salir, esto demuestra la condescendencia con la que se trata a los viejos en nuestra sociedad y refuerza un debate que abrí en redes hace unos días. 

 El pasado viernes puse un trino invitando a los mayores de 70 años a organizarse como movimiento político de “autodefensa” para no volver a elegir mocosos abusivos de nuestros derechos y para que no sigan llamándonos abuelitos cuando nos privan de libertad. 

Este trino ha tenido una sorpresiva acogida, no solamente entre mayores de 70 sino de gente de menor edad y en los medios de comunicación. Evidentemente toqué una fibra sensible y sin proponérmelo desperté emociones y reacciones fuertes con ese comentario, tanto a favor como en contra, aunque afortunadamente las favorables han sido más abundantes. 

Muchos de los comentarios eran de personas que entendieron que el trino se refería a no querer estar encerrado, y un número notorio de los comentarios negativos eran para invitarme a salir y sufrir las consecuencias. También las respuestas positivas se referían al disgusto con el encierro. Aunque yo hubiera preferido haber tomado esa decisión libremente, esa experiencia ha sido muy interesante y enriquecedora.  

¿Qué me animó a poner ese trino? Que tanto la decisión de aislar a los mayores de 70 años, encerrándolos, como la manera de explicar y de vendernos esta evidente discriminación se hizo en forma irrespetuosa, sin darnos a las personas mayores oportunidad de disentir, ni la garantía de que no tomarían arbitrariamente medidas aún más draconianas con el apoyo de una población movida por el miedo y por la idea de que los viejos somos inútiles y desechables, por lo tanto. 

El tratamiento que le dio el gobierno a la población de adultos mayores que decidió encerrar fue el de personas débiles y minusválidas a quienes se refirió como “abuelitos”, queriendo dar la sensación de tener extrema consideración, pero relegándonos al rincón de los sillones viejos y reforzando la imagen de personas que solamente aportan cariño y ya no contribuyen a la sociedad. En otro trino me refería a que nos estaban dando tratamiento de alfandoques revenidos. No se tuvo en cuenta que con los avances de la ciencia y el aumento de la expectativa de vida, los setenta son años productivos y posiblemente gratos, pandemia aparte. 

Resulta que los mayores no son inválidos y tampoco tienen como único propósito en la vida consentir nietos. Muchos de nosotros trabajamos, unos porque quieren, la mayoría porque lo necesitan, especialmente los más pobres y los que no tienen pensiones. La decisión debió haber venido acompañada de soluciones que aliviaran la situación de los menos solventes y que les faciliten la vida a todos los obligados a permanecer en casa. Pero en esos aspectos, el gobierno no ha tenido consideración alguna. 

Por ejemplo, la Dian no tuvo en cuenta que las fechas para pagar impuestos coincidieron con el encierro forzoso y con una mayoría de las sucursales bancaria cerradas. Vimos a Humberto de la Calle haciendo cola en la calle para retirar los remedios para su señora, poco antes de que ella falleciera, porque muchas de las EPS no les envían a los afiliados las medicinas a sus casas. A los únicos a los que se les han facilitado las cosas son los que tienen perros.

El lenguaje que se utiliza para referirse a grupos de personas, en este caso a los mayores de 70 años, determina el comportamiento que otros tienen con ellas. El periodista Javier Darío Restrepo escribió un libro sobre “la vejez en las noticias”, y en la Fundación Gabo han analizado el tema, inicialmente con su colaboración, y han hecho talleres en los que se han formulado maneras de referirse a las personas que el presidente llama abuelitos, recomendando que no se utilice esa palabra para hacerlo. Sugieren referirse a nosotros como “mayores” o “viejos”, entre otros, o llamarnos por el nombre, Pedro, Juana, Rafaela, por ejemplo. 

En las redes sociales algunos participantes se molestan porque a los viejos no les gusta que les digan abuelos los que no son sus nietos, o reaccionan en forma abusiva contra los que no aceptamos o agradecemos resignadamente el trato que recibimos. A mi no me bajan de “viejo cacreco” y me retan a que ejerza mi libertad con el fin de que me contagie, añadiendo que no se me vaya a ocurrir pedir que me conecten a un respirador u ocupar una UCI.

Esto confirma un temor que he tenido desde que el gobierno tomó la decisión de encerrar arbitrariamente a los viejos. Me inquieta pensar que si la pandemia se agudiza estamos expuestos a tratamientos más indignos o inclusive a que nos confinen en campamentos u otros sitios de aislamiento con el beneplácito de las criaturas implacables que merodean en las redes sociales a la caza de personas vulnerables, supuestamente desechables, o de espíritus libres, y que están dispuestos a llevarnos a todos a campos de concentración. 

No solamente tenemos miedo de que la muerte nos llegue en el ascensor, o con el mercado, sino a que un gobierno autoritario, respaldado por desalmados empanicados, nos tenga reservadas suertes peores que la de encerrarnos con la complacencia de los que sienten que son más útiles para la sociedad. No es mala idea entonces que nos organicemos como un movimiento de autodefensa porque la situación en la que nos han colocado es de indefensión. 

Para finalizar, deseo referirme a lo que se me ha revelado a raíz de la buena acogida que tuvo el trino al que hice referencia al comienzo de esta nota: muchas de las reacciones y mensajes que he recibido de personas de mi edad hacen referencia a casos de personas mayores que ganan olimpiadas, que se la pasan bailando, que trabajan, que están ocupados y contribuyen activamente a la sociedad. Están bravos porque les niegan esas posibilidades, pero también lo están por algo más íntimo, más privado:cuando el presidente decretó que somos viejos, muchos de nosotros nos sorprendimos porque gracias a los avances de la ciencia y de la medicina hemos podido hasta ahora seguir vigentes y nos oponemos a que nos pongan a un lado.

Somos mayores, pero como dice Sandra Pujol, una periodista catalana, pertenecemos una generación “que está estrenando una edad que [todavía] no tiene nombre”. Se trata de “un grupo humano que ha llevado una vida razonablemente satisfactoria” y que ha encontrado actividades que les permiten tener o aspirar a una vida plena. 

Muchos de nosotros no tenemos planes de retiro, y los que se han pensionado están muy activos. Nos resistimos a que nos encierren en una clasificación que no corresponde. Somos personas que disfrutan la vida. Yo he rescatado mis bluyines, y aprovechando que tengo menos trabajo, estoy activo como lo hice hace cuarenta años, promoviendo discusiones entre contemporáneos para concebir en conjunto cómo puede ser la sociedad colombiana en la post pandemia, con la ilusión de que los nietos de nuestra generación no tengan que vivir en una sociedad como la que nos ha tocado en suerte.         

Ya mayor de 70 y sin embargo con muy poco tiempo. Administrador de empresas y economista. Fui ministro de Hacienda del gobierno de César Gaviria entre 1990 y 1994, y luego rector de la Universidad de los Andes entre 1995 y 1997.? Socio fundador de Capital Advisory Partners Ltda, un asesor de banca de...