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El texto centra el análisis sobre las posibilidades que tiene Juan Guaidó de llegar a la presidencia con el apoyo de los EEUU. Para ello, se estudian los antecedentes de la potencia como intervencionista en América Latina y el Caribe y la coyuntura actual

Columna escrita en colaboración con Cameron Galeano1.

¿Maduro o Guaidó?  ¿Quién es el líder legitimo del gobierno de Venezuela?  Es la pregunta que ha ocupado la mente de los venezolanos y a los diferentes gobiernos del mundo. Sin duda, es una situación atípica en la arena política internacional.

Lo cierto es que, luego de una larga historia de corrupción política, Venezuela sigue sumida en una crisis económica sustentada en la exorbitante inflación estructural y un gigantesco déficit fiscal, lo que sumado a la crisis humanitaria que vive su población, ofrece el escenario ideal para la “tormenta perfecta”.

El contexto internacional está dividido. Por un lado, los gobiernos que continúan reconociendo a Nicolás Maduro como el legítimo presidente y, por otro, aquellos que consideran que la autoproclamación del presidente de la Asamblea Nacional es legítima.

Dentro del primer grupo se destacan Rusia y China, con fuertes intereses geopolíticos y económicos construidos desde la llegada de Hugo Chávez Frías al Palacio de Miraflores. En el segundo, medio centenar de países orquestados por los Estados Unidos y con Colombia como actor protagónico.

La presión sobre el heredero del Socialismo del Siglo XXI, se da desde tres perspectivas:

  • Un intenso bloqueo económico liderado por los EE. UU.
  • Una estrategia diplomática, para lo cual los países de la región crearon el Grupo de Lima como una herramienta encaminada a propugnar por una salida pacífica a la crisis y el retorno de la democracia.
  • Por último, la presión institucional coordinada por la Organización de los Estados Americanos -OEA- que, en conjunto con la Unión Europea, señalan a Maduro como un usurpador.

No obstante, trascurrido año y medio de la autoproclamación de Guaidó y de todo el entramado político y económico que lo secunda, Nicolás Maduro continua en la presidencia. Hoy pareciera estar más sólido que el día en que el presidente de la Asamblea se proclamó mandatario del pueblo venezolano.  

Las hipótesis que explicarían la continuidad de Maduro son diversas. Por una parte, una evidente división de la oposición venezolana incapaz de cohesionar sus intereses. Por otra, un sólido respaldo del cuerpo castrense que se cierra a cualquier posibilidad de intervenir en contra del régimen, y, por último, el rol protagónico de los norteamericanos quienes han dirigido desde Washington todas las acciones en contra del chavismo.

En ese orden de ideas, se podría afirmar que es precisamente la intervención norteamericana la que más incide negativamente en los legítimos propósitos de una oposición y un pueblo que anhela ver reinstaurada la democracia.

Un historial de intervenciones

Históricamente los Estados Unidos ha interferido en los asuntos internos de los países de América Latina, desde la promulgación de la Doctrina Monroe en 1823. La famosa declaración recordada como “América para los americanos”, no solo fue un rechazo a las aspiraciones de la Santa Alianza conformada por Rusia, Prusia y Austria que develaron unas claras pretensiones por retomar las excolonias europeas.

Básicamente el pronunciamiento de James Monroe, colocaba a todo el continente bajo la tutela de la joven nación norteamericana y en conjunto con el Destino Manifiesto, fueron las dos herramientas discursivas sobre las cuales apuntalaron sus intervenciones en el continente.

La más dramática de esas intervenciones por las consecuencias que tuvo, fue la separación de Panamá. Ante la fallida negociación del Tratado Hay-Herran de 1903, el presidente Roosevelt, envió buques militares para presionar a Colombia, mientras paralelamente promovía el movimiento independentista del istmo.

Al día siguiente de la proclamación de independencia, el gobierno norteamericano, reconoció a Panamá como estado independiente y soberano, logrando con ello, la anexión de la extensa franja que atraviesa el istmo en beneficio absoluto de su propia agenda internacional.

Más adelante, la Doctrina fue contextualizada al nuevo orden global de la Guerra Fría. Estados Unidos inició una frenética contención del socialismo en ‘su’ hemisferio, llevándolo a aumentar el deseo de controlar los gobiernos de América Sur y Central.  Sin embargo, el tema económico continuaba siendo la principal motivación para intervenir.

Guatemala y Brasil, fueron dos ejemplos en los cuales se evidenció que la variable geoeconómica se constituía en el principal motor que impulsaba la intervención norteamericana en los países por debajo del Rio Grande.

En 1954 se produjo un golpe de estado en Guatemala, precedido por la llegada de la United Fruit Company (UFCO), mediante la inversión de altísimas cantidades de dólares en tierras.

Con el apoyo de Jorge Ubico dictador autoritario, la UFCO controlaba extensas tierras mientras eludía cualquier carga tributaria y regulaciones estatales.  La presión social, llevó a que Ubico fuera removido de su cargo y sucedido, primero, por Juan José Arévalo y posteriormente por Jacobo Árbenz.

Con Arévalo se inició un ciclo de reformas, caracterizadas por el aumento de la inversión social, especialmente en educación. Para los Estados Unidos, el país centroamericano se convirtió en foco de preocupación, debido a que las acciones llevadas a cabo por Arévalo fueron interpretadas como socialismo.

Luego Árbenz, no solo propugnaría por continuar los programas implementados por su antecesor, adicionalmente, se propuso desarrollar una reforma agraria, que implicaba la redistribución de tierras.

De esa manera se promulgó el Decreto 900, en el cual se incluían tierras baldías de la UFCO, valorado como un atentado contra los intereses del gobierno de los Estados Unidos y la empresa bananera.  En pleno apogeo del macartismo, las consecuencias no se hicieron esperar y el presidente Árbenz, elegido por la vía democrática fue derrocado por Carlos Castillo, brutal dictador.

Solo una década después, como un déjà vu, la historia se repitió en Brasil con el golpe de estado a João Goulart, quien también representó un peligro para los intereses de Washington. La historia demostró que la ruptura de la democracia no fue promovida por los riesgos que representaba el socialismo. Fundamentalmente, fueron las reformas sociales y económicas que podían afectar los intereses de la corrupta élite brasileña y principalmente, de los norteamericanos.

De vuelta al Siglo XXI

Recordar solo algunas de las múltiples intervenciones de los Estados Unidos, es primordial para comprender y dimensionar la actual situación venezolana.

Igual que Panamá, Guatemala y Brasil, Venezuela tiene un recurso que representan un valor estratégico para los norteamericanos. El petróleo, constituyen un activo geoestratégico muy importante para los EE. UU. y especialmente para sus corporaciones.

Igual que los guatemaltecos y brasileños, los venezolanos eligieron un mandatario erigido en unos postulados cercanos al socialismo y con un matiz profundamente populista. 

En 1998, Hugo Chávez fue elegido por su mensaje de reforma y justicia económica. Igual que Árbenz y Goulart, el coronel retirado utilizó en sus inicios el dinero de sus millonarias exportaciones para establecer programas sociales. 

Para 2007, Chávez tomó la decisión de nacionalizar la industria petrolera con lo cual marcó una ruptura irreconciliable con los Estados Unidos, ya que tocó un punto sensible para sus intereses económicos. Para esta coyuntura, los precios del crudo estaban por encima de los cien dólares el barril, lo que sumado a las grandes subvenciones que le otorgaban rusos y chinos le permitían a Chávez minimizar sus crasos errores.

Para este momento, era incuestionable el debilitamiento de las instituciones y la democracia, sumado a una abrumadora corrupción liderada por sus copartidarios, quienes ocupaban altas posiciones en la burocracia gubernamental. En esta parte de la historia, comienza el derrumbe paulatino de la empresa Petróleos de Venezuela – Pdvsa-.

La narrativa es muy distinta para Nicolás Maduro, quien llega a la presidencia por un estrecho margen de votos en una cuestionada elección, convocada luego del fallecimiento de Chávez Frías en 2013.

Heredó un país con los peores indicadores macroeconómicos, unos precios del barril de petróleo en constante descenso y peor aún, una crisis humanitaria como consecuencia del desabastecimiento y hambre.

De esa manera, el país se convirtió en un escenario dramático debido a la corrupción de una clase política que, para mantenerse en el poder, no ha escatimado esfuerzos por suprimir los derechos políticos y coartar las voces de la oposición.

Sin embargo, el escenario actual es muy diferente de la etapa de la Guerra Fría en la que los EE. UU. podía aplicar la Doctrina Monroe y los otros lineamientos que en materia de política exterior desarrollaron durante ese complicado periodo.

Las relaciones de Venezuela no solo cambiaron con los EE. UU. El fallecido líder, realineo sus intereses con los gobiernos de Rusia, China e Irán. La retórica “antiimperialista” se reflejó en documentos oficiales proferidos por su gobierno.

Se destaca el titulado “Líneas generales del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2007-2013”, según el cual se busca “neutralizar la acción del imperio fortaleciendo la solidaridad y la opinión pública de los movimientos sociales organizados” teniendo como meta prioritaria la expansión de sus postulados con el propósito de generar apoyo global al objetivo de crear nuevos bloques de poder (ver).

Igualmente logró conformar unas milicias civiles e  ideologizadas en torno al proyecto del chavismo que, aunque no representan un verdadero poder militar para una potencia como los EE. UU., si logra sembrar terror dentro de la población civil desarmada y desprotegida.

A todo lo anterior se suma, la dramática coyuntura que vive los EE. UU. gobernado por quien es catalogado como el peor presidente de la historia.

En el escenario interno, ha renovado con sus erráticas acciones, los sentimientos de xenofobia y el racismo. En el contexto externo es tarea imposible comprender su política exterior. Hoy lo único claro es su desprecio por la institucionalidad internacional, una paradójica afinidad con los históricos detractores de su país y en general una total divergencia con los tradicionales intereses de Norteamérica.  

En ese complicado entramado, América Latina no está dentro de las prioridades de Washington. De hecho, el único pronunciamiento de política exterior lo hizo el Exsecretario de Estado Rex Tillerson, quien en una declaración que posicionó como doctrina, argumentó que lo expuesto por James Monroe en 1823, era “tan relevante ahora como el día en el que fue redactada”.

Se puede afirmar, que la propuesta de Tillerson, sumado al historial de intervenciones de los EE. UU. en la región, le otorgó vigencia a la retorica discursiva que Chávez utilizaba al presentar a la potencia como el “diablo” global.

¿Maduro o Guaidó?

El escenario para Guaidó no puede ser peor. A los comprobados nexos con lideres de la banda criminal los rastrojos, se suman los escándalos de corrupción en los cuales se ha visto envuelto y la perdida de apoyo de los miembros de la oposición

Igualmente, la reciente incursión de mercenarios en territorio venezolano, sembraron dudas sobre la viabilidad que tendría la llegada de un hombre vinculado con una contratación de militares a sueldo para asesinar a su opositor.

La declaración de su principal asesor JJ Rendón, corroboró que desde la oposición que encabeza Guaidó se gestó la trato, contrariando así,  su postura desde que asumió el rol de presidente de la Asamblea.

Cabe destacar, que la Asamblea Nacional, es el último baluarte de las instituciones democráticas en Venezuela.  En contraste de Chávez y Maduro, Guiado “habla sobre los derechos humanos el cumplimiento de la ley y restablecer los poderes de las instituciones en una manera pacífica,”  lo que representa el anhelo inicial del Grupo de Lima y de los aliados que le dan su apoyo.

Sin embargo, la sombra de los EE. UU. se cierne sobre su imagen y hasta hoy, Maduro y su oratoria antiimperialista ha logrado maximizar a su favor el apoyo que Washington le ofrece al joven político, presentándolo como una intervención a la usanza de la Doctrina Monroe.

Así mismo, la defensa del gobierno republicando a Citgo – Petroleum Corporation – le permite al régimen evocar las intervenciones en favor de los intereses económicos de empresas privadas asociadas a sus al gobierno.

¿Guaidó sin EE. UU.?

El apoyo irrestricto de Trump a Guaidó, parece resquebrajarse luego de las declaraciones que hizo, según las cuales confirmó su disposición de reunirse con Maduro y sus dudas sobre Guaidó. No obstante que intentó corregir su error por medio de un tuit, dejó una estela de duda.

La pregunta sería: ¿aumentarán las posibilidades de Juan Guaidó de llegar al Palacio de Miraflores, sin el apoyo norteamericano? Complicada respuesta de la cual solo se podrían prospectar dos escenarios:

  • Primero, se derrumba completamente las aspiraciones personales de Guaidó y se selecciona un heredero de su causa: sin el respaldo norteamericano, los países del Grupo de Lima se alinearían a los EE. UU. en especial Colombia, que, hasta hoy, ha sido la punta de lanza de la participación de la potencia en el tema venezolano.
  • Segundo, se fortalecería la aspiración del presidente de la Asamblea, al desvirtuar el discurso del régimen que presenta a Guaidó como un representante de los intereses norteamericanos.

Lo evidente en todo este escenario, es que la situación venezolana requiere soluciones inmediatas. La dimensión de la crisis humanitaria e institucional, así lo requieren y ya sea con Guaidó, u otro representante de algunos de los dos bandos, la tragedia venezolana colapsó inexorablemente. Sin embargo, la decisión y el camino a seguir, debe única y exclusivamente residir en la voluntad del pueblo venezolano.


1Graduado en Estudios Internacionales de Virginia Polytechnic Institute – EEUU

Es investigador asociado del Instituto de Altos Estudios Sociales y Culturales de América Latina y el Caribe. Estudió relaciones internacionales, una especialización en gobiernos y asuntos públicos, una maestría en resolución de conflicto y mediación y se doctoró en ciencias sociales. Sus áreas...