Involucionamos en calidad del debate en Colombia en relación a las pasadas elecciones presidenciales. Por lo menos hace cuatro años la paz seguía siendo uno de los pilares de la discusión pública, y otros temas como la educación o el problema migratorio movieron la agenda pública que terminó escogiendo, de alguna manera, diferentes tipos de alternativas. 

Le tocó a Duque decir que no haría “ni trizas ni risas” los Acuerdos para seducir al electorado de centro y no perder su base de derechas. El debate y la opinión pública lo obligaron a rodarse hacia el centro y, aunque es poco lo que hemos avanzado en el tema, no hubo un retroceso que nos pusiera en una crisis peor de la que estamos viviendo.

Es por eso que, no es positivo para el país la poca discusión sobre los temas más importantes que viven los colombianos en estas elecciones. Es un momento crítico en donde la polarización o la fanatización del debate -como lo mencionó el senador Antonio Sanguino en un reciente evento de la Fundación Foro Costa Atlántica- nos ha llevado al total eclipse de los programas y las propuestas. Es una pasmosa realidad que genera incertidumbre y que no sabemos a dónde pueda llevarnos los próximos cuatro años.

“Los huevos importados de Alemania”, la suspensión del alcalde de Medellín, la famosa frase “plata es plata”, la infiltración en otras candidaturas, los abusos periodísticos o las alianzas a las diferentes campañas parecen ser los temas de interés publico y por los cuales la ciudadanía terminará decidiendo en primera vuelta.

Ni siquiera las campañas han logrado llenar de contenidos las expectativas de los jóvenes que salieron a protestar hace un año con un altísimo costo humano, del cual parece nuestra sociedad no es consciente. Las cifras de la ONU hablan de 63 denuncias por muertes de las cuales han sido verificadas 46 (44 civiles y 2 policías).

Datos escandalosos que parecen no ser prioridad para las candidaturas, que se han encargado de sobrealienar a la ciudadanía alrededor de las emociones y la contradicción frente al oponente. Una dialéctica que todo lo perdona o nada acepta por fuera de los extremos. Las campañas se han dedicado a “quemar” a los otros candidatos y el teflón de la polarización -según las encuestas- hace que el costo de los errores sea muy bajo.

El fanatismo terminó por tragarse a la opinión pública y hasta adelantar la segunda vuelta presidencial alrededor del voto útil, afectando candidaturas como la de Fajardo con un buen contenido programático y técnico.

Las propuestas, algunas inexistentes como lo mencionó recientemente Salomón Kalmanovitz al referirse al candidato Gutiérrez y otras vagas que llegan solo al nivel de “ocurrencias”, como las tildó Moisés Wasserman sobre el candidato Petro, es lo que tenemos en el debate electoral.

Las ideas, su consistencia y lo que se promete en campaña es importante. Termina definiendo la forma de gobernar, y al final, las más importantes decisiones del Gobierno. Tener opciones diversas como candidaturas de centro que sirvan de contrapesos formales o reales son determinantes. Permiten contener arbitrariedades que pueden poner en riesgo la estabilidad económica del país o continuar debilitando el equilibrio de poderes que venimos arrastrando con Duque. Es por eso que no podemos seguir quemando candidaturas, sacrificando el debate de las ideas.  

Es profesor universitario y promotor del desaroollo en temas de fortalecimiento democrático y ciudadanía. Estudió economía en la Universidad del Atlántico y una especialización en cooperación internacional.