“Afortunadamente esta tormenta está pasando. Al final del día habrá terminado”, dijo el presidente Santos después de que con una votación de 117 votos a favor del archivo y cero en contra en la Cámara de Representantes y de 73 por el sí y ninguno por el no en el Senado, el Congreso de la República hundió la Reforma a la Justicia con la misma diligencia con la que la aprobó por solicitud del Gobierno.  Aunque es cierto que la tormenta amainó, el naufragio de esta Reforma puso en evidencia los problemas de liderazgo del Capitán.

El Presidente también dijo que el gobierno había asumido “su cuota de responsabilidad” y se refirió a la renuncia del ministro de Justicia Juan Carlos Esguerra. Pero en realidad, una buena parte de lo sucedido también es producto del estilo de gobierno del Presidente.

Los problemas de liderazgo de Santos se reflejaron en este episodio en fallas de forma y de fondo.

En la forma, ni siquiera en esta crisis, el Presidente dejó de ser grandilocuente. Son escasos los discursos en los que Santos no diga que lo que está haciendo es “histórico”. El mismo día que el Congreso aprobó la Reforma a la Justicia, Santos dijo en una de sus intervenciones públicas, refiriéndose a las leyes que había sacado adelante en el Congreso: “Me dicen los historiadores que nunca habían visto un gobierno así, ni siquiera el de López-Pumarejo”.

Como todo lo que él presenta dice que es grande y nunca antes realizado, Santos con frecuencia queda preso de su propia grandilocuencia. Si esta Reforma no la hubiera presentado como la gran Reforma a la Justicia sino como lo que realmente terminó siendo en sus inicios, una norma para crear mecanismos de descongestión judicial y para eliminar el Consejo Superior de la Judicatura, no se le hubiera abierto tanto el apetito a los congresistas, a los magistrados, y hasta el Procurador.

Ya durante el trámite de la Reforma, y viendo el desenlace, quedó claro que el estilo de alta delegación del Presidente tiene sus vulnerabilidades. Después de ocho años de tener a un microgerente como Uribe a la cabeza, el actual mandatario es todo lo contrario: se rodea de gente con altos niveles de educación en los que confía y delega gran parte del trabajo.

A juzgar por la declaración del Presidente el día que interrumpió la programación de televisión para hablar, él se enteró cuando ya era demasiado tarde de lo que había sido aprobado. Varias personas del gobierno le han dicho a La Silla que –con excepción de algunos ministros- para los demás hablar directamente con el Presidente no es fácil. Que los ‘secretarios’ (Juan Carlos Mira, Juan Mesa y antes Renjifo) se convierten en una barrera casi infranqueable. La Silla no sabe si en el caso de Esguerra fue así. Pero a juzgar por lo dicho por Santos, él se enteró del ‘horror’ de la Reforma solo al aterrizar de Río.

Y es que, como lo anotó Héctor Riveros en su última columna, el presidente estaba de viaje. Había atendido una reunión del G 20 en México el lunes y martes, el miércoles pasó un rato por Bogotá para sancionar la ley de vivienda y en la noche viajó a Río de Janeiro para asistir a la Cumbre Río +20.

Incluso después de estallar la crisis más grande que ha tenido en su gobierno, en twitter Santos no estaba hablando de la justicia ni ha aprovechado la crisis para presentarle al país su verdadera propuesta para solucionar la crisis de la justicia o para dejar un saldo pedagógico sobre la política, sino de su reunión con el Presidente de Portugal y del TLC con Corea, temas que a muy pocos interesaba en ese momento, y que daban la impresión que él privilegia el escenario internacional sobre lo local.

Esos son detalles de forma pero que crean una sensación de que el Presidente no está totalmente en la ‘jugada’. Y que por lo tanto, no es sorprendente que le hayan metido esos goles.

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Lo de fondo

Pero más allá de la forma –que en otros aspectos ha sido muy útil para distensionar al país- está el problema de fondo de su liderazgo que quedó una vez más en evidencia con esta crisis. Y es el de la visión.

¿Cuál era exactamente la visión que tenía el Presidente sobre cómo debería ser la Justicia después de su reforma? Eso nunca quedó claro. ¿Qué era lo que le parecía negociable y lo que no? ¿Está de acuerdo con la pérdida de investidura parcial? ¿Le parece que lo de la silla vacía tiene sentido o no?

Con gente como Antanas Mockus o el expresidente Uribe era fácil saber su norte porque –más allá de que uno esté de acuerdo o no con él- tienen convicciones fuertes. Santos es más un hombre de ambiciones que de convicciones y por lo tanto, como él mismo ha dicho en otras ocasiones cambia fácilmente de parecer pues “solo los imbéciles” no lo hacen.

El Presidente pareciera tener una convicción clara y es la de querer lograr una negociación de paz exitosa con la guerrilla y en ese campo sus acciones son bastante coherentes: la ley de víctimas, el marco para la paz, una reforma a Justicia y Paz. Pero en otros campos como el de la Justicia o el de la Reforma a la Educación o el Medio Ambiente su visión no es tan clara y quizás por eso, sus Ministros han tomado unas decisiones que luego el Presidente ha salido a reversar. Y así como quedó ‘quemada’ Beatriz Uribe después del fiasco de Santurbán o Maria Fernanda Campo después de retirar la Reforma a la Educación, Esguerra fue el fusible de esta crisis.

Por último, Santos –una vez más- subestimó la reacción ciudadana. Acostumbrado a moverse como pez en el agua en los altos círculos de poder desde que es pequeño, el Presidente tiene dificultades para interpretar la calle, el sentimiento del ciudadano común.

Y como dijo Claudia López, los ciudadanos demostraron en esta coyuntura que no son “unos trogloditas” dispuestos a ver cómo los congresistas, los magistrados y el Gobierno legislan a favor propio y desmontan controles duramente ganados.

Así las cosas, detrás de la indignación ciudadana, Santos logró fortalecer a la izquierda y a la derecha en su propósito de hacerle oposición al gobierno. Por un lado los uribistas con la Asamblea Constituyente y por el otro, el Polo que respalda el referendo derogatorio.

Es posible que al hundir esta Reforma, Santos evite que estas dos iniciativas prosperen. Sobre todo la de la Asamblea Constituyente, que ya el representante de la U Miguel Gómez, ha dicho que buscaría entre otras cosas prohibir la reelección del actual presidente. Pero después de esta crisis, su gobierno no será igual.

Su discurso anticorrupción queda herido pues ya no hay forma de tapar con las manos la realidad de que su Gobierno le dijo a los congresistas que votaran una reforma que en vez de contribuir a luchar contra los corruptos al final les concedía grandes dosis de impunidad.

Por otro lado, el mismo Congreso que hoy votó de manera unánime para hundir la Reforma le cobrará mañana a Santos el “favor” de haberle evitado el naufragio.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...