Esta columna fue escrita en coautoría con Luis Gonzalo Jaramillo, Profesor Asociado Departamento de Antropología Universidad de los Andes.

En Bogotá llueve y hace sol. No es lo mismo montar en bicicleta por voluntad que hacerlo arrastrado por la necesidad. No es igual pedalear el domingo con los amigos y redimir el mundo que hacerlo a sol y sombra al servicio de una aplicación de domicilios. No es lo mismo ser un hombre que devora kilómetros, libre en su corcel de piñones y bielas –los famosos caballitos de acero— que rodar acompañado por el miedo a la violencia de género con la que la ciudad castiga a sus habitantes.

En Bogotá llueve y hace sol porque es una ciudad que segrega y es desigual. El suroccidente de acero y de frontera y el nororiente entrenando en los cerros sobre rines de fibra de carbono. Declarar los usos y los disfrutes de la bicicleta no es otra cosa que patrimonializar la injusticia y la inequidad. Declarar la cultura de la “bici” es instrumentalizar el patrimonio, ponerlo al servicio de las maromas administrativas y lavar la cara a problemas estructurales de la ciudad.

Todos a la línea de partida

Hace poco más de un mes el Consejo Distrital de Patrimonio Cultural aprobó la postulación de “la cultura bogotana de los usos y disfrutes de la bicicleta” como patrimonio de la ciudad. Anuncio que no causa sorpresa ni júbilo, pues como habíamos señalado acá, esa declaratoria solo le sirve a la burocracia en la medida que no responde a una iniciativa ciudadana, es un instrumento innecesario y costoso, y en últimas, usa el patrimonio para maquillar el agujero negro de la movilidad en la ciudad.

Muy a pesar del desatino del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural de impulsar esta iniciativa al actuar como juez y parte de la declaratoria; de su improvisación en la gestión de lo público (como lo evidencia la falta de concertación y de discusión frente a los procesos de esta y otras declaratorias); de su falta de criterio para responder a las necesidades de la ciudad en clave patrimonial (como queda claro del impulso a iniciativas que, como esta, responden a preocupaciones del resorte de la Secretaria Distrital de Movilidad); y a pesar de que solo resta afanar un plan de salvaguardia, terminar el papeleo y recolectar firmas de asistencia creemos que vale la pena no claudicar. Y en aras de entender la lógica de un sistema patrimonial al servicio de la política, debemos dar una mirada al documento que soporta la postulación.

El documento, solicitado vía derecho de petición (ya que no está colgado en sus plataformas), tiene tres grandes componentes.

Primero, contextualiza históricamente el uso de la bicicleta en la ciudad. Segundo, describe la manifestación actual en cuatro ejes: 1) economías populares, saberes locales y estructuras productivas; 2) estructuras organizativas y comunitarias alrededor de la bicicleta; 3) mujer y género en la cultura bogotana de la bicicleta; 4) deporte, recreación y bienestar. Por último, responde a los campos que señala el Decreto 2358 de 2019 y la Resolución 408 de 2020 para las declaratorias de patrimonio inmaterial en el país y la ciudad: ubicación, periodicidad, correspondencia con los campos del patrimonio cultural inmaterial, cumplimiento de los criterios de valoración patrimonial, fortalezas y amenazas de su situación actual.

En términos metodológicos, señala que su aproximación es cualitativa y que se basó en una revisión de fuentes secundarias, la organización de cuatro encuentros de participación, un recorrido en bicicleta, el acompañamiento a tres “rodadas” de iniciativa ciudadana, diez entrevistas, tres grupos focales y la visita guiada a una exposición sobre el ciclismo en el país.

Ahora bien, haciendo caso omiso a la limitada representatividad de la consulta comunitaria para un instrumento de este tipo, y reconociendo el trabajo de recopilación histórica, que en todo caso se queda corto al compararlo con el proyecto expositivo “Escarabajos: un país descubierto a pedalazos” de la Red de Bibliotecas del Banco de la República, nos podemos centrar en dos puntos problemáticos del documento: la descripción en cuatro ejes de la manifestación y los criterios de valoración patrimonial que soportan la candidatura.

Primera etapa, la descripción de la manifestación

Sobre la descripción, al hablar de “economías populares, saberes locales y estructuras productivas”, resalta que la bicicleta no sólo es un medio de transporte, sino una herramienta de trabajo. Ayuda al sostenimiento de quienes la usan y de quienes la reparan y, consecuentemente, argumenta que existe una demanda creciente de productos asociados a la bicicleta que mueve un amplio sector económico.

Acá el problema que se esconde bajo la alfombra es que el uso de subsistencia con que se asocia a la bicicleta en Bogotá no garantiza el trabajo digno. Es difícil romantizar el oficio de la “bicimensajería” siendo el envés de la explotación económica de plataformas multimillonarias. Acá el problema es que no se aclara que la oferta de servicios de mantenimiento es informal y que ante la necesidad se apropia espacios públicos y carece de garantías laborales. Acá el problema es que no se dice que es una economía de consumo que importa la mayor parte de los bienes al país: se estima que para 2017 se vendieron en el país alrededor de 440 mil bicicletas, y el 97 % de ese total fueron importadas, es decir, que a duras penas favorece la producción local.

En lo referente a las “estructuras organizativas y comunitarias alrededor de la bicicleta” el documento señala que existe una potencia social, política y comunitaria que se expresa en estructuras organizativas y comunitarias que reivindican identidades territorializadas y diversas, relacionadas con el derecho a habitar y disfrutar la ciudad, a la movilidad digna y sostenible.

Sin embargo, eso que suena bien puede ser leído en sentido contrario. Lo que nos dice es que, ante una ciudad agresiva, fragmentada e incapaz de ofrecer un acceso democrático a sus espacios, las personas han recurrido a organizarse para reivindicar el derecho a la ciudad. Lo que nos dice es que, ante la precariedad del transporte público y las barreras económicas asociadas al acceso a uno privado, las personas han optado por la bicicleta como un reclamo mínimo de dignidad. Cuando no resulta que las asociaciones mismas incitan usos temerarios de la bicicleta en espacios urbanos como “coyotear” o “ratonear” en el “alleycat” del tráfico cotidiano. Y lo que resulta en últimas más injusto es que esos modos de asociación colectiva son cofres llenos de votos para inflar urnas locales.

A propósito del apartado sobre “mujer y género en la cultura bogotana de la bicicleta”, se menciona que el papel de las mujeres es “cada vez más trascendental” habida cuenta de que el auge del activismo probicicleta está articulado con el movimiento feminista mediante el cual las mujeres han logrado resignificar la ciudad, descubrirla y habitarla en su espacio público. Y que la postulación desde un enfoque de género debe ser la primera medida para identificar las desigualdades asociadas al uso de la bicicleta.

En este punto estamos de acuerdo con la premisa subyacente de que la bicicleta en Bogotá es un instrumento masculino. La Encuesta de Movilidad de 2019 indica que los hombres realizan el 75,8% de los viajes en bicicleta, mientras que las mujeres tan solo el 24,2%. Y lo que queda claro también es que de esos viajes la mayoría producen miedo por causa de los diferentes tipos de violencias de género físicas y simbólicas que se ejercen en el espacio público. Esto nos habla de la necesidad de transformar una práctica que solo deja desigualdad y zozobra frente al acceso a la ciudad y a la mayoría de los espacios asociados a la red de servicios de la bicicleta misma.

Finalmente, en lo relativo a “deporte, recreación y bienestar” el documento resalta que la bicicleta genera un impacto positivo físico y emocional en quien la conduce. Añade que en la ciudad existen clubes, ligas y escuelas de ciclismo que acogen a decenas de deportistas profesionales y aficionados, y que existen espacios consolidados como rutas y parques que gozan de una valoración especial. La Ciclovía es una tradición que se manifiesta en un espacio democrático de más de ciento veinte kilómetros que incluso puede entenderse como un corredor cultural.

Nuevamente, todo lo señalado es de reconocer. Sin embargo, volvemos al punto de quiebre de usos y disfrutes. ¿Hasta qué punto resulta sensato pensar que una persona que trabaja en bicicleta o que se transporta en ella por necesidad es al tiempo un deportista, un aficionado o en últimas un entusiasta de su uso recreativo? ¿Hasta qué punto hay una brecha social en el uso y el disfrute? Y, bueno, la Ciclovía es un espacio fabuloso, pero a estas alturas no es necesariamente sinónimo de bicicletas, no es algo que suceda solo en Bogotá y más allá de eso, ¡ya tiene un reconocimiento como espacio de interés social, recreativo y deportivo por cuenta del Acuerdo 386 de 2009 del Concejo de Bogotá!

Segunda etapa, la justificación como patrimonio de la ciudad

Ahora bien, si la descripción de la manifestación deja vacíos insalvables, la justificación como patrimonio ahonda las carencias.

La norma señala que se debe aportar información sobre seis puntos. Su correspondencia con los campos del patrimonio, es decir, con las categorías que la ley establece para delimitar el patrimonio cultural inmaterial; su significación, referida a la valoración social y el papel de la manifestación como referente y bienestar colectivo; la naturaleza e identidad colectiva, es decir, su transmisión intergeneracional y su valor histórico; la vigencia que, como su nombre indica, señala que sea un testimonio activo, vivo y vigente; la equidad referida a que el disfrute y los beneficios derivados de la manifestación sean justos y equitativos respecto a la colectividad identificada; Y, finalmente, la responsabilidad, en el sentido que no atente contra los derechos humanos, contra los derechos fundamentales o colectivos, ni contra la salud de las personas, la integridad de los ecosistemas o implique maltrato animal.

En siete lánguidas cuartillas, el documento condensa esta información. Sobre la correspondencia con los campos, cae en el error de asumir que asociarla a cuatro de los catorce campos establecidos significa que la manifestación es compleja. Realmente decir que es al tiempo un sistema normativo y una forma de organización social, un acto festivo y lúdico, un juego y un deporte tradicional y parte de la vida cotidiana significa que fueron incapaces de identificar un eje fuerte para estructurar la justificación como patrimonio y, al final, ofrecen un “de todito” anodino.

Sobre la significación, argumentan que el ciclismo es un referente nacional y que en lo local eso se manifiesta en la Ciclovía. Y sí, el país encuentra en su memoria al ciclismo como un deporte representativo. Pero, por favor, decir que la identidad local de los ciclistas urbanos se refleja en “el uso de artículos distintivos como ropa, stickers o banderas, y hasta en los nombres de los mismos colectivos” es demasiado superficial y puede que hable del consumo o la puesta en escena de la subjetividad de algunas personas. Pero, de significación cultural de la manifestación, claramente no.

Sobre la naturaleza e identidad colectiva señala que hace cien años se introdujo la bicicleta en la ciudad. Así mismo sucedió en todo el país o en toda Latinoamérica, y acá como allá sigue existiendo; es decir, por ese lado nada particularmente significativo. Pero, nuevamente, el documento vuelve a sorprender, indicando que desde los años 50 la publicidad popularizó la bicicleta y que hoy las redes sociales difunden información sobre paseos, encuentros o recorridos. Vale, ¿pero y a eso se limita la dimensión colectiva de la manifestación? ¿Hoy por hoy qué no se publicita en redes sociales? Nos quedaron debiendo qué tipo de vínculos en clave de legado, valor colectivo y memoria implica el uso de la bicicleta.

Frente a la vigencia, el documento señala que su uso se ha incrementado a la par que la malla de vías, y que cada vez son más los grupos de personas organizadas entorno a sus dinámicas. Eso es correcto e innegable, pero las razones de su “popularidad” se omiten. Vemos un sistema de transporte deficiente, una territorialización segregada de la ciudad, un uso diferencial por sexo que claramente están muy lejos de representar un valor cultural para destacar o proteger.

El punto de la equidad es particularmente problemático. El uso de la bicicleta no es democrático, ni justo, ni equitativo en Bogotá. Hay una brecha económica frente al acceso y frente a su uso. Hay una fractura de género asociada a violencia real, física y simbólica. Se vulnera el derecho a la ciudad y el disfrute y los beneficios derivados de la manifestación son solo para unos pocos.

Finalmente, sobre la responsabilidad, si bien el documento indica que el uso de la bicicleta va en sintonía con los objetivos de desarrollo sostenible de Unesco, la verdad es que en Bogotá eso se cumple solo a medias. El derecho al trabajo, a la seguridad social, a la movilidad, a la dignidad, al libre desarrollo de la personalidad, etc., se ven seriamente comprometidos. Y no se entienda mal, no son elementos connaturales al uso de la bicicleta, sino a los “usos y disfrutes” de la bicicleta en el contexto de la ciudad de Bogotá.

Embalaje final

En Bogotá llueve y hace sol. Bogotá amalgama la belleza y el horror de la convivencia de ocho millones de personas. Durante los primeros seis meses de este año más de mil cien ciclistas resultaron heridos en siniestros viales. Hubo cincuenta muertos montando en “bici”.

La declaratoria de la bicicleta es problemática porque desplaza la reflexión urbana en términos de desigualdad, segregación, tránsito, seguridad y género a un compendio pintoresco y descontextualizado de usos y disfrutes. La ciudad y las personas que usan la bicicleta merecen un poco más que el espectáculo deslucido de sus instituciones y gobernantes.

Tristemente sobre nuestra cordillera lo extraordinario madura trastornado. Bajo el cerro de Monserrate la emoción de la posibilidad cohabita con la decepción de los hechos. En la Bogotá del Instituto Distrital de Patrimonio llueve y no escampa, pero la pinta bicicletera para la foto ya debe estar lista.

Es docente investigador en la Universidad Externado de Colombia. Se doctoró en antropología en la Universidad de los Andes. Sus áreas de interés son los conceptos y las relaciones entre el patrimonio cultural, los medios emergentes y la apropiación social de la tecnología.