Foto: La Silla Vacía

“Presidente querido, aquí tiene. Y todavía la marcha viene por la 19”, le dijo la ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, a Gustavo Petro antes de que comenzara a hablar. La plaza de Bolívar colmada de seguidores como ofrenda. La ratificación que necesitaba el Presidente de que el pueblo todavía lo ama.

“Sabemos que contamos con el amor del pueblo, el amor”, dijo el mandatario en su discurso. “El amor de ustedes es lo que nos impulsa.”

La necesidad de sentir esa fuerza para avanzar fue quizás uno de los propósitos de esta movilización. Pero no el único.

Un amor organizado

Fiel a su noción de democracia popular (ver este artículo), Petro es el presidente que más marchas ha convocado en la historia reciente. Pero no ha sido el único. Por ejemplo, César Gaviria, como ministro delegatario de Virgilio Barco, convocó una marcha de pañuelos blancos para pedir por la libertad de Álvaro Gómez, secuestrado por el M-19; Belisario Betancur les pidió a los colombianos salir a las calles con una palomita blanca como símbolo de la paz; Uribe lo hizo para decirles No más! a las Farc; y Santos para apoyar la ley de víctimas y restitución de tierras.

Aún así para muchas personas sigue siendo difícil entender para qué convoca el Presidente con tanta frecuencia estas movilizaciones, que distan muchísimo de las masivas y espontáneas del 2019 y 2021 que pavimentaron de descontento el camino de Gustavo Petro a la Presidencia. Y que precisamente por carecer de esa intensidad y espontaneidad, no logran ejercer ninguna presión sobre los congresistas, como lo declaró hace unos días Iván Name a El Espectador.

Y es que esta marcha fue particularmente polémica porque, a diferencia de las anteriores, contó además con financiación estatal.

Así lo reconoció el ministro del Interior, Luis Fernando Velazco, sobre el apoyo que recibió la Minga Indígena para movilizar 16 mil de los 32 mil asistentes en la plaza de Bolívar.  

Muchos de los otros que marcharon eran sindicalistas; en Medellín, el sindicato de profesores Adida lideró la marcha, a la que también asistieron campesinos que iban a recibir tierras ese día de la Agencia Nacional de Tierras.  Tampoco faltaron los políticos del Pacto Histórico, varios de ellos encampañados, y los ministros y empleados de sus respectivas entidades.

También salieron ciudadanos espontáneamente y sin una organización que los convocara a respaldar las reformas del gobierno. Eran, en todo caso, la minoría.  Si la marcha fue una demostración de amor, lo fue sobre todo de un amor organizado y en muchos casos inducido.

Una señora en la calle, entrevistada por La Silla durante la marcha, expresó así su desconcierto con la marcha:

Esta vez, sin embargo, Gustavo Petro explicó en su discurso (menos largo de lo usual porque tenía un problema en la voz) cómo entraban las marchas en lo que llamó la “estrategia de su gobierno”.

La estrategia de Petro

La primera estrategia, según el presidente, es organizar al pueblo para evitar que lo “tumben”, un temor que Petro tiene desde que el procurador Alejandro Ordóñez lo destituyó en Bogotá y que ha expresado con frecuencia desde el primer día de su gobierno. 

“Hoy hay decenas de miles de campesinos organizados. Queremos que el pueblo se organice en cooperativas, se organice en Juntas de Acción Comunal, se organice como el campesinado, como los indígenas, se organice en cada barrio, que las juventudes no anden solas, sino que anden acompañadas en su propia organización. Queremos un pueblo organizado. Esa es la estrategia del Gobierno.”

La segunda estrategia es “interpelar” con estas movilizaciones a las élites, que considera que son más poderosas que él mismo, para lograr el Acuerdo Nacional.

“Desde las plazas llenas de Colombia, en las grandes ciudades donde el pueblo nos ha acompañado, yo interpelo a, llamémosla, la oligarquía colombiana, o el establecimiento, si les parece mejor, o a quienes han gobernado tradicionalmente este país, a quienes tienen el poder económico, a quienes tienen poderes que no son elegidos por el pueblo, pero a veces son más poderosos que el presidente mismo, a esa élite colombiana yo la interpelo desde esta plaza llena de gente, de pueblo, desde este pueblo”, dijo.

¿Para qué sería el Acuerdo Nacional?  “No para que el Presidente se arrodille al poder económico, sino para que las élites de Colombia puedan dialogar con su pueblo, quizás por primera vez…Para poner a quienes siempre han dominado a Colombia, a quienes tienen el poder económico hoy, a dialogar con el pueblo, a realizar un acuerdo, no en beneficio del que tiene ya el poder, no en beneficio del que tiene ya la riqueza, sino en beneficio del que nunca ha tenido ni poder ni riqueza y ha sido excluido o excluida en la sociedad colombiana”, explicó el presidente, en medio de aplausos de los asistentes.

Y no es capricho que la mitad de ellos fueran indígenas. Como uno de los grupos más pobres, excluidos y victimizados por la violencia, ellos son los mejores representantes del “pueblo” para el que gobierna Gustavo Petro. La reforma a la salud está justificada no para mejorar el sistema de salud como un todo, ni siquiera el servicio para el colombiano promedio, sino para llegarles a las comunidades más excluidas de regiones como el Chocó donde, como también dijo en su discurso, “no hay hospitales ni cajeros electrónicos”. La reforma pensional no es para hacer más sostenible el sistema alineándolo con el creciente envejecimiento de la sociedad, como lo recomiendan los tecnócratas y sucedió hace poco en Francia, sino para pagarles un subsidio de vejez a 400 mil ancianos en la indigencia. Y así. Petro gobierna para el 15 por ciento más vulnerable. 

Por eso dijo que quisiera que ese Acuerdo Nacional girara alrededor de la reforma agraria que quiere hacer para entregar ojalá un millón de hectáreas fértiles a los campesinos; alrededor de la educación porque —como un convencido de las causas objetivas de la violencia— considera que “la alternativa a la violencia en Colombia es, indudablemente, la universidad.” Y alrededor de la verdad: “Cada vez más sabemos quiénes son los culpables, por qué mataron, por qué generaron un genocidio en la sociedad colombiana. Cada vez más los actores de la violencia deciden hablar su verdad.”

“Verdad, educación y tierra, como bases fundamentales de la paz. Como bases fundamentales de la reconciliación nacional, que es lo que se propone este gobierno”, afirmó.

Movilizaciones como la de ayer y ‘verdades’ sobre la participación de empresarios y políticos en el paramilitarismo —como las que puede contar Salvatore Mancuso en ejercicio de su “gestoría de paz”— serán los incentivos que instrumentalizará el presidente para provocar esa conversación que deberá desembocar en una verdadera “justicia social”.

Petro terminó su discurso ratificando nuevamente que cuando termine su mandato se irá de la Casa de Nariño, que según afirmó, le disgusta mucho (“No, ahí no nos vamos a quedar, ese Palacio es muy feo; frío, helado y feo, ahí no nos vamos a quedar”, insistió). Pero sí dijo que esperaba que otro “gobierno progresista” lo sucediera y profundizara la senda que va trazando su gobierno. 

Eso sí aclaró que se refería a las elecciones del 2026 y no a las que se celebrarán en un mes. Respondió así a las advertencias de la Procuraduría, de la MOE y de la oposición que alertaron que hacer esta movilización a un mes de las elecciones bien podría interpretarse como un acto de proselitismo político. Para Petro más que un acto a favor de sus partidarios, la convocatoria fue “la verdadera encuesta” de la popularidad de su gobierno. La siguiente será el 29 de octubre en las urnas, cuando se sabrá qué tanto el cambio que representa ha echado raíces más allá “de la carrera séptima hacia arriba”.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...