Uno de los principales activos estratégicos de una organización terrorista es la mitología que logra construir sobre sí misma. Los violentos siempre se presentan a sí mismos como estrategas superdotados cuyos planes infalibles conducen a la inevitable derrota del Estado. A veces, la leyenda es tan poderosa que contagia a los ciudadanos de un cierto fatalismo a la hora de juzgar las posibilidades de éxito contra el grupo armado. Sistemáticamente, los éxitos del Estado se consideran insignificantes mientras los golpes de los radicales armados se juzgan insoportables.
Esta miopía estratégica puede tener graves consecuencias. Cuando se instala la idea de que los violentos son invencibles y el Estado inefectivo, el desaliento cunde y resulta muy difícil conseguir el compromiso de los ciudadanos para respaldar la estrategia adecuada durante el tiempo suficiente para terminar con el terrorismo. Por eso es tan importante evaluar de forma equilibrada la situación de seguridad  y resulta tan nocivo quienes exageran las amenazas hasta lo inconcebible, bien por intereses políticos, bien por pura y simple ignorancia.
Las FARC han sido particularmente exitosas en alimentar su propia leyenda. Muchos todavía continúan viendo a la cúpula de la organización como un grupo de estrategas infalibles. Sin embargo, los hechos dicen otra cosa. La crisis de la guerrilla se explica en gran medida por la capacidad de la organización pare equivocarse e insistir en el error hasta alcanzar el grado de catástrofe. Solo para recordar tres fiascos vale la pena mencionar la destrucción de los Frentes de Cundinamarca como consecuencia de la operación Libertad 1 lanzada por la Fuerza Pública en 2003, el caso Emanuel cuando la organización prometió liberar un recién nacido rehén que había perdido en 2007 y la burla de la “operación Jaque” en que los propios militantes del grupo armado entregaron a quince secuestrados claves a un comando del Ejército en 2008.
Esta disonancia entre mito y realidad se ha hecho más aguda después de que se hayan abierto negociaciones entre el gobierno y la guerrilla. Unidos por el mismo error, algunos que abominan de los diálogos y otros que conservan una admiración hipnótica por el grupo armado coinciden en que las FARC está desarrollando una estrategia perfecta con la que saldrán fortalecidas de las conversaciones y, en una pirueta estratégica inexplicable, pasar de estar perdiendo por goleada a tomarse el poder.
La realidad es muy distinta. Es probable que la cúpula de la guerrilla haya llegado a las  negociaciones con la intención de aprovechar cada oportunidad para fortalecerse y recuperar la iniciativa estratégica frente al Estado. Pero cada vez resulta más evidente que la estrategia de las FARC ha naufragado y la organización se encuentra en un callejón sin salida.
Para entender como la guerrilla ha quedado atrapada en un juego en el que algunos la daban por ganadora, vale la pena recordar que la organización llegó a La Habana con tres herramientas para forzar la mano del gobierno:
 

  • Terrorismo. La meta era crear una crisis política con una cadena de ataques terroristas de gran impacto destinados a quebrar la confianza en la capacidad del ejecutivo para mantener el orden.  Con este fin, las FARC apostaron por mantener los hostigamientos contra la Fuerza Pública; pero sobre todo intensificar los golpes a la infraestructura económica y los intentos de atentar en las ciudades, donde se concentra la inmensa mayoría de la población colombiana.
  • Movilización de masas. Aquí se trataba de generar la sensación de que el “pueblo” estaba con la guerrilla y nadie con el Estado. En este sentido, las FARC pretendían rentabilizar los esfuerzos desplegados en el marco del denominado “Plan Renacer” para infiltrar movimientos sociales y construir redes de movilización al servicio del grupo armado.
  • Presión internacional. El objetivo era arropar al grupo terrorista con un haz de amigos internacionales que le diesen legitimidad y pusiesen presión sobre el gobierno colombiano para obligarlo a ceder a las demandas de la organización.  Para ello, el grupo esperaba encontrar dos tipos de aliados. Por un lado, los gobiernos latinoamericanos de orientación bolivariana que en épocas anteriores habían manifestado simpatías por la guerrilla. Por otra parte, sectores de la “izquierda caviar” europea que abominan de los terroristas islamistas; pero mantienen cierta benevolencia hacia los supuestos “luchadores por la libertad” de otras latitudes.

 
La prueba decisiva de estas herramientas estratégicas tuvo lugar con el intento de las FARC de forzar al gobierno a aceptar un cese el fuego bilateral. Sometida a una presión militar como nunca antes – perdió 25 de comandantes de Frente en 2012 – la guerrilla apostó por crear unas condiciones que empujasen al gobierno a aceptar una tregua que diese un respiro a su maltrecha estructura armada.
Para lograr su objetivo, las FARC desplegaron su habitual arsenal político-militar: perseveraron en sus ataques terroristas y sembraron a los cuatro vientos comunicados y entrevistas reclamando un acuerdo de cese el fuego. Cuando se hizo evidente que ninguna de estas estratagemas conseguiría doblegar al gobierno, la guerrilla lanzó el órdago de una tregua unilateral. La intención era dejar al ejecutivo sin salida política. En teoría, si el ejecutivo rechazaba frenar las operaciones de la Fuerza Pública, sería apabullado por las voces de dentro y fuera del país que lo acusaban de falta de voluntad de paz.
Sin embargo, los réditos estratégicos obtenidos por las FARC de este pulso fueron nulos. La tregua  unilateral significó poco debido a las violaciones que la guerrilla hizo de su propia promesa y el final de la misma solo representó la continuación del goteo de ataques terroristas. Más allá de esto, la guerrilla no movió ni un centímetro al gobierno de su negativa a negociar un cese el fuego y el ejecutivo sufrió no sufrió desgaste político alguno por mantenerse firme.
Ciertamente, no se trata de minimizar los costos del terrorismo. Las FARC han marcado el final de su supuesta tregua con una serie de atentados contra la Fuerza Pública y la infraestructura energética con su consabido saldo de pérdidas humanas y costos económicos. Pero más allá del drama que representan estos actos criminales, lo cierto es que no acercaron a la guerrilla a sus objetivos y menos aún modificaron en lo más mínimo el balance estratégico abrumadoramente favorable al Estado.
Bajo semejantes circunstancias, la respuesta instintiva del grupo terrorista fue escalar. Esta es la explicación detrás de los secuestros de dos policías y un soldado que la guerrilla escenificó en los pasados días. Pero de nuevo la realidad estratégica se impuso. Frente a la reacción del ejecutivo que cuestionó la lógica de continuar las conversaciones si la guerrilla continuaba con estas acciones, la organización anunció que estaba dispuesta a liberar a los plagiados. En otras palabras, la guerrilla dio señales de entender que los secuestros tendrían un doble efecto negativo para sus intereses: endurecer al Estado y hundir aún más su imagen política.
De este modo, las conversaciones de La Habana han pasado de ser un escenario donde las FARC esperaban fortalecer su posición estratégica a convertirse en una vitrina donde han puesto de manifiesto su debilidad. Para entender esta paradoja, es necesario tomar en consideración que la organización hace agua por cuatro costados:
 

  • Debilidad militar. El sueño de Marulanda y el Mono Jojoy de construir un ejército guerrillero para enfrentar abiertamente a las Fuerzas Militares se fue para no volver. Las FARC conservan la capacidad para golpear la infraestructura y hostigar a la Fuerza Pública; pero en ambos terrenos su capacidad es limitada. Por un lado, los ataques a la economía pueden ser costosos; pero no impiden el desarrollo del país. Por otra parte, las acciones contra la policía y el ejército tienen un doloroso costo humano; pero no frenan el avance del Estado que está asfixiando las zonas de retaguardia de la guerrilla. 

El factor clave es que la estrategia de seguridad impulsada por el Ministerio de Defensa y, en particular, el Plan de Guerra Espada de Honor están siendo efectivas en blindar a los ciudadanos del terrorismo e incrementar el desgaste de las FARC. El resultado es que el grupo armado se encuentra en una sin salida estratégica.
 

  • Ausencia de apoyo popular. Por si quedaba alguna duda, durante los pasados meses, se ha hecho visible el raquítico apoyo social con que cuentan las FARC. Si se utilizan los resultados de las movilizaciones lideradas por Marcha Patriótica como termómetro del nivel de respaldo al que podría aspirar la guerrilla,  el único calificativo posible es fracaso. Después de un enorme esfuerzo logístico que aparentemente contó con un caudal de fondos ilimitado la gran movilización de MP en Bogotá del pasado mes de abril reunió 35.000 personas. Si eso es todo, ciertamente es muy poco.

Se puede argumentar que las cosas son a otro precio en las zonas rurales donde la guerrilla podría conservar algún apoyo } minoritario y, sobre todo, echar mano de su capacidad de intimidación. Pero lo cierto es que también en el campo se encuentran los más firmes opositores a las FARC: sus víctimas. Un colectivo que los programas de reparación y restitución de tierras está empoderando y promete ser un fuerte contrapeso a la influencia de la guerrilla. Por lo demás, algunas simpatías en el campo difícilmente compensará el frontal rechazo en las ciudades, sobre todo, si se tiene en cuenta que la población urbana de Colombia alcanzó el 74% y sigue en aumento. 
 

  • Descrédito e invisibilidad. En gran medida, las propias FARC se han encargado de acabar con cualquier posibilidad de que las conversaciones de La Habana se conviertan en una plataforma que les permitan ganar simpatías políticas dentro y fuera de Colombia. Los comunicados con que han bombardeado a la opinión pública Timochenko, Márquez y el resto de la cúpula guerrillera combinan las propuestas antediluvianas con el desprecio por las víctimas de tal forma que resulta difícil que susciten simpatías, más allá de los irreductibles de siempre.  

Por otra parte, el modelo definido para las conversaciones ha hecho difícil para las FARC captar la atención del público. La decisión de que los diálogos sean confidenciales ha restado visibilidad a la guerrilla. Ciertamente, el equipo negociador encabezado por Márquez ha tratado de forzar las reglas y sacar a la luz pública algunos aspectos de los que se discuten en La Habana; pero no han conseguido la notoriedad que buscaban.
La mejor muestra del fracaso de la guerrilla a la hora de manipular los diálogos con fines propagandísticos han sido las reacciones internacionales a medida que las conversaciones han avanzado. Mientras el gobierno colombiano ha recibido apoyo y respaldo de gobiernos de todo el mundo, la cúpula de las FARC solamente ha cosechado exigencias de que abandonen las armas.
 

  • Grietas internas. En una reciente entrevista con el diario Voz, Timochenko desmintió a quienes que señalaban la existencia de fisuras internas en la guerrilla. Pero más allá de los deseos del cabecilla de las FARC, lo cierto es que abundan las señales de la existencia de divergencias entre el liderazgo del grupo.

En realidad, una serie de factores están debilitando la cohesión de la organización. Por un lado, existen divisiones ideológicas entre una facción extrema y algunos sectores con una orientación más pragmática. Por otra parte, el Secretariado de las FARC está perdiendo el control de los mandos medios más involucrados en el narcotráfico y otros negocios ilícitos. Finalmente, se mantienen fuertes diferencias entre la situación estratégica de los Frentes que se encuentran en el interior del país sometidos a la presión de la Fuerzas Pública y aquellos que disfrutan de refugios en las zonas de frontera.
En este contexto, la existencia de grietas al interior de la guerrilla no implica que su implosión sea inminente; pero garantiza un futuro difícil al grupo armado. En el corto plazo, la toma de decisiones promete hacerse compleja a medida que los intereses de sus líderes se hagan cada vez más divergentes. De cara al futuro, parece seguro que la organización enfrentará una fractura interna cuando llegue el momento de decidir entre desmovilizarse o romper las conversaciones y continuar con la violencia.
 
De este modo, la guerrilla parece atrapada en un callejón sin salida. Por un lado, su profunda debilidad político-militar ha conducido al fracaso de la estrategia que intento implementar en el inicio de las conversaciones. Por otra parte, las fisuras internas del grupo armado hacen imposible articular una nueva hoja de ruta puesto que la organización está dividida frente a la disyuntiva de desmovilizarse o perseverar en el terrorismo.
Paradójicamente, la negociación se ha convertido en el último acto de la larga crisis de las  FARC. Las conversaciones han desnudado la debilidad de la guerrilla y abierto grietas irreparables en su cohesión interna. Si Timochenko y el resto de sus camaradas del Secretariado vieron que las negociaciones eran una oportunidad para sacar de su agonía al grupo terrorista, cometieron un dramático error.
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