Esta columna fue escrita en coautoría con Nubia Constanza Cantor Pineda.

¿De qué forma abordar la educación en este tiempo histórico que corre tan rápido, donde la inmediatez de la virtualidad limita el sentido estudioso investigativo y mientras los intereses de la sociedad siguen rondando en torno al capitalismo y no a lo verdaderamente humano que llevamos dentro?

Como en todos los tiempos, el desafío educativo es muy grande y aunque se hable mucho de la educación integral, que de hecho se procura, seguimos apuntando a resultados de incertidumbre, pues los empeños que se hacen continúan disociados.

Soy docente provisional de la Secretaría de Educación y actualmente ejerzo en la localidad de Usme, orientando las clases de ética y religión. En verdad gozo mi vocación docente, pero también me pregunto todos los días por la mejor forma de hacer pedagogía en medio de una realidad tan afectada por la pobreza material y la pobreza aprendida por las familias, la cual se replica sistemáticamente en los niños, las niñas y los adolescentes. Es por este motivo que me surgen frecuentemente ideas para orientar y provocar la reflexión crítica.

Recientemente, en una clase habitual de aula, me aventuré a realizar un ejercicio reflexivo con los estudiantes, creyendo firmemente que sigue siendo una urgencia hacer educación desde la reflexión espiritual y el sentido crítico, especialmente cuando la pospandemia nos dejó contextos y dinámicas convivenciales muy revueltos.

Para ello, consideré pertinente propiciar un espacio experiencial con los estudiantes, partiendo de un momento de introspección que conlleve a la conexión consigo mismos.

Pues bien, la intención del mencionado ejercicio era reflexionar desde el corazón o desde la propia fé, para luego escribir la respuesta en un post-it, socializar y elaborar conclusiones conscientes. En principio sí que hubo algunas risas por nervios o un poco de apatía, pero enseguida se dispusieron a la actividad con respeto, especialmente cuando se dio la siguiente pauta motivadora: ¿cuál es tu mayor deseo? ¿Qué es lo que más anhelas? Y en un ambiente de seriedad se fueron escribiendo las respuestas.

Posteriormente, cuando pasamos a poner en común la experiencia, más o menos 20 estudiantes de 28 que había en el grupo expresaron que su mayor deseo es tener dinero, lo cual no me sorprendió, pero aumentó una preocupación que sostengo hace un tiempo.

La inquietud fue mayor cuando, al finalizar el ejercicio, un estudiante se acercó a mí diciendo: “profe, yo no sé cómo se cree en Dios, pero si puedo pedirle algo a él o al universo o al destino, yo lo que quiero es plata” y se echó a reír.

A lo mejor es una situación cotidiana y no debe asustar porque en la dinámica del capitalismo el dinero es un deseo común. No obstante, la preocupación que surge inmediatamente sigue siendo por las aspiraciones más profundas que tienen los estudiantes, no solo en miras a su futuro, sino especialmente por lo que está sosteniendo y motivando su sentido de vida.

Que los deseos de los estudiantes sigan rondando en torno a lo que imponen los nuevos modelos virtuales tipo tiktokers, youtubers o cualquier clase de influenciadores -quienes

terminan jugando el juego del mercado y la imagen entrando sin darse cuenta a ser servidores del consumo– es altamente inquietante pues, también sin darse cuenta, va quedando opacada la búsqueda y el descubrimiento de lo más humano que habita dentro de cada uno: su impronta original y su sentido profundo de existir.

Ahora, cuando se considera que el deseo de dinero y de responder al capital, la imagen o el consumo sigue limitando las perspectivas de los estudiantes, quienes, en su mayoría siguen estudiando para pasar o estudiando para más adelante tener dinero, pero no en función de humanizarse y sacar a la luz lo que ellos mismos llaman “su mejor versión”, nos encontramos frente a un camino estrecho y sin salida.

Pero hay más, la mencionada preocupación toma dimensiones mayores cuando al salir de las prácticas con los estudiantes, se percibe el mismo latir en los docentes. En el encuentro de pares, cuando se habla con confianza, fluyen en las conversaciones experiencias similares.

Los docentes sostienen las mismas aspiraciones de dinero, también por las presiones y obligaciones económicas que tienen, o sencillamente por el estilo de vida que se empeñan en adoptar.

Las ansias porque llegue el día de pago para solventar las deudas o para comprar son desesperantes, pero a la vez es notorio un desánimo continuo frente a las múltiples situaciones del contexto educativo, cierto toque de mediocridad en su oficio y un deseo de alcanzar más logros en función del dinero, pero no de una mejor educación personal que humanice sus vidas, desde donde puedan educar mejor.

Entonces surge la pregunta ¿a qué educación estamos jugando?

Si bien es cierto que todo esto no es desconocido para nadie y no es una preocupación de hoy, pues desde hace varios años se gestionan bastantes actividades para educar humanamente queriendo superar los modelos del mercado y el capital, han sido poco los logros y, para que nos mentimos, vivimos en función del tener.

Aparece justamente ahí la gran preocupación, pues buscamos una mayor humanización desde el acto educativo, mientras vibramos en las lógicas del capital, es decir, tenemos un deseo utópico que se alimenta de acciones contrarias a su naturaleza.

Visto así, perseguimos un sueño dando pasos en dirección contraria. Aspiramos al humano profundo pero los esfuerzos sociales y culturales se empeñan en la apariencia y el tener, tener a costa de lo que sea, incluida la violencia y el sinsentido.

Si tal como dice el profesor Humberto Maturana, nuestro gran científico chileno, “educar” ocurre todo el tiempo y se da en la convivencia con otro, ya que se trata de una coordinación en la conducta, de un fluir conjunto, en la cual dos individuos terminan complementándose en las acciones, fluyendo coordinadamente pues el aprendizaje tiene que ver con un hacer y no con un informar, tiene que ver con un flujo de haceres”, entonces podemos afirmar que educadores y educandos estamos fluyendo en el mismo sentido, pero llevamos la dirección equivocada. ¿cuál será el final de la carrera?

Al parecer, estudiantes y maestros, ambos protagonistas para el acto educativo, estamos fluyendo en una dinámica que nos aleja del objetivo para el cual está pensada la educación, a saber, el desarrollo integral de las personas y la construcción de una sociedad mejor.

Por supuesto no podemos asumir estas situaciones de manera totalitaria, pero sí están presentes en un significativo número de estudiantes y educadores, lo cual hace que vivamos en función de la contradicción y no del objetivo común.

Obviamente miro esta gran contradicción con tristeza, pues no es fácil revertirla o transformarla, para ello será necesario ver e intentar fluir como conjunto a fin de conseguir humanizarnos en la educación, aunque soy consciente que no todos estamos dispuestos a esto.

De hecho, se podrán seguir inventando orientaciones pedagógicas para la gestión de la emocionalidad, de la investigación, incluso del desarrollo académico desde una visión de participación ciudadana.

Sin embargo, mientras no nos dispongamos a hacer de la vida misma un acto educativo, mientras no eduquemos en función del humano que tenemos en frente, seguiremos replicando conocimientos para estudiantes que saben que lo encuentran todo en google y que transcribir para pasar es suficiente en las aulas.

Peor aún, las aspiraciones de las nuevas generaciones no cambiarán y por consiguiente no cambiará el país y seguirá lejana una mejor educación y mucho más distante una sociedad en paz.

Se vuelve a posicionar entonces en el primer puesto la prioridad de promover una educación humanista, basada en la conciencia y el bien.

Para esto, es necesario ver, romper y emprender.

Sí, para salir de esta lógica de la contradicción será necesario ver que seguimos imbuidos en el círculo vicioso de tener para vivir y vivir para tener, por el cual olvidamos que en el vivir somos y al cultivar el ser vivimos de verdad.

A la par, se tratará de ver y recordar que latimos como humanos, que nos vincula el sentido holístico y espiritual, por mucha técnica o por mucho capital que haya o deje de haber.

De igual forma será necesario romper la cadena y saltar fuera de esta lógica, superar las propias limitaciones y los deseos pobres o las frustraciones, para volver a caer en la cuenta de que nuestra dignidad supera con creces la esclavitud del tener.

Finalmente será una obligación emprender nuevos caminos de educación, en los que la expresión “ser alguien en la vida” no sea la traducción de tener dinero para ayudar a la familia, sino consistirá en ser el mejor humano posible con todas las posibilidades, talentos, inteligencias, a fin de que desplegando la “mejor versión” de sí mismo también se contribuya a la formación de una sociedad mejor.

No es tarea fácil y no se debe confundir con no trabajar o no usar el dinero, pues en la dinámica del capital no nos queda de otra, pero sí se trata de darnos más valor desde el ser, de fluir a la vez educadores y educandos desde las lógicas del humanismo, la solidaridad y la responsabilidad social.

Maturana decía que el acto de educar se da en todo momento, por tanto, el juego de la educación, de una verdadera educación postpandemia, nos implicará estar alertas para educar viendo, rompiendo y emprendiendo, de manera que los estudiantes también fluyan en la lógica de ver sus carencias y posibilidades, rompan con la esclavitud del tener y emprendan nuevos sentidos de vida y socialización.