El impuesto a las bebidas azucaradas no puede ser la única estrategia para reducir el sobrepeso y la obesidad en Colombia, pero es probablemente la opción más equitativa y costo-efectiva. 

Los impuestos a las bebidas azucaradas han generado una gran guerra mediática desde inicios de esta semana, especialmente debido a la radicación de la reforma tributaria, donde se propone un impuesto de 300 pesos por litro. Los gremios han salido a la ofensiva gastando enormes recursos en publicidad, usualmente engañosa tal como describe Johnattan García en una entrada anterior. Es por esto que para balancear el debate, es importante que la voz de la salud pública sea también escuchada.

Primero, las bebidas azucaradas son una fuente importante de calorías vacías, no generan saciedad y han sido asociadas a la obesidad y la diabetes.

Cuando una persona consume estas bebidas incrementa su riesgo de sufrir obesidad y diabetes, pero estos efectos nocivos sólo se observan en el largo plazo y es muy difícil para una sola persona preverlos. En parte es difícil porque la gratificación inmediata de beber la bebida azucarada hoy, es percibida como mayor generadora de bienestar que las ganancias marginales percibidas derivadas de abstenerse de consumirla y que serán observadas sólo años o incluso décadas después. Esto se conoce en la literatura de la economía comportamental como descuento hiperbólico. Este fenómeno se vuelve problemático cuando el equilibrio entre gratificación inmediata y gratificación pospuesta (por abstenerse de consumir la bebida azucarada) se inclina hacia la primera en el largo plazo, hasta el punto en el que los efectos nocivos se acumulan y los problemas de salud se vuelven irreversibles.

Este fenómeno es uno de los sujetos de estudio, a mi juicio, más interesantes de la economía de la salud, pues representa un problema de información y por tanto una falla de mercado que es sujeta de ser regulada por el estado. ¿Cómo entonces lograr que las personas observen los costos futuros de sus acciones presentes? La respuesta es, por medio de un impuesto saludable.

El impuesto saludable representa el costo social que la bebida genera, por ejemplo, en términos de atención en salud derivada de las enfermedades causadas por la bebida. Cómo el impuesto incrementa el precio actual de la bebida, también acerca el costo verdadero del cuidado futuro en salud generado por el consumo de la bebida al costo percibido o “descontado hiperbólicamente”.

Quienes argumentan que los impuestos a las bebidas azucaradas no tienen un efecto y que el problema está en el sedentarismo se equivocan. El problema de la obesidad y el sobrepeso no son explicados por uno sólo o por un grupo pequeño de factores. Esta condición es mucho más compleja de lo que usualmente se cree. A diferencia del cáncer de pulmón donde el tabaquismo explica el 90% de los casos, ni el precio de los alimentos, ni el sedentarismo, ni la dieta de los colombianos explican el problema de sobrepeso y obesidad por sí mismos. Es por esto que el sobrepeso y la obesidad requieren de una estrategia integral, que por supuesto incluye a los impuestos, pero también a muchas otras actividades de prevención y promoción de la salud, entre ellas, el cambio en el etiquetado de los alimentos, la mayor información disponible para el público, la promoción de ambientes saludables y la actividad física.

Habiendo establecido que sólo una estrategia integral puede efectivamente combatir el sobrepeso y la obesidad, debe destacarse que todas las actividades de prevención y promoción que requieren cambio comportamental tienen algo en común que no tiene el impuesto: Todas tienen un mayor impacto en las personas de mayores ingresos. Son precisamente quienes tienen más ingresos quienes disponen de más tiempo libre para ejercitarse, tienen más acceso a información nutricional veraz y además con un mayor ingreso pueden tener una vivienda en lugares cercanos al trabajo, lejos de zonas de conflicto armado o áreas con problemas ambientales, con parques e infraestructura adecuada para ejercitarse al aire libre o para pagar un gimnasio. No se equivoquen, todas estas estrategias son importantes, pero pertenecer a un hogar de altos ingresos hace más fácil adoptar comportamientos saludables. En el largo plazo, esto puede incrementar la brecha existente en el estado de salud por nivel de ingresos en el país.

En cambio, el impuesto a las bebidas azucaradas impacta a todos los consumidores por igual sin importar su ingreso. De hecho, la desafortunada mayor sensibilidad de los hogares de menores ingresos a los impuestos a la venta como el IVA (que es desafortunada cuando implica bienes que no son nocivos), constituye una ventaja en el caso de los impuestos saludables, pues reduce la demanda de estos productos nocivos en quienes son más vulnerables a los costos directos e indirectos de la enfermedad, y así mismo a quienes están en mayor riesgo de inseguridad  alimentaria. No se equivoquen, las bebidas azucaradas NO reducen la inseguridad alimentaria, sólo la incrementan.

Es así como el impuesto no es solo una función del estado debido a las fallas de mercado derivadas de los problemas de información, sino que además es la intervención más progresiva de todas las alternativas contra la obesidad.

Con todo esto, aún necesitábamos conocer el impacto del impuesto a las bebidas azucaradas en Colombia. Por esta razón, en conjunto con Daniel Arroyo, decidimos estudiar el efecto que tendrían diferentes escenarios del impuesto a las bebidas azucaradas en el sobrepeso en Colombia.

En este estudio, sometido a publicación científica en una revista internacional, encontramos que el efecto del impuesto propuesto actual, reduciría entre 2.3 y 4% la prevalencia de sobrepeso en el país (con un impuesto de entre 500 pesos por litro a un peso por litro). Una cifra que parece pequeña pero que vale la pena recordar porqué no lo es.

Primero, no estamos hablando de la oscilación de peso que cualquier persona tiene en el fin de semana. Estamos hablando de una reducción sistemática de peso para todos los adultos con sobrepeso del país (46% de la población adulta colombiana). Parte del debate ha sido capturado por argumentos que hacen inferencias individuales a fenómenos poblacionales. Esto es un error. Un importante epidemiólogo, Geoffrey Rose quien sentó las bases de la salud pública poblacional, demuestra cómo un efecto pequeño en un factor de riesgo, que es mínimo a nivel individual, puede generar grandes cambios cuando se observa a nivel poblacional.  Esto es exactamente lo que el impuesto pretende, tener un impacto poblacional en el sobrepeso y la obesidad.

Segundo, el impuesto no sólo tiene un efecto importante en los precios. También genera una norma social. La existencia del mismo hace consciente a las personas que el bien siendo consumido es dañino y como tal, contribuye a modificar sus preferencias y gustos.

Tercero, no es sólo el efecto del impuesto desde un punto de vista poblacional, sino que además es costo-efectivo si se compara con otras intervenciones. Una intervención en Holanda que se estima que tiene un efecto sustancialmente menor que el impuesto propuesto (0.4%) en la reducción de la prevalencia de sobrepeso que incluye cambio comportamental y hábitos saludables estimada en cubrir al 90% de la población holandesa (que valga la pena aclarar, es un tercio de la población colombiana, es más activa, más sana, de mayores ingresos y más homogénea, es decir un escenario inicial mucho mejor) costaría alrededor de 94 millones de euros al año. El impuesto propuesto en la reforma tributaria tendría un mayor efecto y además gratis. Más aún, destinaría entre 300 y 600 mil millones de pesos al sector salud, esto es el 10% del hueco fiscal en salud, sin contar la reducción en los costos derivados de la obesidad y la diabetes futura como consecuencia de la reducción del consumo de estas bebidas.

Esto nos permite concluir que el impuesto a las bebidas azucaradas es una intervención que necesitamos que el congreso apruebe, pues constituye una de las muchas estrategias necesarias para la  reducción del sobrepeso y la obesidad en Colombia. El impuesto es la opción más costo-efectiva y además más equitativa para lograr este fin y es por esto que espero que el congreso legisle en favor de la salud de los colombianos como le corresponde.

Permítanme además hacer una sugerencia al esquema del impuesto. El Reino Unido ha propuesto un impuesto a las bebidas azucaradas segmentado de acuerdo a la densidad calórica de la bebida. Este es un ejemplo que deberíamos replicar en Colombia. No es lo mismo una bebida con una pequeña concentración de azúcar que una bebida con muy alta densidad calórica. Esto es importante porque no sólo ayuda a cambiar el comportamiento de los consumidores hacia las bebidas azucaradas sino además que promueve un cambio recíproco en el sector productivo. Si como en el Reino Unido, establecemos un impuesto diferencial para bebidas con más de 5 y 8 gramos de azúcar por decilitro, la industria se va a ver motivada a llevar a sus productos a reducir los niveles de azúcar al segmento inferior de donde se encuentran actualmente. Esto es positivo porque incrementaría la eficiencia del impuesto, reduciría sus consecuencias no intencionadas y representaría un costo menor mientras mantiene los efectos en salud.

*Esta entrada es escrita a nombre personal y no representa la posición de ninguna institución. Así mismo, no tengo conflictos de interés por declarar.

Es profesor e investigador en la Universidad John Hopkins. Estudió medicina en la Pontificia Universidad Javriana, una maestría en economía en la Universidad de los Andes y es doctor de la Universidad John Hopkins. Sus áreas de interés son la economía de la salud y sistemas de salud.