En este texto deseo reflexionar sobre las tensiones recientes que han afectado al periodismo en Colombia, y expresar mi preocupación acerca de la conducta de algunos medios de comunicación que, en un corto período de tiempo, han dejado de ser medios generalistas serios para convertirse en instrumentos de agitación y propaganda. 

Mi texto pretende visibilizar algunas prácticas generales que considero problemáticas, sin señalar ejemplos específicos ni acusar a periodistas o medios concretos. No obstante, es evidente que algunas de estas prácticas se han vuelto tan comunes en los últimos meses que los lectores las reconocerán.

En primer lugar, quiero dejar claro que este texto no pretende ser un ataque contra los periodistas, la libertad de prensa es esencial y los medios de comunicación desempeñan un papel fundamental en cualquier sociedad democrática. Sin embargo, es crucial enfatizar que, para servir y defender los intereses de la democracia, los medios deben tomar la ética y la buena fe como pilares fundamentales e innegociables de su funcionamiento. 

Lamentablemente, observamos a diario como varios medios han incurrido de manera consciente y sistemática en prácticas que contradicen los principios éticos básicos del periodismo, especialmente aquellos que garantizan el derecho de la comunidad a recibir una información veraz, equilibrada y oportuna.

En segundo lugar, es importante destacar que no abogo porque los medios se mantengan “neutrales” y “objetivos” en todo momento. De hecho, reconozco que todos los periodistas y medios tienen, explícita o implícitamente, posiciones políticas que por lo general se conectan con sus posiciones dentro del campo periodístico. Estas posiciones influencian las maneras que tienen unos y otros de construir, problematizar y jerarquizar las noticias.

Tradicionalmente, la “objetividad” ha sido establecida como un valor central del oficio periodístico, en esta visión los “sesgos políticos” son considerados como un problema para el oficio, y se debe hacer lo posible por eliminarlos o esconderlos. 

En cambio, yo considero que las posiciones políticas son inevitables y que, por lo tanto, sería ilusorio pretender deshacerse de ellas por completo (de hecho, cuando alguien cree no poseer “sesgos”, suele ser porque puede detectar los sesgos en los demás, pero no en sí mismo). En este contexto, me parece más oportuno hacer explícitas las apuestas políticas de unos y otros que intentar ocultarlas.

Adicionalmente, considero que, bajo ciertas condiciones, estos sesgos pueden beneficiar el periodismo. Así, algunas de las investigaciones periodísticas más valiosas han sido realizadas por periodistas apasionados o comprometidos políticamente con una causa. Para ellos, el hecho de tener convicciones, lejos de representar un impedimento, se ha transformado en un motor.  

Es imposible negar, por ejemplo, que las publicaciones que arrojaron luz sobre las brechas salariales de género fueron realizadas por periodistas feministas. Del mismo modo, los periodistas que han logrado exponer la crisis ambiental tenían un claro sentido de urgencia con la lucha contra el cambio climático. En este sentido, sería un error considerar que los periodistas políticamente comprometidos son malos periodistas.

Sin embargo, es importante destacar que el hecho de tener convicciones o posiciones políticas no garantiza un buen trabajo periodístico. Desde mi punto de vista, los periodistas deben cumplir con dos normas esenciales para que los compromisos políticos no perjudiquen su integridad. Ahora bien, estas dos normas son las que considero que varios medios han incumplido sistemáticamente.

La reflexividad

El primer principio es la honestidad o, más específicamente, la “reflexividad”. En una concepción “reflexiva” (y no “objetiva”) del oficio, se permite que los periodistas y los medios tengan sesgos y convicciones políticas, siempre y cuando los comuniquen abiertamente al público. 

Como ya lo he dicho, la creencia en la posibilidad de establecer una “verdad única y absoluta” ya ha perdido su relevancia para muchos en la profesión. Pero esto no quiere decir que “todo vale”, o que cada uno puede contar libremente “su verdad” sin control alguno. 

Podríamos decir, en este contexto, que los ideales de “transparencia” y de “reflexividad” han reemplazado los ideales “imparcialidad” y de “objetividad”. En este enfoque no se espera que los periodistas carezcan de sesgos (todos los tienen), sino que muestren “buena fe” al revelar sus posiciones tanto subjetivas (creencias políticas) como objetivas (intereses personales o institucionales). Esto implica reconocer que siempre se informa, interpreta y denuncia desde una perspectiva particular que debe ser objetivada y problematizada.

Ahora bien, un ejemplo de falta de transparencia se da cuando un medio decide presentarse como “generalista”, es decir, interesado en informar la audiencia de manera “equilibrada” y “despolitizada”, a pesar de tener una línea editorial y política definida que guía la forma en que los periodistas presentan las noticias e interpretan los hechos. 

El hecho de seguir una línea política no es necesariamente un problema, ya que en todo el mundo numerosos medios, tanto grandes como pequeños, están afiliados a proyectos ideológicos. 

Por ejemplo, en Francia durante mucho tiempo los medios se han organizado en torno a posturas políticas específicas: L’Humanité representaba la posición comunista, Libération la izquierda socialista, Le Monde el centro (aunque los de centro siempre han sido los más difíciles de identificar, pues se presentan como “apolíticos”), Le Figaro la derecha y Minute la ultraderecha. 

Los medios comprometidos y situados políticamente pueden desempeñar un papel importante en la sociedad, no solo para destacar una posición ideológica particular, sino también como contrapoderes. El problema surge cuando estos medios deciden presentarse como neutrales e imparciales. 

Muchos lectores no son conscientes de que la información presentada en su medio favorito refleja sistemáticamente los intereses económicos y políticos de un grupo específico. En mi opinión, un medio responsable puede conscientemente difundir una versión de los hechos parar reflejar una postura ideológica particular, pero asumiéndolo y siendo transparente al respecto.

La no-instrumentalización

La segunda norma (posiblemente la más importante) es la “no-instrumentalización” del trabajo periodístico para fines políticos. Tener convicciones políticas se convierte en un peligro para los periodistas cuando dejan de respetar las reglas éticas fundamentales de la profesión. 

La premisa es sencilla: para evitar que los medios de comunicación se conviertan en meros instrumentos de propaganda, los periodistas no deben condicionar ni subordinar sus investigaciones a sus creencias políticas. 

Todos estamos familiarizados con ejemplos de manipular la información y las fuentes para defender una tesis previamente elaborada. Además de estos casos, se pueden identificar tres prácticas comunes que los medios emplean para respaldar una agenda política.

En primer lugar, existe la tendencia a seleccionar y presentar noticias para favorecer sistemáticamente a un grupo político o económico particular, a ocultar noticias que afectan a sus aliados y a promover sin precaución las que perjudican a sus adversarios. 

Ambos enfoques son una manipulación interesada de las noticias, ya sea para proteger o para atacar los intereses de un grupo en particular. En lugar de esta tendencia, sería aconsejable que los periodistas, incluso si tienen fuertes compromisos políticos, se esfuercen por reconocer que sus oponentes, pueden tener argumentos válidos (así sean parcialmente válidos).

Una segunda forma de erosionar la integridad de la profesión periodística se produce cuando los medios optan por crear un ambiente de desconfianza, publicando constantemente noticias que buscan desprestigiar a sus oponentes políticos y utilizando suposiciones no confirmadas como si fueran “hechos”. Como bien se sabe, utilizar rumores, incluso cuando se presentan en condicional, tiende a causar un daño irreparable a los adversarios políticos. 

Por lo general, publicar una “rectificación” o respetar el derecho de réplica de las personas afectadas no compensa los perjuicios causados en la opinión pública, especialmente cuando la publicación inicial se hizo manera sensacionalista y en lugares prominentes. Es evidente que en ese caso el objetivo no es informar, sino generar un clima de sospecha.

Finalmente, la falta de buena fe en el periodismo se manifiesta cuando los medios contribuyen, ya sea directa o indirectamente, a la difusión de “discursos de odio” dirigidos contra ciertas personas o grupos poblacionales. Para que esto ocurra, los medios no necesitan publicar contenidos explícitamente condenables, solamente incitar a sus lectores a expresarse de forma violenta en los comentarios. 

Conclusión

En resumen, este texto se originó como una respuesta a la preocupación de que muchos medios han perdido su seriedad en mantener altos niveles analíticos, y están sacrificando indebidamente los lineamentos apropiados de la ética periodística. 

Algunos argumentan que la libertad de prensa debe ser absoluta, y que si uno no está de acuerdo con la orientación de un medio en particular, puede simplemente buscar otros contenidos. Sin embargo, no encuentro convincente este argumento. 

Cuando algunos de los principales medios en el país comienzan a faltar sistemáticamente a la integridad en la labor periodística y a manipular la información para servir a intereses políticos o económicos, los daños no afectan solo a individuos, sino que socavan la democracia en su conjunto.

Estudio su pregrado en el Institut d´Études Politiques de Lyon; tiene una maestría, un doctorado y un posdoctorado en Ciencias Sociales de la Ecole Des Hautes en Sciences Sociales en Francia y es profesor de la Universidad del Rosario en el programa de Antropología de la Escuela de Ciencias Humanas....