Del 27 al 29 de septiembre se desarrolló el congreso Procesos de Memoria en América Latina y el Caribe: Encrucijadas y Debates” organizado por el Observatorio Nacional de la Nemoria (Onalme) de la Universidad Nacional de Colombia.

En ese espacio tuve el honor de moderar una mesa con líderes y lideresas sociales de lugares que sufrieron, o sufren, el conflicto. Como es común, charlamos con uno de los líderes de los Montes de María previamente sobre los temas que íbamos a abordar en el diálogo. Su primera respuesta fue que le gustaría hablar sobre los procesos sociales que los y las pobladoras han llevado a cabo para la construcción de la paz.

Además, agregó como observación, que “acá”, haciendo referencia a Bogotá, “les gusta mucho hablar de la violencia y eso ya se sabe, quiero hablar de la manera en que hemos construido la paz”. Él hace referencia a los cientos de organizaciones que hay en los Montes de María, por nombrar solo una región, las cuales, si bien surgen a partir del conflicto, van mucho más allá. No solo buscan denunciar las múltiples violencias que vivieron, sino también reconstruir el tejido social profundamente dañado por el conflicto. 

Esto me recordó el voyerismo que existe por parte de un público de la ciudad que no vivió el conflicto por saber sobre la violencia, pero la poca curiosidad que despiertan los procesos de construcción de paz. Se pretende eternizar los lugares de conflicto y sus habitantes como lugares violentos en los cuales viven las eternas víctimas. Con ello no se busca negar los hechos violentos que sucedieron y que se reconozca tanto la justicia como la reparación, al menos en algún grado, de los daños cometidos. No obstante, estas comunidades y las organizaciones que han buscado la paz desde hace décadas tienen mucho más para ofrecernos.

Con la llegada del conflicto a las distintas zonas no solo se perdieron vidas, casas, terrenos o animales, sino que el tejido social quedó muy debilitado. Las dinámicas mismas de la guerra obligaban a los y las habitantes de las zonas del conflicto a tener desconfianza los unos de los otros. No se sabían quién era informante o combatiente de este o aquel grupo y, por ello, era mejor guardar silencio. La comunicación entre los y las pobladores se veía muy restringida. Sin un diálogo abierto y con respeto a la diferencia, la construcción de comunidad es imposible. Asimismo, cabe recordar que las y los perpetradores frecuentemente eran vecinos.

Esto crea un profundo dolor y rabia dentro de las víctimas, de seguir vivas, y en sus familiares. En este contexto, es un inmenso reto la construcción de la paz. En diferentes zonas como en los Montes de María el periodo de posacuerdos ha mostrado que es posible la convivencia pacífica. Es claro que existen problemas y existe aún desconfianza dentro de los pobladores, pero a su vez se ven comunidades dispuestas a la solución de problemas.

Es en este punto que las comunidades pueden ser inmensamente útiles para las cátedras de la paz. Esta cátedra se establece a través de la ley 1732 de 2015 y busca “la creación y el fortalecimiento de una cultura de paz en Colombia”. Ya existen iniciativas tanto privadas como públicas para llevar a cabo el cumplimiento de dicha ley. Asimismo, existen materiales que se recomiendan para los y las docentes como los que se encuentran en el sitio web de Colombia aprende. Si bien los materiales tienen secuencias didácticas muy interesantes, se enriquecerían mucho más con las narrativas de estas organizaciones dedicadas a la construcción de paz en las zonas donde hubo conflicto. ¿Qué contexto más complejo que el descrito anteriormente? ¿Por qué no utilizar estas narrativas de solución de conflictos que han tenido estas comunidades para replicarlas y enseñarlas en los colegios de todo Colombia?

Más aún, estos gestores de paz de las comunidades pueden enseñarles a los docentes en general, y no solo a aquellos y aquellas que se les “encargue” la implementación y enseñanza en el aula la cátedra de la paz, cómo se puede llevar a cabo una resolución exitosa y pacífica de los conflictos. Esto es importante porque la(s) cátedra(s) para la paz no puede quedar restringidas a un par de horas semanales para una materia de la paz, sino que tienen que ser prácticas transversales en la vida escolar de los y las alumnas en Colombia. El lenguaje, los recursos de persuasión y la creación de espacios propicios para la solución de distintos problemas que estas comunidades han desarrollado son saberes que deben ser tomados en cuenta.

Sería un gran error no aprovechar todo el capital humano y los saberes que se han desarrollado en estas denominadas zonas de “posconflicto”. Tal vez si dejamos el voyerismo por la violencia desde los centros urbanos y comenzamos a reconocer la agencia de estas comunidades como motores de cambio, podemos aprovechar la inmensa riqueza que tienen por ofrecernos más allá de lo puramente material. Debe ser en esos “intangibles”, como definió el líder social previo a su ponencia a ese conjunto de prácticas y saberes, donde descanse la riqueza de este país.

Camilo Forero es filósofo de la Universidad Nacional de Colombia. Cursó su doctorado en la Universidad de Bielefeld donde es docente e investigador. Es miembro del grupo colombiano del análisis del discurso y del grupo colombiano de la filosofía de la tecnología. Asimismo, es investigador del proyecto...